Capítulo XII
***
Los primeros rayos solares atravesaron el vidrio del pequeño tragaluz y de a poco fueron calentando el cuartucho en el que me hallaba. Comencé a darle más atención a la naturaleza después de sufrir la soledad. Quien sostenga que se puede vivir solo y, sobre todo, privado de ser libre simplemente se equivoca.
Me desperté temprano, con el primer canto de un gallo madrugador. Después del desayuno ya no quedaban más reservas en mi bolso. Temía quedarme sin provisiones desde hacía ya bastante. No logré encontrar ni una galleta más. Asimismo, hacía días que nadie me llevaba algo para comer y comenzaba a rugirme el estómago. Por primera vez experimenté el hambre, una sensación terrible. De a poco fui debilitándome.
Nuevamente tomé mi instrumento y comencé con la práctica, que ya se había vuelto un ritual para mí. Esta vez la melodía fue aterradora, inquietante y algo desafiante. Se trataba de una melodía similar a las que se escuchan en las películas de piratas en medio de alguna batalla. Simplemente, era algo que mi mente no podía explicar aunque debo admitir que era de mi agrado oírla.
De a poco la imagen fue volviéndose nítida y una construcción tan lúgubre y maltrecha como en la que yo me encuentro era lo único visible en aquella escena. Un montón de harapos que lanzaban un olor repugnante se hallaban acumulados en un rincón sombrío. Una bombilla medio escondida se encendió y pude ver todo con mayor claridad; se trataba de un amplio y antiguo calabozo, de paredes destartaladas y mosaicos salidos. Un fuerte candado prohibía la entrada, y una vez entrada, la salida, de cualquier persona.
Surgieron de pronto, como dos espectros, un comisario alto y regordete, de cara profesional, nariz puntiaguda y un gracioso bigote acompañado de aquel maldito criminal de pata de palo, moreno, fornido, de cara de pocos amigos y barba oscura, muy oscura y abundante. Pude ver el brillo de las esposas que inutilizaban sus brazos cuando la pequeña lamparilla iluminó aquel sitio maltrecho. El oficial lo colocó tras las rejas y aseguró la cerradura con un pesado candado de hierro. Acto seguido, desapareció del mismo modo que había surgido, de entre las sombras.
El hombre de la pata de palo no paraba de anotar y tachonear ideas en una libreta de hojas amarillentas. Cada tanto, entraba en un ataque de histeria y luego volvía a su rutinaria vida, registrando y rechazando miles de ideas que surgían de su cabeza.
Hasta que un día su vecino, uno de los tantos asesinos que ocupaba el calabozo de enfrente, le chistó. Comenzaron a entablar un conversación en un lenguaje desconocido para mí. Pero el poder de mi canción superaba esas barreras.
- ¿Otro pajarito de cayó en la trampilla? -dijo bromeando el vecino.
- Mientras tú estabas jugando cartas yo estaba desarrollando un mágnifico plan- respondió el otro clavando sus ojos como queriendo leer más allá de la mente del provocador. - No pareces muy listo- castigó el de la pata de palo.
- Te equivocas, mi amigo, te encuentras con el jefe de una pequeña pandilla que supo dejar en ridículo a todo el cuerpo policial más de una vez- dijo el aludido, orgulloso.
- Se ve que a tu cabeza ni solamente la utilizas para romper nueces con la frente- bromeó el terrible pirata.
- Pues claro que no, ¿y qué me cuentas tú? Pareces un asesino a sueldo, ji-ji.
- Aún no, pero pronto quizá varios caigan ante mí. Soy nuevo en este país, trabajé varios años de saqueador en China. Llegó un punto en el que me encontraba tan acorralado por la policía que decidí escapar.
- Uy, pareces un peso pesado. Cuéntame cómo caíste aquí.
- Era nuestro primer trabajo, mi banda recién se había formado y buscábamos alguna casucha para asaltar y refugiarnos por un tiempo. En un barrio tan pobre que ni ratas había encontramos un caserón, perfecto para nuestros planes. Fuimos a robarla, luego nos encargaríamos de callar a sus dueños. Mas un viejo, que era quien habitaba la madriguera junto a su esposa y su hija, telefoneó a la policía.
- ¿Cómo te enteraste tú de esto?- respondió el vecino, muy absorto en la triste historia de su nuevo amigo.
- El mismo viejo se encargó de informárselo a la policía, alardeando que había sido él el responsable de nuestra detención, en una voz tan alta que todos en la cuadra se enteraron.
- Y ahora deseas vengarte... hum... suena interesante. Te propongo algo ¿quieres?
- Soy todo oídos.
- Conozco a un par de muchachotes que podrían ayudarte. Formaron una red criminal por todo el mundo, cuentan con bombas, aviones, refugios por todo el mundo... Te presentaré a uno de ellos, un yanqui, Mike. Espérame un minuto ahora regreso.
Y un minuto y un par de ideas tachoneadas después, el nuevo vecino regresó junto a su amigo, que se hallaba encerrado junto a él.
- Según lo que me contó Peter, tú serías perfecto para nuestra banda. Tú das el golpe y nosotros te resguardamos a cambio del veinte por ciento de tus ganancias.
El de la pata de palo dudó un instante, pero finalmente aceptó. El trato fue cerrado sin un apretón de manos, debido a que las rejas y el inmenso pasillo que separaba ambos calabozos impedían que las manos de los hombres se estrecharan.
- Ahora, cuéntame qué planeas hacer...
***
Esta mañana desperté y noté la falta de mis compadres, que venían ausentándose desde ya varios días. No respondían mis mensajes, lo que me indicaba que las cosas se habían complicado más de lo planeado. Si bien yo no sufro de la soledad (desde niño siempre he vivido enfrascado en mi propia habitación) esta vez sentí una ausencia. Estaba solo y asustado.
Pero también anonadado. Aún no había podido abandonar aquel estado de estupor que me causó la historia que nuestro jefe nos había contado. Ignoraba en absoluto el embrollo en que nos hallábamos metidos, aquel pactoo de venganza, de odio y de maldad. No me siento muy cómodo con esta ideas, hubiera preferido al menos que el jefe se hubiera tomado el tiempo de consultarnos al menos. Él era el jefe, pero no la banda.
Manuel no se tomó todo tan a pecho como yo, se limitó a escuchar y aceptar. No demostró contrariedad a la decisión de mi jefe. Creo que yo soy la oveja negra aquí, el antagonista, el villano. Pero basta ya, mi corazón vive por y para la maldad. Es imposible dejar de amarla.
Todo esto pensaba cada día que comenzaba y cada vez estaba más convencido que la decisión de mi jefe de pedir ayuda fue correcta. Se limitó a admitir (implícitamente) que no podemos hacer todo solos. Reconozco que me equivoqué, me siento un tonto.
Pero cada tarde me recostaba en el sofá y disfrutaba de una música extraña, llena de colores y pasión. No era algo alegre, lo sé, pero enseguida captó mi atención. Cada tarde vivía por y para ella y a la noche me acostaba con la esperanza de volver a oírla, disfrutarla y volver a sorprenderme. Sin dudas se trataba de algo mágico, pero que lograba hacerme feliz.
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