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Capítulo XI

***

Me desperté muy temprano. Aún la Luna no se había ocultado y la niebla azotaba la ciudad. El viento hacía bailar al compás las hojas secas que habían caído de los árboles y ahora se hallaban amontonadas en el suelo, señal irrefutable del comienzo del invierno. Una llovizna suave terminó en convertirse en una demoledora tormenta. Rayos y relámpagos marcaban la aproximación de aquel fenómeno.

Mientras tanto, yo miraba el espectáculo y comía algunas de mis reservas. La armónica me llamaba a gritos y mi curiosidad no pudo rechazarla. Nuevamente la tomé y comencé con aquella melodía. Esta vez, se tornó violenta y estridente en algunas partes. No era ya una canción nostálgica, se había convertido en sonidos violentos que me hicieron dar un nuevo paseo por mi cabeza.

La noche estaba serena, las chicharras cantaban sin cesar y los grillos no querían quedar atrás. Una noche más en mi casa, mi morada, mi lugar en el mundo.

Mis padres dormían, yo aún tenía los ojos abiertos. Jugaba con mi nuevo teléfono hasta altas horas de la noche. De pronto escuché el sonido de la cerradura al abrirse y pasos de hombres. Eran ellos. Ahora lo recuerdo.

Mi padre se despertó inmediatamente. Por primera vez su insomnio le fue beneficioso. Levantó el teléfono inalámbrico y discó, llamando a la policía.

Mientras tanto, los hombres comenzaron a vaciar la planta baja de nuestro hogar: televisores, viejas computadoras y ediciones limitadas de los libros que mi padre coleccionaba. Luego continuaron su ascenso escaleras arriba.

Fue allí cuando no pude hacer más que gritar. Por supuesto, no fue una decisión acertada. Todo esto no ayudó más que a alertar a los intrusos de que la casa estaba habitada. Por supuesto, a la primer habitación que visitaron fue la mía. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo de arriba a abajo y decidí entonces ocultarme
tras las sábanas. De pronto, una mano áspera sirvió para amordazarme. Mientras tanto, los otros hombres saqueban mi habitación.

Abandonaron mi cuarto y fueron en busca de mis padres. Habían abierto la puerta de su habitación cuando la policía rodeó nuestra casa. Al jefe de los ladrones (ahora recuerdo que llevaba una pata de palo que hacía retumbar el suelo) se le escaparon un par de palabrotas.
El llamado de mi padre había tenido su efecto. La policía había llegado.

Una docena de oficiales ingresaron y comenzaron la búsqueda de los ladrones. Los hallaron sin dificultad, sin armas de fuego y, lo mejor de todo, infraganti.

El comisario intercambió varias palabras con sus oficiales y les ordenó llevar a aquellos hombres esposados dentro de un patrullero. Luego conversó con mi padre, quien cometió la terrible equivocación de admitir que había sido él quien había llamada a la policía. En el interior del patrullero puedo ver el odio que irradiaban los ojos del jefe al escuchar semejante confesión porque, como todo buen criminal, contaba con una percepción auditiva inigualable.

De a poco la escena se tornó borrosa. La canción llegaba ya a su fin. Este ritual se ha convertido en mi pasatiempo durante mi estadía aquí. ¿Qué me revelará el destino?

***

Cataluña, 22 de diciembre

Una vez que nuestra pequeña banda volvió a reunirse, comenzamos con los preparativos para visitar Cataluña. Javier se negó a acompañarnos, necesitaba algunos días de reposo luego de que el cirujano le extrajo el proyectil.

El boleto del cubano marcaba que partiría dentro de cinco días. Nosotros nos adelantaríamos y lo atraparíamos quizá en el mismo aeropuerto. El jefe le dio mil vueltas al boleto sin conseguir encontrar algo que nos ayude en la investigación.

Partimos rumbo al aeropuerto en el momento en que el Sol se puso. Durante el viaje se podía ver estancias y poblados pequeños pero muy pintorescos.

Una vez en el aeropuerto nuestra suerte empeoró: la maleta de mi jefe se extravió. Qué paradojas de la vida, un ladrón roba a otro ladrón. Quien también nos robó fue el que nos vendió nuestros boletos; el precio era de un vuelo con una estadía de un mes all inclusive, cuando nosotros no estaríamos más que una semana y regresaríamos junto a Javier.

El vuelo no duró más que unas pocas horas, que yo me las pasé durmiendo y mi jefe pensando en una venganza digna de quien lo insulta. Escribía y tachoneaba miles de ideas, croquis, esquemas y dibujos mal logrados. Cada vez que descartaba una página llena de ideas inútiles le surgían ideas mejores, y así sucesivamente. Mas no pudo conseguir un plan que lo satisfaga por completo.

Al llegar por fin a esta bonita comunidad en proceso de independizarse de España mi jefe se contactó con un cómplice español, integrante de aquella terrible red de asesinos que se ayudaban entre sí. Le dio órdenes de hospedarse en nuestro hotel, pasándole nuestra dirección y trescientos euros para cubrir sus viáticos.

Mientras mi jefe tramaba un complejo plan, decidí por mi parte dar un paseo por esta espléndida parte de España. Paré en varios puestos de habanos y compré un par de ellos para mi jefe. Ya estaba pagando cuando mi teléfono sonó. Mi jefe estaba del otro lado de la línea y me informaba que tenía noticias del cubano.

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