Capítulo XCVIII
***
- Ven con nosotros, querida- me dice el viejo-. Te mostraré la habitación en donde reposarás esta noche.
Me dirige por un oscuro pasillo hacia una bonita habitación en donde el rojo, el blanco y el verde, los colores típicos de la Navidad, proliferan por doquier. "Un bonito lugar para descansar", pienso mientras dejo caer mi cuerpo sobre el colchón. Los ancianos me observan un rato sin pronunciar palabra.
El chirrido de la puerta al cerrarse me obliga a abrir los ojos. Los dos viejitos arriman unas viejas banquetas y el hombre comienza a mezclar su baraja.
- A ver..., dénme un momento- anuncia el viejito mientras mezcla las cartas realizando miles de florituras con el único objeto de demostrar su habilidad con las manos.
Margarite lo observa curiosa; al parecer, luego de toda una vida de convivencia, también ha ha aprendido algo de tarotismo.
El viejo da vuelta dos de sus cartas y, en lo que yo veo una multitud de manchas, él saca una increíble predicción:
- Según con lo que ellas me dicen, tú vienes de muy lejos. De otro país, podría ser, o incluso de otro continente. ¿Estoy en lo cierto?
Asiento con la cabeza simulando un gran asombro. En realidad, mi tonada centroamericana contrasta con mis facciones, aunque nunca podrá escaparse de mí, ni tampoco yo lograré quitármela de encima.
El anciano me dedica una pequeña sonrisita y recoge las dos cartas y las anexa al resto de la baraja. Esta vez, realiza una mezcla a la americana, típica de los apostadores compulsivos.
- La baraja nos revelará todo con el paso del tiempo; no nos apresuremos o alguna visión fallará- dice mientras voltea cinco cartas y las analiza con cautela. Su esposa se suma al análisis.
- Resulta increíble- le confiesa Margarite a su esposo-. Nunca antes nos hemos encontrado con una situación así.
- Despreocúpate, Mina- me tranquiliza el anciano visionario-, estamos al tanto de tu situación y queremos ayudarte.
Esta vez sí que me veo anonadada. ¿En verdad una insignificante baraja puede ser capaz de revelar todo el pasado de una persona? Intento averiguar con qué información cuenta aquella pareja.
- ¿Acaso ustedes podrán ayudarme?- los interrogo.
- Algo me dice que dentro de poco ocurrirá algo que acabará con la paz en este pueblo. No logro descubrir qué puede llegar a ocurrir, aún mis amigas no me lo han revelado, pero te aseguro que no es nada bueno.
- Te contaré una cosa, querida- Margarite interrumpe a su esposo-: justo antes de que tú y los muchachotes llegaran Patrick y yo habíamos practicado un ritual para conocer el futuro. "Sangre de cabra- comienza a recitar-, piel de cordero, silencio en el bosque, ¿qué es lo que veo?"- las palabras de la mujer me provocan una carcajada, pero logro reprimirla con una fuerte mordida en el labio inferior-. ¿Y sabes de qué nos enteramos? De que algo malo va a ocurrir en este pueblo y tú te verás involucrada.
Me quedo en un silencio y los dos ancianos lo respetan y me observan. El cambio en la expresión de mi rostro debió ser demasiado evidente.
- Ahora duérmete, querida. Duerme hasta mañana, que nosotros cuidaremos de ti- los abuelos se despiden y cierran la puerta.
El silencio vuelve a inundar la sala y, a lo lejos, logro escuchar unas últimas palabras.
- Tal vez no sepamos leer las cartas, pero un rostro de desesperación siempre es perceptible- comenta por lo bajo Margarite.
Y los rápidos pasos se detuvieron de pronto.
***
Auckland, 18 de enero,
al mediodía...
Me desperté después de dormir unas once horas, conforme con lo que indicaba el enome reloj en forma de piza del local. Froto mis ojos y me estiro como un gato, profanando unos sonidos extraños como si estuviera en la intimidad de mi hogar.
Mi jefe reposaba sobre el suelo panza arriba. Visto desde lejos sí que se parecía a una tortuga dada vuelta, apodo utilizado por quienes le tenían envidia.
Era muy probable que hayan inyectado algún somnífero en nuestra comida, o tal vez en las copas de whisky que nos fueron entregadas para acompañarla. No importaba cómo (aunque seguramente con alguna técnica milenaria), estos tres malhechores habían logrado drogarnos y llevarnos bajo su dominio por unos momentos.
Me puse de pie y pegué mi oreja al ladrillo intentando escuchar algo a través de las paredes. Nada resultaba perceptible en aquel momento y el local estaba sumido en el más grande abandono.
Consigo librarme de las antiguas esposas que me habían sido colocadas. Tal vez en ese caso los conocimientos sobre criminología de los últimos diez años que Lacy ignoraba, podrían llegar a servirnos de algo.
Las figuras de los cuadros se habían convertido en fondos negros con frases terroríficas escritas con sangre caliente. Una gota cayó sobre me mano y me hizo estremecer. Mi jefe, despertando de su sueño, exclamó un rugido que contribuyó a aumentar mi terror.
Entre los dos intentamos encontrar una salida: arrojamos varios objetos metálicos sobre la puerta, intentando generar un corrocircuito. Sin embargo, sin importar lo que sea que le arrojáramos, la puerta permanecía tan impenetrable como el primer momento. Al parecer lo único de antiguo de esa mujer eran sus técnicas.
La puerta se abró y un fragmento de una canción de Los Beatles inundó el lugar por unos segundos; después, y tras un horroroso perfume, apareció Lacy, portando sus dos pistolas en manos.
- ¿Durmieron bien mis pobres angelitos?- comenzó a hablarnos.- Me imagino, Josep, que estarás muy ansioso de revelar todas tus verdades a tu amigo, ¿verdad que sí?
En mi jefe se dibujó una mueca de disgusto y de intensa preocupación. ¿Qué podía ser tan grave para ocultarlo después de haber asesinado, saqueado, robado, profanado y extorsionado a miles de víctimas juntos? ¿Qué secretos oscuros guardaba ese señor tras su imponente figura?
- Empezaremos desde el principio; aún le quedan cuarenta y ocho horas de vida a tu pupilo como para descubrir muchos secretos que tú nunca les revelaste - aclaró la malvada mujer-. "Cuatro de julio de 1998, Josep Menrale- comenzó a leer-, detenido por la policía americana por un intento de sabotaje a la casa blanca"-anunciaba el titular-. No se han registrado heridos, pero la enfermera a cargo, Joseline Mascucci, informó el fallecimiento de una de las víctimas, Rita Vermudes, tras el impacto de la bomba.
Me quedé petrificado al oír el nombre de mi madre y unas lágrimas frías recorrieron mis mejillas hasta acabar en mis labios. Un sentimiento de impotencia recorrió mi ser. Ya no volvería a ver a mi jefe con los mismos ojos a partir de entonces.
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