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Capítulo XCVII

***

- Su idea es buena- le susurra Manuel a su jefe-. Deberíamos ponerla en práctica- sugiere.

- ¿Quieres callarte?- un fuerte puño fue a parar a su mandíbula.

Luego del pequeño incidente, nos sumergimos en un profundo silencio. El único sonido perceptible es el continuo ruido del walkie-talkie indicando que estamos demasiado lejos como para establecer conexión con Mark; en definitiva, anuncia a gritos qur estamos perdidos.

Un pequeño click se oye y Manuel, ofuscado, apaga el molesto aparato. Los tres se detienen a observar la lluvia con paciencia, mientras pensamientos oscuros atormentan su mente.

Me refugio entre mis mantas y cubro mi cuerpo lo mejor posible, prestando especial atención a no lastimar aún más las cientas de ampollas que recorren mi cuerpo. Nunca me habría imaginado en una situación así; en mis buenos tiempos me preocupaba por qué labial usar, qué vestido elegir y cuáles de todos mis tacones combinaban con los dos anteriores, pero ahora una palabra puede describirme en este momento: salvaje. Después de todo, no hago más que honor a los otros tres que me acompañan.

Tras una hora de lluvia intensa y un aperitivo, Manuel encende el vehículo y comienza a navegar por el bosque, literalmente. Nadie dirige la palabra a otro, todos se preocupan por nuestra  situación crítica.

El conductor acelera y, con su visión de rata, consigue percibir las huellas del camión de Mark y nos dirige confiado tras él. Las huellas finalizan junto a una carretera, junto una vieja ruta.

Aceleramos siguiendo el camino que presumimos que Mark tomó y llegamos a un pequeño pueblito perdido de entre la humanidad. Un cartel anuncia su nombre "Peace Town", escrito en marcadir permanente sobre una tabla destruida por la lluvia y alzada sobre un oxidado caño.

Alcanzamos una pequeña casa y mi jefe, con su mejor expresión de buen amigo, toca el timbre, un oxidado botón que no hace más que hundirse. Un viejo ya entrado en años nos atiende tras tres golpes de puerta.

- Bienvenidos- nos dice, con una gran sonrisa impresa en su rostro-. ¡¡Margarite, tenemos visitas!! Al parecer mis cartas aún funcionan- reflexiona el viejo.

- Un gusto conocerlo- mi jefe le extiende su brazo-. Mi hijo, su amigo, mi sobrina y yo nos hemos perdido entre tanta lluvia y no encontramos la forma de regresar.

El viejo, compara nuestras caras e intenta encontrar una pista, una señal, un lunar quizá, que demuestre la similitud entre el jefe y yo. Frunce el ceño ofuscado y abre completamente la puerta de su casona.

- Adelante, señores... y señorita- el anciano me mira misericordioso y su cara parece asegurar que conoce nuestra situación real.

La pequeña casita está muy iluminada, cuenta con adornos navideños, por más que aún falten varios meses para las fiestas y, sobre un rústico sillón mecedor, una mujer de cabello entrecano con un ovillo de hilo sobre sus rodillas nos da la bienvenida.

- Pueden quedarse en casa durante la noche. Hay suficiente espacio para todos, ¿verdad tesoro?- pregunta el anciano a su esposa.

- Especialmente para ti, querida- guiña su ojo en una expresión cómplice que no logro descubrir.

- Tenemos dos habitaciones libres para ustedes, desafortunados viajeros- los tres hombres suben por unas escaleras de madera rumbo a las habitaciones.

- Si las cartas siguen acertando sus predicciones, tendremos que tener cuidado- confiesa asustado el viejo.

***

Auckland, 17 de enero,
a las diez de la noche...

- Traigan las esposas- ordenó Lacy a los otros cocineros que se encontraban junto a sí.

- Pórtense bien y no les haremos daño alguno... por ahora- el pequeño y simpático cocinero rió tan macabramente que comencé a asustarme de lo que podía ser capaz de hacernos.

- ¡Cállate, Frank!- Lacy arrojó por sobre su cabeza un enorme palo de amasar, que impactó directamente en la espalda del cocinero.

- Eso es poco para ustedes- agregó, portando un afilado cuchillo en sus brazos.

Arroja el cuchillo y este cae junto a la cara de mi jefe, y ambos coincidimos en nuestros pensamientos de que esa mujer no planeaba nada bueno.

- No fallé, el cuchillo fue a parar exactamente al sitio en donde yo quise- nos aclaró, dio la vuelta y desapareció en la oscuridad; más bien, toda la habitación lo hizo.

Al encenderse las luces nos encontrábamos en un nuevo sitio: una gran sala llena de archivos criminales y dos pósters que ofrecían cien mil dólares por nuestras cabezas.

- Podría entregarlos a la policía- susurró pensativa, para después comenzar a reír como una lunática-. Bromeo, doscientos mil dólares se consiguen en cualquier banco del mundo. En lo personal, me gustaría llevar sus almas conmigo hacia el inframundo.

Tomó una pausa justo en el momento en el que uno de los mozos, el altote sin gracia, se apereció con una copa de vino en manos.

- Tal vez se sorprendan e incluso lleguen a considerarme desactualizada o un bicho extraño- prosiguió-, pero lo cierto es que siempre la vieja escuela triunfará sobre la nueva. Inventan tantas técnicas nuevas que lo más antiguo resulta ser lo más impredecible.

- Estamos a tus órdenes- afirmó mi jefe con gran dolor.

- No será necesario que lo estés, siempre un enemigo más me viene mejor a la hora de perpetrar un crimen. A partir de ahora, ustedes serán mis prisioneros. ¿Quieren saber hasta cuando? Hasta la próxima luna llena, ya no falta mucho amigos míos, pero tres días de tortura serán más que suficientes.

- Eres tan patética que te rebajas a nuestra altura para derrorarnos- me burlé.

- Querido Manuel, oh, querido Manuel- se acerca hacia mí, pegando su rostro frente al mío y dándome un cálido beso-, ¿acaso no sabes cuándo callar?

- Maldita hiena, eres una peste, una desgracia  para la humanidad- contraataca mi jefe.

- ¿Estás seguro, Josep? Ojalá ese fuera tu verdadero nombre- la confesión de Lacy me dejó atónito; la asesina notó mi expresiónde sorpresa y aprovechó para tomar asuntos en la situación-. ¿Qué te ocurre, Manuel? ¿Acaso no lo sabías? ¿Cuántas cosas le has ocultado?- se dirige a mi jefe.

Con un nuevo trago de vino vació su copa y el mozo guardián regresó a la cocina.

- Pero no te preocupes- agregó, dirigiéndose hacia mí-, todo lo que no conoces sobre tu jefe está almacenado aquí- dijo, señalando tres enormes archiveros apilados junto a sí- y muy pronto lo sabrás todo.

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