Capítulo XCV
***
Una pequeña llamarada comienza a encaminarse siguiendo la ruta recién trazada y se aviva al tocar unas pequeñas gotas de combustible que mojan la tierra. Una llama de unos veinte centímetros se encamina mortal hacia mí.
Permanezco en mi sitio, en la misma posición, mientras giro mi cabeza cual búho para observar la situación previa al momento de mi muerte, la última escena, el último paisaje que mis ojos: una llamarada de cuatro metros se alza sobre mi cabeza y ya el noventa por ciento del pentágono arde en una llamarada que no da muestras de aplacarse.
Soplo el camino de fuego y logro disminuir la altura de veinte a unos diez centímetros, y así, liberando el poco aire puro que retienen mis pulmones logro dominar la llama a mi gusto.
Una escasa distancia nos separa y la cantidad de cenizas aspiradas me provocan una tos asmática. Sin detenerme, me arrojo al piso, extendiendo mis piernas lo más lejos posible del resto de mi cuerpo.
La llama consigue llegar a destino y muy pronto un olor a adhesivo quemándose inunda el lugar, pero no logro conseguir más que unos pequeños hoyos. Utilizando al máximo las pocas fuerzas que me quedan, introduzco mis dedos y acabo de rasgar la cinta, no sin antes haber profanado una multitud de insultos y una mueca de dolor al hacerlo.
Ya liberada, consigo ponerme de pie rápidamente y, perseguida por la misma llama que me acaba de salvar y ahora se ha convertido en mi enemiga, logro llegar a los bordes del inquebrantable muro.
Un pequeño pasadizo, de unos metros de ancho aún no incinerado constituye mi última esperanza. Corro como nunca antes lo hice, con mis piernas que ya no sienten dolor y se encuentran atacadas por un doloroso calambre.
Sin embargo, una pequeña rama, una de las que yo misma dispuse estratégicamente para lograr escapar, causa mi perdición al generarme un tropezón que me cuesta los únicos centímetros no combustionados del pentágono.
A lo lejos, una ventisca se acerca. Debo impedir que alimente más a esta hogera; no obstante, me resulta imposible hacerlo: todos los pedazos de madera arden a la par y emiten crujidos desgarradores.
Encuentro un pequeño palo cerca del sector en donde el fuego se hace más potente, intento conseguirlo, mas no puedo: la base de uno de los lados del pentágono se apoya en él.
Tras unos nanosegundos de reflexión, extiendo mi mano y sujeto fuertemente la pequeña rama y lanzo un fuerte tirón. Y tal como lo decía Newton hace varioa siglos atrás: "Acción y reacción opuestas", la enorme pila de troncos se tambalea, y acaba colapsándose muy cerca de mí.
El fuego aún no se ha extinto. Tampoco estoy dispuesta a esperar a que lo haga, un par de ampollas más a mi colección no serán nada.
Y así, dando pequeños puntapiés, salto de un tronco al otro, y de ese a otro más lejano, atravieso una cortina de humo y escapo con vida de la quinta de mis pruebas.
A este gato ya le quedan sólo dos vidas. O tal vez una, considerando a la enorme figura que se alza delante de mí...
***
Auckland, 17 de enero,
ya atardeciendo...
Al enterarme de la verdad quedé gratamente sorprendido. La habilidad con la que habían sido falsificadas esas fotos nos dieron de qué hablar. Inclusive, el propio mesero se dispuso a presentarnos a la fabulosa diseñadora que estaba detrás de toda este arte.
- Esperen un momento, amables señores. Les traeré a Lacy, nuestra joven falsificadora.
Con mi jefe, nos entretuvimos observando un rincón del sector en donde una tríada de cuadros reflejaba supuestos encuentros con Elvis Presley, Freddy Mercury y hasta el grandioso Michael Jackson, en lugares que, según como luego me enteré, nunca habían sido pisado ni siquiera por sus nietos.
Una pequeña puerta de madera se abrió, dando lugar a una preciosa mujer que de nada parecía ser capaz de hacer semejante maravilla. De estatura promedio, cabello castaño, piel morena y un piercing colgando de su nariz, tenía una actitud desafiante. Cuando extendió su mano para saludarnos pude notar un pequeño tatuaje en su brazo, en donde se leía claramente el nombre "Gerard" acompañado de un pequeño corazón.
- Un gusto conocerlos a ambos. Mi nombre es Lacy, creadora de estas maravillas- se presentó.
- Así que tras tanta belleza se oculta un arte tan espléndido.
- Es por sabido que las mujeres que cambian el mundo son las más inteligentes.
- ¿Y cuáles son tus planes? ¿Falsificar dinero?- bromeó mi jefe.
- No sólo eso, sino también robar billetes reales- dijo, y sacó de su pollera la billetera de mi jefe.
- ¡Demonios! ¿Cómo lo hizo?- se sorprendió mi jefe luego de tal demostración.
Llevó la mano derecha a su bolsillo y se vio aún más anonadado:
- Pero si esta es mi billetera- la sacó de su bolsillo y extendió todos los billetes sobre la mesa para examinarlos.
- A esto me lo quedo yo- agregó la joven antes de manotear el dinero y regresar a su sitio tan rápido como había salido.
- Una mujer realmente extraordinaria- concluí.
- Tiene cerebro. Es una lástima que piense que con robar billeteras y falsificar pinturas logrará convertirse en una delincuente de alto nivel- se lamentó mi jefe.
- Tal vez esto haya sido sólo una demostración de una pequeñísima parte de lo que sabe hacer- sugerí.
La conversación quedó picando pero ninguno fue capaz de retomarla, desviando nuestros ojos hacia las maravillas logradas por la mujer que acabábamos de conocer.
Robbie Williams, 27 de abril de 2004, Toronto, Canadá.
Bill Gates, 30 de octubre de 1991, Montevideo, Uruguay.
Lady Gaga, 15 de febrero de 2008, Bruselas, Bélgica.
Lionel Messi, 24 de octubre de 2002, Buenos Aires, Argentina.
- Espera un segundo- un foco de luz se encendió en mi mente-. Ahora dime- dije, interrogando a mi jefe- ¿qué tienen en común Canadá, Uruguay, Bélgica y Argentina?
Ante mi pregunta mi jefe abrió la boca atónit, y con razón, ya que nunca antes me había escuchado tan seguro de mi mismo al afirmar una estupidez semejante.
- Será que todos tienen costas al Atlántico- concluyó.
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