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Capítulo XCIV

***

Llevé las manos hacia adelante cuando Javier acabó de fijar el último trozo de cinta americana sobre mi boca. Había puesto tanto empeño en encerrarme que ya no le quedaban más de tres vueltas de cinta.

- Aguarda un segundo- me dice- buscaré otro rollo.

Espero paciente mirando al cielo. Todavía el Sol ilumina el lugar, ya con menor intensidad, pero la suficiente como para poder vernos cara a cara por una media hora más. Los pesados pasos de Javier me sacan de mi nube de eternos pensamientos y me transmiten de nuevo a la peligrosa realidad.

- Es una lástima que ya no nos quede más celo- se lamenta-. De todos modos, con esto alcanzará.

Sujeta mis muñecas y las apretuja a más no poder, buscando aumentar la presión a los pocos regazos del adhesivo que tiene en sus manos. Cuando acaba parezco una enorme momia que ha escapado de su tumba, sólo para morir de nuevo.

Vierte medio bidón de gasolina por todo mi cuerpo y al resto lo distribuye entre los leños de mi jaula. Los hombres aparecen cuando suenan las seis en punto.

- Ya es momento- anuncia el jefe a escuchar el irritante sonido que emite su reloj.

- Tan sólo ciento veinte segundos y eres libre hasta mañana. ¿Qué dices, Mía, aceptas?

Asiento con la cabeza e intento desviar mi mirada de mis brazos, débilmente amarrados. Mi padre me decía de niña que cuando yo le hiciera algún truco de magia (lo que fue muy común durante mi infancia y comienzos de mi adolescencia) siempre lo mirara fijo a él y no a los elementos sobre los que yo trabajaba. "No miraré en donde no quieres que vea".

Los hombres me introducen en el pentágono de fuego y con una rama ardiente encienden los primeros restos de madera, los cuales levantan enormes torbellinos al entrar en contacto con el fuego.

Una asombrosa muralla de dos metros de largo me separa de los hombres. El crujido de los maderos me impide escuchar la risa de los hombres, que se regocigan ante esta situación.

El fuego comienza a extenderse rápidamente y elevo mis brazos hacia el cielo. Permanezco en esta posición durante unos segundos, ignorando que la llamarada ya ha recorrido más de la mitad de la jaula.

- Espero que esto funcione- pienso para mis adentros, mientras al mismo tiempo bajo los brazos bruscamente e intento separar mis dos manos. Un pequeño tajo se abre y, gracias a un hábil movimiento de muñecas, consigo liberar mis manos de las ataduras.

Las regiones inmensas en combustible arden cada vez más rápido y el fuego comienza a avanzar sobre mis pies. El fuego arrasa el césped y se acerca cada vez más rápid, encerrándome en un círculo anaranjado que hace que mi corazón deje de latir dos, tres, cuatro segundos.

Luego de mi microinfarto, mi corazón vuelve a bombear sangre y mis extremidades responden. Temo más que nada a las regiones de mi cuerpo que el combustible haya alcanzado bañar.

En un ataque de locura me dirijo lentamente frente al fuego, tomo una vara y trazo una línea frente a nosotros, que se escurre entre mis piernas y continúa hacia atrás. Tal vez hoy Hefesto* elija compadecerse de mí. No lo creo, pero vale la pena intentarlo...

***

Auckland, 17 de enero,
por la tarde...

Nos levantamos tarde, cerca de la una, y bajamos al "comedor" a almorzar. Cabe aclarar que el uso de las comillas no fue en vano: tres tablas de madera mohosa disfrazadas con un blanco mantel que no lograba ocultar la realidad, alzadas sobre unas pilas de ladrillos huecos y unas sillas coloniales conformaban el lugar en el que deberíamos comer esa tarde.

- Si este es el comedor, más vale que no piense siquiera en la cocina- dijo mi jefe mientras un escalofrío recorrió su cuerpo.

- Mejor vamos al restaurante de enfrente- sugerí. Ahora comprendo el porqué de instalarse frente a nuestro hospedaje.

Cruzamos la modesta calle y nos metimos en un bonito restaurante que no parecía estar preparado para un barrio lleno de ladrones.

Nos recibió un mozo quien inmediatamente nos reconoció como "los tipos que lograron escapar de la poli ayer". El cómico señor contaba con un bigote al mejor estilo Salvador Dalí y un habla francesa pausada que creaba en torno a él a una figura de lo más interesante.

- Bienvenidos al restaurante "El Buen Comer", en donde quiera que vayan siempre nos encontrarán con ustedes.¿En qué puedo servirles?

- Un almuerzo para dos, por favor. Nada mohoso ni vencido- agrega mi jefe lanzando su mirada hacia el hostel de enfrente.

Nos sentamos en unas cómodas sillas y esperamos nuestra comida en una pulcra mesa color bordó, rodeados de cuadros con cientos de celebridades en ellos.

- Su comida está servida- un nuevo mozo, pero este flaco y sin gracia, entro en escena, con nuestros pedidos en brazos.- Y como decía nuestro creador, el mítico Anthoine Cubbec: "Bon Appetit".

La comida estuvo deliciosa y nuestra estadía transcurrió entre grandes mordiscos y conversaciones aparentemente normales. Esperábamos temerosos que el bigotudo que nos había reconocido trajera a la policía lo antes posible. Mas ellos nunca llegaron.

Nos limitamos a observar los nombres de los artistas que supuestamente habían pisado el mismo suelo que nosotros: "Marilyn Monroe, 6 de agosto de 1957, Los Ángeles, Estados Unidos", "Jonnhy Deep, 5 de septiembre de 2005, Caracas, Venezuela".

Al regresar el simpático mozo, mi jefe decidió cuestionar acerca de la veracidad de los retratos.

- ¿Conque dices que Jonnhy Deep ha pisado alguna vez este lugar? No sé cuán ignorante seas, pero hasta yo sé que esto no se asemeja a Caracas en absoluto.

- Estúpido tampoco soy yo, mi buen señor, que por algo usted me habrá insultado, sin siquiera preguntar hasta qué  parajes se extiende nuestra famosa casa de comidas.

En el mismo momento, mi jefe decidió disculparse como nunca antes lo había hecho. Temía en verdad que aquel ridículo espécimen llamara a la policía. Como mínimo diez años habríamos estado.

El mozo, impasible, respondió:

- No me ha ofendido usted a mí ni a nuestro prestigioso restaurante. Incluso, su patética disculpa me ha sacado una sonrisa. Le diré un sólo secreto: nada de estas fotos es lo que parece.

Mi jefe y yo sonreímos al descubrir que no éramos los únicos farsantes en aquel sitio.

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*Hefesto (o Vulcano en la mitología romana), dios del fuego y forjador de las armas olímpicas.

 

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