Capítulo XCII
***
El padre, extrañado por la actitud de su hijo, se dirige obediente hacia el lugar en donde descansé la noche anterior. Cojea, pero busca llegar lo antes posible. Al parecer, conoce lo que su hijo es capaz de hacer en ese estado y busca prevenirlo. El aprendiz supera al maestro.
Manuel intenta llevar a cabo todas las tácticas persuasivas posibles con el objeto de encontrar una explicación lógica a la conducta de Javier. Pregunta de diferentes maneras e insinúa otros cuestionamientos, pero de su amigo sólo recibe gritos y objeciones.
- ¡¡Cállate ya!! No sabes obedecer y cerrar la boca, siempre andás metiendo tu nariz en todo.
- Pero... ¿por qué?- insiste Manuel, más preocupado por el estado de su amigo que por mi salud; mejor dicho, alarmado únicamente por mi amigo, si fuera por él que me parta un rayo.
- ¡¡Porque yo lo digo!! ¡¡Y lo digo porque puedo y quiero hacerlo!! Y tú lo harás- desenvaina su cuchillo y lo acerca al cuello de su amigo. Su pulso demuestra su gran nerviosismo- sin objetar nada. ¿Comprendes?
Manuel está a punto de desarmar a su amigo con alguna técnica asiática extraña, pero se detiene a pensarlo un momento. Baja la voz y aleja la mano de su adversario sin miedo, ante la estupefacción de Javier.
- Te ayudaré- comienza- si me prometes que ella morirá. Si no lo hace, serás tú quien realice la próxima prueba con ella, y veremos quién aguanta más...
- Acepto el desafío- Javier arroja su cuchillo al piso y lo clava entre medio de los dedos gordo e índice del pie de su interlocutor. Manuel no se inmuta para nada con la ofensa y no desvía los ojos de la cara de su rival.
Ambos estrechan sus manos y se encaminan hacia el pilar de madera que se extiende a unos pocos metros. Recogen una importante cantidad de provisiones y las colocan cubriendo un enorme espacio y creando un magnífico pentágono.
- ¿Qué esperas?- me ataca Javier-. ¿Acaso crees que los muertos no son capaces de tejer su propia mortaja? Ven ya y demuéstranos que sirves para algo más que para gastarnos tiempo, espacio, paciencia y dinero.
- No valgo lo que tu crees- agrego mientras me dirijo hacia él-. Aún no me conoces, y me encantaría mostrarme como realmente soy ante tus ojos- esa frase, acarreando una enorme mentira a cuestas me hizo ganar su respeto, y lo más importante: su silencio.
Durante el resto del trabajo los cuatro trabajamos con mucha precisión y una calma de cirujanos nada habitual. Esta es la primera vez que consigo un ambiente de paz desde que me trajeron consigo.
Intento trabajar sin levantar sospechas mientras, poco a poco, acomodo los troncos para conseguir escapar entre medio de dos vértices, colocando diminutas ramas que yacen bajo mis pies y que recogo disimuladamente mientras simultáneamente levanto uno de los troncos del suelo.
A las cinco de la tarde el trabajo está terminado. Javier se muestra impaciente, pero incapaz de dar la orden para encender la hoguera. ¿Estará esperando a las seis de la tarde? ¿O buscará llevar su venganza más allá de los límites humanos?
***
Auckland, 16 de enero,
luego de una huida memorable...
El enorme pedazo de tela desplegó todo su esplendor cuando lo solté. El paracaídas perfecto. Nunca habríamos pensado que nuestro vestido resultaría útil después de tantos fracasos acumulados en unos pocos días. Pero lo cierto es que e aquel momento sobrevolábamos la ciudad como nunca nadie lo hizo.
La policía, perpleja, modificó su plan de ataque y esperó tranquilamente en el punto en donde se figuraron que caeríamos. Tranquilamente, y con todas sus armas cargadas y listas para el ataque.
El enorme reflector del helicóptero iluminaba nuestro descenso en medio de la caída; si la policía podía vernos era solamente a causa de esa madita luz. Sin ella, estaríamos camuflados por la oscuridad.
- No te sueltes- grita mi jefe desde abajo- intentaré darle a ese inútil foco de una vez por todas.
- Procura no disparar contra nuestro paracaídas o estaremos perdidos.
Pacientemente, el jefe esperó a que el enorme aparato se posicionara frente a él, y con tres eficientes disparos no sólo anuló el efecto del reflector, sino que también consiguió que el helicóptero se cayera a pique con sus dos tripulantes ya penetrados por dos de sus balas.
En la inmensa oscuridad éramos imperceptibles. Ya la policía se había resignado; muchos empleaban sus lentes infrarrojos, pero ni aún así consiguieron localizarlos. La escena resultaba hasta incluso cómica.
- Eso fue increíble- murmuré, exaltado como un pequeño niño-, debes enseñarme cómo hacerlo en el futuro.
- Tú salvaste mi vida, ahora yo conservé la de ambos. Ojo por ojo, mi querido amigo, y diente por diente.
La gran muralla del hospital se hizo visible, y no tardamos mucho en incorporarnos sobre ella. Mi jefe fue quien primero llegó, y yo me acomodé delante suyo, arrojamos el ya inútil vestido y comenzamos a huir.
Por todos los rincones se oían radios policiales dictando códigos extraños.
- Atención a todas las unidades, la búsqueda ha terminado, los hemos perdido de vista- la voz de un oficial apenado se oyó por todo el país, lo que aumentó aún más nuestro triunfo sobre la justicia.
Caminando a la deriva y jugando nuestra vida en una caminata por paredes de cinco centímetros de ancho y a punto de desmantelarse, recorrimos los primeros tejados, hasta alcanzar un enorme edificio.
Unos cuantos saltos más y un espectáculo del hombre mosca* más tarde, conseguimos encontrar la escalera de incendios y descendimos cuidadosamente por ella.
Luces intermitentes rojas, blancas y azules iluminaban el lugar. La policía nos tenía rodeados. No hubo otra opción que saltar al vacío y continuar nuestra persecución por los techos. Ambos recargamos nuestras pistolas y nos dispusimos a esperar a cualquiera que se atreviese a aparecer.
Escalamos un edificio en ruinas, el cual a cada paso que dábamos perdía entre unos diez y quince ladrillos (y ni hablar de cómo quedaban los sitios de donde se sujetaba mi jefe). Nuestra caminata continuó en silencio, protegidos por la densa noche. Y por uns enorme lechuza que cada dos por tres volteaba su cabeza ciento ochenta grados para observarnos con mayor detenimiento.
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* Espectáculo común durante la Segunda Guerra Mundial en donde un doble de riesgo escalaba ofreciendo un espectáculo e incentivando a la compra de bonos de guerra para ayudar a la nación.
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