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Capítulo XCI

***

- ¿Qué haces aquí?- vuelve a preguntarme en voz baja.

Separo mi mano de su boca para pedirle un favor. Mis ojos se llenan de lágrimas, actuación solamente, aunque ahora que lo pienso mejor, las lágtimas fluyen con absoluta naturalidad.

- No, no estaba intentando escapar, por si te lo preguntabas. Estaba de paseo por aquí a la espera de ustedes.

- Conque de paseo ¿eh?...- Javier se muestra incrédulo.

- Estaba regresando por el bosque y tuve que ocultarme bajo estos arbustos para que el camión no me atropellara- mi excusa suena incluso más real de lo que imaginé, tal vez el cambio en mis facciones ayudó.

- Estacionamos hace veinte minutos- me dice cortante, cruzando los dedos para esperar mi respuesta.

Me volteo hacia los hombres. Aún discuten. Afortunadamente, nos deparan de ellos unos cuantos metros.

- ¿Te crees que lloro por una pequeñez? ¿Acaso no viste el enorme tajo que tengo en la rodilla? Y por si te interesaba mi salud, sí, sí tengo puesta la vacuna contra el tétanos. Un simple microorganismo no te ganará la partida de quién me matará primero.

- Supongo que con tantas caídas ya has aprendido a levantarte. A ver, muéstrame tu herida.

Sin dudarlo, extiendo mis rodillas y expongo mis lesiones, las cuales no son más que raspones en ambas piernas. Mis muecas de dolor hacen el resto.

- ¿En serio?- Javier se percata de mi mentira y sus facciones vuelven a transformarse; su paciencia se esfuma y sus músculos se tensan cada vez más.- ¿Acaso me ves cara de ingenuo?

Toma aire fuertemente para luego gritar.

- ¡¡Muchachos!!- los hombres se voltean alarmados y yo pego un enorme salto que me hace transpasar la barrera de los arbustos, quedando a la vista de las otras bestias.

- Preparen el fuego y la madera- les ordena Javier en un tono que nunca antes había escuchado.

- Pero si aún no son las seis. Aún faltan un par de horas- responde sorprendido su padre.

- ¡¡Si quiero que lo hagan ahora, háganlo y no pregunten más!!- el grito de Javier se ve acompañado por el enrojecimiento de su rostro, y por una catarata de saliva que me salpica en toda la cara.

El jefe y Manuel obedecen a la orden y comienzan a alistar todo para la nueva prueba, la quinta de diez, la que probablemente acabe con mi vida.

- Quiero que esté lista en cinco minutos- ordena impaciente el hombre a mi lado.

- Pero...- se aventura a contestarle Manuel- la madera puede derrumbarse y resultará más peligroso para nosotros.

- Con tal de que para ella lo sea- su dedo índice me señala acusador y de tanta presión los músculos están al borde de revenrar- acepto morir yo también.

- ¿Qué te ha hecho, hijo?- el jefe no ve que este sea el mejor plan; su pata de palo lo condenaría a una muerte segura.

- Cállate tú, y ve a buscar el combustible que se halla cerca del vehículo, en donde esta niña mugrosa durmió ayer. Apúrate porque la quinta de las pruebas está por comenzar...

***

Auckland, 16 de enero,
veinte minutos después...

No conozco el Paraíso, y creo que nunca lo conoceré. Estoy bromeando, estoy seguro de que no lo haré. Pero esta experiencia fue lo más cercano al Paraíso que viví en estos últimos años.

- ¿Que haceeees?- estalló mi jefe al recibir mi primer tirón. Sus manos rebalaron en un primer momento, pero lograron sujetarse a la viga en el último segundo. Mi primer intento había fallado.

- ¿Confías en mí?- lo interrogué- mi jefe asintió con la cabeza.- Entonces lárgate.

Con muchas inquietudes agolpando en su mente decidió finalmente precipitarse hacia la muerte más segura.

- ¡Miren! No puedo creerlo, están saltando. ¡Se van a matar!- uno de los policías más jóvenes no podía con tanta adrenalina junta en un solo día.

- Al menos le ahorrarán un problema al gobierno y otro a nosotros. Estoy harto de tener hacerme cargo de muertes justas que benefician a la humanidad- respondió uno de los oficiales más importantes, sin dejar de cruzar los brazos sobre su pecho, espectante a nuestra muerte.

El peso de mi jefe invirtió la situación rápidamente. Como me lo había figurado: lo más pesado llega antes al suelo; y, al igual que un subibaja, el más pesado cayó hacia abajo. Una voltereta acrobática reacomodó nuestra situación: mi jefe abajo y yo arriba. Tal  como lo había planeado.

- ¿Estábamos cerca de salvarnos y se te ocurre esta fantástica idea?- mi jefe se mostró muy sorprendido.- ¿Después de todo lo que hicimos hoy encuentras en la muerte la mejor forma de escapar?

Mientras él me regañaba yo hacía oídos sordos y me concentraba en lo que realmente me importada. Con mucha agilidad, me sujeté con los pies a las costillas de mi jefe, y una vez que mis manos se liberaron, logré desanudar la tela de mi cuello. La fuerza de la caída casi me ahorca varias veces, y ajustó el nudo aún más.

Durante  mi batalla por mi vida mi jefe miraba extrañado.

- No te figuraba ran imbécil- me dijo en un momento-: mejor muerto que entregado. ¿Verdad? Cobarde, eso es lo que eres un maldito cobarde.

El piso se acercaba cada  vez más a nosotros. Unos cincuenta metros nos separaban de una muerte por aplastamiento cuando, de pronto, una bala pasó silbando contra mi cuello. El autor de la misma se hallaba más cerca de lo que nosotros pensábamos.

Eso no me importó en aquel momento ya que, gracias a mis magníficos reflejos, la bala no dió en el blanco, pero logró arrancar gran parte de la tela de mi cuerpo.

Utilizando todas mis fuerzas, y sin dejar de sujetarme del torso de mi jefe, dí un fuerte tirón y logré liberarme de una muerte por ahorcamiento.

- Excelente, ahora morirás al igual que yo. ¡¡Aplastado!!- mi jefe no podía mostrarse más desesperado, me arriesgaría a decir que incluso se le puede haber cruzado algunos requechos del Ave María que su madre siempre rezaba en voz alta cada vez que lo veía.

- ¡Lo logré!- exclamé, y pude oír a lo lejos el suspiro de mi jefe acompañado de un inmenso "gracias".

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