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Capítulo VII

***

Tomé carrera y me dispuse a utilizar toda la fuerza de mis músculos para vencer la resistencia del candado que cerraba la puerta. ¿La puerta de la libertad o de la perdición?

Tal como sospechaba, el candado herrumbrado se abrió con un fuerte estallido. La puerta cedió y descubrí el lugar en que me encontraba. La habitación se conectaba con una sala de estar adornada a la antigua, en donde los caballeros habían discutido sus asuntos. No me detuve demasiado en esa parte de la casa; no sabía cuándo volverían los dueños.

Pisando con suma cautela, como tratando de no despertar a los espíritus malignos que vagan en la oscuridad, me dirigí hacia la cocina. Allí mi paladar se regocijó con una infinidad de comidas. Fue un verdadero banquete para alguien que había comido solamente pan y bebido agua durante varios días.

Llené mi suéter de galletas, del mismos modo que cuando éramos pequeñas Sue y yo robábamos los caramelos de las piñatas. Junto a Sue y a Silvia he vivido aventuras inigualables, incontables e insuperables. Desde pegarle la llave del auto a mi hermano mayor a la cerradura de su vehículo hasta cuando reventamos globos de agua en medio de una clase de historia. Se supone que este iba a ser el último mes de travesuras escolares, pero la vida me jugó una mala pasada.

Regresé en puntas de pie a la gran sala. Esta vez pude verla detenidamente. Tres cómodos sofás enfrentados y una mesa ratona se hallaban en el centro de la habitación. Sobre la mesita había una partida de póker sin terminar, inconclusa, muerta y quizá olvidada. Quizá sea una representación de mi persona; me pregunto qué estarán pensando mis padres en este momento, si es que notaron mi ausencia.

Hace tres malditos años tenía que llegar él, mi perdición... Hablo de Mati, mi hermano menor. Desde que él apareció yo ya no soy ni una participante secundaria de la familia. Te odio, pequeñín.

Miré una puerta de chapa muy resistente que contaba con cuatro cerrojos descorridos. Ellos volverían pronto, o al menos ese era su plan.

Mi memoria me lleva a recordar nuevamente esta terrible escena. Yo caminando sola por un callejón oscuro, camino a la casa de mi amiga Sue. Estaba atrasada y decidí tomar aquel atajo. La peor decisión de mi vida.

Si hubiera llegado a casa de Sue quince minutos después todo esto no habría ocurido. Lo único que podría haber salido mal era la canción que el señor Gómez nos había propuesto. ¡Y qué mal que nos salía! Ahora comprendo por qué la madre de mi amiga salía de compras con amigas cada vez que nos reuníamos a ensayar.

Regreso a aquella callejuela y in hombre se aparece frente a mí. Me pide mi teléfono. Yo, terca y obstinada me rehusé. Lancé una patada a su estómago y el sujeto cayó. Entre sus lamentos yo corría como nunca antes lo había hecho en mi vida.

Ya al final del callejón, otro maleante apareció. Esta vez estaba rodeada. El sujeto dolorido estaba detrás y el segundo intruso cerraba el camino. Estaba acorralada.

Me levantaron como si de una pluma se tratara y me sentaron en una camioneta. Podría jurar que esos dos hombres que me trajeron aquí eran los acompañantes del que usaba una pata de palo.

***

La siguiente noche regresamos a la desagradable casucha del cubano.

Esta vez caminábamos raudamente hacia allí, temíamos que saldar cuentas con él. Pero antes debíamos rastrear a este sucio roedor que escapó de su madriguera.

La puerta no fue un obstáculo para nosotros. Esta vez, la oscuridad tampoco. El jefe iba detrás nuestro a la retaguardia, vigilando y oyendo todo lo que ocurría externamente a nosotros. Se paró firmemente tras la puerta, como todo buen centinela.

Y con Manuel subimos por las escaleras. Nuevamente crujieron y uno de los escalones me hizo tambalear. Pero la mano de mi amigo estaba allí para salvarme de semejante golpazo. Le agradecí en silencio, y continuamos costa arriba.

Le enseñé a Manuel la técnica infalible de la vara de madera. Me observó hasta que la lección finalizó. Como respuesta encendió su linterna y me cegó durante unos segundos.

Luego de este altercado, entramos en la habitación del cubano y encendimos nuestras linternas. La cama estaba destendida, la mesa de luz desordenada y muchos cajones mal cerrados. Todo demostraba que el cubano sabía que estábamos tras sus pasos y escapó. Traidor y cobarde. ¡Dos veces cobarde!

Los cajones estaban casi vacíos, unas estanterías estaban repletas de libros antiquísimos y olvidados. Nada habían olvidado, ningún teléfono ni tampoco algo de dinero o joyas. Es más listo de lo que yo creía.

Nuestra búsqueda no fue fructuosa en absoluto. Solamente recolectamos polvo y cientos de agujas y alfileres.

Apagamos nuestras linternas y abrimos la puerta. ¡Dos veces hemos sido vencidos! ¡¡Maldigo al cubano traidor!!

Yo era quien rebozaba de furia en ese momento. De un empujón abrí la puerta y un sonido extraño se escuchó. Como si hubiera chocado contra algo mucho más duro.

La esperanza regresó, la brillante luz que emanaban nuestras linternas también. Se trataba de un antiguo perchero, en donde descansaba un polvoriento vestido amarillo. Lo abrimos, lo descuartizamos completamente. Nada.

Agarré los restos del ropaje y lo arrojé sobre la cama matrimonial. Algo cayó. Un pequeño papel se depositó en el suelo. Se trataba de un pasaje de avión a Cataluña.

Nuestro hallazgo hizo que mi ego resurgiera. Mi cabeza experimentaba una sensación placentera, sabía que había cumplido mi trabajo eficazmente .

Ya íbamos bajando las escaleras cuando nos encontramos con el jefe. Su cara había cambiado totalmente. Sólo pronunció dos palabras, las que justamente no queríamos oír en aquel momento.

-La policía.

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