Capítulo LXXXII
***
El jefe de la banda arrastra a tientas a Javier. Afortunadamente, el tanque aún no había sido vaciado, lo cual nos vino perfecto tanto para el líder como para mí.
Mientras es arrastrado, mi agresor no cesa de vociferar palabrotas que me hacen poner los pelos de punta. No obstante, su padre, escéptico, no cesa de arrastrarlo por el piso como una bolsa de papas tirando por la cadena.
- Viejo estúpido- comienza Javier- ¿no te das cuenta de que no puedes cuidar tanto a nuestra pri-sio-ne-ra?
- Si algo aprendí de mi madre es que siempre que haces una promesa debes de cumplirla, por lo que te pido que dejes de mariconear y aceptes tu castigo.
- Siempre he manejado todos los asuntos en casa- protesta el hijo- y siempre tomo las decisiones.
- No en tu trabajo, querido, en el que tu padre también es tu jefe- y de este modo finaliza la discusión. Javier no se atreve a contradecir nuevamente a su padre y decide optar por guardar silencio.
El castigo comienza. El jefe levabta a su hijo por los aires y lo arroja literalmente contra el tanque. Milagrosamente, el cuerpo logra elevarse lo suficiente para acabar sumergido en el tanque, mientras que al mismo tiempo una cantidad abundante de agua abandona su sitio y nos moja enteros.
- Estarás ahí el tiempo suficiente para que recapacites. En el mundo de los hombres no existe la humillación de arrodillarse y pedir perdón; mas en su lugar existe la venganza, la cruel y hermosa venganza.
Dicho y hecho. Javier permanece sumergido durante unos diez minutos. Su padre continúa mirando el magnífico paisaje que le ofrece el río Mississipi sin preocuparse ni lo más mínimo por la integridad física de su hijo primogénito.
Javier produce una gran cantidad de burbujas en el agua. A mi parecer, se encuentra largando unas lindas palabrotas y, sin dudas, la destinataria de ellas soy yo. No cesa de patalear e intentar escapar de cualquier manera.
En un momento me compadezco de él y estoy a punto de hablar con el jefe de la banda para que lo dejara libre, dando por hecho que ya lo perdoné por su abrupta violencia. Sin embargo, reflexiono unos instantes y me doy cuenta de que a pesar de ser humana y de querer preservar la vida de todos me doy cuenta de que si mi opresor moría sería más fácil sobrevivir en aquel ambiente y sobrellevar los castigos de una manera más relajada y sin tanta presión.
No obstante, y por mala fortuna para mí, al dar los diez minutos de reloj el jefe de la banda recoge a su hijo en sus brazos y lo deposita sobre el suelo. La camisa de fuerza continúa cerrada y al abrirla deja escapar una gran cantidad de agua contenida en su interior.
Javier se halla casi sin oxígeno: toda su piel ha adquirido un tono violáceo y sus pulmones han ingerido mucha agua, como lo da a entender su fuerte ataque de tos.
- Maldita rata asesina- murmura Javier reuniendo las últimas fuerzas que le quedan para pronunciar la frase.
- No se trata de ser asesino o no. Solamente fue un ajuste de cuentas. Ganges del oficio- se justifica el jefe justo un momento antes de que su hijo pierda la conciencia.
***
Auckland, 15 de enero,
a las diez de la mañana...
Nos fuimos a dormir alrededor de la medianoche. Sentíamos un vacío en el estómago. Sin embargo, no encontrábamos nada que lograra satisfacer nuestra hambruna.
Tal como lo había pronosticado, no pude pegar un ojo dirante toda la noche. La ausencia de mis somníferos, los cuales vienen acompañándome desde los dieciséis años, provocó mi noctambulismo y las notorias ojeras del día siguiente.
Intenté realizar alguna actividad para conciliar el sueño más velozmente y recordé que el viejo Zesh contaba con un pequeño pero maravilloso libro titulado "Diez negritos" de la reina del crimen, Agatha Christie. Me encaminé a la mesita de luz y me hice con él. Encendí la luz del velador y me sumergí en la maravillosa historia.
Tardé unas cinco horas en terminar la novela y, a pesar de que me costaba mantener los ojos abiertos, no logré descansar ni cinco minutos. En mi cabeza surgían cientos de imágenes de la Isla del Negro y comencé a imaginar a muchas personas a quienes conocía viviendo allí: mi jefe y Javier, Antonio, la ladronzuela Betty Stella, el inútil del cubano...
Alrededor de las diez de la mañana mi jefe despertó de su placentero sueño y encendió la luz, justo cuando yo comemzaba a sentir algo de sueño.
- Arriba, pequeño y somnoliento amigo. Es hora de escapar de aquí- mientras me dedicaba esas palabras de apoyo, el muy supersticioso se limitaba a colocar su pie derecho primero sobre el suelo para después levantarse y comenzar a caminar.
El rugido de mi estómago me hizo recordar que hacía más de doce horas que no probaba bocado y eso comenzó a desesperarme. Era necesario escapar de allí pronto. Hacía unos días había observado un documental en el National Geographic en el que se hablaba de las posibilidades de sobrevivir sin agua ni comida. Y esto me alarmó un poco.
- Encontremos la forma de salir de aquí- me indicó mi jefe.
- Es muy sencillo hablar pero muy complicado hacerlo realidad- repuse con honestidad y algo de pesimismo.
- Sólo es cuestión de pensar...- mi jefe se llevó la mano derecha a la barbilla, señal de que se hallaba inmenso en sus pensamientos y deducciones.
Y en esta posición permaneció durante la próxima media hora, hasta que por fin exclamó "Eureka" y de dispuso a resumirme sus deducciones.
- Me sorprende que aún no lo hayas adivinado, teniendo en cuenta que siempre lees historias de misterio, aunque te cuesta llevar esas ideas a la práctica.
》Si comienzas a pensar cómo es que los enfermos sobreviven en una habitación sin ventanas podrás darte cuenta de un aspecto muy importante. Teniendo en cuenta que tampoco ingresa aire por debajo de la puerta solamente nos queda una opción, y esta es...
- ¡La ventila!- lo interrumpí con entusiasmo. Mi jefe tenía una idea, la cual probablemente nos serviría para escapar de nuestra jaula de hierro.
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