
Capítulo LXXXI
***
- ¿Cómo dices?- pregunta Javier alarmado al escuchar mi frase casi inaudible para una persona promedio pero no difícil de detectar para una rata de su talla.
La expresión de mi acompañante cambia rotundamente: sus dientes se aferran contra su labio inferior, el cual comienza a sangrar y teñir su boca de rojo. Además, sus manos se cierran en dos potentes puños y sus músculos se contraen furiosos, toso listo para iniciar la pelea. Sus ojos se tornan grisáceos y sus piernas se encuentran listas para la batalla.
- En efecto- afirmo-, son zorros y de los rojos.
Todo el mundo sabe que los zorros rojos son muy difíciles de vencer; llega una manada de treinta o cuarenta de ellos y comienzan a rodear a sus presas, para acercarse lenta y peligrosamente. La carne humana no es si favorita, pero si para defender su territorio no tengo dudas de que lo harán.
- Tranquila- me sugiere Javier-. Intenta no sentir miedo ya que ellos lo sentirán y se nos acercarán más y más- se voltea y mira a su alrededor para informarme-. Hay cincuenta pares de ojos, dudo mucho que podamos vencerlos- declara con pesar.
- Tal vez el fuego logre alejarlos- atino a responder.
- Lástima que ninguno de los dos haya recogido una de las cajas de fósforos que se encontraban en la guantera.
- Querrás decir que tú no lo hiciste- repongo blandiendo una pequeña pero no insignificante cajita azul-. Aquí hay unos veinte fósforos- los cuento mientras los zorros se acercan cada vez más a nosotros. Distan de tan sólo diez metros.
Javier dispone una provisión de hojas, paja y algo de leña, formando un círculo lo suficientemente grande como para albergarnos a ambos y permitirnos realizar algunos movimientos de defensa.
- Alcánzamela- me ordena Javier. En su rostro se puede ver su desesperación, tal vez en su juventud ya se había enfrentado a estos animales y conoce cómo hacer para salir vivo.
Con la prisa que lleva abre la caja y dos cerillas se caen al suelo y quedan inmensas en el laberinto de yuyos que habíamos dispuesto. Solamente sobran dieciocho cerillas para encender un ampio perímetro.
La primera llamarada ocurre con el próximo fósforo, mas a pesar de los intentos de Javier por preservarlo encendido, el viento consigue inutilizar el fuego.
Desesperado, toma tres fósforos más y los enciende conjuntamente, se olvida de cerrar la caja al hacerlo y siete de los restantes se pierden en la oscuridad. Los tres trocitos de madera comienzan a calentar la superficie y algunas hojas se prenden casi instantáneamente.
Quedando solo ocho fósforos y con los zorros a cinco metros de nosotros Javier intenta encender cinco de ellos de una vez, pero en la desesperación logra partirlos, quedándose en sus manos la parte incapaz de encenderse.
Intento avivar el fuego arrojándole más hojas. La llama se extiende hacia arriba y consigue extenderse unos centímetros más. Únicamente veinte centímetros nos protegen de cincuenta animales salvajes.
Javier cuida cada una de las cerillas restantes como su fueran oro. El fuego de la tercera se apaga lentamente y no logra encender la montaña de hojas.
El segundo fósforo consigue propagar la llama que ya se hallaba extendida, la cual en pocos minutos logra encender un cuarto de nuestro escudo. Los dos avivamos el fuego y conseguimos que se extienda unos pocos centímetros más (para nada útiles considerando la amplia zona que debemos cubrir).
La última cerilla centellea y es arrojada lentamente sobre nuestras provisiones, desciende lentamente pero, por una extraña razón, no consigue llegar al anillo, sino que queda a pocos centímetros de él.
Ambos nos miramos perplejos. Nos hallamos en la oscuridad y a la mira de los zorros.
***
Auckland, 15 de enero,
al despertar mi jefe...
- Despierta- le dije proporcionándole unos brutales cachetazos a cada lado de la cabeza, la cual caía desplomada alternativamente hacia el lugar opuesto de donde viene el golpe, como si de un muñeco se trarara.
Comencé a dar unas insistentes patatiras contra el tórax de mi jefe. Comprendo que nunca debería haberle pegado, pero en aquel caso era una situación crucial; si mi jefe no despertaba no podría llevármelo conmigo, o lo que es lo mismo, no podría escapar.
A medida que pasaba el tiempo comencé a aumentar la fuerza de los golpes, esta vez contra sus piernas, formándoles profundos y numerosos moretones avioletados que no se le fueron en un mes.
Finalmente, alrededor de las seis de la tarde despertó dolorido y molesto por haberle pegado.
- Perdona- me excusé-, era necesario que despertaras y ni sabía cómo hacerlo.
- Mmm...- mi jefe emitió un alarido de dolor y no pudo responder a mis disculpas, pero con sus labios dibujó una sonrisa mientras susurraba un "Está bien".
Le tomó unos cinco minutos recomponerse y volver a la carga; extiendí mi mano para tomar la suya y lo ayudé a pararse. Como su cuerpo lo indicaba, no se encontraba acostumbrado a los desmayos, es probable que esa haya sido su primera vez.
- Así que este es el final del recorrido- murmuró pensativo.- Un sitio muy particular, por cierto. Puedes notar que se halla pegado a una escuela o a una oficina del gobierno- extiendió su dedo índice hacia el mástil de la bandera.
- Me temo que será imposible trepar hasta allí- le advertí-. Las paredes son completamente lisas y no hay ningún sitio en donde apoyarnos. Traté de trepar inútilmente por ella y sólo conseguí romperme las uñas.
- Debe existir alguna forma de escapar de aquí...- susurró para sus adentros y comienzó a mover los dedos imaginándonos a los dos trepando por el paredón y pensando en los sitios que debíamos pisar para alcanzar la cima.
Después de una serie de cálculos decretó su veredicto.
- Es imposible. Totalmente imposible. La pared no presenta fisuras y tampoco podremos demolerla a los golpes.
El sitio en el que nos encontrábamos podría resultarnos incluso cómico: cuatro paredes altas y lisas, para así evitar el escape de los psicópatas fugitivos, los cuales tienen la costumbre de huir a través de sitios muy particulares.
A lo lejos y en lo alto la inquietante bandera flamea arrogante, burlándose de nuestra suerte.
- Espera un poco- mi voz rompe el silencio-. Tengo una idea.
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