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Capítulo LXXX

***

La Luna se alza en el cielo brillando con su máximo esplendor. Una pequeña letra "D" indica que dentro de pocos días nos sucederá la Luna nueva. El satélite se posiciona a noventa grados del suelo indicando que ya es medianoche.

- Ya son las doce- se sorprende Javier al levantar su mirada hacia el cielo-. Mía, ayúdame a guardar los trozos faltantes. Ya es hora de que regresemos con los demás.

La tarea resulta monótona: Javier corta el tronco en múltiples trozos y yo los enbolso. Ambos estamos trabajando en equipo sin ningún problema y eso me asombra.

En mis manos comienzan a surgir una gran cantidad de callos, los cuales me hacen retorcer de dolor. Varios raspones se extienden por toda mi mano, llegando incluso hasta el antebrazo. Siento el dolor de las múltiples astillas que se refugian en mi piel.

A Javier estas trivialidades no lo detienen; aún sigue brotando sangre en dos sitios de su mano en los que, accidentalmente, había recibido dos profundos cortes. El líquido rojo llega a toda la mano e incluso a las ramas que me alcanza.

Al recibirlas me asquero al notar el detalle y mucho más cuando, por mala suerte para mí, tengo el desagrado de empaparme de ella. Se siente caliente y esto, paradójicamente, me provoca un escalofrío que recorre mi cuerpo de pies a cabeza.

- Listo, esto ha sido todo- me indica Javier-. Y ahora, volvamos a nuestro punto de encuentro con el resto.

- ¿No debemos juntar también algunas hojas para avivar el fuego?- pregunto extrañada.

- A veces me olvido de lo lista que eres- me responde él, con la particular rudeza que lo caracteriza.

Nos acercamos hasta una pila de hojas que parece estar preparada para nosotros. En ese momento, los lobos comienzan a cantarle a la Luna y sus aullidos me ponen alerta. Pero como Javier no los califica como un peligro inminente (inclusive ni se preocupa por ellos, como si no los hubiera oído) yo decido dejar todas mis preocupaciones de lado y concentrarme en nuestro trabajo. Confío en que Javier sabe lo que hace.

Un leve viento comienza a levantar las hojas, las cuales caen armónicamente unos centímetros más allá. Mas yo no oigo el sonido; todo lo que puedo percibir es el sonido de unos pasos adentrándose en el césped.

- Javier- lo llamó, tímida-. ¿Oíste eso?

- ¿Otra vez me vendrás con lo mismo?- sugiere, fastidiado por la repetición de la escena-. ¿O acaso ahora me dirás que le temes a los lobos?

- N-no precisamente- tartamudeo un poco-. Pensé que tu habías escuchado los pasos caminando sobre el césped.

- No te hagas la cabeza, ¿sí? Ya demasiado tuve que sufrir por tu culpa. Con el tanque, por ejemplo- el joven se cruza de brazos, en una posición que se asemeja a la de un niño molesto, o peor, a un infante caprichoso y con envidia.

No respondo a sus agresiones, tan solo me limito a asentir con la mirada y continuar la tarea.

En un momento la Luna se alza sobre nosotros en una posición perfecta para iluminar el horizonte y para permitirme observar un peligroso fenómeno que me deja boquiabierta: a lo lejos, decenas de puntos rojos se mueven en la oscuridad y se acercan lentamente hacia nosotros, formando un círculo geométricamente definido. Al notar su presencia solamente puedo proferir una exclamación.

- Zorros- me digo, aterrada.

***

Auckland, 15 de enero,
una vez libres...

- Esto es un problema- me dije al presenciar la caída de mi jefe. Se hallaba totalmente desplomado sobre el piso y no había forma de revivirlo. Si en aquel momento hubiera dispuesto de un balde con agua fría se lo habría descargado con mucho gusto (y algo de rencor). Aunque en aquella situación no contaba con nada que me ayudara a revivirlo.

En primer lugar decidí inspeccionar si todavía respiraba, si aún vivía. Pegué mi cabeza contra su pecho y escuché sus débiles latidos y su coordinada respiración que pasaba de inhalar a exhalar en pequeñas cantidades.

- Aún vive- me alenté y me dispuse a encontrar la forma de despertarlo. Esperé unos minutos y comencé a zamarrearlo con todas mis fuerzas, hacia un lado y hacia el otro.

Mi jefe no despertó y pensé que la mejor manera que hacerlo era conseguir sacarlo de allí para proporcionarle aire puro para respirar.  Debía existir alguna manera de violar la seguridad de la ventila.

Inspeccioné mis bolsillos en busca de algo útil. Lo único que conseguí encontrar fue una pistola perfectamente cargada (la cual no servía más que para provocar un estruendo que alertara a la policía y logrando una perforación menor a diez milímetros. Asimismo encontré la cuerda que le habíamos quitado a la asistente de Antonio (también inútil en ese entonces), algo de dinero y unas balas desparramadas en cada bolsillo.

Aún no todo estaba perdido, quedaba registrar en las pertenencias de mi jefe. Dejé el cuerpo boca arriba y me aventuré a la búsqueda de algo útil en alguno de los bolsillos de su pantalón. No contaba con nada que nos ayudara a escapar: su pistola, los cartuchos y su parricular llavero con la forma de una botella de gaseosa.

En su camisa, la cual solamente contaba con un solo bolsillo, me encontré con unas hojas marchitas, tras las cuales se ocultaba un pequeño encendedor portátil, de eso que los fumadores acostumbran a llevar consigo.

Nunca antes me había encontrado con uno de ellos, más bien, sí me había encontrado pero nunca intenté encender alguno. Con unos contundentes holpes con el pulgar sobre una pequeña perilla el encendedor emite una chispa. Tres minutos y diez ampollas después logro obtener una sólida llamarada.

Acerco el fuego hacia el plástico que comienza a derretirse lentamente dejando a su paso un tóxico olor y unos restos calientes que se funden poco a poco.

Tras cinco minutos de trabajo consigo que la abertura sea lo suficientemente ancha como para que mi jefe quepa en ella, me arrojo al piso y jalo de él hasta llevarlo al otro lado.

Llegamos a un sitio rodeado de custro paredes blancas e impolutas de unos tres metros de alto, sin ningún ladrillo sonresaliente que nos permita escapar.

En la cima de unos paredones ondea la bandera de Nueva Zelanda sobre un resistente mástil, con unos movimientos que parece estar burlándose de mí. Y de hecho, lo está haciendo.


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