Capítulo LXXV
***
- Definitivamente estamos perdidos- dictamina Manuel.
- Tendremos que esperar hasta mañana para adentrarnos en estos parajes. Si ya de por sí resultan peligrosos, imaginen lo que será a estas horas. Ahora es cuando las ratas salen de sus madrigueras y, aunque estemos armados, no podremos evitar sucumbir ante una banda de treinta hombres perfectamente armados- aclara su jefe
- Tu teoría resultaría excelente...- se mete Javier en la conversación- si nos abasteciera de agua y comida para sobrevivir. Como verás, no hemos empacado nada por el estilo.
- Sin embargo, con ayunar una noche no morirás- le refuta su padre.
- Disculpen que los interrumpa- se excusa Manuel- pero creo, jefe, que lo que expone tu hijo es un punto muy importante. Si bien un ayuno no afectará nuestros planes, debemos recordar que mañana trabajaremos duro y esto conlleva un alto gasto de energía.
- Antes de tomar cualquier estúpida decisión de la que después nos lamentemos, sugiero que cada uno controle los bolsillos de sus chaquetas en busca de un paquete de galletas.
Y eso hacen. Cada hombre registra minuciosamente todos los sitios en donde podría encontrarse algo de comida, tanto fuera como dentro de sus ropajes. No obstante, y contra todo pronóstico, el resultado es alarmante.
- No encontré nada por aquí- informa Manuel-. Revisé todos mis ropajes y la guantera y no encontré ni una miga.
- Tampoco yo- agrega Javier-. Revisé cada rincón del camión pero todo estaba en orden. ¿Y tú, padre, qué tal tu inspección en la parte de atrás? ¿Lograste conseguir algo?
- En absoluto- le responde su padre-. Aunque hubiera jurado que en algún lugar lo dejamos...- deja abierta su frase, pensativo.
En este momento me doy cuenta de que el pirata tiene toda la razón. Casi había olvidado las galletas que me habían dado y que reposaban en el suelo. No podía dejar que las descubrieran; en caso de que no lo hagan deberán adentrarse en la oscuridad y buscar a su presa y yo confío plenamente en la idea acerca de que en esta zona no hay pocos ladrones.
Tengo la esperanza en que les ocurra algo: que se extravíen, que sean asaltados, tomados prisioneros y, en el peor de los casos para ellos y el mejor para mí, que sean mutilados. De todas maneras, muy fácilmente podré hacerme con el vehículo y escapar.
Pero en este momento me veo obligada a olvidarme momentáneamente de mis ideas de libertad y concentrarme en la única acción capaz de lograrla. Afortunadamente, solamente me han amarrado las manos y fue muy sencillo extender las piernas, tirar la lona negra y extenderla lo mejor posible sobre todas las provisiones. Y una vez hecho todo me siento más segura.
- ¡¡La niña!!- exclama el jefe y pienso que han recordado la ubicación de sus reservas. Sin embargo, nada de eso ocurre y su idea se concentra más hacia un campo que no me compete en estos momentos-. Necesitamos llevarla con nosotros, o en todo caso, dejarla dentro para que no le ocurra nada. Si ha de morir, ha de ser pura y exclusivamente a causa de una de las diez pruebas a las que la someteremos. No me arriesgaré a perderla antes de tiempo.
- Bueno, ya basta de hacer tanto ruido y procuremos hacernos con una presa para poder comer- Manuel, como siempre siendo un hombre práctico, dirige la conversación hacia el tema que más les interesa a sus compañeros y a él mismo-. Es hora de mostrarles a los animales quiénes somos en realidad.
***
Auckland, 15 de enero,
durante un largo descanso...
Era el momento de descansar y de ordenar un poco las ideas que se sacudían en mi mente para ponerme al tanto de todo lo que mi jefe tenía planeado para el futuro.
Para los que se estarán preguntando qué pasó con la rata, simplemente le acercamos un poco la llama y el asustado animal huyó hacia la dirección opuesta de donde venía, lo que vendría ser, contraria a nuestra caminata.
- No puedo creer que existan tales animales. Resultan muy desagradables y antihigiénicos. Algún día los científicos deberían limpiar los drenajes para así lograr acabar con este problema de una vez por todas- se lamentó mi jefe.
- Hay cosas peores, animales, por ejemplo, que nosotros no conocemos ni se nos han cruzado nunca por nuestra cabeza y que pueden resultar más peligrosos que los ya conocidos. Y como sé que me conoces, comprenderás que no me refiero a los animales únicamente.
- Ya lo sabía- susurró entre risas mi jefe-. Oh, sí, continúa masajeando ese punto que es el epicentro de todos mis dolores, continúa, por favor- solicitó agregando unas muecas de dolor.
- Avísame cuando quieras que sigamos caminando- le recordé, de una manera directa y muy poco sutil mientras no cesaba en ningún momento de masajearle la zona contracturada-. Y dime, ¿qué tal andan esas rodillas?
- Aún algo hinchadas. Auch, todavía me duelen. Siento como la vejez me va derrotando lentamente y me torna inútil. No creo poder continuar.
- Espero que te recuperes pronto porque no quiero pasar más tiempo en esta fosa. En este lugar hay más gérmenes que en el baño de hombres de un hospital.
- No creas que no he notado eso, querido. Sabes muy bien que soy siempre el primero que busca mantener la limpieza. Y, como ya sabes, mi alergia a los ácaros aún no ha logrado apaciguarse.
- ¿Estás diciendo que no quieres seguir? ¿Que te rindes?
- Exactamente- se lamentó.
- Escúchame una cosa- disminuí la intensidad de mis masajes-, ha luchado contra cientos de malos, saqueado bancos, asesinado a más de cincuenta personas, enfrentado a la policía y recientemente has puesto fin a la carrera de tu archienemigo. ¿Y ahora vas a permitir que un par de rodillas hinchadas y una pequeña contractura te detengan? Piensa en todo lo qie has pasado, todo lo que has logrado superar con tu fuerza de voluntad, cómo lograste adaparte a tu pierna falsa y a un sinfín de situaciones complicadísimas. Y créeme que una vez que veas todo esto notarás que lo que tienes delante no es más que un pequeño desafío.
- Muchas gracias- respondió mi jefe-. Siempre es bueno una levantada de ánimo de vez en cuando.
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