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Capítulo LXXIV

***

Más pronto de lo que yo había imaginado, la risa de los dos hombres se tornan en una cara de preocupación y desconcierto. Ninguno de ellos da señales de tomarse la situación desde el lado cómico.

- Maldito Mark. Nos dejó aquí varados a la deriva. ¿Qué sería lo peor podría pasar? ¿Estos parajes suelen serviles de madrigueras a las ratas de segunda clase y son, como ya sabemos, los más propensos a cometer un asesinato a sangre fría por unos pocos pesos- se lamenta Manuel.

- Esto no es lo peor del asunto- lo refuta su compañero-. Cada vez tenemos menos tiempo para llegar a las seis de la tarde y, aunque aún falten veinte horas, el escenario no es sencillo para volver a montarlo.

- Y para mal de males el cobarde de Mark se marchó y nos dejó a la deriva. Deberían intentar comunicarse con él nuevamente. No creo que se atreva a dejarnos aquí.

- Lo intentaré, padre- se ofrece Javier- mas te advierto que conozco a Mark desde que era un crío y sé que nunca pierde la oportunidad para hacer bromas, y no de las más agradables, como tú ya te has dado cuenta. Si hay algo que aprendí al juntarme con él para jugar rugby los domingos es que nunca se sabe hasta dónde es capaz este hombre de llevar un chiste.

- Mas vale la pena intentarlo- sugiere el tercero de los hombres.

- Está bien, lo llamaré. Pero no se sorprendan si hoy tenemos que salir a cazar nuestra cena o si nunca más vuelva a respondernos.

El vehículo entero se embebe en un profundo silencio. Ninguno de los otros dos hombres abandonan su sitio y Javier prosigue a quebrar tanta paz.

- Javier llamando a Mark, repito, Javier llamando a Mark. Escucha amigo, nos hallamos varados. Basta de juegos ¿sí? Y dinos el camino. Si tienes algún problema con alguno de nosotros dime y lo solucionaré. No me defraudes. Cambio.

Del otro lado de la línea puede oírse una serie de sonidos extraños hasta que, finalmente, se escucha una respuesta, mas no precisamente la que todos los caballeros ansiaban escuchar.

- Mark llamando a Javier. ¿En serio debo decir esto antes de hablar? ¿Es que estamos en una película de idiotas? Bueno, volvamos a lo que nos compete. Les propongo un trato: diez mil por guiarles el paseo. Espero respuesta. Abierto a las ofertas. Cambio.

- Jefe llamando al bribón de Mark. No puedo creer que seas tan desagradecido. ¿Después de pagarte cuarenta palos verdes por darle unos desafíos a la niña aún quieres más? Me rehúso. Totalmente. Dinos ya cómo escapar. Cambio.

- Querido Joseph, en la vida hay que saber invertir. El dinero mueve al dinero, ¿viste? Mi última oferta: nueve mil o nada. Espero respuesta. Cambio.

- Pues entonces nada- vocifera el líder-. Cambio y fuera.

Nuevamente, otro nuevo socio ha traicionado la confianza de Javier, Manuel y su jefe. El asunto se torna algo complicado para ellos, aunque puedo ver en esto un brillo de esperanza, la oportunidad que estaba esperando para escapar. Después de todo, las traiciones no son tan malas. Todo lo malo tiene algo bueno, ¿cierto?... ¿O me hallo en un grave error?

***

Auckland, 15 de enero,
a las dos de la tarde...

De noche todos los gatos son pardos. O debería decir en la oscuridad, ya que, a pesar de ser las dos de la tarde, ni un rayo de Sol alumbraba la asquerosa superficie. El camino comenzaba a fatigar a mi jefe, quien ni cesaba de dar muestras de dolor.

- Ya no puedo más- sentenció-. Me duelen mucho las rodillas y tengo la columna demasiado encorvada como para seguir avanzando. Además, acaba de agarrarme tortícolis en el cuello de tanto mirar para abajo y esta combinación de dolores se ha tornado insoportable.

- Sin dudas ya no quedan rastros de tus épocas doradas. ¿Recuerdas que tus amigos te llamaban el Pequeño Napo? ¿Y también que cada día te saludaban con tanto respeto como los nazis a Hitler?

- De esas épocas ya no quedan más que recuerdos. En los últimos diez años he perdido a casi cuatrocientos hombres; únicamente Javier y tú me han sido fieles hasta el final.

- ¿No me dirás que un poco de polvo, mugre, moho, telas de araña, insectos y unos dolores detendrán la carrera de uno de los hombres más buscados en nuestro país? ¿Acaso no recuerdas que le han puesto precio a tu cabeza?

- Cincuenta mil no es tanto, en mi opinión, merecería por lo menos valer el doble. Yo creo que la policía de nuestro país es algo tacaña.

- Pienso lo mismo, pero eso no debe impedirle seguir amando al crimen y todo lo que ello significa.

- Ellos no me detendrán, mas es probable que esta maldita ventila sí. Ya no siento casi mis rodillas y necesito descansar un poco.

- Recuéstate un rato y relájate. Te masajearé un poco el cuello para quitar la contractura. Y no lo olvides: el dolor mata al dolor- esta última frase fue un agregado de último momento ya que mi jefe varias veces se había alzado contra mí a causa de la fuerza con la que yo le estrujaba el cuello cada vez que tenía tortícolis. Sin embargo, esta vez tampoco haría ninguna excepción.

De la vela no quedaban más que unos pocos centímetros; el rastro de cera serpenteaba a lo largo y ancho de la ventila y me hizo acordar de alguna manera al popular cuento de Pulgarcito, el niño de las migajas de pan.

Mi jefe se recostó panza abajo y dejó que su cuerpo se relajara un poco. Bajo la luz de la vela pude notar el color rojo en sus rodillas y los raspones de los codos. Sin dudas, esta situación se le había tornado algo complicada.

No llevaba más de unos pocos segundos recostados cuando se levantó repentinamente y lanzó un grito.

- Sal de aquí, rata asquerosa- en efecto, apareció en ese sitio un curioso animal bastante desagradable de pelaje negro y un tamaño de unos veinte centímetros, habría infartado a cualquier ama de casa.

El animal desprendía un aroma intenso. "Es el resumen de todo lo que podemos encontrar aquí" pensé: suciedad, oscuridad, sitios enmojecidos, telas de arañas y por último, pero no menos importante, dos ratas humanas en búsqueda de libertad.

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