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Capítulo LXXI

***

Manuel se acomoda en el asiento del conductor, el cual emite un sonido similar a una fratulencia y me provoca una tímida risotada. Coloca la llave del vehículo en su sitio y enciende el motor. El llavero lleva la forma y el escudo del Manchester United, el cual a su vez puede transformarse en un efectivo  destapador de botellas de cerveza.

Javier abre repentinamente la puerta y baja casi corriendo del camión, se dirige a la parte posterior del mismo y comienza a escucharse un estruendo provocado por miles de trastos que se golpean entre sí a causa de su torpeza. Después de unos segundos regresa con un objeto muy pesado en brazos. Casi no consigue montarlo en la parte de adelante, es por ello que su jefe le ayuda a subirlo con mucho cuidado.

Se trata, nuevamente, de la pesada madera color negro, la cual sería la encargada de ocultarme todo lo que pasa durante el trayecto hasta nuestra nueva locación. El jefe de la banda me indica que debo colocarme en el mismo sitio que en nuestro viaje de ida. Al llegar descubro que hay un paquete de galletas en el piso y la mitad de una Coca-Cola.

- Arranca, Manuel- le ordena el jefe-, y comienza a seguir los rastros de Mark. No dejes de oírlo en ningún momento porque no hay señales que sivan para orientarnos en caso de que nos extraviemos.

- No obstante- le interrumpe su hijo-, tenemos esto- Javier le da unos cuantos tincazos al aparato y activa el botón. En este momento el aparato comienza a emitir una serie de sonidos idénticos a los que puedes escuchar en aquellos canales de televisión que se han quedado abruptamente sin señal. Se trata de un moderno walkie-talkie.

- Aquí Manuel en las orillas del Mississipi- comienza el mismo-. Aún no hemos partido. ¿Dónde estás? Cambio.

- Aquí Mark desde las orillas del Mississipi- se escucha la voz un poco cambiada del conductor del otro vehículo-. Ya estoy bastante alejado de ustedes. Limítense a seguir mis huellas durante los primeros kilómetros. Cualquier inconveniente me avisan. Cambio.

- Estos deben de ser los rastros- señala el jefe-. Las huellas de sus neumáticos aún se hallan frescas. Aprovecha a seguilo hasta que se borren por completo- le ordena al conductor.

Durante unos minutos se dedican exclusivamente a seguir las huellas del famoso Ford Falcon. Sin embargo, muy pronto los últimos rastros acabaron por borrarse y Manuel pisa abruptamente el freno.

- ¿Qué sucede?- lo interroga Javier-. ¿Alguna gallina entrometida? ¿Algún conejo perdido?

- Me temo que los perdidos somos nosotros- contesta Manuel sin inmutarse, haciendo honor a su habitual sangre fría.

- Aquí el jefe llamando a Mark. Jefe llamando a Mark. Estamos perdidos. Precisamos de tus señales. Las huellas se secaron y estamos perdidos. ¡Contesta, maldita sea! Cambio.- el jefe espera impaciente la respuesta a su mensaje; sin embargo, su guía no contesta a sus mensajes.

- Intenta de nuevo en cinco minutos- le recomienda Javier-. Si lo llamamos continuamente él no podrá respondernos.

- El jefe llamando a Mark. Jefe llamando a Mark. ¡Contesta ya! Estamos perdidos. ¡Conéctate! Cambio y fuera.

***

Auckland, 15 de enero,
cerca del mediodía...

Al encontrar los rayitos de Sol se me vino a la mente el estribillo de una de las tantas patéticas canciones que mi madre me cantaba para ir a dormir: "Aunque no lo veamos, el Sol siempre está". Y en ese lugar no era la excepción.

- Ayúdame a cargar los cadáveres- me solicitó mi jefe.

De joven, yo había tomado clases para trabajar en una funeraria por correspondencia, mas nunca pude llegar a ejercerla ya que reprobé el segundo parcial. Sin embargo, entre mis pocos conocimientos sobre la ciencia de los muertos figuraba el hecho de que nunca debes dejar a un fallecido a la interperie. Para evitar que larguen su putrefacto olor era necesario cubrilo con lo que sea que tengamos a mano. Si bien lo más recomendable es con vendas, una simple frazada o un plástico sirven para aplacar un poco el olor.

Y eso hicimos. Transportamos los cadáveres de una esquina a la otra. A la joven la levanté como si de algo hueco se tratara y sin dificultad ni tampoco con la ayuda de mi jefe, logré trasportarla en mis brazos hacia el otro lado. Sólo en aquel momento me di cuenta de lo hermosa que era, mas ya era demasiado tarde.

El líder se tomó el trabajo de trasportar a Antonio. Él tampoco resultó ser tan pesado; su cuerpo atlético y bien preparado no pesaba más de setenta kilos, lo que si bien no era una pluma pero tampoco una bala de cañón como el viejo Zesh. Cuando mi jefe levantó a su archirrival se llevó una dedagradable impresión.

- ¡Qué horrible!- exclamó mientras al mismo tiempo un escalofrío recorría su cuerpo.- Parece ser que este cadáver se mueve- decidió cercionarse y le proporcionó unas cuantas bofetadas. La cabeza de la víctima se movió a la par de sus golpes: derecha, izquierda, derecha, izquierda...

Sin dudas el trabajo que más fatigados nos dejó fue el hecho de tener que transportar a Zesh de un lado al otro de la habitación. Al principio intentamos levantarlo entre los dos, con mi jefe sujetándole los brazos y yo ambas piernas. Sin embargo, nos resultó imposible levantarlo más que unos centímetros por tan sólo unos tres segundos.

Tampoco funcionaron otro tipo de usuales tácticas para levantarlo de allí; inclusive intentamos moverlo utilizando una madera como palanca, mas de todos modos el cuerpo no rodó ni medio centímetro. Indignado, a mi jefe se le ocurrió una técnica sorpendente.

Recostamos al viejo perpedicular al lugar en donde debíamos transportarlo y ambos nos pusimos de pie y comenzamos a empujar el cuerpo a fuerza de suaves (y algunas no tan suaves) patadas. Nos habría impresionado un poco con una persona viva, pero del viejo y corrupto hombre no quedaba más que su estorboso cuerpo.

Y de esta manera, el cadáver de la tercer víctima rodó lentamente y acabó apilado junto al de sus dos acompañantes. Solamente unos ropajes y un pequeño mueble ocultaban la ventila. Recogimos rápidamente todo, lo apartamos y nos dispusimos lentamente a pensar en la manera de penetrar en la famosa ventanita.

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