Capítulo LXV
***
Mi cuerpo comienza a congelarse poco a poco: primero siento el frío en mis pies, para que luego lentamente mi torso empiece a congelarse hasta llegar a mi cabeza. Una vez que me hallo completamente sumergida el cronómetro comienza a correr.
Durante toda mi vida he tenido los ojos muy sensibles y siempre se me ha hecho algo imposible la idea de abrirlos debajo del agua, ya que comienzan a arderme rápidamente para terminar completamente colorados. Sin embargo, en este momento mi salvación depende de observar bajo el agua, vencer al dolor y regresar con vida.
Mi vieja instructora de natación me había dado tanto miedo de aprender a flotar que acabaría de tomar clases a los once años, horrorizada hasta tal punto de no volver a tocar una pileta en el resto de mi vida. La única enseñanza que me llevé de ella es que debi relajarme completamente para lograr flotar. Sin embargo, dudo mucho que pueda lograrlo.
No debo preocuparme por el futuro; aún no he logrado llegar al fondo, ni abrir el candado ni mucho menos escaparme de esta prisión acuática. Lentamente las pesadas cadenas hacen su trabajo y me hundo en tan sólo unos pocos segundos.
Me es muy dificultoso comenzar a buscar la llave. Entrecierro los ojos, los cuales ya me arden desde hace bastante tiempo, y hago mi mejor esfuerzo para buscarla. Mas no tengo otra opción que arrojarme al piso y comenzar a reptar hasta conseguir la llave.
Faltando unos quince segundos antes de que los hombres cierren la tapa del tanque y me dejen morir ahogada, recojo lo mejor que puedo la llave. ¡Y el cronómetro marca que apenas restan trece segundos!
Al faltar solamente diez segundos se me desbala la llave y vuelve a depositarse en el fondo del tanque. Entro en desesperación y me lanzo en picada hacia ella, y acabo tendida panza abajo sobre la base con la llave muy cerca mío.
Segundo ocho: logro incrustar a duras penas la llave en el candado e intento experimenrar para conocer para qué lado se abre el candado.
Segundo siete: aún continúo barallando con la cerradura mas noto que debo girar la llave hacia la derecha. Sin embargo, fracaso en el primer intento.
Segundo cinco: realizo una arriesgada maniobra que hace que mi muñeca casi se disloque y un fuerte comienza a sentirse. A pesar del fuerte dolor, abro el candado con un sutil movimiento con el cuerpo y por fin consigo liberarme.
Segundo tres: en un ataque de desesperación hago un esfuerzo titánico por deshacerme de las cadenas y lo consigo. Me hallo completamente agotada y el resto del aire se escapa de mis pulmones, los cuales comienzan a llenarse pura y exclusivamente con agua de río.
Los dos últimos segundos pasan sin que yo los note, o mejor dicho, sin que yo esté consciente de ello. Ya me resigno a morirme ahogada, mas al abrir los ojos noto que comienzo a ascender lentamente. Asimismo, la inmensa tapa del tanque, una hermosa y pesadísima roca de una tonelada, comienza a cerrar mi ataúd.
Faltando unos pocos milosegundos cierro los ojos y mi cuerpo siente que la pesada piedra se acomoda en su sitio y me figuro de que la esperanza de sobrevivir se ha esfumado y estoy condenada a morir en una prisión de agua.
Relajo mi cuerpo y me dejo llevar lentamente por el agua. Pero en un momento siento que algo resistente toca mi cabeza y comienzo a comprender que toda luz se ha apagado para siempre.
***
Auckland, 14 de enero,
ya en tiempo de elección...
Nunca se me habría ocurrido pensar que un político de la talla de Marcus Spentish Zesh dispararía a quemarropa contra una joven a la que quiere sonsacarle información. Mas los dos agujeros de bala que agujerearon la frente de la joven ya se habían producido y el cadáver yacía junto a el de su jefe. El único que aún no había matado a nadie en ese día era yo.
- ¡Aquí tienes, pequeña princesa!- Zesh comenzó a reír con una risa de maniático, revelándonos una fase de psicópata desconocida para nosotros.- Ve a reunirte con tu jefecito, maldita seas.
Cuando el viejo comenzó a ver la sangre que brotaba de la cabeza de la víctima, la cual empapó todos sus párpados y llegó a escurrirse y gotear sobre el cuello de la joven fallecida que demostró tener más sangre de lo que parecía, lejos de impactarse se restregó las manos como un maniático y sus labios dibujaron una mueca de satisfacción.
- ¡Mira lo que has hecho, viejo imbécil! Eres un desconsiderado, holgazán, impulsivo, asesino a sangre fría y, lo peor de todos un suicida. ¿Eres estúpido o practicas? Porque debo felicitarte porque te sale excelente el teatrito. ¿Dónde escondiste las cámaras?- no soporté un minuto más toda mi furia y debí de echárselo todo en la cara. Eso en mi país se llama darle la cara a los problemas y a las personas que nos los generan.
》¿Acaso no sabes nada sobre sobornos y amenazas, quizá? Me sorprende que un político en estos días no conozca el arte de robar y escapar a salvo. Al parecer, sólo sabes hacerte con el dinero- dicen que el daño psicológico que generan las palabras es a veces peor que el físico, aunque sorpresivamente, este no fue el caso del viejo Marcus.
- Ya deja de quejarte- el malvado avanzó hacia mí y me apuntó directamente al corazón. Valientemente, me acerqué también hacia él y esperé a que continuara con su perorata- y enséñame cómo escapar de aquí si es que no quieres terminar con la misma cantidad de mujeres que esa tosca y tacaña secretaria de segunda.
- Si hubieras utilizado tu cerebro aunque sea este poquito- hice una seña con mis dedos índice y mayor mostrando un tamaño pequeñísimo- te habrías dado cuenta de que ella era nuestra única esperanza de salvarnos.
- ¡Tonterías!- se rió macabramente Zesh.- Cualquiera con medio cerebro encontraría la manera de escapar de aquí.
- Al parecer sólo somos dos los que podemos lograrlo. ¿Cierto, Manuel?- mi jefe intervino en la conversación para provocar también a Zesh e involucrarse en la conversación con un claro objetivo en mente.
- Al parecer, ambos quieren una dosis de plomo. Pero no de preocupen: los dos tendrán su merecido- ya no sabíamos como reaccionar ante aquel hombre desesperado.
Mas mi jefe tenía una idea y yo, casualmente, la compartía.
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