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Capítulo LXII

***

-Sígueme- Javier regresa su machete al lugar en donde antes descansaba: el resistente cinto de cuero que se cuetne alrededor de su cintura. El filo le roza sus rodillas desnudas y provocan unos cuantos raspones y que unas gotas de sangre comiencen a escurrirse desde ellas.

Los hombres se hallan  a tan sólo unos metros de nosotros. No nos sería dificultoso alcanzarlos; el camino es más llano y despejado de todo tipo de árboles frondosos. Al notar mi captor que nos acercamos al resto de la banda sonríe.

- ¿Alguien quiere algo de cerveza negra?- tales son las palabras que el jefe de la organización nos dirije al notar nuestra presencia cerca de la suya.

Tanto Javier como yo asentimos y se nos entrega un gran vaso cargado de aquella bebida. En lo personal, beber alcohol no es algo que me apacione; al contrario, trato de evitarlo la mayor cantidad de veces posibles. Pero en este caso es preferible aceptarlo antes que morir de sed bajo un sol radiante que quema la piel.

Una vez que los cinco terminamos de hidratarnos (aunque debo admitir que intenté ganar algo de tiempo bebiendo más lentamente) el jefe consulta su reloj. Las seis menos seis minutos. Era el momento de enseñarme lo que me tienen preparado en esta ocasión.

El viejo pirata aclara su voz y, tras un último trago, comienza con su interminable monólogo.

- Seguramente te estarás preguntado por qué nos hallamos aquí, en medio del río Mississipi y junto a un inmenso tanque de acrílico. Primero, he de aclararte que fuimos cordisles contigo y decidimos cambiar el escenario para tus pruebas. La cuarta de ellas tendrá lugar aquí.

》Acompáñame un momento- me hace un gesto de invitación con el brazo y me invita a caminar junto a él-, caminemos juntos y te mostraré todos los elemento qie aquí se hallan y su importancia en este desafío.

》En primer lugar- comienza su cuenta- tenemos a este grueso tanque de acrílico- le da varios tincazos y comienza a golpearlo al ritmo de una canción que está de moda-, el cual tiene dos mil litros de capacidad.

》Debajo de él tenemos un reloj digital- me señala el aparato que marca un minuto en números rojos-, o debería decir un temporizador. Ya volveremos a él luego.

》En tercer lugar, tenemos una gruesa manguera y una bomba de agua conectada a lo más profundo del Mississipi. Una vez que conectemos todo y abramos la llave de paso la magia ocurrirá.

》Asimismo tenemos un candado con una llave única y diferente a todas a las que alguna vez pudiste ver. Ambos son de bronce y fueron empeñados por un famoso cerrajero que trabaja en el bajo fondo.

》Por último, tenemos una camisa de fuerza de color blanco, junto con su correspondiente cadena inviolable. No sabemos si te quedará, mas eso no nos logrará detener.

》No sé si alguna vez viste en la televisión a este sujeto- me extiende una foto en blanco y negro de un tipo buen mozo con un pequeño bigote y una media sonrisa dibujada en su rostro. Aunque sé que alguna vez lo he visto, posiblemente en algún documental del National Geographic, ahora mismo no puedo reconocerlo.

Tras una minuciosa inspección, propia de un destacado fisonomista, me resigno finalmente. No puedo reconocer a tal hombre. El jefe se muestra orgulloso.

- Al parecer, nunca lo has visto. Pero se trata del famoso escapista Harry Houdini. ¿Nunca conociste la razón de su muerte?

***

Auckland, 14 de enero,
una hora antes de la elección...

El rostro de mi jefe comenzó a tornarse cada vez más violáceo, signo inequívoco de que su oxígeno comenzaba a escapar de sus pulmones. Y justo cuando su rostro comenzó a recuperar el color, cayó de espaldas contra el suelo, en un golpe seco que hizo temblar el piso y al viejo Zesh.

El famoso político comenzó a sentirse mareado y algo descompuesto a causa de la impresión. No pudo soportar el hecho de ver muerto a su único posible salvador. Y yo, rodeado de cuerpos totalmente caídos, me hallaba paralizado. Estaba seguro de que no salíamos más de esa y pensé en interferir.

Sin embargo, el mero hecho de imaginarme a mi jefe siendo degollado en manos de Antonio no sólo me hizo estremecer, sino que también me detuvo. Si mi jefe estaba muerto mi vida ya no valía ni un poquito. No tenía a nadie a quien obedecer y con quien sentirme seguro.

Antonio aprovechó el desmayo de mi jefe para recuperar el aire durante unos minutos. Una vez que hubo descansado lo suficiente se acercó a mi jefe y lo observó de cerca. Solamente para cercionarse de que su rival se hallaba realmente muerto se dispuso a dar el golpe de gracia: una patada magistral el el medio del cuello, no sólo quitándole el aire, sino que también matándolo en el acto.

Levantó la pierna por encima de mi jefe y contó mentalmente hasta tres, para disponerse a acabar con la vida de su archirrival. Sin embargo, justo cuando su pierna distaba unos pocos centímetros de mi jefe, dos grandes brazos se cerraron alrededor de ella y lo hizo tambalear. Mi jefe había regresado.

El líder del grupo, fiel a sus instintos asesinos, tomó con furia la pierna de Antonio, lo levantó por encima de su cabeza y lo estrelló contra la pared en donde se hallaba la otra de las dos vitrinas y la única sana de ambas.

El espectáculo fue aterrador: ver cómo la estsntería se balanceaba y acababa con caer de lleno contra el cuerpo de nuestro enemigo me horrorizó. Seguramente, muchos de esos vidrios se incrustaron en el cuerpo de Antonio, quien se desplomó sin decir palabra.

- Al parecer, un mismo truco puede funcionar varias veces- mi jefe le dirigió estas palabras a su oponente, mas yo dudo que lo haya escuchado, aludiendo a la táctica con la que casi había logrado asfixiarlo.

Luego de cinco minutos de silencio nos indicó que levantásemos el cadáver mientras él sostenía las dos pistolas en sendos brazos, listo para disparar en caso de que sea necesario.

- Regístrenlo- nos ordenó- y busquen en sus ropas algo que nos pueda ayudar a escapar de esta prisión de hierro.

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