Capítulo LIX
***
Manuel continúa manejando con su habitual sangre fría y poco a poco nos alejamos de la policía. Realiza un recorrido con muchas curvas y deja nos deja fuera del alcance visual de la posta número treinta y ocho.
Recién en ese momento se atreve a romper el hielo. Se encuentra feliz por haber logrado burlarse de la policía pero, a su vez, noto en su rostro una dosis de preocupación.
- Ya pueden salir de su escondite, muchachos- les ordena en un tono de voz extremadamente bajo, como el que usamos para contar alguna confidencia.
La enorme lona negra se levanta lentamente y los dos hombres ocultos entran en escena. Se sacuden un poco el polvo mientras que Manuel toma la nueve milímetros que había escondida bajo el volante y me apunta. Tanto Javier como su jefe avanzan con los brazos extendidos hacia mí, me toman y vuelven a atarme y a colocarme la mordaza. Me esconden tras la madera negra y continúan su viaje.
- Eso estuvo cerca- suspiró el jefe-. Felicidades, Manuel, has logrado manejar esta situación a la perfección. Te encuentras a sólo un acto heroico de convertirte en el secuaz del mes.
- Tampoco es para tanto- Javier está celoso de su compañero y no puede evitar sentir envidia por su compañero-,cualquiera puede hacerlo mejor que él. Sólo es cuestión de buscar respuestas ingeniosas y actuar natural. Nada más simple.
- Al menos tú no tuviste que besar a esa niña- Manuel se asquea y es posible que un escalofrío le haya recorrido el cuerpo.
- Espera, ¿la besaste?- Javier se encuentra atónito. Nunca había sospechado acerca del rumbo que habían tomado las cosas fuera del camión.
- Desgraciadamente- se lamentó Manuel-. Sentí el sabor de sus labios y ahora tengo parte de su saliva en mi boca- escupe carias veces sin inmutarse en el piso del camión al son de las palabras "maldita sea, maldita sea".
- Conque estuviste jugando al galán, ¿cierto?- por primera vez en mucho tiempo escucho un comentario divertido por parte del jefe de la banda, quien le da una palmada cariñosa en la espalda a Manuel.
- Llámalo como quieras- le responde Manuel, indignado.
- A propósito de todo esto- Javier interrumpe la conversación entre los dos hombres y la dirige jacia el lado que le interesa-, ¿cuánto nos falta para llegar allí?
Manuel consulta su reloj y le da una respuesta poco convencional:
- Estoy seguro que llegaremos antes de que el Sol se ponga- al parecer, este tipo de comentarios molestan al impaciente de Javier que siempre quiere conocer todo con la mayor exactitud posible.
- Eso espero, porque Mark me llamó diciendo que se encuentra en Mississipi desde hace media hora. Te pido amablemente que aprietes el acelerador o tendré que apretar el gatillo de mi amiga- al parecer, este tipo de amenzas son de lo más normal entre estos tipos, ya que el conductor no toma la advertencia en serio.
- Ya déjate de ser tan quisquilloso, Javier- lo retó su jefe-, suficiente con todo lo que ha hecho Manuel por nosotros hoy. No puedo creer que seas tan desagradecido con él.
Javier da un golpe fuerte en la ventanilla y, cual niño caprichoso, decide terminar allí con la discusión. El camión, mientras tanto, continúa su trayecto: algunas veces recto y veloz, otras veces angosto y sinuoso.
El silencio del vehículo solamente es interrumpido por el ruido del resto de los vehículos que circulan por la ruta, hasta que finalmente la voz de Manuel declara que:
- Hemos llegado a destino.
Esta será la cuarta prueba de una larga serie. Me pregunto qué querrán hacer conmigo. También me cuestiono por qué estos hombres son tan extraños y, por sobre todas las cosas, qué importancia tiene ese tal Mark en todo este asunto.
***
Auckland, 14 de enero,
3 horas antes de la elección...
- Al parecer, alguien dejó abierta la trampa para ratas- la luz estaba apagada, pero la risa de hiena que provenía de aquél que nos estaba hablando era inconfundible.
Antonio accionó el interruptor y se dirigió nuevamente hacia nosotros. Sin embargo, mi jefe fue el primero en intentar defendernos.
- Déjamos huir- mi jefe hablaba entre dientes y tenía las venas del brazo tan marcadas que parecía que en cualquier momento se iban a salir de su lugar.
- Me sorprende tu comentario, Josep- Antonio comenzó a caminar alrededor de nosotros sin parar de derecha a izquierza y viceversa, formando un medio arco casi perfecto-, y sobre todo considerando que no tienes posibilidad contra mí.
- Podría vencerte con mis propias manos si quisiera, sin la ayuda de estas estorbosas armas- argumentó mi jefe-, mas tengo en ellas un preciado tesoro que no me gustaría dejar abandonado.
- Te propongo un trato- Antonio comenzó a frotarse las manos-: una batalla uno contra uno. Juego limpio, sin armas de ninguna clase. Si ganas, te doy mi palabra de honor de que te dejaré libre; pero si pierdes te juro que los aniquilaré uno a uno con un balazo en la cabeza.
- Acepto tu desafío- mi jefe se arremangó la camisa y me entregó su pistola.- Ahora es tu turno de deshacerte de todas tus armas- mi jefe pensaba en todo a la vez, algo que era, sin dudas, magnífico.
Tanto Antonio como Zesh y yo depositamos todas nuestras pistolas en la habitación en las que antes habíamos sido encerrados. Asimismo, colocamos la cama a un costado y revisamos cuidadosamente que ninguno de los contrincantes tuviera algún arma consigo. Una vez hecho esto dimos señal para iniciar con la pelea.
- Esperen un segundo- Antonio detuvo a mi jefe que ya estaba a punto de arremeterse con toda su furia contra él.
- ¿Qué quieres ahora?- le cuestionó ofuscado mi jefe.
- Ata a tus secuaces- la petición de Antonio era de lo más descabellada-, tengo miedo de que se vuelvan contra mí y, de esa manera, la batalla no sería justa.
- Juro solemnemente que si uno de los dos se atreve a ayudarme en esta pelea me entregaré a tus brazos y dejaré que lentamente me degolles frente a sus ojos, para que después hagas lo mismo con ellos.
Al parecer, Antonio quedó satisfecho con la propuesta, más que todo, con la idea de poder degollar a mi jefe sin que se le opusiera resistencia alguna. Alzó los pulgares, colocó sus brazos con los puños cerrados cerca de su rostro y dio señal de que estaba listo. Mi jefe realizó el mismo procedimiento, incluyendo al final del mismo la misma orden de comenzar la pelea.
Y así, en una sala de terapia intensiva, rodeados de muebles de vidrio y una pesada cama que habían sido corridos a un lado, comenzó la pelea. La batalla estaba por comenzar, ya era hora de dar la orden. Zesh elevó el brazo y lo bajó bruscamente después de haber contado hasta tres, iniciando de esta manera un duelo entre dos titanes.
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