Capítulo LIII
***
Regreso a mi habitación una vez que Manuel me expulsa de la suya. Ha sido un largo día. Hacía mucho tiempo que no ayunaba y a eso mi estómago lo sufrió.
En fin, ahora no me cabe duda de que la famosa advertencia que pronunció el jefe iba muy en serio. No veía en estos hombres seres capaces de cometer semejante atrocidad, digno de una sociedad en la que las diferencias entre el hombre y la mujer desencadenan catastróficas consecuencias.
Finalmente, mi estómago deja de rugir. Ya puedo dormir en paz y permanecer segura hasta las seis de la tarde de mañana.
Las pocas luces provenientes de la calle comienzan a apagarse, y el semáforo de la esquina deja de mostrar alternativamente sus tres colores para dar lugar a un incesante parpadeo de luz amarilla. Y es en estos momentos cuando las ratas comienzan a salir de sus madrigueras y se dedican a saquear, matar y robar. Salvo, por supuesto, Manuel, Javier y su viejo jefe que parecen tener ya suficiente trabajo conmigo como para "adoptar" a otro hijo.
La noche transcurre lentamente. Mi cuerpo ya no se incomoda al recostarse sobre una dura madera, simplemente comprendió que debe saber amoldarse a la situación. Pero esta vez, quienes no cesan de gritar son los murciélagos. Sus alaridos lastimeros me despiertan tres veces por la noche y no me permiten conciliar el sueño.
Ya es la mañana y el gallo cantor de la vecina de enfrente comienza su serenata al Sol y provoca paulatinamente que cada persona de la cuadra abra lentamente los ojos.
Al despertar, me encuentro con un plato de rebanadas pan con mermelada acompañado por una nota que dice: "Prepárate para conocer nuevos horizontes. Saldremos a las cuatro de la tarde. Alístate con anticipación porque no perderemos nuestro precioso tiempo mientras tú haces tus cosas de mujeres.
Espero tu respuesta,
Javier."
Al parecer, nuestra próxima prueba tendrá lugar en un sitio diferente, aislado de este sucio barrio y de esta peligrosa casa. Aún tengo esperanzas de que, durante mi cuarta prueba, algún transeúnte se alarme y llame a la policía.
Deslizo una nota por debajo de la puerta indicándole que no se preocupe por mí, ya que estaré en la puerta a la hora citada. Lamentablemente, estoy a sus órdenes y no puedo objetar ninguna de sus decisiones. Desde ya hace bastante tiempo, Javier me obliga a enviarle una nota cada mañana, para conocer mis necesidades y así satisfacerlas.
Unas horas más tarde, la puerta se abre y Javier entra en escena. Viste una ropa totalmente blanca pero manchada de sangre hasta los pies. Al principio creo que se desangra, pero más tarde comienzo a pensar en la posibilidad de que eso sea un espantoso disfraz.
- Cámbiate y luego camina hasta la puerta de entrada y no intentes ningún truco. Afuera hay varias personas y podrían sospechar de mí al verme obligándote a subir al camión apuntándote con mi pistola.
》Te advierto que no intentes ningún truco ya que de lo contrario te destrozaré con mis propias manos hasta verte convalecer.
》Toma- me lanza uno de los sucios uniformes que él vestía y un olor a carne cruda inunda la habitación y me provoca unas arcadas-, a partir de ahora, eres una repartidora de Pepo's Butchers. Vístete rápido que no tenemos todo el día.
Mientras me coloco el asqueroso enterito blanco, dos o tres tallas mayor que yo, veo la sangre y comienzo a descomponerme. Pero ahora, más que nunca, debo ser fuerte.
***
Auckland, 14 de enero,
23 horas antes de la elección...
La nueva habitación en la que me encontraba era una especie de búnker gigantesco, impenetrable por donde lo veas y no apto para claustrofóbicos como mi hermano Santiago.
Adentro del búnker se hallaban dos camas enfrentadas, una pequeña mesita de luz con ruedas con una jarra con agua encima, dos vasos y una diminuta radio. También se hallaba un pequeño ventanal en el techo, el cual permitía una renovación parcial del aire que respirábamos.
Las paredes turquesas hacían juego con el par de veladores que se hallaban atornillados a la pared. Uno de ellos se hallaba encendido, iluminando un pequeño libro tras el cual se encontraba la presencia del verdadero Zesh.
- Parece que tienes compañía- le dije tímidamente a modo de saludo.
Mis palabras hicieron que el viejo desviara su atención por un momento del libro, dejándolo sobre su regazo, de modo tal que pude leer el título del mismo. Se trataba de Diez Negritos, escrito por la reina del crimen, Agatha Christie. Los tres siempre la leíamos y, de ese modo, aprendíamos cómo actuaba la policía para así saber a qué atenernos durante nuestras fechorías.
- ¿Te conozco?- el viejo achinaba los ojos, buscando de esa manera reconocer al imbécil que había interrumpido su lectura.
- Mi nombre es Manuel. Me sorprende que no me hayas reconocido ya que hace unos años nos habías contactado por teléfono para asesinar a un antiguo socio tuyo, el señor Peter Harold.
- Yo nunca telefoneé a ningún ladrón- el viejo se hallaba realmente irritado y, al juzgar por su voz, parecía que decía la verdad.- Al contrario, mi campaña política se basaba más bien en exterminarlos.
- ¡Qué extraño!- exclamé admirado.- Entonces, o bien mi jefe me mintió o bien es usted-pronuncié la pañabra en tono acusador- quien ahora, a causa de su estúpida publicidad política, intenta santificarse y simular que nada de esto ocurrió.
- Tal vez lo hago porque en realidad nada de esto pasó- el viejo adoptó un tono de voz tajante, marcó su libro en la página en la que había quedado y lo dejó sobre la mesita de luz. A continuación, extendió el brazo y apagó bruscamente la luz al accionar el interruptor. Una vez en la oscuridad, se tapa con el cubrecamas y se da la vuelta dándome la espalda.
Al parecer, no empezamos con el pie derecho. Tal vez debo ser un poco más amable con las personas; de esa manera quizá me gane la confianza de personas que no sean exclusivamente criminales. Pero, desafortunadamente, malvado se nace y no existe en el mundo fueza capaz de hacerme cambiar. Ni siquiera considero al amor como a un posible rival.
El amor no existe, el amor es tonto. Y, por sobre todas las cosas, es una pérdida de tiempo. No estoy preparado para amar, y agradezco no estarlo.
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