Capítulo LII
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Disfruto del banquete y noto como, con cada bocado de comida y con cada sorbo de agua, mi peligrosa hambruna y mi sed se apaciguan lentamente. Finalmente, he conseguido pasar la tercera de las diez pruebas, lo qie significa que aún me falta el setenta por ciento por recorrer. Sin embargo, ahora me alegro de haber sovrevivido al tercer juego y me relajo un poco, buscando despejar mi mente de toda preocupación y limitarme simplemente a comer e hidratarme.
Me detengo durante un momento, justo cuando voy por la mitad de mi plato de pasta casera que sabe delicioso, y observo la nueva habitación en la que me encuentro. No sé en qué podría ayudarme esto a escapar, pero vamos, con hechar un vistazo no se pierde nada más que unos pocos segundos y esto podría servirme para conocet un poquito más a mis anfitriones.
Al parecer, cada matón posee una habitación propia, aislada de las otras. La número tres pertenece a Manuel. Hubo varios indicios que me ayudan a consolidar mi hipótesis: en primer lugar, los ropajes que se hallan sobre la cama son el mismo pantalón y la misma remera que acostumbra a vestir (remera blanca pero marrón por la suciedad y pantalones holgados con unos cuantos agujeros en las rodillas). Además, se encuentra sobre una repisa una fotografía bastante reciente de Manuel a puro color, en la cual posa como si se tratara del Pequeño Napo*, lo cual me provoca una ligera sonrisa.
Sus objetos personales se limitan a unas viejas velas que se encuentran sobre un mueble, justo alrededor de una fotografía color sepia de una mujer; un mazo de cartas de póquer y una baraja española, un perchero del que cuelga un gracioso paraguas violeta y cientos de trastos por todos lados.
Dicen que una de las mejores formas de conocer a alguien es ingresar a su habitación. Tras este pequeño vistazo puedo notar que Manuel es huérfano al menos de madre y esto fue un duro golpe para él; probablemente encontró en el crimen la manera de olvidarse de ella y, al parecer, le funciona.
Trancurren más de veinte minutos y yo todavía sigo comiendo: dos platos de pasta, una empanada dulce y una pequeña porción de pastel. Por otra parte, consumí en cinco minutos lo que un ser humano normal debería beber en doce horas.
Al parecer, Manuel comienza a impacientarse de tanto esperar afuera de su habitación. Probablemente se encuentra muy agotado después de todo un día de emociones, lo que provoca que apenas logre mantenerse de pie.
Abre bruscamente la puerta y me ordena a abandonar la habitación. Al terminar de comer la porción de pastel logro esconder muy hábilmente detrás de mi vestido un paquete a medio abrir de galletas, me doy la vuelta y abandono el cuarto sin decir ni una palabra.
Hoy, a las seis de la tarde, me enfrentaré a la cuarta prueba. De mí depende exclusivamente sobrevivir a ella o morir en el intento. Desconozco totalmente cuál será el próximo castigo.
¿Hasta dónde puede llegar un ser humano motivado por el odio?
***
Auckland, 13 de enero,
24 horas antes de la elección...
La proposición de Antonio me dejó con la boca abierta. No podía creer que iba a conocer a nuestro verdadero cliente, pero ya era muy tarde como para continuar haciendo negocios con él. Lamentablemente, ambos nos encontrábamos prisioneros de un lunático asesino, y nos sería imposible escapar.
Solamente esperaba que se despierte en mi jefe, al repasar los acontecimientos, la idea de quién era la persona con la que en realidad trabajábamos y a quien nosotros creíamos muerto.
Decidí pedirle un deseo, algo así como mi última voluntad. Sabía que me sería imposible escapar esta vez de las garras de este asesino ya que, cada vez que aparecía en nuestras vidas, regresaba recargado y con más sed de venganza que antes.
- Antes- al comenzar a hablar noté que mis labios comenzaban a temblar y que las palabras que escupía sonaban entrecortadas. Ese tartamudeo era propio del miedo que tenía en aquel momento.- de acabar con mi vida, me gustaría pedirte algo- me sentía inseguro, temía que Antonio pensara que lo desafiaba de algún modo.-: quisiera saber cómo hiciste para no morir envenenado aquella vez.
El español me miró con cara de misericordia, me dedicó dos parpadeos rápidos (que no eran más que una continuación a su burla), una boca de pato que me causó algo de gracia y un levantamiento sobrador de cejas. Luego, aplaudió suavemente, con el único objetivo de juntar sus manos, las entrelazó, alternando entre los dedos de cada una, se puso cómodo y comenzó a repetir un monólogo que, al parecer, ya tenía preparado.
- Querido Manuel, creí que un hombre tan brutalmente inteligente como tú (más bruto que listo, según por lo que me figuro ahora) no sería capaz de preguntarme semejante cosa. Confiaba en tu capacidad de razonar, de conectar los hechos para llegar a buen puerto pero, de igual manera, te explicaré.
》Verás, estoy seguro de que recuerdas aquella noche en la que supuestamente tu jefe y tú pusieron fin a mi carrera proporcionándome una dosis mortal de cianuro en polvo que se encontraba dentro de un sobrecito verde oscuro.
》Como ya sabes, un astuto criminal no se traiciona a sí mismo y, en los momentos críticos sabe tomar las mejores decisiones. Bueno, como seguramente recordarás, aparentemente- y resaltó esa palabra haciendo comillas con los dedos- me había quedado sin cianuro.
》Querido Manuel, yo nunca revelaría, ni aún bajo presión el lugar en donde guardo mis venenos. En su lugar, los dirigí hacia sitio en donde guardo mis aspirinas recetadas. Nunca pensé que mi exótica manía de guardar los objetos más comunes en los sitios más extravagantes me serviría alguna vez.
》Y, por si aún te lo preguntabas, sí, lo que me suministraron no era veneno, sino una de las dos medicinas que debo ingerir diariamente. Actuar mi muerte no se complicado, principalmente ante el ingenuo público que presenciaba mi espectáculo.
No podía comprender lo estúpidos que fuimos para no asegurarnos de que realmente este hombre no se nos cruzaría nunca más en nuestro camino. Pero, en aquel momento, ya era demasiado tarde como para arrepentirse.
》No tengo dudas de que te estarás preguntando como es que monté esta farsa aquí. Pero no te preocupes, conozco a alguien que la conoce perfectamente- corrió un armario, el cual estaba cargado hasta arriba de utensillos de cirugías, y reveló una puerta oculta. A continuación, introdujo la llave en la cerradura y me presentó.- Señor Zesh, le presento a Manuel.
Me empujó hacia dentro y nuevamente aseguró la puerta, dejándome acompañado del verdadero Zesh y de un sinfín de preguntas que, con sólo pensar en ellas, comenzaba a temblar.
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* Apodo con el cual se solía nombrar al general francés Napoleón Bonaparte.
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