Capítulo III
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Me quedé sorprendida de la cantidad de tiempo libre del que disponía cuando no estaba en la escuela, aunque habría preferido ausentarme a encontrarme sola, acompañada de una persona que oculta su rostro detrás de un pedazo de tela negra. Estaba deprimida, quebrada, vencida. Era el momento de ser positiva; podría salir de aquí pronto. O al menos eso esperaba.
Extrañaba a Silvia, me sentía vacía sin ella, el complemento que le da sentido a mi vida. Recuerdé a Michael. ¡Oh mi Michael dónde se habría metido! Un viento muy suave levantó las hojas de mi diario, del mismo modo que ocurría con su cabello color oro, el cual describía ondas muy dulces. Sus ojos celestes, reflejo del cielo, me miran cómplices desde donde quiera que esté. Ahora mi única compañera era aquella insignificante armónica, que de algún modo era responsable de todo esto, ubicada sobre la dura tabla donde mi cuerpo había reposado la noche anterior.
Estaba nerviosa. Quizá me preocupara demasiado por el futuro. Aún no lo descubría. Tal vez cuando estuviera más tranquila lo vería más claro. La pregunta que me perturbaba en este momento es si lograría la libertad...
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La reunión transcurrió sin notables incidentes más que un par de escupitajos, paralíticas e insultos que no sería correcto mencionarlos. Nada más común. En un mundo de hombres la realidad era distinta. Tal vez demasiada. No sabemos amar. No podemos hacerlo tampoco. Nuestro corazón no está preparado para sufrir por amor. Menos el mío.
Tras una larga discusión, el reloj repicó varias veces. La sesión había concluido sin daños significativos: un viejo jarrón yace descuartizado sobre el piso, uno de los platos se hallabq completamente destruido y la mesa antigua todavía tenía marcadas las cicatrices de un cuchillo. De a poco nos íbamos humanizando: ya no terminaba cada reunión con un knockout de uno de nosotros ni tampoco con gotas de sangre derramadas sobre los pulcros sillones de la sala de estar. Nada de eso. Ahora los hombres somos más civilizados.
Concluimos finalmente en que nuestro objetivo estba más que claro: debíamos hallar al hombre que había arruinado nuestras vidas luego de realizar aquella llamada, que nos condenaría a esa gran jaula, de donde solamente los grandes pájaros pueden escapar. Cinco años. Cinco malditos años...
De un momento a otro una idea sobresaltó mi cabeza. Esos era. Si no podíamos con él, quizá podíamos golpearle donde más le doliera. Ella era perfecta, oro puro en nuestras manos y nos iba a permitir vengarnos. Samuel Ferrero, sus días estaban contados. Un día de estos sería la mano fría y estática del verdugo quien ponga fin a este asunto...
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