Capítulo II
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No me acostumbraba al silencio sepulcral que dominaba mi nueva morada. El trinar de los pájaros, el sonido de las hojas y el cantar del viento no traspasaban las paredes del habitáculo.
Las golpeé, y noté que sólo de ladrillos se trataba. Aunque cualquier sonido que sea un sinónimo de libertad se encontraban ajenos a mi percance auditivo. La Providencia me abandonó. Ya era oficial, moriría allí, sola, triste y olvidada...
Me sentía tan sola. ¡Las horas que pasaba aburrida, sentada sobre una dura tabla, transcurrían eternamente! Tuve tiempo de dibujar las partituras que mi profesor de música, el señor Gómez, nos había dictado el viernes pasado. Era una versión acústica del tema "Thriller", del gran Michael Jackson. Consideraba también que ese era el mejor momento para interpretarla. Sabía que estaba sola pero... ¿Alguien podría escucharme? No era muy buena con la armónica y pensaba que al hombre que me trajo allí no le gustaría que una chica de dieciocho años de edad molestara con una melancólica versión de un tema tan conocido. Comencé. Las primeras notas cayeron, en una melodía sin afonía ni ritmo. Eso no me interesó, tendría mucho tiempo para mejorar. Quizá demasiado...
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En el ambiente se respiraba un aire turbulento, viciado. Tal vez el olor a tabaco de los cuatro atados diarios que fuma mi jefe causan su efecto.
Llegué temprano, algo dentro de mí anticipa lo que irá a ocurrir. Mi corazón palpitaba a un ritmo poco usual y las mariposas hacían sus travesuras en mi estómago. Las uñas de mis manos ya estaban carcomidas. No podía esperar más. Abandoné mi diario, mi jefe venía en camino...
¡Cuánto extrañaba esas reuniones! Los tres juntos, alrededor de aquella mesa redonda de roble, del mismo modo que el rey David tantos años atrás. A todos nos unía un sentimiento: el ODIO. Pero no aborrecíamos a jueces, políticos o policías. Su nombre fue pronunciado infinidad de veces durante la reunión. Su nombre, su nombre, su nombre... Nunca olvidaré esa reunión. Debíamos dar el próximo paso, actuar rápido pero con cautela. Ahora más que nunca necesitábamos aprender a esperar.
Concluída la reunión, cada uno retomó a sus actividades. Mi jefe nos invitó a unas partidas de pócker a mi compadre y a mí.
¡¡Perdí más de cinco mil dólares en apuestas!! El jefe demuestró ser también un grande en materia de cartas. Recolectó más de diez mil billetes en el acto, tan sólo con tres partidas. Pero esto no terminará así, algún día lo venceré en su propio juego.
Algo de distracción no nos venía nada mal para despejar nuestras mentes antes de la ejecución de nuestro plan maestro.
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