Capítulo IC
***
Un persistente sonido golpeando mi ventana interrumpe mi sueño. Unos rayos de sol golpean mi rostro y un pequeño benteveo asoma desde el exterior, saludándome con sus picotadas. Me volteo dándole la espalda y arrastro las colchas conmigo. Paradójicamente, cinco minutos después, un nuevo ruido estorba mis sueños nuevamente.
Los ancianos ingresan silenciosos a la habitación, iluminando su recorrido con una vela aromática con olor a limón que me provoca arcadas. Adoptan la misma posición que anoche: los dos sentados sobre las viejas banquetas, frente a mi cama. Esta vez, el anciano no trae la baraja consigo; al parecer, no la considera necesaria en este momento.
- Discúlpanos, querida- comienza Margarite-, pero nos gustaría estar al tanto de toda la situación- ambos hacen silencio esperando una respuesta, mas mi boca no es capaz de pronunciar palabra alguna.
- Te diré una cosa- continúa el anciano-: resulta evidente que no estás junto a estos hombres por pura voluntad; ténlo por sabido que nosotros dos tampoco lo haríamos. Pero para ayudarte necesitamos conocer lo que te ha ocurrido, la razón por la que permaneces con ellos.
- No lo sé...- mi voz de dormida se hace aún más inentendible cuando en mi garganta se amarra un enorme nudo-. ¿Qué es lo que ustedes podrían hacer para ayudarme?- pregunto, extrañada.
- Detrás de noventa años de vejez, se esconden muchos secretos- se limita a responderme la ansiosa mujer mientras juguetea con sus dedos, nerviosa.
- Cuando estés lista para contarnos la verdad, sólo avísanos y estaremos dispuestos a escuchar y a ayudarte- agrega misericordioso el anciano-. Pero no me gustaría irme de aquí sin, al menos, conocer tu nombre.
- Me llamo Mina- sonrío estrechándole la mano-. Y estoy encantada de haberlos conocido. Encontrarme con ustedes fue lo mejor que me pasó durante este último tiempo.
- David, a tu servicio- responde el viejo.
- Y recuerda, querida, estaremos aquí para lo que necesites- insiste la anciana.- Cuando sea el momento, sólo sal de aquí y toca nuestra puerta y ambos, con mucho gusto, te escucharemos.
- Que descanses- los ancianos comienzan a cerrar la puerta lentamente; no tanto para no despertar al resto de sus huéspedes, sino para no causarme daño alguno a mí. Después de todo, con dentadura postiza, sus dientes ya no sufren con esas cosas.
Cubro mi cuerpo con el enorme acolchado e, inmensa en la más profunda oscuridad, intento conciliar el sueño. Mas no puedo. El recuerdo de todo lo vivido me hace estremecer, y estoy segura de que lo que viene será peor, mucho peor.
Titubeo unos minutos más antes de decidir qué hacer. ¿Qué tal si los hombres se enteran de esto? Sus instrucciones habían sido precisas y no creo que sea conveniente romper las reglas en este momento.
Por otra parte, en la otra mitad de mí, me imagino libre de una vez por todas, visitando con recelo la cárcel que acoge a estos tres malhechores.
Debo tomar una decisión lo antes posible. Mi libertad y mi vida dependen de ella.
- ¡Esperen un segundo!- exclamo. Pero al quitarme el cobertor de encima la puerta ya había acabado de cerrarse completamente.
***
Auckland, 18 de enero,
con las doce campanadas...
"Cuando el gato no está los ratones bailan", dice la patética frase. Pero lo cierto es que no fue así. Totalmente conmovido, no fui capaz de notar la desaparición de nuestra captora.
Lloré como nunca antes lo había hecho, así, sin tapujos, sin preocuparme por mostrar debilidad. Ya era hora de dar paso a los sentimientos. Sentía como poco a poco, con cada lágrima, mi corazón se ablandaba cada vez más.
Percibí también como un gran tajo se abría en mi corazón junto a la enorme cicatriz que marcaba la ausencia de mi madre. Ella siempre deseó el bien para su único hijo, pero yo la decepcioné.
Mi jefe se acercó lentamente hacia mí y me cubrió con sus enormes brazos. No pronunció palabra alguna; tampoco fue capaz de hacerlo. Me acarició el cabello intentando tapar poco a poco esta gran herida, mas el fracaso fue inmimente.
Tal como anuncian los maestros de la psicología, el llanto dio lugar a la furia. De pronto, mis músculos se tensaron tanto que me vi capaz de lograr cualquier cosa que me propusiera, incluso de matar a mi jefe.
- Mataste a mi madre- dije entre dientes-. ¡Tú!- mi voz fue tomando un tono que nunca antes había tenido-. No puedo creer que me lo ocultaras tanto tiempo. ¡Eres un cobarde! ¡¡Una maldita larva asustada y cobarde!!
Mi jefe no consiguió una respuesta para tranquilizarme, tal vez no haya encontrado alguna que esté a la altura de la cirscunstancia, o quizá sólo buscaba terminar con esa situación lo antes posible. Lo cierto era que, en medio de mis nervios, no percibí señal alguna de que se viera inmutado.
- Debes entenderme, Manuel- las primeras palabras salieron de su boca, tenebrosas-, que yo nunca quise hacerle esto a tu madre. ¿Aún no sabes lo que esta mente perversa planea hacer con nosotros? Espero que comprendas que intenta manipularnos, a ti, a mí, para sumergirnos en un clima de tensión y así abandonar todo intento de escapar de aquí.
- Mataste a mi madre- fue lo único que me salió como respuesta.
- Ya te he dicho, y te lo vuelvo a decir, que fue todo accidental. Nunca fue mi intención hacerlo tampoco- cambió de tono en forma brusca, intentando conducir la conversación hacia un terreno más cómodo- Vamos, Manuel, debes entender que yo jamás le haría daño a tu familia.
- Jura tranquilo y ten por seguro de que ya lo hiciste. ¿Cómo fuiste capaz de ocultarme esto durante tantos años?
- Escúchame, amigo...
- No me llames amigo. Seré tu socio solamente hasta que consuga la forma de escaparme de aquí.
- Por favor, cállate un segundo y escúchame...
- ¿Siempre el silencio es tu mejor consejo, verdad?
- Lo siento- eran las únicas palabras que tenía para decirme.
- ¿En serio? ¿Piensas que acaso dos insignificantes palabras me devolverán a mi madre? ¿Crees que con pedirme perdón se alzará de su tumba y regresará a la vida?
- Es que tú no me entiendes...- intentó continuar.
- Eso es verdad. Y tampoco me comprendo yo mismo. No entiendo cómo sigo conversando contigo en lugar de matarte ya mismo.
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