Capítulo CXXXVII
***
El terror de Javier se traslucía en su cara al haberle revelado uno de los tantos secretos que conocía sobre él. Su brazo derecho sujetaba al izquierdo, intentando que éste dejara de temblar.
- ¡¡Arriba las manos!!- le ordené, al tiempo de que simulaba hurgar en mi vestido, buscando un arma que no llevaba. Él se limitó a dejar caer el arma, al mismo tiempo de que abría la boca como un niño.
- No me lastimes, por favor- me suplicó a mis pies, abrazándolos.
- Tú serás el único que me lastimes a consecuencia de esas diez experiencias que ustedes desean hacer conmigo. Y tú, como siempre, también me estabas ocultando este aspecto. Si tan sólo te hubiera dejado...- Javier se puso de pie junto a mí y yo no me animé a terminar la maldiciente frase.
Él colocó su arma de vuelta en su estuche, me examinó de arriba a abajo creyéndome una enviada del demonio y, con cierto temor, posó su mano sobre mi hombro y agregó:
- Después de todo lo que has hecho por mí, no sería capaz de matarte de ese modo- tomó aire e hizo sonido con sus dedos, dudando en primera instancia sobre preguntarme o no por aquella duda que lo carcomía por dentro-. Ahora dime, ¿cómo te enteraste? ¿Cómo supiste todo esto? ¿Acaso eres una bruja?
- Algunos, como la profesora de música de mi escuela, lo llamarían música del alma, pero yo prefiero llamarlo instinto. Conozco con lujo de detalles lo que ocurrirá en los próximos diez días, todos los sufrimientos por lo que pasaré, sin que tú hagas nada al respecto. No confío en quien simula ser quien no es para luego apuñalarme por la espalda. Además,- agregué con pesar- no serías capaz siquiera de rebelarte contra tu padre.
- ¿Qué es lo que te hace pensar eso?- inquirió Javier, a la defensiva.
- En estos últimos días y con un extraño sueño que tuve esta noche no me caben dudas de eso.
- Lo siento- se disculpó.
- Disculpas se pide cuando empujas a alguien en el metro no cuando fracasa tu plan de matarlo por la espalda.
- Te juro que te defenderé, Mía.
- Júralo por quien más quieras en el mundo de que así será. Al menos, si mi familia se vestirá de luto en diez días, me encantaría que la tuya hiciera lo mismo.
- Lo juro por ti, Mina, lo juro por tu vida- y, tras esas palabras, que habrían parecido una declaración de amor para cualquier mujer pero que consiguieron causar el efecto opuesto en mí, nuestra conversación acabó.
Continuamos caminando con el agua helada mojando nuestros pies, llevando la carga de días a la interperie y, lo que era peor, arrastrando tras nuestro el peso de la muerte que nos perseguía la espalda. Me preguntaba si Javier sería tan valiente como la ocasión lo meritara, o si sólo se limitaría a acatar las órdenes de su padre sin chistar, como lo había venido haciendo hasta entonces.
Penetramos en una cueva llena de vegetación en donde la oscuridad y los sonidos de la noche me hicieron sentir más viva que nunca. Gracias a mi cuchillo, Javier logró hacernos paso entre los arbustos caídos, dejando un rastro de muerte vegetal a nuestro paso. Las plantas, por su parte, se limitaron a bañarnos con agua a cada uno de los cortes.
Una vez que la última rama cayó al suelo, una densa neblina cubría las calles de un mísero barrio que se levantaba a unos pocos metros de allí. La inmensa oscuridad no le impidió a Javier reconocer en dónde estábamos, ni mucho menos qué camino tomar.
- ¡¡El State Two!!- exclamó, emocianado y extenuado luego de su travesía-. Aún estamos a unas horas de llegar, supongo que estaremos allí al amanecer. Vamos, sígueme, conozco un atajo para llegar antes a casa.
***
La Habana, 22 de enero,
a medianoche...
Luego de una asquerosa cena (a la cual yo, para no correr la misma suerte que mi jefe, me vi obligada a probarla también), mi jefe se encontraba más reconfortado que nunca, dispuesto a dar batalla a lo que se pusiera enfrente.
- Gracias- fueron sus primeras palabras-, gracias por todo lo que has hecho por mí- agregó, al tiempo de que me daba un brusco abrazo.
Una vez que sintió las primeras lágrimas cayendo de su rostro, se vio obligado a escurrírselas con mucho cuidado, temiendo ser descubierto por su súbdito, y decidió reponerse de un salto y comenzar a buscar una salida.
- Estoy seguro de que encontraremos la salida en alguno de sus bolsillos. Revísalo ahora mismo- me ordenó.
Me vi obligado a enfrentarme con el cadáver de Antonio, tan quieto, tan impasible, tan alejado de nosotros en la inmensidad del espacio. El blanco de sus miembros y la frialdad de su piel consitituyeron la combinación perfecta para hacerme revisar cada rincón de su vestimenta con mucho cuidado y rapidez. Los resultados fueron decepcionantes, pero predecibles.
- Aquí no hay nada, ni siquiera un gramo de arena- decreté, con cara de muerto, preocupado por nuestro porvenir.
- Déjame intentar algo que encontrarás interesante...- me dijo el jefe, al tiempo de que sujetaba el cadáver de su enemigo con ambos brazos y lo colocaba junto a la puerta de salida-. Según con lo que yo creo, esto debería funcionar así- agregó, mientras apuntaba el cadáver en todas las direcciones imaginables.
De pronto, una lucecita roja iluminó la habitación y, tras el sonido de una chicharra, abrió la puerta, liberándonos el paso.
- Era la única seguridad que habría admitido en su guarida. Este hombre era tan egoadicto que su sistema de seguridad no podía quedarse atrás- aclaró mi jefe, orgulloso de su descubrimiento-. Ahora sí, salgamos de aquí.
Y de esta forma, alternándonos el peso del cadáver cada cierto tiempo, una a una las puertas fueron abriéndose a nuestro paso, confundiéndonos en un comienzo. Mas era tanto nuestro optimismo que no tardamos en descubrir el camino de salida tras investigar en unas computadoras, y logramos escapar de la peligrosa trampa.
Al llegar al final del camino, levantamos una pesada tapa de hierro y nos encontramos con la misma habitación en la que habíamos entrado, hace unos días, tres hombres, y de la que salíamos tan sólo dos. Nuestro trabajo ya estaba hecho, habíamos vengado nuestros años en prisión matando al responsable de todas las maldades que nos habían ocurrido.
No tardamos más que unas horas en reservar un vuelo para regresar a nuestra tierra natal, para reencontrarnos con nuestro amigo Javier y dar por finalizada nuestra loca aventura con la familia Ferrero. El equipaje ya estaba listo, nosotros también. Engullimos un último plato de comida unos minutos antes de partir, dispuestos a regresar a casa, sabiendo que allí nos esperaba el más salvaje y placentero trabajo que nos faltaba para culminar con nuestra tarea de una vez por todas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro