Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo CXXXVII

***

El pinchazo me dolió en cuerpo y alma, y la realidad cayó como un plato de agua fría sobre mi cabeza. Un grito de terror se escuchó en medio de mi interminable pesadilla, que no era más que la descripción exacta de lo que ocurriría al regresar a la vivienda.

Cuando abrí los ojos, el rostro de Javier, preocupado, intenta calmarme, mas una vez que había descubierto sus planes, ya nada sería igual. Se sentó en una región del tronco algo inestable y, tras un ligero movimiento hacia atrás, cayó de bruces al suelo, casi ocasionándome lo mismo, si no hubiera sido por mis rápidos reflejos. Viéndolo así, con una gran sonrisa en su rostro, parecía un ser bondadoso, que no sería capaz de hacer daño alguno. Sin embargo, ya era mucho el dolor que me había causado en todo ese tiempo.

- No estoy de humor para tus chistes. Y mucho menos si casi se haces caer a mí también- le dije, enfadada.

- Disculpa,- me respondió, ruborizándose- no era mi intención- se justificó.

Sus ojos de gato y su olfato de criminal identificaron un tipo de miedo con el que ellos más temen encontrarse: el miedo a la muerte. Sin escrúpulos y haciéndolo lo más notorio como le fue posible (que, de hecho, lo hizo), detectó mi temor y se dispuso a saber más sobre el tema.

- A ti te ocurre algo- sus palabras cortaron el aire. No fue una pregunta ni tampoco tenía esa entonación. Era una afirmación y no dudaba de su verosimilitud.

- ¿Qué es lo que te hace creer eso?- me replegué, a la espera del ataque, palpando el cuchillo con mi mano.

- Porque cuando te asustas, te vuelves más hermosa- se limitó a responder.

No estaba preparada para aceptar piropos de ese tipo en aquel momento, ni mucho menos de alguien que fingía no tener dobles intenciones y ocultaba diez tras su espalda. Enfadada a más no poder, me pregunté de nuevo por qué habría dejado ir mi armónica, mi libertad y seguridad a cambio de salvar a un hombre oscuro, mafioso, criminal. Su áspera mano se posó sobre mi hombro desnudo, impulsándome a hablar.

- Suéltame- le ordené, entre lágrimas.

- ¿Acaso sigues temiéndome? No te deseo el mal, ténlo en claro, querida Mía.

Mi mente se abrió, y un remolino de emociones serpenteó por todo mi ser. Una interminable sensación de que todo estaba perdido, de que había tomado la decisión más errónea de mi vida en el momento más acertado. Dios no me daría una segunda oportunidad, tendría que ir a buscarla yo misma.

- Ya puedes dejar de fingir un momento. Ya me cansé de creer que tienes buenas intenciones conmigo. Simulas que los pensamientos de tu padre no atormentan la cabeza y que lo que él les ordenó a Manuel y a ti no te pesa. Arrastras la piedra de tu consciencia y te diriges hacia el precipicio y, si es preciso, yo misma te haré caer.

- ¿Cómo lo supiste?- me inquirió, asombrado por mi confesión-. Jamás le dije a nadie la verdad sobre mi jefe. ¿Quién te lo dijo? ¿Acaso tú también aparentas ser quién no eres? Apártate maldito demonio- me ordenó, mientras desenvainaba su arma-. Tu final se anticipó más de lo que había pensado. Luego vendrán las reprimendas de mi padre por lo que te haré, pero no seré capaz de darte una segunda oportunidad mientras vivas.

***

La Habana, 21 de enero,
con la noche a nuestros pies...

El estallido de la bala saliendo del arma de nuestro archirrival retumbó por todo el lugar, hasta tal punto de que creo que podría haberse escuchado kilómetros bajo tierra. El proyectil, disparado con mucha precisión, atravesó la cabeza de su víctima, vistiendo un hilo de sangre a su alrededor, hasta scabar estrechándose contre el muro.

La escena, que ya resultaba impresionante desde un principio, se coronó con la brutal caída del cuerpo inerte de nuestro archirrival, quien cayó de bruces al suelo, elevando su mandíbula a la altura de sus ojos. Sintióse tan fuerte el crujir de los huesos que por un momento pensé que todo en él había perecido para siempre. Y así era.

Tras un minuto de vítores de alegría y jubilosos saltos, casi olvidé a mi jefe quien, tendido, parecía haber corrido casi la misma suerte que Antonio. Me acerqué, tomé su pulso y con alegría comprobé que, pese a todo lo que le había ocurrido, su corazón no había renunciado en su latir.

- Necesito comida- me dijo, apenas me acerqué a él, con voz entrecortada, usando la última fuerza de su garganta.

En aquellas condiciones, en el hinóspito lugar, comprendí, con mucho temor, que Antonio no habría dejado las cosas al azar, ni mucho menos la idea de su muerte. Nadie sabría qué era lo que acababa de ocurrir en esos oscuros y sombríos parajes en el centro de la Tierra. Pero una cosa era segura: se vengaría después de muerto y, esa vez, en forma definitiva.

Un grupo de asquerosas cucarachas avanzaba hacia una de las esquinas, en búsqueda de su putrefacto alimento, cuando se me ocurrió la única idea que sería capaz de salvar la vida de mi jefe. De lejos y con horror lo consideré la primera vez en la que mi desesperación concibió aquel extraño plan, mas al ver la situación de mi jefe, no importó cuán  descabellada resultara mi idea, si ésta salvaría el pellejo de mi jefe.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, preparándome para la acción. Unas cuantas arcadas coronaron el inicio de mi actuación, aumentando su intensidad a medida que mis manos sentían el caminar de cientos de pequeños pies que se iban colocando en ella. Me dirigí hacia mi jefe, desesperado, dispuesto a realizar un último intento para conservar su vida.

- Abre tu boca- le ordené- y mastícalas más allá de lo desagradable que se vean. Cómelas o morirás en cualquier momento.

Y eso fue lo que hizo. Una a una, las cucarachas fueron ingresando a su boca y, luego de ser trituradas, descendían con dificultad por su esófago. Su cuerpo se limitaba a ingerir aquella desagradable cena, sin desperdiciar ni una gota de energía en pensar lo que estaba comiendo, ni mucho menos en dibujar náusea alguna.

Una vez que la última de las cucarachas se depositó en la boca de mi jefe, separé mis manos y, junto a su cuerpo, regresé todo aquel asqueroso alimento que había ingerido horas atrás en aquel endemoniado laboratorio.

De pronto, el cuijir de la última cucaracha cesó, mi jefe dio una bocanada de aire y, como si por primera vez Dios se hubiera compadecido de él, suspiró profundo y se puso de pie.

"Aparentemente, estos adquerosos insectos pueden resultarnos útiles después de todo", reflexioné para mí, al acabar la escena.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro