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Capítulo CXXXVI

***

Una vez que abandono la habitación de Javier, preocupada me dirijo hacia la habitación. Un viejo colchón acompañará mi última noche aquí, y Dios sabrá dónde estaré mañana. El peso de los recuerdos y de las pesadillas me impide dormir. Los pensamientos negativos revoloteab por mi cabeza, convirtiendo a aquellas ocho horas como las más eternas de toda mi vida.

Las palabras de mi madre, siempre prudentes, la sonrisa de mi pequeño hermano, la expresión fatigada y el ceño cansado de mi padre arriban al cuarto con una ligera ventisca. Quiero despedirlos, mas no soy capaz de hacerlo.

Me despierto muy temprano en la mañana, intentando ocupar mi cabeza por un momento, ansiosa y temerosa a la vez por lo que aquellos hombres tendrán preparado para mí.

- Nunca me habría imaginado que llegaríamos hasta aquí- les había confesado el jefe a sus ayudantes-. No podemos fallar. Es nuestra última oportunidad.

Extiendo mi mano y tomo una de las revistas que encuentro en un viejo revistero de mimbre, consigo un lápiz y comienzo a completar todos los juegos que encuentro, encontrando personajes, resolviendo laberintos y descifrando acertijos imposibles.

Me sorprende el inmenso silencio en el que se encuentra la casa, que al comienzo no es de extrañarse debido al momento del día, pero que me preocupa cada vez más con cada repiqueteo de las agujas del reloj. Anonadada a más no poder, decido embuchar algo para tener energía para esta tarde. Una generosa taza de un buen café importado y unas tostadas llenan mi estómago pero no mi alma.

El resto del tiempo transcurre impasible, en un mutismo que no se encuentra ni en los cementerios. Hasta el noctámbulo de Javier ha decidido descansar hasta tarde hoy. Atribuyo, además, que todo esto es parte de su plan maestro, dispuesto a acabar conmigo.

El pitido de la alarma junto a la puerta se deja escuchar justo en el momento en el que se va la luz. Me volteo hacia el enorme reloj de pared, mas la oscuridad me impide ver hora alguna. En esta vulnerable situación, escucho el sonido de tres cerrojos descubiertos al unísono y el paso de cinco pies dirigiéndose hacia mí. No me puedo contener y grito con todas mis fuerzas, llegando a asustarme de mí misma y de mi capacidad vocal.

- Te tengo- anuncia Javier mientras, al mismo tiempo, cubre mi cabeza con una bolsa negra, atrayéndome hacia sí.

- Esto la calmará- les avisa Manuel, disparando un proyectil que se incrusta en mi hombro izquierdo.

Cuando mis ojos se abren, espero encontrarme en el Paraíso (si es que en verdad merezco descansar allí), pero la verdad es que no he viajado más que unos pocos pasos. Tras acabar el efecto del tranquilizador, me descubro sujeta de manos y pies a una vieja y enorme silla, con un pañuelo entre mis dientes. Comienzo a moverme con todas mis fuerzas, intentando liberarme, frente a los ojos de los tres hombres, que me dejan actuar en silencio. Lo único que consigo es ligar un fuerte dolor en la columna al reventar el respaldar de la silla contra el piso.

- ¿Acaso creíste que te dejaríamos escapar?- me interroga Javier, con una enorme sonrisa en el rostro.

- No sólo eres traidor con los tuyos, según parece- le respondo, mas el inútil pedazo de tela deforma mis palabras, dando lugar a un murmullo ininteligible.

- Tu hora ha llegado. Ya no verás el sol nunca más. Tu padre está muerto ya, esperando ansioso por reencontraste contigo en el infierno.

Una pequeña aguja hipodérmica, en manos de mi enemigo, se clava en mi hombro desnudo. Después, la soledad de la muerte se apodera de mi pecho y me voy de este mundo. Dios ya había fijado de antemano el final de esta historia.

***

La Habana, 21 de enero,
más pronto de lo esperado...

- Ni se te ocurra poner tus sucias manos encima de mi jefe- le advertí, hurgando en mi bolsillo, intentando sujetar la pequeña bola que, por fortuna, el ingenuo de Antonio no había conseguido detectar al desarmarme.

- ¿Acaso me golpearás? Esta vez juegas de visitante, mi amigo, y te aseguro de que en esta casa no eres biemvenido.

Y tras esas palabras, jaló de una pesada cadena y arrojó una pesada jaula sobre mí, mientras  comenzaba a reír como un maniático. Mis reflejos, más desarrollados de lo que en verdad me gustaría, consiguieron que mis piernas se movieran con facilidad y, tras unas volteretas, me encontré fuera de peligro alguno.

- ¡¡Maldición!!- exclamó Antonio, ofuscado por mi huida-. Espérame un segundo Josep, te mataré en cuanto pueda quitarme a tu amiguito de encima.

Mi archirrival se abalanzó contra mí con la sagacidad de un león, lanzando zarpazos al aire, dispuesto a dar su vida en la pelea hasta que uno de los dos venciera. Mi jefe, incapaz de moverse por voluntad propia, observaba la escena con ojos suplicantes, preocupado por su destino. Pude observar, incluso, como sus ojos desprendían un brillo sobrenatural, producto de tantas lágrimas que atormentaban su ser y no querían ser liberadas.

Antonio aprovechó mi distracción para dar su primer patada en mi mandíbula, a unos pocos centímetros de mi sien, atontándome por un momento. Se replegó, a la espera de mi ataque, esperando ansioso para esquivar mis golpes.

Decidí experimenrar con una técnica que había aprendido por televisión, en uno de esos canales de lucha libre que tanto me enloquecen, y que nunca antes había experimentado, corriendo el riesgo del primer intento, pero refugiándome en la idea del factor sorpresa. Arrojé un puñetazo que fue esquivado con facilodad por mi oponente, que sujetó mi brazo con fuerza de psicópata. Descansé unos segundos, intentando concentrar todas mis fuerzas en el futuro golpe.

De pronto, y con un espléndido giro sobre mi eje, no sólo conseguí liberarme, sino también descolocar la dentadura de mi captor, y algunas de sus ideas.

- Cuando el plan falla, no hay otro que lo resucite. Por fortuna, no soy de esos hombres que tienen un aprecio importante por la verdad, la justicia y la vida- dijo, desenvainando una pistola tras deslizar su mano por un ladrillo.

- Cobarde- lo acusé.

- Llámame como quieras, no me interesan tus acusaciones. Después de todo, luego de esta pelea habrá una única versión de los hechos y esa, querido amigo, no dudes de que será la mía.

- Ahora me tienes inmóvil frente a ti, acorralado como una alimaña, todo a causa de tu cobardía- mientras pronuciaba la acusación, deslicé mi mano sobre el bolsillo de mi pantalón, empalmando con facilidad la pequeña esfera, procurando no levantar las sospechas de mi oponente.

- No creo que sea el momento más adecuado como para simular que hurgas en tu bolsillo. Siempre una muerte veloz es más conveniente menos dolorosa- me aclaró, mientras me incitaba con un gesto a que retirara mi mano.

Una vez que tomé la esfera, me encomendé a quienquiera que haya escrito esta escena en una página de mi destino, evocando a sus palabras, temeroso de los resultados.

- ¡¡Alto ahí!!- le ordené, esgrimiendo el arma en mi mano. La transformación de su rostro fue asombrosa, parecía como si acabara de aceptar y resignarse a su destino-. Tu hora ha llegado. Ya no tienes escapatoria. Pronuncia tus últimas palabras antes de morir.

- Jamás me vencerás, maldito mortal, yo nunca me dejaría morir en tus manos. Cobarde y mil veces maldito has sido tú también, pero antes de morir en tus manos, producto de la explosión de la bomba nuclear más avanzada del mundo, prefiero morir en las mías-y , tras estas palabras, colocó el caño del arma en su sien, presionó el gatillo y se hundió en las profundidades del infierno para toda la eternidad.


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