Capítulo CXXXI
***
Nunca había pensado antes que el frío podría provocar tanto calor, hasta ahora. Mi cuerpo se ve envuelto en una capa de aire caliente que quema mi torso y me hace llorar de dolor. Quiero gritar pero me contengo. Suficiente espectáculo ya estoy proporcionándoles con mi deslizamiento como para seguir marginándome. Hay un límite entre la necesidad y el honor. Si he de morir, que sea sin tanto grito ni queja.
Pero lo cierto es que mi cuerpo siente a cada instante los daños a los que se está sometiendo. Unos diez segundos y unos diez mil pensamientos circundantes por mi mente acaban aproximándome hacia la puerta. Me levanto con mucho dolor, casi sin sentir las piernas congeladas que penden de mi torso, caminando contra cualquier pronóstico, sin dejar que nada me detenga. El estupor de los hombres, puerta mediante, se manifiesta en el aire:
- ¿Qué demonios? Eso no es posible. ¡¡Esta niña es el mismísimo Satanás!!- Javier, tan exagerado como siempre, no podía creer lo que sus ojos acaban de ver. Sin embargo, somos dos los que nos sorprendemos.
- ¡¡Ya cállate!! Disfruta del espectáculo- le ordena su jefe, pendiente a la escena, ansioso por esperar el final de esta nueva prueba.
- Es una pena que me haya olvidado las palomitas de maíz en el microondas. Dudo que salgan frescas después de tanto tiempo- se lamenta Manuel.
- ¿Es que siempre piensas en comer? Ya cállate, o lo haré yo- le responde su amigo.
Luego de minutos de esfuerzo, consigo pararme frente a la puerta, concentrando toda mi energía en un último movimiento: mis blancos dedos, teñidos también por una ligera capa de escarcha que los cubre, se estiran y alcanzan la manija, dan un giro y abren la puerta de las pesadillas.
Mi cuerpo cae sobre el piso, sin que nada ni nadie detenga el impacto de mi mentón contra el suelo, agregando una parte del cuerpo dolorida más a la lista. Los hombres actúan con rapidez en un momento en donde mis ideas intentan reacomodarse, mientras siento cómo el mundo gira a mi alrededor. De pronto, mi cuerpo siente algo de humedad y poco a poco mis miembros se descongelan, revelando el entumecimiento que tanto me temía. Allí, en una pileta a cuarenta grados de calor, transcurren dos horas de intenso dolor.
Todo mi cuerpo regresa a mí y me dispongo a abandonar el sitio, en especial, por temor a que tanto calor en forma continua me cause daños permanentes. Recojo el toallón que reposa a un costado, me envuelvo en ella y me coloco una bata roja que los hombres me han dejado, de dos tallas menos de las que me corresponden.
Regreso a mi habitación designada avanzando por la sombría y silenciosa casa. Los hombres, de seguro, han salido a hacer de sus fechorías. Disfruto de la soledad, que parece ser mi mejor compañera en estos momentos. Me recuesto en la cama y, tapada de colchas hasta la cabeza, reflexiono acerca de una posibilidad que antes, por temor, ni se me cruzaba por la cabeza. ¿Qué pasará con la décima prueba? ¿Qué ocurrirá después? ¿Estarán dispuestos a soltar a su rehén después de todo lo que me han enseñado? En mi cabeza se forma una idea que no me animo a terminar de formar, por temor a que se vuelva realidad. Pero algo es seguro: estos hombres no me dejarán así por así en el mundo de los libres. Y eso, precisamente, me aterra demasiado.
***
La Habana, 21 de enero,
al mediodía...
Si la caída ya parecía una pesadilla a causa de su profundidad, he de confesarles que eso fue lo que menos me asustó de la experiencia. Desde las entrañas de la Tierra, unos sonidos extraños, parecidos a los que se oyen en el Pozo de Siberia, atormentaron mis oídos mientras, al mismo tiempo, un fuerte aroma a sangre inundaba todo el lugar.
Una enorme cabeza metálica, con todos sus dientes rojo fuego, nos recibió de un bocado, cerrando su enorme mandíbula detrás de nosotros, sepultándonos en la oscuridad más absoluta.
- Eso fue de veras aterrador-le confesé a mi jefe, mientras sacudía el polvo de mi cuerpo e intentaba limpiarme la sangre ajena de mis brazos.
Su silencio no me sorprendió en absoluto. Él siempre estuvo callado en los primeros minutos de cualquier situación desafiante que se nos había presentado en nuestro viaje, y esta no iba a ser la excepción. Esperé unos instantes, atento a su respuesta, mas no logré percibirla. Temí, por lo tanto, haberlo perdido en el camino, o, mejor dicho, que Antonio lo hubiera tomado.
Caminé por el lugar con mucho asco. El lago de sangre humana cubría mis piernas hasta las rodillas, emanando un olor que me hizo descomponer. Me dirigí hacia una de las esquinas y allí, luego de tantas arcadas, regresé toda la comida que había ingerido en los últimos tres días, ácido que se mezcló con el rojizo líquido y me rodeó todo el camino.
- ¿Y ahora que quieres hacerme? ¿Quieres que me muera aquí, entre un lago de sangre, alejado de mi jefe? ¿Qué es lo que quieres de mí ahora? ¡¡Contéstame!!
Como respuesta, la tierra comenzó a temblar y varias fisuras se dibujaron entre las paredes. El techo comenzó a descascararse y una multitud de rocas caídas ocasionó que más de una vez me viera obligado a tragar grandes bocanadas de sangre. El día de mi muerte se avecinaba.
- ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso no te es suficiente con matar a mi jefe, maldita rata cobarde?
Esta vez, la respuesta se hizo llegar de inmediato, a través de una voz de ultratumba que resonó en todo el lugar:
- Esta, sin duda alguna, constituye la parte más sencilla de atravesar de todo el laberinto. Debes ser paciente y buscar la salida en los lugares menos pensados- un enome tubo descendió desde las alturas y se colocó por encima de mi cabeza-. Coloca tu boca en él y aspira todo lo que venga a ti. Te aseguro que no encontrarás líquido rojizo alguno.
Y eso fue lo que hice. Me alimenté con una pasta blanda que el malvado de Antonio me arrojaba desde el otro extremo, acompañada también por un líquido incoloro que calmaba mi sed agobiante. Sentí, por unos instantes que mi fuerza se renovaba. Una vez que mi estómago estuvo lleno, me sentí con ganas de seguir.
- Siempre supe que con un poco de excremento de vacas y la sangre decolorada de tu jefe te levantarían la energía- la confesión me dejó impávido, asqueado como nunca antes en mi vida. Sin embargo, no devolvería todo lo que acababa de ingerir. Después de todo, me daría algo de energía para el resto de mi travesía-. Adelante, Manuel, atrévete a desafiarme- la voz de Antonio se perdió entre la inmensidad de la cueva, dejándome con la única compañía de mis recuerdos y con más incertidumbres de las que me habría gustado tener en aquel momento...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro