Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo CXXVIII

***

Me asomo por las hendiduras de la puerta y descubro lo que me temía: la cerradura ha sido cerrada y las llaves, quitadas de su sitio. El único capaz de tomar precauciones semejantes es el sonámbulo y obsesivo de Javier.

Mientras pienso en esto, escucho unos pasos y sonidos que provienen de una de las habitaciones. Apenas consigo reacomodarme, abandonar la puerta y recostarme contra el sillón, en una maniobra a contrarreloj. Javier cierra la puerta con suma cautela y se dirige hacia la cocina, no sin antes sonreír al verme dentro de la casa, como un reconocimiento personal por haber evitado que la presa hubiera huído despavorida.

Encendí la televisión y comencé a pasar los canales muy rápido, con el objetivo de pasar el tiempo y, de paso, cobrar venganza por todos estos malos días que me están haciendo pasar. Diez interminables días en los que no he podido dormir por voluntad propia, mi cuerpo sólo se desmorona de dolor.

- ¿Quieres?- Javier me ofrece un recipiente con algunas frituras con queso derretido encima, que rechazo con un gesto. De todos modos, parece que él no comprende (o finge no hacerlo) de que quiero estar sola un momento y, contra todo pronóstico, se sienta a mi lado.

El sonido de su boca masticando las papas fritas inunda el lugar. Me ofrece de nuevo un puñado y lo rechazo con un gesto y una artificial sonrisa de agradecimiento. Él toma el control remoto que dejé sobre la mesa, se quita los zapatos y coloca sus pies desnudos sobre la pequeña mesa. Hago un ademán para apartarme de su lado, pero me lo impide.

- Tú no irás a ninguna parte sin mi autorización, ¿entendiste?- un grito inesperado deja en evidencia su bipolaridad.

Los otros dos hombres se levantan de sus camas unos minutos antes, despertados por los gritos de su amigo. Manuel se le acerca y le proporciona un puñetazo. Buena forma de responderle a quien le ha puesto punto final a su placentera fiesta.

Los hombres se entienden con la mirada; tras intensos parpadeos, sondeos escrutadores, movimientos oculares y algún que otro gesto difícil de imitar y describir, acuerdan cómo seguirá el día y, con ello, la octava prueba mortal a la que seré sometida.

Al parecer, la prueba se realizará en esta misma casa. Nada de largos y peligrosos viajes; no hay lugar más seguro que el propio hogar. Por su parte, han tomado la decisión de conservarme encerrada en mi antigua habitación, aislada del mundo exterior, presa de la intriga y el temor.

El tiempo transcurre con lentitud y lo único que tengo a mano para pasar el rato es un periódico que alguno de los hombres debe haber olvidado en una de sus limpiezas. El diario me actualiza un poco acerca de lo que está ocurriendo en el mundo de los libres, tan lejano y cercano a la vez.

Uno de los hombres destraba el cerrojo justo cuando ya había comenzado a leer una de las noticias más impactantes del día: un accidente automovilístico que le costó la vida a un famoso funcionario. Sin embargo, mi incertidumbre desaparece pronto y mi cuerpo se concentra en una única cosa: cada vez falta menos para conseguir la libertad. Ahora más que nunca debo ser fuerte, vencer a la adversidad y a todo aquello que el destino haya escrito sobre mí para este día.

***

La Habana, 21 de enero,
mientras amanecía...

- Desciendan sin miedo, no hay nada que no hayan utilizado alguna vez en sus vidas allí abajo- nos aclaró el anciano, guiñándonos el ojo izquierdo, para intentar derribar cualquier atisbo de desconfianza por parte de sus futuros compradores-. Encontrarán el interruptor junto a la pared.

- Creo que todos sabemos quién debería bajar primero- mi jefe aludió a mí en voz alta, el único de los presentes que no llevaba más de tres décadas en pie.

Me aferré a la escalera con fuerza y bajé demostrando mi rudeza, salteando escalones, ansioso por llegar lo antes posible a destino. El descenso parecía interminable y en el camino mis piernas comenzaron a sentir la fatiga.

- ¿Cuándo acaba?- pregunté, impaciente mientras el eco jugaba con mis palabras a su parecer.

- Acabará cuando llegues- me respondió el hombre, desde la superficie terrestre.

Tras cinco minutos, mis pies consiguieron tocar al fin el piso del sótano y comencé a tantear las paredes en búsqueda de la llave que iluminaría todo el lugar, mas no pude conseguirla.

- Te arrojaré una linterna- me anunció el viejo.

Sin dejarme tiempo alguno para reaccionar, el hombre arrojó el instrumento con furia, el cual conseguí esquivar gracias a mi excelente visión en la oscuridad,  ocasionando que el foco de luz se estrelle contra el piso y se parta en mil pedazos.

- ¿Qué es lo que le pasa, viejo inútil? ¿No ve que me podría haber matado con ese golpe?- lo acusé, entre gritos y furia. Esta vez, el eco sirvió para potenciar mi enojo y darle al hombre una versión mucho más violenta de su adversario.

- Tranquilízate, Manuel- me ordenó mi jefe desde las alturas.

- Pero...- intenté protestar.

- Tampoco eres el más cuidadoso de la banda después de todo- su comentario desencadenó una carcajada en el traficante, el cual comenzó a toser como un maniático.

- Espérenme allí abajo...coff, coff- nos indicó, mientras partía hacia la cocina en búsqueda de algo de agua.

Comencé a conformar una sospecha en mi cabeza, pero no me atreví a confesársela a mi jefe. Ya me había calificado de fatalista en varias ocasiones, y no me habría gustado quedar mal parado una vez más. A lo lejos, se percibía cómo la tos del hombre se calmaba.

- Voy a bajar- me indicó mi jefe, impaciente por la espera-, házte a un lado y avísame cuando esté por llegar. La vida es mucho más difícil si acarreas una pata de palo contigo toda la vida.

Comencé a dirigirlo con impaciencia mientras, del otro lado, se percibían los pasos del hombrecito, ya recuperado de su ataque repentino. Mi jefe hacía trastabillar las maderas a su paso, y un mal presentimiento comenzó a atormentarme. ¿Qué pasaría si...

Con pesar, observé como mi temor se conviertía en realidad cuando uno de los escalones se desmoronó, arrojando así a mi jefe sobre la inmensidad del sótano, tras un potente y desgarrador grito.

Levanté mi cabeza para intentar prever en dónde caería, pero lo único que consiguí ver fue la torva sonrisa del hombre que nos miraba desde arriba, iluminando la escena con una vela, antes de cubrir la abertura con una gruesa plancha de acero inoxidable, y dejarnos así encerrados para siempre.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro