Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo CXXII

***

Permanezco recostada boca arriba mientras repongo el aire de mis pulmones. Cerca mío, Manuel y Javier han iniciado una acalorada discusión, de la cual yo soy centro.

- ¿Por qué la salvaste? Un día la odias y al otro la salvas. ¡Eres ridículo!- Manuel le proporciona una bofetada a su amigo, que se expande gracias al eco que lo propaga por todo el lugar.

Por sorpresa para mí, el receptor de la cacheada no demuestra una respuesta agresiva; todo lo contrario, su tono de voz desciende, como si se tratara de una confidencia, y no deja de mirar a los ojos a su interlocutor.

- Tenemos órdenes claras: debe morir en alguna de las pruebas. Y ya sabes que lo que mi padre advierte es porque no tendrá dudas en hacerlo.

- Ambos sabemos de que es él quien quiere matarlo.

- ¿Cómo estás tan seguro?- lo interroga Javier, interesadísimo.

- Fue él quien sugirió que la lleváramos con nosotros, él organizó todas estas pruebas, es él quien nos hace seguir órdenes, es él quien contacta a esa seguidilla de ayudantes ineptos que nos han acompañado hasta el momento.

Javier escucha en silencio, sin asentir ni refutar. Tanto mutismo me sorprende; al parecer, ha reconocido que no siempre tiene la razón en todo. Sin embargo, un sorpresivo descenlace pone fin al diálogo entre ambos hombres: Manuel es derribado por segunda vez gracias a una magnífica patada en el estómago.

Javier pasa junto a mí como una tromba simulando no verme. Comienza a gritar por todo el sector, en búsqueda de su padre, obteniendo como respuesta las mismas palabras que el ha pronunciado segundos antes. Tras cinco minutos de búsqueda frenética, una pequeña puerta se abre, y su padre entra profiriendo una orden entre una serie de insultos intercalados.

- Debemos irnos de aquí lo antes posible- decreta con sangre fría-. Unos vecinos nos han seguido y han llamado a la policía. Uno de los soplones de la otra cuadra me lo acaba de informar.

- ¿En serio crees en soplones de tercera?- le pregunta su hijo, desconfiado por naturaleza.

- Pues no estoy dispuesto a esperar al sonido de la patrulla policial que viene a buscarnos- declara, terminante, su padre.- ¡¡Arriba los dos!! Y traigan a la niña con ustedes.

En una fracción de segundo, cuatro poderosas manos se ciñen sobre mis muñecas y tobillos, elevándome por los aires como si de una pluma se tratara, sin darme tiempo siquiera para proferir palabra. Me revolean por todo el galpón, buscando algún sitio como para ocultar mi cuerpo, el cual significa un estorbo para ellos. En la desesperación, encuentran unos sacos con paja y heno, que les vendrían a las mil maravillas.

El jefe desocupa una de las enormes bolsas mientras sus dos subordinados aguardan impacientes a que culmine con su trabajo. Una vez ya realizado, achicharran mi cuerpo para lograr que ingrese en el saco y me aseguran con un triple nudo.

Entre las hebras de la bolsa de tela puedo observar todo a mi alrededor, y las imágenes que se me vienen a la mente son terribles.

- ¡¡Ya quédate quieta!!- la voz de Manuel resulta tan determinada que me aterra.

Y antes de ser levantada por segunda vez, recibo con mucha brutalidad, tres patadas en simultáneo, que me hacen trastabillar de cuerpo y mente. Sin dudas, una combinación aterrorizante.

***

Auckland, 21 de enero,
a la madrugada...

Al salir del baño nos encaminamos hacia una cafetería, buscando en la mágica infusión colombiana el alivio para nuestra somnolencia y una prolongación de nuestras horas de lucidez. Caminamos por los silenciosos pasillos, iluminados por una luminaria tenue y carenciada, desiertos de gente y de cualquier rastro de vida animal y vegetal. El camino parecía estar disponible sólo para nosotros.

Atravesamos varias oficinas en búsqueda de algún mapa que nos ayudara a encontrar la maldita cafetería. Pasamos junto a pasajeros que se habían dejado vencer por el sueño, y ahora dormían recostados sobre un almohadón de felpa.

Luego de una larga travesía, arribamos al sitio propiamente dicho, en el momento preciso en el que mi reloj marcaba las doce de la madrugada. Nos sentamos en unas pequeñas y cómodas banquetas acolchadas y recibimos nuestra comida casi al instante. Conversamos sobre temas triviales: problemas familiares, posturas políticas y religiosas, algunos temas de actualidad. Descubrí, con pesar, el largo abismo que nos separaba de una relación amistosa común.

Sin embargo, y por fortuna para ambos, la jornada transcurrió sin ningún incidente y, al momento de salir, el reloj ya indicaba las tres de la madrugada. Asimismo, los primeros pasajeros madrugadores ya habían comenzado a arribar, transmitiéndonos una súbita alegría.

El resto de la espera transcurrió sin ningún acontecimiento significativo: mi jefe, trabajando con hojas con cientos de tachones y manteniendo treinta y seis conversaciones a la vez; yo, inmenso en el universo musical de Imagine Dragons, ajeno a la realidad que me circundaba.

Una voz femenina anunció que el vuelo rumbo a La Habana partiría en media hora. Ambos nos levantamos de nuestros asientos acarreando las maletas con nosotros, persiguiendo a la lejana voz, entre bostezos y sueño.

El embarque se realizó casi sin inconvenientes: ninguna señora se equivocó de avión, ningún padre se olvidó a sus hijos en el andén, ni tampoco ninguna asustada mujer a causa de las turbulencias se negó a entrar. Cuando el vuelo parecía no ser más perfecto, llegó el primer inconveniente: un grupo de adolescentes provistos de cámaras atravesó el pasillo corriendo como si no hubiera un mañana, rogándole a los encargados de la aerolínea que los dejaran subir. Los empleados, acostumbrados a este tipo de problemas, accedieron, y los jóvenes les agradecieron con mucho júbilo, al mismo tiempo que ingresaban al avión.

Uno de los más jóvenes, de pelos disparatados y voz de veras irritante, comenzó a grabar todo su recorrido, comentando cada cosa extraña que pudiera encontrar. Por desgracia para mí, el insoportable jovencito habría de sentarse a mi lado, y el resto de sus amigotes detrás.

El malcriado y narcicista niño comenzó a grabar el despegue, arrojando un sinnúmero de comentarios carentes siquiera de sentido común, que no hacían más que ridiculizarlo frente a sus seguidores.

- ¿Puedes callarte?- mi pedido, más similar a una imperación y el cual, por seguro, otras personas habían realizado en su mente, no lo detuvo. Al parecer, ese niño necesitaba un correctivo. Y yo no tendría ningún inconveniente en ser el primero en enseñárselo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro