Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo CXXI

***

Consigo aferrarme a la madera justo en el momento en que Manuel realiza un intento desesperado para hundirme en la pileta de ácido. Mi cuerpo se balancea en el aire; mis manos intentan regresar e equilibrio, mas no lo consiguen. Por fortuna, me hallo tan cercana al tronco que, con un esfuerzo sobrehumano, consigo dar un gran salto para llegar al otro lado, salvándome de una dolorosa muerte.

Me hallo bajo el agua, consumiendo el poco aire que he sido capaz de inhalar, viéndome impedida a regresar a causa de que los fuertes brazos de mi rival se cierran como tenazas sobre mis piernas. No ha conseguido arrojarme al ácido, pero intentará quitarme hasta la última molécula de oxígeno de mi cuerpo. "En definitiva, el fin justifica los medios" imagino que se habría dicho a sí mismo.

Intento liberarme de sus brazos, mas no puedo. La presión del agua es tan fuerte que cualquier esfuerzo para liberarme es inútil. Es evidente de que estoy a la espera de un milagro.

Libero con moderación el oxígeno de mis pulmones, haciendo movimientos lentos y pensando en mi final. Pero es entonces cuando ocurre lo inesperado: Manuel arrastra mi cuerpo hacia la superficie, en búsqueda de aire.

Inspira tan fuerte que el sonido que produce es escuchado por mí desde debajo del agua, con una de sus manos alrededor de mi cuello, intentando quitarme el oxígeno cuanto antes.

- Ya suéltala, Manuel- le ordena su jefe, en voz alta, desesperado por salvarme la vida, para poder ser él quien acabe con ella.

- ¡¡Jamás!! Ella hirió mi honor y no dejaré que viva para contarlo- las manos de mi captor aprietan con más fuerza, justo cuando mis pulmones comienzan a reclamar aire en forma urgente.

Se siente un chapuzón y Javier, empapado, se acerca hacia su compañero. Espero que no llegue demasiado tarde.

Se detiene junto a Manuel; no le habla, sólo ejecuta un derechazo contra su mandíbula que lo deja fuera de combate. A continuación, da una bocanada de aire y me sujeta por la cintura. Más pronto de lo que esperaba, me encuentro en la superficie, incapaz de moverme, pero con mis pulmones cargados de aire. Le agradezco en mi mente a mi salvador. Luego, con algo de vergüenza de por medio, me animo a expresárselo.

- Gracias.

Él ni siquiera me mira, dudo también de que me haya escuchado. Lo único que hace es avanzar hacia donde está su padre, alzando mi cuerpo sobre sus brazos, intentando llegar lo antes posible al final del camino.

Visto desde abajo, me resulta aún más terrible. Una antigua ley psicológica nos dice que una persona que se encuentra en un sitio más elevado que el nuestro, nos obliga a levantar la vista, reconociendo nuestra inferioridad. Y esto es lo que exactamente ocurre: desde mi posición observo su fisonomía, sus gestos salvajes, sus labios colmados de sangre coabulada, las gotas de agua que salpican y empapan mis ojos, impidiéndome ver una imagen nítida.

Me deposita junto al borde de la piscina, a los poes del jefe de la banda, quien espera impaciente para comprobar los signos vitales de su víctima, preocupado en que no me haya ocurrido ninguna lesión que me impida llevar adelante la octava prueba, dando por descontado que será él mismo quien acabe con mi vida.

- Me alegro de que no te hayan matado.

Así me habla, sin tapujos, sin frases a media voz ni palabras decorosas que ocultan una frase mortal. Nada de eso.

- Me alegro de que no te hayan matado. Esta vez, tendré revancha- anuncia, antes de abandonar su sitio, misterioso.

***

Auckland, 20 de enero,
al anochecer...

- Aquí están sus boletos- la gorda mujer extendió su mano sin simular su expresión de fastidio al momento de arrancarnos el dinero de las manos-. Serían cuatrocientos dólares.

- Sin dudas, hoy no es el mejor día para ahorrar- bromeé, intentando conseguir una minúscula mueca en el rostro de la incorrompible mujer y consiguiendo aumentar más la tensión que había intentado aplacar.

- Perfecto, cuatro billetes de cien- afirma la señora con pesadez mientras comprueba la veracidad del dinero-. Ahora ya váyanse- nos ordenó, al entregarnos sendos pasajes-. Y una cosa más, no mueran en el camino.

- Sutil forma de desearnos un buen viaje- le comenté a mi jefe una vez que nos separamos unos metros de la malhumorada señora.

- No sé qué habrás pensado tú, pero, a mi parecer, esta mujer ha sido la persona más compatible con nosotros desde que comenzó nuestro viaje. Y, tal vez, su malhumor tenga alguna justificación- agregó, mientras repasaba los asientos que nos tocaría ocupar.

- ¿Cuándo embarcamos?- le pregunté, apurando la marcha, rumbo a la sala en la que nos tocaría esperar.

- En seis horas- respondió mi jefe, sin dar miestra alguna de preocupación.

- ¡¿Me estás diciendo que estaremos aquí durante un cuarto de día esperando, esclavizados, a que un maldito avión de tercera clase y con un conductor inepto arranquen y nos lleven al otro lado del mundo en un viaje de diez horas?!- me ví obligado a reconocer, en mi cabeza, que tal vez haya exagerado un poco la situación; pero, después de todo, aquello no era más que la verdad, deslizado en forma fría y cuel, mas sin dejar de ser verdad.

- Eres más exagerado que mi madre- me reprende el jefe, rememorando durante unos segundos la figura de la fallecida y recordando su rostro. Sin darse cuenta, sus ojos comenzaron a empañarse y a brillar, mas ni una lágrima se deslizó por sus mejillas.

- Tal vez la espera aquí no sea tan mala después de todo, siempre se puede hacer alguna travesura para acortar el tiempo- propuse, mientras nos dirigíamos a los sanitarios, por pedido de mi jefe, con el pretexto de "querer limpiarse la cara para quirarse de encima el sueño y las lagañas".

Llegamos a un rincón que más que un baño parecía el trono de un monarca. Una pierta corrediza se deslizó ante nuestros pies, y una pantalla nos indicó los sanitarios disponibles, recordándonos las normas básicas de higiene corporal con una voz tan reiterativa como irritante, que terminé con detestarla una vez transcurridos tres segundos de su largo monólogo, el cual repetía cada vez que un hombre llamaba a la puerta.

- Cierre la puerta, lávese las manos con jabón, escúrraselas y séquelas en los sectores habilitados para tal fin. Cualquier incomveniente o recomendación para mejorar las condiciones del servicio, estaremos agradecidos.

Sin soportar un sólo segundo más, me aferré a la mesada y desconecté la pantalla, ocasionando el fin del eterno monólogo. Mientras mi jefe estaba en el baño, pudo escuchar las palabras que le había enseñado a la máquina que le causaron tanta risa que debió regresar al baño una vez que abrió la puerta.

Después de todo, seis horas se pasarían rápido, entre tantas bromas de este estilo.

-Debería de dejar de ser tan faltalista- me recriminé una vez que salimos del baño.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro