Capítulo CXVIII
***
Me acerco hacia la cocina y tomo una de las enormes tijeras que se encuentran clavadas en el pecho de un hombrecito decorativo de madera. Con agilidad y una destreza propia del sexo femenino, emparejo mi cabello, dejándome un pelo melena con el que estoy más que conforme.
Regreso la tijera a su sitio justo cuando un reloj despertador oxidado resuena por toda la casa. Se escuchan al unísono los pasos de los hombres al despertarse, cuidando con pisar primero con el pie derecho. La mala suerte no existe; es el resultado de nuestras acciones y decisiones.
Cuando abren las puertas se sumergen en un profundo mutismo y cada uno se encamina hacia su sitio correspondiente: Javier recoge unos enlatados de la cocina, una heladera portátil y unas cuantas cervezas; mientras que su padre ayuda a transportar unos enormes bidones cuyo contenido desconozco, alcanzándoselos a Manuel, quien los deposita en el camión.
- Espero que esta vez no hayas contratado a Mark- bromea Javier desde la cocina.
- Y mucho menos al pobre Killiam- Manuel se ríe a carcajadas de la desgracia ajena desde el otro extremo de la madriguera.
Nadie se percata de dónde estoy ni de qué estoy haciendo, mas estoy seguro de que su vista periférica me persigue a todos lados. Aprovechando la situación, me doy un baño de agua fría, cuidándome de no lastimarme ninguna ampolla, pero refregándome la piel con fuerza para quitar las capas de suciedad que llevo encima. Al terminar, queda en la bañera un líquido negro en donde se mezcla el salvajismo de la naturaleza.
Abro la puerta y me encuentro con el jefe que me espera impaciente, con una gran sonrisa y emoción mal disimuladas. No desperdicia la ocasión para revelarme su arma oculta antes de impartir su orden, que carece casi de un tono imperativo.
- Súbete al camión. Nos vemos en cinco minutos. No te muevas o ya conoces lo que pasará- tres oraciones cortas, pronunciadas casi sin pausas de por medio, que no consiguen intimidarme en absoluto. Soy un trofeo de guerra que ellos no están dispuestos a perder tan fácilmente.
Camino hacia la puerta y, mirando hacia sendos lados, cruzo la calle. Miro con desprecio y compasión a las humildes personas que por arriba transitan, cierran la puerta tras mis pies y me acomodo en uno de los asientos. Esta vez, no soportaré ser tratada como un objeto que transportan en el baúl de cargas.
Más pronto de lo que esperaba, los tres hombres suben al camión y comienza la travesía, dotada de detalles sobre la séptima de mis pruebas, la que, a su parecer, colocará la piedra sobre la fosa y me condenará a una muerte segura. Conforme con lo que consigo escuchar, esta vez no me aventuraré sola. Manuel será mi acompañante.
- Hoy tienes la posibilidad de demostrarnos a todos cuán malvado puedes ser- el jefe le habla a su súbdito, quien no hace más que asentir con la cabeza.
Estoy segura de que en su cabeza lo preocupan grandes pensamientos. Que no puede fallar, debe ser uno de ellos. Que no puede dejar que una mocosa de dieciocho años se intercepte en su camino de gloria, que ya bastante deteriorado está.
Pero esa es mi misión: demostrar que no todo les puede salir bien a estos hombres. Y estoy segura de que, otra vez, seré capaz de dejárselos en claro.
***
Auckland, 20 de enero,
a las dos de la mañana...
Emprendimos nuestro escape con rapidez, siempre con la guardia alta, temiendo de pronto que alguno de los muertos renazca y nos ataque por la espalda. Abandonamos el cementerio improvisado que se había formado en el cuarto de armas y tomamos prestados dos aerodeslizadores, que tuvieron dificultades para arrancar a causa de la falta de electricidad. Por fortuna, Lacy ya había pensado en dicha posibilidad y los había equipado con pequeños paneles solares independientes.
Encendimos los motores de nuestros vehículos del futuro y disfrutamos, como cualquier niño lo habría hecho, de experimentar con los diferentes botones que se alzaban en las pantallas digitales. Presioné uno que anunciaba "bomba de olor" y todo el pasillo quedó inmenso en un nauseabundo olor a huevo podrido que nos acompañaría el resto del viaje. Mi jefe rió ante la situación, demostrando por sobre todas las cosas, un repentina repentina recuperación de su dominio sobre su propio carácter.
Encendimos los faros y descubrimos nuevos pasadizos, aventurándonos por las bifurcaciones, tiñendo el viaje con exclamaciones de asombro y estupor.
- Si hay algo en lo que Lacy era buena era en la construcción de maravillas subterráneas- mi jefe se deleitaba ante semejante complejidad-. ¡Qué bien suena el verbo en pasado!- exclama, en unas palabras que al principio no logré comprender pero que, al hacerlo, me hicieron temblar.
- Muéstranos la salida- no me resultaba extraño ya hablarle a una pantalla después de todo.
Y así fue. Atravesando grandes túneles construidos con una perfección casi absoluta, alcanzamos el lugar en donde todo comenzó: la puerta metálica que separaba el negocio de comidas de otro de mayor envergadura y peligrosidad que, sin dudas, era el más rentable de los dos.
Atravesamos la abertura y alcanzamos la pequeña rotisería y, una vez que nos aseguramos de que nadie estuviera allí, nos preparamos unas exquisitas pizas con papas fritas que disfrutamos como el trofeo por nuestro triunfo.
- Otra razón más para lo que te querría a mi lado sería por las deliciosas comidas que preparas- mi jefe halagó mis dotes culinarios, regresando a una de las bromas que más gozaba hacer en este último tiempo.
"Panza llena, corazón contento" anuncia el famoso dicho. Lo cierto es que abandonamos el negocio con una gran sonrisa en el rostro, conscientes de que lo que vendrá será aún más difícil, pero estábamos confiados de que lo lograríamos.
- Después de todo, todo lo malo tiene algo bueno- anunció mi jefe mientras se lamía los dedos para quitarse el queso muzzarela de los dedos, en un gesto que su hijo, de encontrarse aquí, habría reprendido.
- Lo que los espera a los neocelandeses cuando descubran semejante guarida subterránea- dije, riendo.
- Lo que ellos nunca lograrán saber es que dos hombres ya le han ganado de mano.
- Como todo lo que consiguen estos ineptos- coronó el líder, entre risas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro