
Capítulo CXIV
***
Doy una ojeada al reloj y me persigno. No queda nada más que pueda hacer, sólo entregarme en manos del destino y jugar con las cartas que ya han sido recogidas de antemano. Sin importarme lo que el Universo tenga planeado para mí, me encamino hacia la puerta una vez que Javier se aparece y, llamándome como si de un cachorro se tratara, me obliga a seguirlo.
- Tú te vienes conmigo- me dice apenas abre la puerta, chasqueando los dedos, como llamando a un animal invisible-.
Arribamos al primer cuarto en el que estuve encerrada. Lo reconocí al notar una larga línea pintada de azul entre cuatro paredes marrones de suciedad; sin dudas, removieron la larga tabla para darle mayor comodidad al animal para operar. La madera reposa por detrás de la puerta, sin que ninguno de los hombres lo recuerde.
El pájaro del reloj de la cocina canta seis veces y mi adversario ingresa al campo de la pelea, aún sujeto al brazo de Killiam. El joven libera a su amigo, le da unas caricias, y desaparece tan rápido como había entrado, cerrando la puerta tras sí.
Guardián comienza a olfatear mi miedo y eso lo envalenta más. Me mira directo a los ojos buscando irradiar terror con un simple contacto visual, y consiguiéndolo.
Aún no consigo forjar un plan que me permita acabar con mi enemigo, quien comienza a acercarse, sin perder ni uno de los preciados veinte minutos que le fueron designados para acabarme.
Me voltea de un feroz salto y comienza un forcejeo entre ambos, del cual ya predigo el final. El can saca sus garras y comienza a golpear mi cara, colmándola de raspones.
Con una ágil maniobra consigo colocarme por encima del animal y descargar todas mis fuerzas contra su mandíbula, en un desesperado intento por alcanzar el único objeto que sería capaz de salvarme. Aprovecho la confusión de la bestia y me alejo lo más rápido que puedo. Sin embargo, Guardián no se entregaría tan fácilmente, y con un bocado, me arrancó más de la mitad del cabello, adueñándose de más de veinte centímetros de mi hermoso cabello, los cuales dejo ir para evitar lesiones mayores.
La bestia escupe la bola de pelos que se ha formado en su boca y contraataca, acercándose cada vez más a mí. Lo distraigo mientras corro como una maniática dando unas vueltas por toda la habitación, haciéndome con la tabla en el cuarto intento.
El animal se acerca peligrosamente y hace añicos la madera de un mordisco, acabando así con todas mis esperanzas. Desde el exterior, el combate les debe sentar de maravilla a los cuatro hombres, quienes, estimo, deben estar reconfortándose con los sonidos salvajes.
La bestia hace uso de todas sus fuerzas y sus largas patas me pisan los talones, mientras al mismo tiempo su boca debana gran parte de mi vestido, evitando que se adueñe de mi espalda con un movimiento de danza.
No encuentro la forma de acabar con el animal; es seguro que no podré aguantar con vida veinte minutos en esta situación, más vale encontrar una salida.
De improviso, mi mente se ilumina y recuerdo a Manuel. Me agacho con brusquedad y espero a que todo suceda. Un viejo truco puede funcionar a la segunda vez, ¿verdad?
***
Auckland, 20 de enero,
diez minutos después...
Mi jefe intentó con una secuencia numérica, consciente de que no sería la adecuada. Y acertó. Al parecer, nunca antes había existido una contraseña similar, y el guardián se lo hizo conocer.
No obstante, lo que aquel hombre ignoraba era que detrás del código "488610" se ocultaba un mensaje ya conocido por todos los integrantes de la banda, el cual significaba "prepárate para dar pelea".
Observé de reojo y pude notar como el resto de los hombres avanzaba sigiloso hacia nosotros, dando pequeños pasos y cuidando de no despertar nuestras sospechas.
- ¡Qué extraño!- mi jefe simuló extrañeza al reflejar la pantalla un enorme cartel de error.- Lacy nos ha entregado esta contraseña para una misión secreta. Al parecer- bajó la voz- hay unos cuantos prisioneros y esta clave activaría una serie de castigos.
- Lo más extraño radica- habló el comandante-, en que, a pesar de sus cascos, logre reconocer a dos de los prisioneros de mi jefa- y luego culminó-. ¡¡A ellos!!
La centena de soldados comenzó a golpear sus escudos contra la mesa, provocadores. Era demasiado evidente que la muerte nos pisaba los talones y que, esta vez, resultaría casi imposible de evitar.
- ¡¡Cobardes!! Todos ustedes son unos cobardes- decretó mi jefe, inventivando aún más la pelea-. Se creen los grandes hombres por estar armados pero, mariquitas que son, no dejan al descubierto parte alguna de su cuerpo.
El resto del ejército improvisado levantó sus viseras para escuchar un discurso asombroso, ignorado las verdaderas intenciones de mi jefe.
- Sólo se limitan a seguir órdenes de una lunática que nunca logró superar a su malvado esposo y que, caso contrario, necesita de una multitud de hombres bien dominados y con el cerebro tan pequeño como sencillo de manejar. Me da vergüenza ajena por la nueca generación de delincuentes, tan jóvenes y fáciles de engañar- mi jefe no cesaba de mover sus brazos, aletando, mientras acomodaba con cautela las manos en los gatillos. Aprovechando su magnífico discurso y su capacidad de persuasión, remató con su última frase-. Que aquel que no ha obedecido nunca las órdenes de esta alimaña, sólo por temor, que se deje el casco puesto.
El sonido de ciento cuarenta y dos cascos cayendo al unísono fue lo mejor que consiguió el jefe, pero fue suficiente como para demostrar nuestra agilidad. Con una maniobra muy limpia, bajé la cabeza y dando un giro trescientos sesenta grados, fulminé uno a uno a cada uno de los hombres con precisos disparos en la frente, que derribó a más de la mitad.
Sin embargo, y por desgracia, más de la mitad de los hombres esquivaron el tiroteo y se abalanzaron contra nosotros, ansiosos por vengar la muerte de sus compañeros. Si bien el panorama se había reducido, aún temíamos a la inferioridad numérica en la que nos encontrábamos.
Sólo un milagro o una acción celestial sería capaz de apartarnos de esa multitud de caballeros armados hasta los dientes que se nos acercaban. Y sin contar que ya había disparado tantas balas que tan sólo dos estaban disponibles para el resto de la pelea.
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