Capítulo CXIII
***
- Llegamos- la voz de Manuel interrumpe el cantar de sus compañeros, quienes hacen caso omiso a sus palabras, sin detener su canto.
Me descubren de entre las mantas y me obligan a levantarme, toses de por medio a causa de la gran cantidad de polvo acumulado entre las telas.
- Abajo princesa- el jefe realiza una reverencia burlesca y me indica dónde se encuentra la salida.
En la calle, junto a la puerta y sentado sobre un pequeño escalón se encuentra un hombre joven, de unos veinte años, morocho, rapado casi al ras y con una enorme nariz. Se alegra al encontrarse con sus compañeros y me dirige un tímido "hola". Sin dudas, la persona más humana que he conocido en este tiempo.
- ¿Dónde está Guardián?- pregunta Javier encaminando la conversación con su brutalidad características.
- Yo estoy muy bien, gracias por preguntar- le responde el otro, exigiéndole algo de respeto.
Javier se queda mudo ante el joven de cara redonda que acababa de darle una muy buena lección.
- Estuve esperándolos un buen rato. Tuve que alimentar a la bestia tres veces durante la espera.
- Conozcamos a nuestro nuevo amigo- sugiere el jefe.
Caminamos rumbo a la camioneta de Killiam en donde, atado con varias cadenas, se oculta un enorme rottweiler negro, que no ladra al vernos, imposibilitado por el enorme bozal que apreta su mandíbula.
- Vamos, campeón- lo llama el joven cara de sapo mientras le da unas buenas caricias en el ombligo.
El animal abandona su jaula a regañadientes e intenta desprenderse de su correa en numerosas ocasiones, una pesada cadena de un metro de largo que se cierne alrededor de su cuerpo.
- Camina- Killiam comienza a impacientarse y revela ser no tan agradable como me pareció que sería en un primer momento.
Una vez que la bestia de digna en ingresar a la casa, todos lo seguimos. El animal ocupa uno de los cuartuchos que me había contenido, mientras que a mí se me permite caminar por toda la casa.
El lugar permanece idéntico a la última vez que estuve: silencioso, muerto, harapiento, oloroso y con un hermetismo no apto para claustrofóbicos.
Me encamino hacia la cocina, abro la heladera y retiro una pata de pollo congelada que, luego de dos minutos en el microondas, está lista para ser devorada. Disfruto de una buena comida luego de casi una semana de carencias.
- ¿Qué estás haciendo aquí?- me interroga Javier, con su habitual amabilidad.
- Tu padre y tu jefe- respondo, resaltando cada palabra- me lo permitió. Además, ¿no es mejor una presa bien alimentada a un animal debilicho?
El joven se retira refunfuñando. Dos derroras en un día ya son suficientes para él, pero una posible victoria se le acercaba cada vez más: en media hora, conforme con lo que indica el enorme reloj de pared del que sale un horroroso pájaro, tendrá lugar la sexta de diez peligrosísimas pruebas; esta vez, Guardián será mi adversario. Pienso en Killiam y ruego que me tenga compasión, al igual que su can amigo.
Alguien le quita el bozal al animal y una multitud de ladridos resuenas por toda la casucha. La bestia reclama a su próxima víctima.
***
Auckland, 20 de enero,
a medianoche...
Operando con mucha cautela y fijando las armas en diferentes posiciones estratégicas del aerodeslizador, nos encaminamos hacia lo desconocido. Seleccioné la opción del piloto automático y otra que indicaba que nos llevaría al cuarto de las máquinas, y hacia allí nos dirigimos.
Mi jefe y yo enfrentamos nuestras espaldas y cada uno cubría al otro, mientras el aparato nos conducía a las mil maravillas al enorme cuarto en donde reposaban otros de los suyos. Operando con sangre fría logramos desplomar a varios hombres que nos descubrieron, y debimos regresar sobre nuestros pasos para detener a varios.
- No hay moros en la costa, ¿cómo vas?
- Hay algo que me extraña- dijo el líder-: todo está más tranquilo de lo que debería. Todo este silencio me trae un muy mal presentimiento. La calma siempre antecede al huracán.
- Disfrutemos de la paz mientras dure.
Nos aventuramos en una región oscura, tomando una de las bifurcaciones con las que me había topado y, operando en la más inmensa oscuridad, arribamos al tan ansiado cuarto.
- Ha llegado a su destino- anunció la máquina con voz robótica.
Descendimos en busca de algo que pudiera servirnos de orientación: un mapa, huellas de pisadas, alguna salida secreta. Nada, nadie.
Continuamos inmensos en una profunda negrura, provistos de dos pequeñas linternas de minero que encontramos en la guantera del aerodeslizador que nos vinieron a las mil maravillas, hasta que luego de una intensa búsqueda encontramos algo que nos podría servir. El enorme mapa digital indicaba a quien lo deseara el camino hacia distintos parajes de la inmensa guarida.
"Solicitud de acceso: ingrese la contraseña correspondiente" se podía leer en la pantalla una vez que seleccionamos la opción "salida".
- Permiso denegado- anunció el aparato una vez que mi jefe introdujo tres contraseñas incorrectas. Una fuerte alarma comenzó a sonar por todo el lugar; ni siquiera nuestros disparos fueron capaces de callar la campana.
Las luces se encendieron de pronto, y nos encontramos rodeados por una multitud de hombres armados, quienes formaron una ronda a nuestro alrededor. Uno de los guardianes, el que a mi parecer parecía ser el jefe, se nos acercó.
- Subjefe Walton, guardián Gerzy- el hombre nos hablaba con absoluta naturalidad, lo que nos hizo extrañar. Afortunadamente, los cascos ocultaban nyestras muecas de estupefacción.
Nos miramos por unos segundos hasta que descubrimos los nombres recién pronunciados por el guerrero impresos en nuestros chalecos antibalas. Decidimos (¿cuándo no?) continuar con la farsa.
- ¿Algún problema, señores?- el hombre no daba señales de desconfianza, lo cual era un punto a favor paea nosotros.
- La pantalla se descompuso- anuncié, simulando una mueca de fastidio.
- ¡Qué extraño!- se preguntó el hombre para sus adentros-. Que yo sepa nadie ha modificado la contraseña en los últimos diez días, conforme con lo que indica la misma pantalla.
Las cirscunstancias lo hacen dudar y puedo percibir cómo, poco a poco, su cabeza deja de lado tantas certezas y comienza a buscar la forma de desenmascararnos.
- Acompáñanme, caballeros, y sean tan amables de introducir la última contraseña que recuerden- maldije nuestra suerte con cientos de insultos mentales, sin dejar de notar la sonrisa de nuestro interlocutor, que se trasparentaba a pesar de su casco.
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