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Capítulo CX

***

- Eres desagradable- le respondo.

Javier hace oídos sordos a la conversación, diciéndose para sí mismo que no malgastaría tiempo ni saliva para responderme. En mi mente lo refuto con otra magnífica frase que alguien ha inventado alguna vez. "El que calla otorga".

- Arriba las manos- Manuel continúa con el asalto, ignorando por completo nuestra pelea, y rápidamente toma riendas en el asunto-. Ustedes dos- dice, refiriéndose a sus dos compañeros-, den vuelta la casa y encuentren algo que pueda servirnos. Quién sabe qué porquerías puden guardar estos ancianos mal nacidos- toma aire y prosigue-. Yo me encargo de estos dos.

Javier y su padre se escurren por la puerta y comienzan a hurgar en toda la casa como verdaderos tornados humanos. A su paso se oyen objetos chillar, vidrios quebrarse, pilas de objetos desmoronarse, recuerdos familiares destruyéndose...

- Esto es el fin- el anciano no puede creer todo lo que le está ocurriendo, y puedo percibir en su rostro una gran mueca de decepción.

- Lo siento- me limito a decirle, entre lágrimas-. Todo es mi culpa.

Manuel escucha nuestra conversación atento, no nos interrumpe, pero toma nota mental de todas nuestras palabras. Nos deja hablar con libertad, esperando a que alguno de nosotros dos diga algo que no corresponda o que no es prudente pronunciar en su presencia. Se distrae con su teléfono; es problable que haya encendido la grabadora de voz.

- No te sientas mal, querida mía, aún quedan esperanzas- David me recuerda, por medio de una indirecta, su llamado a la policía, a quienes presume que llegarán en cualquier momento.

En la planta baja los ladrones descubren una pequeña caja y al abrirla ven...

- ¡¡Un GPS!! Estamos salvados- la alegría del jefe es incontenible, hasta tal punto de subir las escaleras para anunciárselo a Manuel.

- Aquí hay una tarjeta- observa el jefe una vez que ya estamos todos reunidos en la habitación de la pareja-: "De David y Margarite Brown, espero que disfrutes de tu viaje, hijo nuestro".

- ¿Quién se podría imaginar que e esta pocilga encontraríamos un aparato de última generación?- Javier se reconforta por haber sido él quien sujetó la caja por primera vez.

- ¿En resumen, esto quiere decir que ya no hay nada que hacer aquí?- los interroga Manuel, poniéndose de pie.

- Sólo falta una cosa...

El arma del jefe apunta hacia el anciano y dispara. La bala acaba con la vida del buen David, que ya se ha reencontrado con su esposa en el cielo. Una última posibilidad de escapar late en el fondo de mi corazón, con muy poca fuerza. "¿Se habrán olvidado, acaso, de nuestro llamado?" pienso, desesperada.

- Vámonos de aquí lo antes posible, debemos encontrar el camino a casa antes de las seis de la tarde, o tendremos que cambiar de prueba.

Los otros dos compinches reprueban la idea del jefe, se ponen de pie y me sujetan ambos brazos. Cubren los cadáveres entre unas colchas y limpian sus huellas digitales con un paño húmedo.

- Tú te vendrás con nosotros- Javier presiona mi antebrazo con fuerza-. Y ojo con intentar otra de estas locuras. La próxima serás compañía de estos viejos- temo, ahora más que nunca, la aparición de la policía.

***

Auckland, 19 de enero,
a las cinco de la mañana...

- ¿Te gustó el laberinto, Manu?- Lacy comenzó a reírse como una maniática mientras yo, boca abajo, tenía una acústica perfecta de su horrorosa voz.- Confieso que no fue gran cosa y que resultó demasiado sencillo construirlo. ¡Qué tierno, querías salvar a tu jefe!

- Espero que esten cómodos, caballeros, que ya está por comenzar el espectáculo- tres nuevos hombres, vestidos de payasos macabros se preparaban tras bambalinas.

- Señoras y señores, libres y muertos- la voz de Lacy al pronunciar la última palabra se tornó de veras extrañas, pareciéndose casi en su totalidad a la de su difunto esposo-, les presento al Circo del Infierno.

Alrededor de mi jefe se encendió una gran llamarada, en forma de semicírculo, dejando expuesta la mitad que se halla enfrente de la tarima improvisada.

- La primera prueba- anunció el más debilucho de los tres- será rebanar aquella fruta con mi boomerang de fuego- encendió el arma y la arrojó bien lejos.

El boomerang, provisto de afiladas cuchillas, cortó mi soga y aplastó mi cabeza contra el piso, en una caída dolorosísima de varios metros de altura. Luego de su extenso recorrido, regresó a la tarima y rebanó el plátano que un gigantón había sostenido sobre su cabeza, para luego regresar al lanzador, quien lo recibió con sus propias manos.

- ¡¡Magnífico!!- aplaudió Lacy, emocionada-. Tal vez el año que viene podamos presentarnos en algún playón, total a los fortachudos los tenemos, y a los animales también- toda la banda se rió del chiste que su jefe despotricó contra nosotros.

- A continuación, nuestra segunda prueba: con ustedes, el hombre de las cuchillas- el segundo gigante se adelantó portando un cinturón lleno de cuchillos a su alrededor.

El tercer hombre trajo un marco gigante y allí el tipo del boomerang fue sujeto de manos y pies a cada vértice, en una posición incomodísima.

El primer cuchillo le pasó rozando las costillas tanto al joven del marco como a mi jefe, posicionado "casualmente" detrás de sí. Una sucesión de treinta cuchillos afiladísimos acabaron "por error" casi perforando a mi jefe en todos los sitios posibles, de no ser por sus magníficos refuerzos.

- Hoy sí que estoy malo- se lamentó el gigantón, sonrisas de por medio y, empuñando los últimos dos cuchillos restantes, realizó un último intento.

- Argggg- el grito del herido del marco se escuchó una y luego dos veces.

Sin embargo, y por sorpresa, dos nuevos cuchillos enviados a la velocidad del rayo acabaron en las piernas de mi jefe: uno en la pata de palo y el otro en la de carne y hueso.

El debilucho se desató de sus ataduras y demostró encontrarse en perfecto estado. Lacy simula una cara de sorpresa al no encontrar las yagas del herido.

-Una actuación excelente- pensé, aplaudiendo en mi mente la maniobra de distracción empleada por los secuaces-.

No obstante, lo único real de esa exposición fue la sangre que corría de la pierna de mi jefe, mi cara aplastada contra el piso y mi tabique roto.

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