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Capítulo CVIII

***

- Como a mi juicio supongo,- comienzo a contarles- que ustedes ya se habrán percatado de que entre esos hombres y yo no existe la mínima relación familiar.

- Es evidente- responde el anciano con aire altanero.

- Continúa, querida- Margarite le da una buena pisada al zapato de su esposo, a modo de indirecta. Mas este, conociendo el significado profiere un grito.

Simulo no haber prestado atención a su pequeña pelea. ¡Tan íntegros y unidos que me parecían! Aunque, después de todo, todas las parejas se pelean.

- Vengo desde Centroamérica y hace unos meses que estoy instalada aquí para cursar mis estudios universitarios...

- La policía está en camino- me interrumpe el anciano, con cara de quien trae noticias importantes-. En media hora estarán rodeados- dice, aludiendo a los malhechores.

Por falta de tiempo me veo obligada a adelantarles mi historia, dispuesta a ponerlos al corriente de la situación lo antes posible.

- Lo cierto es que, un día, camino a la casa de mis amigas, ellos me tomaron y me llevaron consigo, como venganza contra mi padre, quien los había delatado mientras asaltaban nuestra casa.

- Una historia apasionante- exclama sorpendida la frágil anciana.- Tienes un corazón muy valiente y la fuerza de una leona. Estoy segura de que lograrás escapar- confiesa, sincera.

- Y nosotros estaremos para ayudarte- agrega el anciano, esperando impasible a que llegara la patrulla policial.

- Desde entonces me han arrastrado consigo y me han impuesto diez terribles pruebas y juran que, si logro salir con vida de todas ellas, lograré la linertad.

- Interesante...

La pareja no puede creer lo que está oyendo, el pedido de auxilio de un alma castigada por la vida. Ajustan sus audífonos, creyendo que así lograrán escuchar una verdad mucho más suave, sencilla y segura; mas no lo consiguen.

- Deben conocer algunas cosas de estos hombres: el jefe se hace llamar Josep; su hijo, el más rudo y violento de sus secuaces, Javier; y el último, mejor amigo del segundo, Manuel- Margarite toma nota de mis palabras con mucha destreza y a muy alta velocidad.

- Necesitamos datos concretos para hacer la denuncia, querida. ¿Conoces algo más acerca de ellos?- pregunta extrañado el anciano.

- ¡¡Nada que tengan derecho a conocer!!- la puerta se abre en el medio, y entre las maderas destruidas aparece el cuerpo de Javier.

Un nuevo estallido y la ventana se parte, permitiendo así a Manuel irrumpir en la habitación perfectamente armado. Por su parte, el jefe cubre la retaguardia.

- ¿Acaso hay aquí algo similar a una reunión secreta para conspirar contra nosotros, Mía?- me interroga Javier.

- No puedo seguir con esto- el cuerpo de la anciana yace en el suelo, tal vez sin vida, o quizá inmóvil tras un brusco desmayo. No lo sé y, al parecer, tampoco el anciano esposo que está a su lado.

- Tienes suerte de que somos hombres de palabra, jovencita- Manuel simula no estar observando al despreocupado anciano-. Hoy te salvaste de una buena, pero cuando suenen las seis campanadas al atardecer, será Guardián quien acabe contigo, para siempre.

La sala se ve inmensa en un silencio sepulcral. Nadie se atreve a hablar ni a moverse, a excepción del pobre anciano, que quiere verificar la vitalidad de su esposa.

***

Auckland, 19 de enero,
veinte minutos después...

- Yo iré por la derecha y tú por la izquierda. Lacy no puede estar tan lejos- ordenó mi jefe-. Nos encontraremos en cinco minutos en este mismo punto. En caso de que encuentres la salida, no escapes; regresa por mí y lo haremos juntos.

Y así fue. Tras una palmada de aliento mutua y un silencio absoluto, cada uno se internó en su correspondiente cueva.

Apenas ingresé pude ver una antorcha a medio apagar a lo lejos. Corrí con todas mis fuerzas; no estaba dispuesto a dejar extinguir el único modo que tenía de iluminar mi camino. Sin embargo, unos pocos pasos después se escucha un sonido muy potente en todo el lugar, acompañado por una caída brutal al suelo que no me dejó extender los brazos y estrelló mi mandíbula contra una roca.

Cuando me levanté, todo dolorido, abrí los ojos e intenté ubicar la llama en medio de la oscuridad y descubrí que el fuego ya se había extinto. Estaba sumido en la más profunda y aterradora oscuridad, y debía encontrar una salida lo antes posible.

Las paredes de esa especie de cueva mal creada, estaban recubiertas de cemento; en contraposición, el suelo era de una tierra barata, llena de piedras que servirían de obstáculo a los cautos y que generarían cómicos golpes en otros no tan cuidadosos como yo.

De todas maneras, y pese a caminar sumido en la oscuridad, logré llegar al final de la cueva, en donde se encontraba... ¡Otra bifurcación! Maldije a Lacy con todos los insultos habidos y por haber y regresé con rapidez a nuestro punto de encuentro. Estaba seguro de que mi demora había alarmado a mi jefe y llegué a pensar, incluso, que sería él quien se adentraría en esta misma cueva dispuesto a salvarme.

Corrí con toda la energía que quedaba en mis piernas, sorteando los obstáculos como un verdadero atleta y terminando muchas veces en el piso como un verdadero idiota.

En mi décimoquinta caída me encontré con una curiosa roca en forma de puñal que me vendría a las mil maravillas, no sólo por su filosa punta, sino también por su tamaño, perfecto como para sujetarla con el cinto de mi partalón.

Y así, entre tropiezos, tropezones, raspones y caídas llegué al sitio en donde todo iniciaba. Me ardía la cara a causa de los raspones, y la filosa piedra rebanaba parte de mi piel.

- ¡¡Jefe- lo llamé con firmeza-, aquí estoy!!

Miré hacia los lados pero no lo encontré. "Se habrá demorado" pensé. "O tal vez ha encontrado la salida y está intentando convertirse en el héroe de esta batalla". Los malos pensamientos se esfumaron al recordar sus palabras:

- Nos reuniremos dentro de cinco minutos. No falles.

Dudo unos segundos antes de adentrarme en la oscuridad. Espero un momento  y comienzo a correr como un maniático. Espero esta vez, caerme menos de treinta veces o, al menos, que estas valgan la pena.

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