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Capítulo CIX

***

- La orden también va para usted, viejo cabeza hueca- Javier no puede contener su furia.

- Es que ustedes no entienden... No sé si ella está bien- le responde David, más preocupado por la vida de su esposa que por la propia.

- ¿Conoce usted el paraíso?- Manuel interrumpe en la conversación blandiendo su pistola y obligando al anciano a prestarle atención y reconocer el grave peligro en el que se encuentra.- Le puedo dar una muestra- continúa diciéndole mientras le apunta con su nueve milímetros y lo obliga, a duras penas, que se ponga de pie.

- No pueden hacernos esto, los dos estamos demasiado viejos como para este tipo de sustos. Por favor, señores, si lo que quieren es dinero se lo daremos sin problemas.

- No precisamente- el jefe se interna en la habitación y abandona su puesto de centinela-. Verá, señor...

- David, Alphonse David- acota el anciano.

- Señor David, tanto usted como su esposa son testigos de un crimen, y los testigos siempre son materia peligrosa para nosotros.

- No hablaré, y juro que mi esposa tampoco lo hará- el rostro del viejo se torna aún más avejentado y su corazón está al borde de un paro cardíaco.

- ¿Entonces que hacían los tres en una reunión secreta? ¿Acaso sólo escucharían a Mía y le darían unas palabras de apoyo?- Javier está demasiado afilado y se encarga de refutar uno a uno los argumentos de su rival. Parece ser de esas personas que se vuelven más lúcidas mientras menos duermen.

El viejo se queda sin palabras y no hace más que agacharse junto a su esposa, sin importarle las advertencias de los tres hombres. Resulta increíble la escena: un hombre de noventa años actuando con naturalidad frente a la adversidad, y, en particular, cuando esa adversidad involucra tres caños de pistola.

- Pobre- Manuel cambia su tono y adopta uno más paternal y empático, sólo por unos instantes...-, quiere cerciorarse de que su esposa esté bien. Un verdadero caballero. Pero le confesaré una cosa- lo llama con la mano y baja la voz como si fuera a contarle un secreto-: ella ya no está con nosotros.

El disparo, sin silenciador, se escucha por todo el pueblo, mas nadie se alarma: uno de los dos pobladores de Peace Town ha muerto. Margarite lanza un suspiro una vez que la bala ingresa en ella y se lleva su vida tan rápido como entró.

Me estremezco al ver la escena y me lamento por ser la causa de su muerte. "Tal vez, si no les hubiera pedido ayuda, nada de esto habría pasado" pienso, pero ni todos los verbos en condicional del mundo regresarían a la vida a la dulce anciana.

- ¡¡Mi Margarite!!- David se quiebra junto a su cadáver y no piede escapar de su estado de shock. Parece tan débil y moribundo como su propia esposa hace unos minutos.

- ¿Acaso no notaste, querida Mía- Javier disfruta de la escena y, más que nada, de verme a la defensiva, totalmente impactada por todos los sucesos ocurridos-, que si no fuera por tu culpa, esta pareja de ancianos estaría acurrucándose en su cama, ignorando todo aquello que se halla a su alrededor?

***

Auckland, 19 de enero,
tiempo después...

La nueva cueva, la de mi jefe, era similar a la mía, pero con más piedras en el camino, lo que significaría más caídas, lamentos, insultos y raspones.

Caminé con cautela; no era mi intención la de encontrarme lo antes posible con mi jefe, sino que, al encontrarlo, sepamos escapar juntos y en silencio. Sin embargo, esto no evitó mi primer caída, tampoco la segunda, tercera, cuarta y quinta.

En mi décimoséptima caída tropecé con una pequeña rama y caí de lleno al piso dando un brutal golpe contra el piso y hasta generando una ligera rajadura en la tierra. Afortunadamente, mi mano derecha no consiguió aplastar un pequeño encendedor móvil, de esos que usan los fumadores compulsivos como mi jefe, y que me serviría para iluminar una pequeña parte mi caminata y reduciendo en un veinte por ciento mis ridículos bloopers.

Ni bien lo encendí, pude comprobar que se trataba de un extraño mechero que mi jefe había conseguido en las Bahamas, mientras estaba de luna de miel con su tercer esposa, quien un día apareció "mágica y sorpresivamente" ahogada en el Triángulo de las Bermudas".

Lo encendí e iluminé mi camino. Me resultó más sencillo caminar durante los cinco minutos en los que duró el gas del pequeño recipiente. Cuando la llama de extinguió proferí un grito y pensé en una remota posibilidad: que ese haya sido el mismo mechero que había utilizado mi jefe años atrás. Esto vendría a significar que él había estado aquí hace unos momentos y que, por alguna razón, aún no había conseguido regresar.

Avancé inmenso en la oscuridad y toqué las paredes. Como me lo figuraba, también eran de un cemento bien trabajado e imposible de romperse. Si mi jefe no había logrado escapar de allí, dudaba dd que haya encontrado una buena noticia al final del camino.

Alarmado, cargué mi pistola y comencé a tomar mayor precaución al llegar en donde yo me presumía que me toparía con la próxima bifurcación. Sin embargo, me topé con una gran sorpresa.

De pronto, sin esperarlo, caí en un enorme hoyo de cincuenta metros de profundidad y acabé aplastado sobre una pila de sacos de harina que llenaron el lugar lleno de polvo blancuzco. Cuando se disipó toda la humareda me encontré con una imagen que ya había visto en mis pesadillas pero que no me lo creo en la realidad.

Mi jefe estaba sujeto con unas cadenas a una pared de cemento y Lacy le apuntaba con un revólver fijo en un cabestrillo a varios metros de distancia. Interrumpió su primer disparo al notar que yo ya me había despertado de mi golpe.

- Despertó el bello durmiente. Espero que hayas disfrutado de tus sueños; será lo más lindo que habrás visto en este pozo- me dio la bienvenida.

Dos hombres encapuchados me sujeraron ambos brazos y me torcieron las muñecas, obligándome a soltar el arma. Me resultó extraño que no se hayan percatado de la extraña piedra que se ocultaba tras mi camisa rasgada.

- Bienvenido a tu infierno- me dijo, ríendo, mientras me colgaban boca abajo de un enorme gancho.

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