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Oeuf.

N/a: si ven escritura en sí más cool, es gracias a mi nueva beta / editora /mi propia Margaret Tate 💕 así que gracias a ella tienen un nuevo y muy hermoso capítulo.

Acto IV: Oeuf

Parte 1: De secretos descubiertos y corazones confundidos.


Hambre. 

Hambre voraz, apenas controlable.

Fue, sin duda, el primer sentimiento que cruzó la mirada de Hannibal apenas apareció en la puerta de su casa aquella noche. 

Will no sabía realmente cómo sentirse con ello. Pero, sin duda, el latigazo de excitación que lo asaltó no debía ser lo normal. 

—Buenas noches, Will... Debo decir que te ves espectacular— la mirada apreciativa de el hombre no fue nada sutil; y Will se encontró imitando su actuar. 

Hannibal se veía exquisito en su traje negro, bastante clásico; el corte francés de la ropa, la pajarita perfectamente puesta, el chaleco rojo sangre que combinaba con sus ojos... Volvió a llenarse del sentimiento de hambre; sin embargo, ésta vez no provenía del mayor. 

Había un aura de lujuria, anhelo, cariño y posesividad casi obsesiva que los rodeaba. Durante varios segundos quedaron mirándose el uno al otro, hasta que, tomando un impulso, Hannibal acercó a William y unió sus labios en el que fue quizás el beso más apasionado que se habían dado hasta ahora. Los anormalmente afilados dientes del psiquiatra mordían con fuerza el labio inferior del castaño hasta que el sabor metálico de la sangre se mezcló con la saliva de ambos y un gemido roto salió de Will. Demasiadas sensaciones. Las manos del psiquiatra lo tocaban con tanta adoración. 

Sin embargo, un sentimiento de peligro latía muy en el fondo de su pecho, advirtiéndole de algo de lo que aún no tenía conocimiento, al menos no de manera consciente; aun así, su cuerpo parecía ya saberlo. 

El sabor de la sangre y el gruñido casi animal que resonó en el pecho del médico le hicieron temblar las piernas. Fue ese mismo sonido el que le hizo recordar que Hannibal no era del todo humano, había una bestia sedienta, muy dentro suyo, que buscaba salir.

Will gimió con más necesidad dentro del beso y juntó sus caderas. Un estremecimiento los recorrió. La necesidad de arrancar y romper el traje del psiquiatra era tan fuerte en Will; pensamientos sobre lo bonitas que se verían sus prendas rotas en el piso de su consultorio llenaron su mente, soltó un suspiro tembloroso cuando el rubio chupó su labio inferior para luego delinearlo con su lengua. 

¡Ah! Esa lengua que parecía haber probado las delicias de todo el mundo y aun así sentía que bebía el mejor de los manjares en su boca. Un casto beso fue dejado y Will observó fascinado los labios hinchados del hombre mayor. 

—Mano mylimasis (mi amado)— todo su anhelo fue puesto en esa simple frase. 

El de rizos castaños descansó su frente en el hombro de Hannibal, disfrutando del abrazo que recibió. No sabía lo que había dicho, pero escuchar a Hannibal hablar en su lengua materna era simplemente algo digno de admirar. Y lo ponía un montón también, para qué negarlo.

Observaron sus ropas arrugadas y Will hizo una pequeña mueca, no pasó mucho para que Hannibal sacara su varita del bolsillo interior de su chaqueta; un hechizo desconocido fue dicho en voz baja y el menor se maravilló al ver y sentir que las arrugas en su traje desaparecían. Todo volvía a estar impecable nuevamente, dio un bajo silbido. 

—Ese es un hechizo bastante útil— susurró el castaño, el mayor le respondió con una sonrisa cómplice. 

—Adelante, Will, los niños aún se están preparando. Me temo que tendremos que ayudarlos, sólo dios sabe hace cuánto que Harry intenta amarrarse la corbata— Will soltó una suave risa y lo siguió por las escaleras. 

Entraron a la habitación del chico, escuchando pequeñas maldiciones en voz baja. El de rizos castaños no pudo evitar compararlo consigo mismo.

—¿Necesitas ayuda? — preguntó Hannibal. Sólo allí el menor se dio cuenta de la presencia de ambos. Dio una pequeña sonrisa de disculpa. 

—Sí. Ésta cosa, al parecer, me odia— murmuró con algo de vergüenza. 

Señaló su corbata y sólo entonces Will lo miró detenidamente. Su traje era de un corte más moderno, todo negro; a excepción de su corbata y el pañuelo de bolsillo que eran de seda plateada.

—Te ves muy guapo, Harry— dijo el agente, peinando los cabellos claros del menor. El adolecente le dio una pequeña sonrisa avergonzada.

—Gracias, también te ves muy bien. Y no soy el único que piensa ello— le dio una mirada burlona a su padre, quien desvió la mirada a los gemelos que descansaban en la cama, justo al lado se un reloj bastante elegante. Eran un par de serpientes con los ojos esmeraldas. 

—Déjame ponerte estos— Hannibal se acercó a su hijo y, con paciencia, le puso los gemelos. Will observaba con cariño la escena familiar cuando fueron interrumpidos por una bellísima Abigail. 

—¡Hola, Will! —saludó la chica dándole un beso en la mejilla.

Se veía hermosa. Su cabello estaba recogido en un peinado pomposo y estaba rizado; traía una fina capa de maquillaje, algo de rubor y pintalabios de un rojo suave. 

—Te ves bellísima— soltó Will impresionado.

La chica sonrió encantada y dio un giro en su lugar dejando que su vestido pareciera casi flotar. Su sonrisa era enorme, sus ojos parecían brillar como los de una niña que recibía un enorme regalo en navidad. 

—Gracias— respondió.

Observaron a Harry tomar su varita y susurrar algunas palabras. Una caja de madera, un poco más grande que la palma abierta de su mano, y apenas de dos centímetros de alto, voló hacía él. Cuando la abrió, pudo verse una hermosa gargantilla de plata; tenía aproximadamente dos centímetros de grosor de pequeños hilos de plata entretejidos, un hermoso dije en forma de lágrima de color negro. 

—Es una obsidiana, mi madre tenía un particular gusto por aquella piedra. Algunos de sus poderes mágicos son la protección, la paz y la adivinación. Estoy seguro de que si hubiera tenido una hija querría que lo usara— murmuró el más joven. Dio una cálida sonrisa a su hermana mientras se acercaba a colocarle la gargantilla, sabía lo mucho que Abigail odiaba la cicatriz en su cuello. 

A pesar de ser el último regalo de su padre, Garret; mirarlo le recordaba la locura de él. 

—Si vas a lucir ese hermoso cuello que tienes, que sea con algo de tu agrado, algo que tú has decidido tener— la joya ocultaba gran parte de su cicatriz; los ojos de Abigail se llenaron de lágrimas. 

—Harry— murmuró, conmovida, antes de abrazarlo. 

El menor de los Lecter disfrutó del contacto; y tanto William como Hannibal observaron en silencio. 

—¿Qué otro poder puede tener una piedra de obsidiana? —Preguntó la chica una vez que un nuevo hechizo fue lanzado sobre ellos (haciendo que su ropa volviera a su pulcritud anterior a los abrazos). Aquella pregunta había bastado para que Harry iniciara una larga charla acerca de las propiedades mágicas de las rocas e incluso su origen; y su uso de forma muggle por parte del psiquiatra. 

La ida al teatro fue estupenda y llena de conversaciones interesantes. Una vez bajaron del Bentley de Hannibal, dejaron que el valet parking se encargara del vehículo. 

Escuchó un suspiro de Harry con un suave ''Ahí vamos''. Will presenció cómo su rostro adoptó una máscara impasible; demasiado parecida a la que su padre tenía con desconocidos e incluso conocidos. Guió a su hermana con el mismo refinamiento que el rubio mayor; era como si hubiese sido criado con los mismos modales, con las mismas costumbres, como si no hubiese conocido al médico hace solo unos pocos meses. 

Abigail, traía una mueca parecida a la de su hermano; sus ojos ya no brillaban con inocencia o alegría, se veía como una mujer elegante —le costaba pensar en la chica como mujer, ya que la veía como su pequeña— y de alcurnia. Observaba con ojos aburridos a los demás invitados, como si no le sorprendiera en absoluto todas esas personas ataviadas en sus mejores galas. 

Hannibal los observó con orgullo disimulado antes de colocar su mano en su cintura —una acción demasiado íntima y aún así no se quejaba; se sentía deseado, pertenecía a él. Reprimió un escalofrío—. Él poseía la misma máscara de indiferencia con una sonrisa suave y gentil para aquellos con quienes hacía contacto visual. 

—Me siento bastante observado— comentó en voz baja mientras subían por la escalera hasta llegar al salón principal donde algunas obras de arte eran exhibidas.

Había un pequeño y muy lujoso catering y una barra de bebidas. Will pensó que probablemente una botella cualquiera de allí costaría más que su auto. 

—Bueno, es la primera vez que traigo a una pareja. Aparecer con una, y con mis hijos, debe ser toda una revelación— escuchó la risita de Abigail y juntos, como familia, se instalaron cerca de una de las columnas de la edificación. 

—¿Alguna bebida? —preguntó el psiquiatra a Will y a los niños en general. 

—Necesito un poco de valor líquido para las primeras conversaciones— murmuró con su habitual sarcasmo el agente. El rubio mayor respondió con una sonrisa divertida. 

—A ustedes les veré algo sin alcohol— dijo mirando a sus hijos. Abigail apenas reprimió su puchero cuando su padre dio media vuelta. 

—A veces olvida que ya soy mayor y que puedo tomar al menos media copa de vino de vez en cuando— murmuró Abigail observando al psiquiatra que parecía bailar entre la multitud, dando sonrisas amables y asentimientos corteses. 

—Déjalo, le hace mucha ilusión tener una hija y cuidarla; consentirla como lo hizo con la tía Mischa— Will los miró curioso y algo indeciso. 

—Su padre nunca me habló de ella—murmuró casi con tristeza. 

Los niños se vieron incómodos un momento antes de suspirar. 

—Es un tema bastante delicado para él, ni siquiera sabe que te lo hemos dicho. Mischa era su mundo entero hasta que se la arrebataron— los ojos de Harry parecieron cambiar por una fracción de segundo a grises antes de volver a su habitual verde. 

—Una parte de él murió con ella— dijo ésta vez Abigail. 

Los tres miraron cómo Hannibal se detenía a hablar con una mujer mayor bastante encantadora. 

—Estoy seguro de que te lo contará pronto. Él desea hacerlo— Will cruzó miradas con Hannibal y vio todo el cariño que sentía en ellos. Se abstuvo de preguntar qué hacía falta para que le confiara esa parte de él. 

Cuánto más debía esperar para que el hombre mayor fuera abierto en cuanto a sus sentimientos, sus pensamientos... su pasado.

Observó con ojos atentos a la mujer elegante que interceptaba al psiquiatra, lo vio compartir unas palabras con ella antes de que la mirada de ambos se posara en él. Los ojos cariñosos de Hannibal y los curiosos de su acompañante fueron toda la advertencia que tuvo antes de que ambos se acercaran.

Instintivamente los niños se acercaron a él, quien no dudó en poner una mano en el hombro de Harry y rodear a Abigail de forma protectora con su otro brazo. Pudo ver la pequeña chispa de satisfacción por sus acciones en el rostro del médico. 

—Niños, déjenme presentarle a la Sra. Ellen Komeda, una de las pocas personas a quienes considero una verdadera amiga— habló Hannibal al llegar junto a ellos. Entregó una medida de Whisky a Will y, en el momento más oportuno, apareció un mozo quien dejó dos copas de sidra de manzana para los menores. 

—Ellen, ellos son mis hijos, Abigail y Harry; y mi...— hubo un pequeño momento de duda antes de que Hannibal cruzara miradas con el de rizos castaños —. Mi compañero, Will Graham —dijo. 

La mujer de corto cabello castaño, rasgos bañados por la edad y mirada inteligente lo saludó—: Un placer— una sonrisa y ojos curiosos se dirigieron a la familia. 

—Nos has dejado mucho de lado Hannibal. Mira que ocultar a tu hermosa familia y a tu esposo de mí— había falsa molestia en su voz y la tensión que pareció crecer desde que la presentaron  desapareció. 

—Mis disculpas, querida, pero soy bastante celoso de mi familia— hablaba en serio; sin embargo, el cariño y el amor en su tono de voz no te permitían enojarte con el hombre. Will se encontró perdiéndose en su mirar.

—Te perdono sólo si haces una de tus famosas cenas. Querido, ¿lo has visto cocinar? Es una actuación completa— la Sra. Komeda se dirigió a Will, quien simplemente negó con la cabeza, su aspecto relajado lo hacía verse más joven y suavizaba sus rasgos. 

—No, sólo cenas familiares con los niños. Me imagino que usted habla de cenas más... pomposas— respondió no queriendo parecer muy grosero. 

Hannibal se colocó a su lado luego de que Harry fuera junto a su hermana mayor en busca de contacto —a pesar del lugar y de la imagen que daban, no dejaban de ser cariñosos entre ellos—.

—Oh, no me trates de usted, cariño. Llámame Ellen; y sí, nuestro querido Hannibal solía presidir grandes banquetes para ciertos miembros de nuestro círculo; aquellos con los que sí se puede mantener una conversación interesante, pero de eso ya ha pasado mucho tiempo, ¿cuánto ha sido? ¿dos años? Nos tienes tan abandonados, Hannibal— el hombre dio una pequeña sonrisa amable. 

—Mis disculpas; pero uno no puede forzase, la inspiración debe llegar— respondió el rubio y la Sra. Komeda lanzó una pequeña carcajada. 

—Pero querido, tienes más que inspiración en este hermoso hombre a tu lado— dijo la mujer mirando a Will con cierto cariño maternal; el agente se empapó de sus emociones. 

Era una mujer divorciada, demasiado inteligente y cruda para ser una esposa trofeo como, probablemente, su ex esposo quería. Le gustaba tener la atención sobre sí, pero sin llegar a ser soberbia; deseaba tener hijos, pero no podría. Will le recordaba a su gran amor de adolescencia, por eso tenía sentimientos maternales por él. Podía pasar como hijo de ambos. 

Will bajó la mirada, abrumado por la sensación de las emociones ajenas. La mano de Hannibal viajó a su cintura y, tras una respiración rápida, sonrió. Todo estaba bien. No podía apagar su empatía, pero por lo menos podría controlarla; dirigirla hacia los sentimientos de Harry y Abigail, los de ellos ya le eran conocidos y no lo sacudían tanto. 

—Desde luego— la sonrisa del psiquiatra tenía algo oscuro y peligroso detrás, lo notó únicamente por que estaba dirigiendo su atención a ellos. 

—Dime Will, ¿en qué trabajas? — podía sentir la curiosidad de Ellen incluso sin su empatía siendo dirigida a ella. 

El castaño de rizos dio una sonrisa nerviosa. 

—Trabajo en el FBI. Soy agente especial y consultor; también doy clases de Criminología Forense en la Academia de Quantico y, en ocasiones, soy escritor— murmuró algo distraído recordando las publicaciones que había hecho. 

Observó los brillantes ojos de la sra. Komeda y a Hannibal apenas conteniendo su sonrisa.

—Ellen es una distinguida escritora de novelas policíacas, Will. Creo que ahora que sabe de tu empleo no te quitará las garras de encima— la diversión era clara en la voz del hombre. 

—Por supuesto que no, querido. Debemos reunirnos un día a tomar un café, hay mucho de lo que quisiera hablar contigo, tantas cosas interesantes que tendrás para compartir— Will sonrió algo desconcertado, sin embrago, asintió igualmente. 

Observó de reojo a Hannibal que parecía muy complacido con los sucesos de la noche. Como si... alzó una ceja en su dirección. Ahora parecía más que obvio que no le presentó a la mujer sólo por cordialidad. 

Un pequeño calorcito se instaló en su pecho. Ésta era una de las pocas amigas de Hannibal y se la había presentado esperando que también le agradara y que él le agradara a ella. Realmente quería que formara parte de su vida, presentándole antes sus más cercanos. Sonrió nuevamente, ésta vez más convencido. 

—Me encantaría Ellen, creo que una charla sin tantas personas alrededor sería más cómoda; confío en que Hannibal te proveerá de mi contacto apenas pueda— el psiquiatra asintió en dirección a la mujer, satisfecho de la elección de palabras de William.

Pasaron solo unos segundos antes de que avisaran por medio de parlantes que la ópera comenzaría en cinco minutos. Varias personas comenzaron a ir más al interior del edificio. 

—Les encantará Lenora, es una excelente cantante. ¿Alguno de ustedes, niños, la ha escuchado alguna vez? —la mujer se dirigió a los menores, quienes negaron. 

—Me temo que es nuestra primera vez como familia en la ópera— habló Abigail, educada; incluso parecía cambiar ligeramente el tono de su voz. 

—Yo, sin embargo, he sido testigo las más mágicas representaciones de ópera en mi antiguo internado. El año anterior incluso se realizó un baile— la familia compartió una mirada cómplice ante la palabra magia. Con pequeños intercambios, todos comenzaron a dirigirse a sus asientos. La función estaba por comenzar. 

Will tenía un asiento al lado de Hannibal, con Harry del otro lado y Abigail sentada a la izquierda de su padre con la Señora Komeda a su lado. 

Las luces se apagaron y el agente comenzó a llenarse de las emociones y los hermosos sentimientos de las personas a su alrededor, quienes realmente disfrutaban del arte; pero ningún sentimiento igualaba a los del médico a su lado, quien observaba, casi hipnotizado, a la mujer que cantaba. 

Sus manos se encontraron y el rubio le dio una mirada acuosa que reflejaba la gratitud por acompañarlo a la función. Entrelazó sus dedos. Hannibal no tenía nada qué agradecer, estaba más que dispuesto a hacerlo feliz. Estar rodeado de tantas personas era solo un pequeño sacrificio si podía disfrutar del hombre como estaba ahora, tan emocional. Ambos dirigieron nuevamente su mirada al escenario, sus manos nunca se separaron.

A sus lados, los menores disfrutaban del espectáculo, se sentían como una familia en esos momentos.

La soprano cantó sus notas finales y Hannibal se pusó de pie para darle la ovación que se merecía. Poco después, sus hijos y William imitaron su acción. Las lágrimas brillaron en sus ojos, evidencia de la emoción pura de la belleza del arte que lo llenó por un momento perfecto de felicidad.

El de ojos azules lo miró impresionado por la cantidad de sentimientos que el arte en sí mismo le provocaba. Se sintió mareado con esta felicidad; una de las más puras que había experimentado.

Una vez caminaron hacia la ante sala del teatro, Will entrelazó sus dedos con los de Hannibal en un gesto romántico que se llevó todo su valor. Se negó a mirar el rostro del psiquiatra después de eso, aunque la mirada burlona de los niños era más que suficiente para avergonzarlo. 

Realmente se sentía bien, a pesar de todo. La mano del rubio era más grande que la suya, más cálida y cubría por completo la suya. 

Ellen volvió a unirse a ellos, una copa de Champagne en su mano y una mirada bastante divertida. El de rizos estuvo tentado a ocultarse en el cuello del mayor.

Claro que todo ello quedó de lado apenas cruzó miradas con un robusto hombrecito de cabellos castaños con un horrible traje de tres piezas y otro hombre moreno mucho más alto en un sencillo traje de noche. Se tensó por un momento al cruzar miradas con el más alto, había curiosidad y envidia bailando en sus brillantes ojos marrones. Los celos que sentía eran abrumadores. 

Luego de la humillación poco sutil por parte de Ellen, el hombrecito se presentó como paciente de Hannibal. Como SU paciente, como si estuviera en condiciones de ponerse posesivo. Sólo entonces, Will levantó la mirada y lo recorrió de pies a cabeza. Así que ése era el tal Franklyn. Le regaló una sonrisa encantadora y le ofreció la mano para estrecharla.

—Un placer, Franklyn. Soy Will, la pareja de Hannibal. Estos son nuestros niños, Harry y Abigail— ambos niños sonrieron encantados —no por ser presentados al paranoico de Franklyn, sino por la obvia posesividad de Will hacia el médico—. Un pinchazo de cruel alegría lo recorrió al ver la mirada desilusionada del hombre. Se veía triste, como si realmente pudiera tener una oposición con el psiquiatra. 

—Un gusto, señor— dijeron los niños, alegres. 

Will, de reojo, observaba cómo Hannibal parecía un gato doméstico satisfecho; si tuviera una cola lo imaginaba moviéndola suavemente, bastante alegre. La sonrisa perezosa que descansaba en sus labios era prueba suficiente de complacido que estaba. 

—Un... Un placer. Este es mi amigo, Tobías Budge— presentó al hombre de color igual de decepcionado.

La mano de Harry fue directamente hacia sus dos padres dejando un fuerte apretón. El rostro de Will permaneció igual de sereno, Hannibal y Harry aplaudían internamente su capacidad para fingir. 

—Un placer. Hermosa presentación, ¿no lo cree, doctor? —Will frunció apenas el ceño, ¿cuántos jodidos admiradores tenía el médico? Se tensó al ver la oscuridad bailando tras sus ojos brillantes. El hombre sonreía a Hannibal como si dijera alguna especie de broma que sólo ellos entendían. 

—Por supuesto. ¿Disfruta usted de la ópera a menudo? —pregunta el rubio y Tobías da una enigmática sonrisa. 

—No siempre. Como músico me llama mucho más la atención las presentaciones de la Filarmónica de Baltimore, aunque desde hace años que los trombones son bastantes deficientes— había una especie de promesa extraña y oscura en la frase. 

Harry volvió a apretar las manos de ambos mayores con fuerza. Will se giró a verlo y sus ojos cambiaron a negros una fracción de segundo, estaba asustado. Probablemente esa fea sensación que tenía cada vez que cruzaba miradas con Tobías era algo más. Algo que Harry sabía. Disimuladamente, abrazó al menor y lo puso un poco detrás de sí, protegiéndolo. Los ojos de Hannibal apenas se estrecharon; sin embargo, su sonrisa amable permanecía.

—Lo son, pero aun así hay cierta belleza en lo que no es perfecto— su brazo rodeó a sus hijos, tanto a Abigail como a Harry, y a Will en el proceso. La perfecta estampa familiar. 

Tanto Franklyn como Tobías permanecieron en un silencio que el más bajo decidió llenar con palabrería idiota. 

El agente sonrió cuando el rubio aclaró que no podrían ser más que médico paciente; y el castaño se marchó junto con su amigo. 

La noche había sido más que perfecta hasta ese último incidente. 

Una vez en el automóvil, ya camino a casa del psiquiatra, fue Harry quien rompió el tenso silencio—: Es un asesino— su voz no fue alta; sin embargo, tampoco fue un murmullo. Hannibal continuó con su vista en el camino. 

—¿A qué te refieres? —preguntó Will, un poco asustado. La mirada de Harry jamás abandonó la ventana. 

—A que es un asesino. Ya ha matado y planea hacerlo otra vez. Busca llamar la atención— hubo un breve silencio. —Tú también lo has notado, ¿verdad? —Harry se acercó hacia los asientos delanteros del Bentley y miró con intensidad hacia William, quien mordió sus labios, nervioso. 

—Yo... sentí que había algo malo con él. Sus ojos, había algo oscuro en ellos— respondió recordando la burla en su mirada. —Debo avisarle a Jack. Le diré que lo investigue y...—

 —¿Y qué? —por primera vez Abigail fue quien habló. —¿Le dirás a Crawford que Harry puede detectar un asesino sólo cruzando miradas con él? —dijo en un arrebato de protección hacia su hermano. Rápidamente la chica entrelazo sus dedos con Harry. 

—¡Por supuesto que no! Yo solo...—

—Eso sólo hará que tu jefe lo busque con más ganas. Ya sabes que una vez intentó pedir su ayuda en un caso, Will; no dejes que ahora rompa a Harry— pidió la chica con ojos brillantes. 

El pecho del castaño mayor dio un pequeño vuelco. No podía ver a la chica así de preocupada. 

—No le diré nada a Jack, pero al menos haré que vigilen a ese sujeto— exclamó con voz seria. 

—Promete que no serás tú quien lo haga— pidió el menor de los Lecter. 

William giró sobre su lugar para mirar tanto a Harry como a Abigail—: No me pondré en peligro, niños— respondió. Sin embargo, eso no era lo que querían oír. 

—William— el psiquiatra nunca lo había llamado por su nombre completo; el agente estuvo tentado a bajar la cabeza, arrepentido; pero él era hombre mayor, sabía lo que hacía. O eso creía. 

Ahora tenía a esta maravillosa familia, no podía ponerse absurdamente en peligro, no, no, no; mandaría a cualquiera a vigilar a Tobías, tenía a un par de oficiales que le debían favores.

Dio una mirada apreciativa a los niños, ambos lucían bastante preocupados. Hannibal se veía igual, aunque sus ojos no se apartaban del camino. 

—Lo prometo. No haré nada que me ponga en peligro_

Abigail fue la primera en acercarse con una sonrisa y dejar un suave beso en su mejilla. Sólo entonces, Will notó que la preocupación y la protección que sintió antes no era sólo por su hermano, sino también por él. 

Su pecho se calentó ante el conocimiento de ello y sonrió cuando Hannibal tomó su mano y entrelazó sus dedos.

Esa noche, Will había sido convencido a quedarse a dormir nuevamente en la casa de los Lecter; aunque, en realidad, no hubo que hacer mucho, él quería quedarse. A pesar del momento tenso dentro del Bentley, los niños no dudaron en abrazar tanto a Hannibal como a Will antes de marchar hacia sus habitaciones dejándolos solos. 

La sala quedó en silencio mientras ambos menores subían las escaleras hablando sobre lo maravillosa que había sido la noche. 

La mirada granate de Hannibal se cruzó con la azulada de Will; el médico se acercó a paso lento, sus brazos envolvieron la cintura del castaño y su barbilla descansó sobre sus rizos. 

—Lamento mi actitud dentro del auto— mencionó en un susurro, un poco avergonzado.

El abrazo del mayor se hizo más fuerte, Will trató de no divagar mucho en la fuerza que demostraban los antebrazos del siempre correcto Dr. Lecter. Esos trajes no parecían hacerle justicia a su bien formado cuerpo. 

—Entendemos tu trabajo, mano meilė (mi amor). Sin embargo, mis hijos y yo nos preocupamos por tu bienestar; sólo queremos lo mejor para ti, buscamos tu felicidad— Hannibal bajó un poco su rostro para encontrarse con el de Will. Sus respiraciones comenzaron a mezclarse y la mano del agente viajó a la mejilla del mayor, acariciando con vehemencia sus pronunciados pómulos.

—Créeme Hannibal, estos últimos meses he sido más que feliz— sus ojos brillaban y un rubor suave se instaló en sus mejillas. 

—Entonces estamos haciendo un muy buen trabajo— murmuró arrogante el rubio, quien sonrió antes de rozar sus labios con los del agente.

—Un maravilloso trabajo— sus labios se unieron nuevamente. Lento. Era un beso perezoso que más que excitarlos los llenaba de un sentimiento cálido. 

Los brazos de William subieron a los hombros del médico y sus cuerpos se acercaron más. Las manos de Hannibal se apretaron incluso más en su cintura y, durante cinco minutos, permanecieron así, abrazados. 

—Tal vez deberíamos ir a dormir: mañana tienes pacientes que atender y yo clases que dar— el mayor dio un gruñido disconforme y Will sonrió, dejándose empapar por esa domesticidad que lo rodeaba. 

Su pecho se calentaba con cada acción sorpresiva de su amante. Se sentía más humano, no había una cara de póker y ojos fríos para él. No, para William estaban las sonrisas satisfechas, las miradas de cariño, los gruñidos de excitación, la vergüenza, la pereza, las risas, las lágrimas. Todo lo que hacía a Hannibal el hombre que era, todo eso era de Will; y se encargaría de devolver todo aquello con la misma moneda. Desnudaría su alma ante ese poderoso hombre que lo había elegido. 

—¿Te he dicho lo precioso que luces cuando estás celoso? —murmuró sobre su oreja el psiquiatra.

Se alejó para observar el rostro del agente notando cierto rubor y el inicio de un puchero.

—No sé de lo que hablas— murmuró apenas. 

Una pequeña carcajada salió de los labios del mayor y el castaño observó fascinado como las esquinas de los ojos de Hannibal se arrugaban y una sonrisa tranquila permanecía en su rostro. 

—Creo que es hora de ir a la cama, mano meilė (mi amor)— sus dedos se entrelazaron; y comenzaron a caminar hacia las escaleras.

—¿Qué significa eso? —preguntó, curioso. 

La única respuesta que recibió fue unos ojos brillantes con una sonrisa encantadora.




—Cosas bonitas, cosas bonitas, piensa en cosas bonitas— murmuraba Harry en el estudio de su padre mientras caminaba en círculos bastante nervioso.

En menos de cinco minutos activaría el traslador que había enviado a Severus Snape, y el maestro estaría frente a él.

Dio un repaso al estudio. Tenía bastantes estantes con libros de medicina muggle, psicología y psiquiatría. Al menos de un lado era enteramente no mágico. Del otro lado, parte de la biblioteca Gaunt, sus libros propios, los de la familia Potter, Black y Lecter estaban mezclados. Las últimas fueron enviadas desde las cámaras de Gringotts sólo tres días después de que habían llegado a Baltimore. 

Cosas lindas... piensa en el basilisco de mamá.

''Mejor en Snape, todo hermoso, vestido de negro''

—Eso sólo me pone más ansioso- murmuró Harry a la nada. 

Volvió, por quinta vez, a ordenar el servicio de té y pastelitos especialmente hechos por su padre para la ocasión. 

Observó su ropa preguntándose si se veía bien; traía un pantalón de vestir negro con una camisa de seda color borgoña, zapatos lustrosos y un blazer también negro con el bordado de la cresta Lecter, Gaunt y Potter —éste último muy para su desgracia, pero era su deber como Lord de la casa—; esperaba no verse demasiado elegante o arrogante a los ojos del pocionista. 

Dio un suspiro fuerte y miró el cuadro sobre la chimenea del estudio. Era el único que su padre le había permitido poner allí y fue sólo porque la tía abuela Cassiopeia casi no se movía. 

—No estés nervioso, pequeño. Usa tu encanto. Si lo has escogido como tuyo, entonces tómalo—Harry sonrió, por eso le agradaba esa tía. Era tan segura de sí y de su sangre Veela, que contagiaba de esa confianza al menor de los Lecter. 

Un último suspiro antes de realizar un hechizo inaudible. 

Llamó a Dobby y pidió que avisara a Severus que ya podría usar el traslador, para activarlo simplemente debía decir ''Deus velit''. 

Dios lo quiere. No era religioso, pero su padre era lo suficientemente arrogante como para considerar a su pequeño un ser divino por lo que sugirió esa frase. Había demasiado simbolismo detrás de eso, así que simplemente se sentó en el sillón de cuero negro a esperar. En unos segundos, aparecería Severus y lo vería después de tanto tiempo anhelándolo. 

Y entonces apareció frente a él, su figura imponente vestida de negro, palidez absoluta y ojos cansados, lo vio alzar una ceja en su dirección. 

—Señor Potter— Harry se emocionó, ¿hace cuánto que no oía su voz? Se estremeció de forma imperceptible; sin embargo, la emoción fue tanto que sus ojos se volvieron rojos y su cabello de un negro profundo. Los ojos de Severus se abrieron un poco más de lo habitual; esa fue toda sorpresa que reflejó ante el adolescente, que estuvo tentado a hacer un pequeño puchero. 

—Severus, bienvenido— Harry se levantó del sillón como buen anfitrión y ofreció una bebida. — ¿Té? —preguntó.

El hombre de negro apretó los labios, pero asintió. Harry le entregó una de las delicadas tazas de té con una suave sonrisa.

—Por favor, toma asiento. Esto llevará mucho tiempo— el pocionista lo miró con intensidad. No con desprecio como siempre lo hacía, no con odio; había algo cálido bailando detrás de la indiferencia. 

—Mi vida no es como usted lo imagina, Severus. Tal vez este pergamino de salud lo ayude a entender— entregó una copia del pergamino que le habían dado en Gringotts hacía semanas atrás.

Levitó el pergamino hasta el hombre sin ningún solo hechizo y el maestro volvió a levantar la ceja. 

Permaneció impasible durante la lectura y si no hubiera sido por el pequeño temblor en su mano Harry hubiese creído que no le importaba en lo más mínimo. 

—Ha-Harry— frunció el ceño cuando su voz tartamudeó y dio un suspiro tembloroso. Se negó a levantar la mirada, contrariado. No quería ver con lástima a Harry, él no lo merecía. —Aquí dice que fuiste torturado con objetos mágicos

Durante algunos segundos Harry no habló; se levantó del sillón, se acercó hasta quedar solo a un paso de Severus y comenzó a desabotonar su camisa.

Severus no levantó la mirada hasta que la prenda cayó al piso y vio todas las cicatrices que subían desde su abdomen por sus caderas, su pecho, sus brazos y espalda. 

Dejó que los fríos y callosos dedos del hombre mayor delinearan aquellas marcas más desagradables. No pudo retener un escalofrío de placer que estuvo seguro no debía sentir y que Snape tomó como un escalofrío de miedo y terror, retiró con rapidez su mano y Harry se obligó a no mostrarse decepcionado. 

—Habían entregado a mis tíos un par de cosas para usarlas en mí— mencionó irónico.

Entonces Severus giró su rostro con brusquedad hacia él—: Pero Dumbledore...—negó con la cabeza.

—Necesito saber dónde están tus lealtades, Severus— habló con seriedad. El rostro del mayor volvió a su máscara imperturbable—. Necesito que me respondas para revelarte lo siguiente.

Severus permaneció en silencio unos minutos mientras cruzaba las piernas de forma elegante y daba pequeños sorbos al té que le había servido. Su mirada vagó por el estudio deteniéndose en los libros por unos instantes antes de fijar la vista en el cuadro sobre la chimenea. Cassiopeia Black lo miró con interés antes de dar un asentimiento a modo de saludo, Severus respondió de la misma manera. 

—No daré detalles— comenzó —. Pero cuando me uní a los mortífagos fue porque realmente creí que iba a hacer un bien en la comunidad mágica. Yo... sufrí y viví en carne propia lo que los muggles podían hacer por el miedo a la magia; sabía de la utilidad de las artes oscuras, sabía que nuestro mundo estaba en peligro— su mirada estaba en algún punto lejano, perdido en sus recuerdos —. Cuando descubrí de la profecía me asusté— confesó. Sus ojos permanecieron bajos, porque era la primera vez confesaba eso a un alma que no era Dumbledore —. Sabía que iría tras tu madre y por eso le rogué al Señor Tenebroso que no le hiciera daño— ninguno mencionó el tono quebrado de su voz y Severus agradeció por eso—. Y a pesar de que prometió que no lo haría no confié, fui con Dumbledore y me arrodillé ante él, pedí por la protección de Lily, de tu padre y la tuya. No me importaba vender mi alma para hacerlo, sólo quería que ella estuviera bien y feliz— el corazón de Harry dio un vuelco de emoción. 

''ES DEMASIADO BUENO PARA ESTE MUNDO ASQUEROSO'' 

~Debemos secuestrarlo y mantenerlo para nosotros.~ 

''Llenarlo de amor, cariño y lujos'' 

~Hacerlo cargar con nuestros bebés.~

''No se puede idiota, es hombre'' 

~¡Oye! Yo solo decía. Es un maestro de pociones, puede hacer algún tipo de pócima mágica, aún más mágica que lo normal para quedar embarazado.~ podía imaginar a alguien encogiéndose de hombros.

—Debemos anotar eso en algún lado— susurró y deseó con fuerza que Severus no haya escuchado. 

—Juré protegerte esa noche, luego de que tu madre muriera. Así que supongo que mi lealtad es para ti— sus ojos hicieron contacto y Harry le sonrió. 

''Secuéstralo''

—Me alegra saber que cuento contigo Severus; sin embargo, quiero que jures que no revelarás nada de lo que escuches a continuación por ningún medio— el mayor lo miró serio, pero levantó su varita hacia el cielo. 

—Yo, Severus Tobías Snape Prince, juro por mi magia que jamás revelaré a ningún ser vivo, espíritu o criatura lo que me será revelado en esta habitación—

Harry volvió a sonreír y esta vez le dejó leer su pergamino de herencia de sangre. Sus anillos por fin fueron visibles para el hombre, quien permaneció en silencio. 

—Aquí dice que su padrino...— murmuró desconcertado.

Los ojos de Harry se volvieron amarillos.

—Tom Riddle Gaunt, también conocido como Lord Voldemort; el hermano de mi madre— sonrió de forma macabra. Un latigazo de placer lo recorrió y erizó su piel al ver un rastro de temor en los oscuros ojos del maestro. —Pobre, pobre Severus. Dudaste del Señor Oscuro y te obligaste a más de una década de esclavitud a ese viejo de mierda— el pocionista se estremeció ante el vulgar vocabulario, y miró con sus ojos brillosos al menor —. Lo peor es que, por supuesto, no fue mi tío quien mató a mi madre. Digo, eran hermanos— inclinó un poco su cabeza; justo como lo hacía su padre, con esa pequeña sonrisita condescendiente —. Quien mató a Lily fue Dumbledore. Mi tío ni siquiera llegó cuando estaban vivos. Cuando Voldemort entró a la casa del valle de Godric los únicos vivos éramos yo y Dumbledore, que lo estaba esperando— Severus comenzaba a negar con la cabeza. 

—No. Eso no es posible. Yo estuve ahí esa noche, Harry. Yo no sentí la magia del Director allí— Todo rastro de emoción desapareció del rostro de Harry y miró con total seriedad al mayor. 

—Dumbledore es, muy a mi pesar, uno de los magos más poderosos, ¿de verdad crees que no puede lanzar un hechizo con o sin varita y eliminar su rastro? —preguntó sin esperar una respuesta—. Desde que me mudé a Baltimore me he puesto en contacto con mi tío, aún no lo he visto pero nos carteamos casi todos los días— Severus se veía tan perturbado como Harry lo esperaba; así que para añadir una guinda al pastel se levantó del sillón y se dirigió al escritorio de su padre, donde un familiar diario lo esperaba—. No mires la portada, tiene un ojo de basilisco— Harry entregó el diario a Severus, quien evitó mirar la tapa; pasó directamente a la primera página y comenzó a leer. 

Durante la hora en la que Severus leía el diario de su madre, Harry observó cada una de las emociones que cruzaron por su rostro: odio, traición, temor, un rastro de amor, pero, sobre todo, cariño y sed de sangre, paradójico. Siendo el maestro de pociones un hombre tan discreto en cuanto a sus sentimientos era increíble ver esa cantidad de emociones en sus ojos, sus gestos. Aunque cuando los temblores comenzaron junto con un llanto silencioso comenzó a ponerse tenso. 

El diario había sido terminado de leer y Severus estaba experimentando un ataque de pánico. 

Harry miró en silencio y con curiosidad los fuertes temblores del hombre de negro junto con su respiración interrumpida. Consideró llamar a su padre, él sabría tratarlo mejor; pero no podría desperdiciar tal oportunidad. 

'Hazlo, Hazlo, Hazlo' 

~Atráelo a nosotros.~

Reprimió una sonrisa y se acercó al hombre que se había hecho una pequeña bolita en el sillón. Se aproximó despacio, tratando de no alertar más al mayor, se puso en cuclillas y tomó con suavidad la mano del hombre. 

—Severus— lo llamó. 

El pocionista murmuraba cosas ininteligibles y sus ojos parecían perdidos. 

'Pobre Severus, lo haremos confiar nuevamente'

~Lo haremos nuestro. De todas las formas posibles.~

Lo tomó con fuerza del cabello —que era sedoso y no grasiento como imaginó— sobre la nuca y lo obligó a hacer contacto visual. El dolor serviría como un ancla a la realidad, por lo que cada pocos segundos estiraba con fuerza el cabello. 

—Severus, mírame— dijo con fuerza.

Los ojos oscuros se toparon con un par de hipnotizantes ojos rojos.

Otro fuerte tirón de cabello provocó un siseo de dolor en el mayor. 

—Solo mírame a mí, Severus— murmuró acercándose más a su rostro—. No pienses en nada más, solo en mí— continuó hablando mientras masajeaba la zona que con anterioridad había maltratado—. Yo estoy para ti, Severus. Sólo para ti. No debes preocuparte de nada, yo solucionaré todo. Tú sólo sigue mirándome e imita mi respiración— liberó su magia y dejo que ésta rodeara a ambos con calidez. Severus acató con satisfacción la orden y sus ojos por fin parecieron volver a la realidad—. Eso es, buen trabajo— sonrió Harry, sus ojos volvieron a cambiar de color. Ahora eran verdes, los ojos de su madre.

 Aquello había desencadenado otro ataque de pánico, y Harry realmente estuvo tentado a rodar los ojos, pero simplemente suspiró y dejó que sus manos subieran a la garganta del pocionista cortando el suministro de aire. Severus lo miró con pánico y un rastro de traición brillando en sus ojos. 

—Tu nombre es Severus Snape, son las tres de la tarde y estás en Baltimore, Maryland— comenzó, apretando con más fuerza. 

El rostro del pocionista se volvía cada vez más rojo; sin embargo, no se defendía. Curioso. 

—Eres Severus Snape y estás con Harry Lecter-Potter Gaunt— volvió a decir. Vio los ojos del mayor volverse blancos y permaneció con sus manos sobre su cuello unos segundos más antes de aflojar el agarre—. Si estás con él nada malo te pasará— susurró sobre su oreja y la calidez de su magia los envolvió.

Severus se aferró a Harry como un salvavidas mientras trataba de agarrar todo el aire que podía. 

El rubio menor sonrió al sentir esos grandes brazos rodear su cuello. Dio una profunda inspiración y se dejó embriagar del aroma del hombre, algo como hierba, limón con menta y café. 

—¿Quién eres? —preguntó, sus labios acariciando el lóbulo de la oreja del mayor. Sonrió ante el evidente estremecimiento del pocionista. 

—S-Severus Snape— susurró, el abrazo se hizo más fuerte. 

—¿Dónde estás y con quién? —volvió a preguntar. 

Poco a poco Severus se alejó del abrazo y miró al rostro de Harry —: Baltimore, Maryland. Con Harry Lecter.

—¿Y si estás con él...?

La mirada del hombre se volvió tímida y la bajó hacia el suelo—: Nada me pasará

Harry sonrió y sus ojos se volvieron de color verde brillante. Esta vez no hubo ataque de pánico, pero una terrible vergüenza invadió a Severus. 

El menor de los Lecter disfrutó del restó de la reunión. Al menos una parte porque cuando llegaron a cierto tema no pudo evitar que su burbuja de felicidad explotara. 

—Entonces, ¿están buscando por todo el Callejón Diagon? —alzó una ceja, muy poco impresionado. 

El mayor hizo un leve gesto con la mano, lo más parecido a un encogimiento de hombros que tendría. 

—Albus está seguro de que el Señor Oscuro no te secuestró. Cuando desapareciste me hizo buscarte por todo el Londres muggle; incluso fui al hospital donde ingresaste, bastante sospechoso que nadie recordara a un joven de cabello negro, lentes y ojos verdes— Severus lo miró curioso. Era tan nuevo para el menor no recibir la dura mirada del hombre que no podía evitar disfrutar del placer de sus expresiones. 

—Sin evidencias no hay sentencia— fue la respuesta de un divertido Harry, quien rápidamente volvió a la seriedad anterior.

—¿Quiénes están involucrados en mi búsqueda? —preguntó. 

—La mayoría de los miembros de la orden, otros pocos buscan conseguir aliados para la guerra— una risa baja y perturbada se oyó y los ojos de Harry brillaron del mismo color que los de su papi.

—¿El Ministerio sabe? ¿quiénes buscan aliados? ¿Qué aliados? —vuelve a preguntar. 

Severus lo mira serio; sin embargo, un rastro de preocupación se filtra en su rostro. 

—Nadie del Ministerio sabe, con excepción de los aurores que están en la orden. Ellos se encargan de monitorear dentro del Ministerio si hay algo que los lleve a ti; rastros de magia accidental, como tu segundo año; lo que fuera— Harry volvió a sonreír. 

—Ellos mismos me concedieron la mayoría de edad al obligarme a participar del torneo de los tres magos, ¿de verdad esperan que tenga rastro? ¡Patéticos! —el rostro del mayor se veía divertido, pero no aportó nada.

—Lupin intenta aliarse con una manada de lobos que se rumorea está escondida en Escocia; Black está intentando que los Centauros del bosque prohibido se unan también— entonces el chico frunció el ceño. 

—Esos Centauros me pertenecen, me deben obediencia sólo a mí. No permitiré que se dejen influenciar por Dumbledore, ¡joder! —se quejó por bajo —. Y yo que quería retrasar lo más posible mi ida a Hogwarts— murmuró apenas, pero Severus, como buen espía, logró escuchar. 

—¿Por qué te deben obediencia? ¡¿Y para qué volverás a Hogwarts si es un suicidio?! —dijo el pelinegro, esta vez, la preocupación era obvia en sus rasgos.

—Los terrenos del Castillo pertenecían a los cuatro fundadores. El bosque, era de Gryffindor; el Castillo, de Ravenclaw; los terrenos del Lago negro y sus alrededores, a Slytherin; y los invernaderos y jardines traseros, a Hufflepuff. Por derecho, el bosque prohibido es mío como Lord Gryffindor. Lo único bueno que el cerdo de mi padre biológico pudo dejarme— dio una sonrisa cómplice a Severus ante el obvio desprecio hacia James Potter —. La manada de Centauros está allí desde los tiempos de los fundadores. Godric permitió que las criaturas vivieran allí y protegieran a las demás de todo mal. A cambio, cuando algún heredero los necesitase ellos, le prestarían ayuda. Durante mil años esa promesa fue cumplida; no dejaré que un director loco haga que esos Centauros mueran al incumplir su juramento. Necesito que le entregues una carta a Firenze. Iré a verlos el día después del banquete de bienvenida, a la hora del desayuno; luego tú me acompañarás a la cámara de los secretos—

El pocionista se veía ridículamente sorprendido, con los ojos un poco más abiertos de lo normal, pero asintió. No se perdería ingresar a la legendaria Cámara de los Secretos de Slytherin, donde era maestro en jefe, maldita sea. 

—Por supuesto, Harry— dijo cuando encontró su voz.

Harry volvió a sonreír. Sus ojos brillaban como locos, tantas ganas de hacer llorar nuevamente a Severus. 

''Se ve lindo así'' 

~Yo digo que deberíamos follarlo y ver si puede ser más bonito.~

''Me apunto'' 

—Aún no, chicos— susurró Harry, escribiendo la carta dirigida a Firenze en el escritorio de su padre. Dejó que Severus vagara entre los libros mientras tanto. 

~Aburrido.~

''Le quitas lo divertido a la vida'' 

Una vez terminó, selló la carta con cera y utilizó el sello del anillo de Lord Gryffindor. Con eso estaba seguro que no dudarían. Observó con fascinación cómo Severus leía bastante interesado un libro sobre veelas. Dio una mirada al cuadro de Cassiopeia Black y sonrió cuando ésta le guiñó el ojo. 

—Dijiste que Lupin iba junto a una manada de Escocia, ¿es acaso la que está en la frontera sur, cerca de Inglaterra? —preguntó, curioso. El pocionista se veía desconcertado. 

—¿Cómo lo sabes? —preguntó a su vez. Harry sonrió macabro. 

—Esa es la manada de Fenrir Greyback— sus ojos se volvieron negros mientras una sonrisa salvaje llena de dientes y colmillos afilados aparecía, su cabello se hizo incluso más claro; Severus podía ver cómo Harry mostraba su herencia Veela. Era apenas un cuarto de su sangre, bastante diluida, pero allí estaba, salvaje y hermoso. Dio un tragó grueso y se dejó observar por la curiosa criatura.

—Mis disculpas— murmuró Harry. Su voz un poco más ronca de lo normal.

Poco a poco su cabello volvió al rubio cenizo normal y dejó atrás el platinado de su transformación. 

—Poco a poco mis herencias van presentándose. Estoy aprendiendo a controlar ésta gracias a la ayuda de la tía Cassiopeia —dijo Harry.

El hombre mayor siguió la mirada de Harry hasta el cuadro sobre la chimenea. Asombrado, observó cómo los ojos de la hermosa dama se volvían negros por completo y su sonrisa era incluso más aterradora que la de Harry. 

—Ella era una Veela pura, una maestra estricta. Hasta ahora solo se había manifestado mi metamorfomagia; hace dos semanas fue la primera vez que un indicio de mi sangre veela se presentó —sonrió al recordar cómo había salido por la noche con su padre.

Andrew Caldwell había sido un médico muy grosero, disfrutó mucho matarlo con su papi. Fue fácil dejarlo en aquel autobús escolar, aunque tuvieron audiencia. 

Harry había estado tentado a matar a ese odioso hombre que ignoró a Will de forma más que grosera en su conversación tras la ópera. Sin contar que había visto cómo había saltado a morder la garganta de Andrew cuando sus colmillos aparecieron; agradecía que era de noche y que no vio sus ojos negros. El hombre era peligroso, pero su papi le había dicho que lo dejara, que quería ver cómo actuaría el hombre. La curiosidad de su padre algún día los metería en problemas.

—No quiero imaginarme en qué tipo de situación te encontrabas cuando se presentó— fue la vaga respuesta de Severus. 

Harry volvió a sonreír, sus ojos ahora simplemente del color de la sangre vieja.

—Lo harás.

Ninguno mencionó el estremecimiento que alcanzó al mayor, quién miró confundido al piso. 

No debería sentir excitación por la promesa no dicha en esas dos palabras.

Observó, de nueva cuenta, a Harry. No se parecía en nada al tonto Gryffindor de años atrás. De sólo meses atrás. Ahora había peligro en sus ojos, burla en su sonrisa y maldad en sus gestos. Oscuridad, se dijo; a Harry ahora lo rodeaba oscuridad y, en vez de perderse, él simplemente lo moldeaba a su gusto, como si su alma perteneciera a ésa oscuridad. 

Una hora después, Dobby llegó con un par de sándwiches y algo de jugo. 

Harry observó, complacido, como Severus miraba más tiempo del necesario la carne dentro del sándwich. ¿Era acaso instinto? ¿O tal vez incluso conocía el sabor, la textura o el aroma de ese corte de carne tan especial? Un latigazo de placer lo llenó al ver cómo el hombre saboreaba el almuerzo tardío. Bebió la imagen de un Severus cálido, sin su máscara de indiferencia, totalmente satisfecho por la comida que él proveía —de una manera u otra lo hacía—. Algo animal despertó dentro suyo; dejando libre el control de su magia dejó que ésta rodeara por completo al pocionista y se asentara en él, como una manifestación de su posesividad. 

—Quiero que te quedes conmigo, Severus— había dicho Harry antes de que el hombre tuviera que marcharse. —Ayudaré a mi tío cuando el momento llegue y vengaré a mi madre; quiero que estés conmigo cuando éso suceda— pidió el menor. Viendo la batalla interna del hombre frente a él tomó sus manos entre la suyas, fuertes, grandes, cálidas; unas manos que hacían pociones, que podrían salvar vidas y segar almas, unas manos que se dejaban tan gentilmente envolver con las suyas. 

—Yo estaré, sí. Pero permíteme continuar cerca de Dumbledore, quiero poder ayudarte— contestó el hombre de negro. 

Harry le sonrió enternecido. 

—Yo no soy tu maestro, Severus; tampoco soy tu amo. Tú puedes hacer lo que gustes porque no mando sobre ti. Sólo pido que tengas cuidado— apretó las manos que sostenía y fue recompensado con unos ojos confundidos y un rubor suave en las mejillas del hombre. 

—Lo hare, lo prometo. Ahora, debo irme— dijo soltando de manera reticente las manos del más joven. 

—Antes de irte me gustaría entregarte ésto, era de mi tío Regulus, estoy seguro que le gustaría que lo tuvieras. Te protegerá, tiene un traslador que te hará venir a mí cuando digas 'Anima', sólo por si estás en peligro y necesitas escapar— un hermoso anillo le fue entregado, era delgado y hecho de plata con una pequeña incrustación de zafiro morado en el centro. 

Severus dejó que el menor lo colocara en su pulgar, y lo vio ajustarse a su dedo; más delgado que el de su antiguo compañero de armas, Regulus; sus ojos traicioneros se pusieron brillosos.

—Yo... gracias— murmuró. 

—Sé por el diario de mi madre que tú eras muy cercano a él, era de ésa forma que ella tenía noticias de ti. Sólo Regulus y la tía Bella sabían de mi madre como hermana del Señor Oscuro; antes de morir, le dejó el anillo a mamá y cuando reclamé sus bóvedas llegó a mí. Para mí no tiene ningún valor sentimental y sólo quedaría juntando polvo en las cámaras de Gringotts, pero estoy seguro que tú lo cuidarás muy bien— Severus se veía bastante emocional, sus ojos brillaban, su nariz picaba, miraba a Harry como si fuera alguna especie de Dios benevolente.

''¿Hacía cuánto que no le demostraban amor al pobre hombre?'' Sonó en la mente de Harry. 

~Nosotros le haremos recordar.~

El menor de los Lecter le sonrió afable. 

—¿El collar? —preguntó haciendo sorprender a Harry, no demasiado, pero lo hizo. 

Enseñó el pequeño collar debajo de su camisa —uno que no había visto cuando le enseñó sus cicatrices—. Estaba unido al anillo; el traslador lo llevaría con la persona que portara el collar, así funcionaba. Severus estaba más que dispuesto a portar su regalo ahora. 

Dio una última mirada a su anillo y luego otra vez a Harry antes de tomar el traslador que lo llevaría a los aposentos de su propia casa. 

—Viaje bueno, Severus— susurro Harry. 

Dio un pequeño asentimiento en dirección al muchacho. 

—Hasta pronto, Harry— y desapareció. 

Sólo entonces el chico se permitió respirar con normalidad y empezar a tocarse las mejillas, ahora coloradas. 

—¡¡Oh Dios, oh Dios, oh Dios, oh Dios!!— era todo lo que repetía.

Así lo había encontrado Abigail media hora después de que el pocionista se había ido.











Hannibal miraba complacido a su pequeño hijo, ¿acaso era esto lo que los plebeyos llamaban orgullo paternal? Porque sin duda estaba orgulloso del camino que su hijo había tomado para atraer a su futuro esposo —en palabras de Harry— hacia él. 

No es que le gustara mucho la idea del nombre de su hijo con la palabra pretendiente en una misma oración, pero su hijo ya no era niño y, por lo menos pasaba su adolescencia con actividades sanas como el asesinato y la manipulación psíquica. 

Dios lo librara de un hijo dentro de los estándares de la normalidad que sólo se interesara en la pornografía, el alcohol y uso de drogas para ser más ''cool''. Su niño sabía que el alcohol y las drogas sólo se utilizaban para manipular a una persona o, de plano, para desmayarlas. Debían ser eficientes en sus trajes de persona. 

Por eso, ese día había llegado con una pequeña sonrisita a su consultorio que lastimosamente no duró mucho. Era el día que tenía consulta con Franklyn y, nuevamente, el pequeño hombrecito declaró que su encuentro en la ópera no había sido casual. El pobre hombre creía que él y el rubio podrían ser grandes amigos; pero para su desgracia, Hannibal tuvo que dejar en claro que no eran amigos, que sólo era su psiquiatra. Se regocijó ante la decepción del hombre; sí, seguía siendo un sádico. 

Cuando lo despidió, se sorprendió al encontrarse con Will en la sala de espera. 

Observó como Franklyn nuevamente miraba de forma poco amigable a su mangosta y decidió dar rienda suelta a su curiosidad. 

—Querido, no esperaba verte en mi consultorio— saludó, alegre, Hannibal. Observó a su paciente —el oficial— apretar lo labios y permanecer en silencio. 

—Mon chéri (cariño mío)— Su mirada únicamente en el psiquiatra ignorando por completo al hombrecito que ardía en celos. El rubio le sonrió. 

Hannibal le dirigió una mirada a su paciente—: Hasta luego Franklyn— despidió al hombre amablemente.

Su mirada volvió a Will, quien sonrió mientras se acercaba al mayor. Ni siquiera luchó contra el impulso de inclinarse más hacia el rubio y recibir un beso. Suave, cálido. O al menos eso fue hasta que la lengua del buen doctor delineó sus labios.

Lo último que vio Franklyn, antes de que la puerta se cerrara, fue el beso más caliente que alguna vez vio en su miserable y patética vida. 

—Debo decir que es una muy grata sorpresa tu visita, mano meilė (mi amor)— murmuró el psiquiatra sobre los labios del castaño. 

—Si sigues hablándome así, en Lituano, tendré que aprenderlo— murmuró en un jadeo Will. Tembló cuando escuchó la risa ronca del hombre. 

—Podrías, sí; una suerte que yo sí sepa francés— comenzó a dejar suaves besos en su mandíbula. Con una mano lo sostuvo de la cintura y con la otra comenzó a acariciar la tibia piel bajo la horrible camisa de franela. 

—C'est injuste, docteur Lecter (Eso es injusto, doctor Lecter)— susurró en el pecho del hombre mayor; sus manos comenzaron a acariciar los fuertes antebrazos del médico. 

—Por mucho que me guste estar así— comenzó a dejar pequeños besos cortos sobre los labios del psiquiatra—, no vine para besarlo solamente, doctor— una sonrisa fue su única respuesta. 

Se separaron con gran reticencia y se miraron por un momento antes de que cada uno tomara asiento en los sillones. 

—¿Nuevamente Jack? —preguntó el mayor levantando una de sus cejas.

—Sigue creyendo que es el Destripador, ¡pero yo sé que no lo es! —dijo frustrado. 

—¿Estás seguro de que los asesinatos no son del mismo tipo? —preguntó Hannibal, expectante ante la idea de ver trabajar la maravillosa mente de Will. —La conexión entre los asesinatos es la extracción cuidadosa de los órganos— continuó el psiquiatra—. Tal vez Jack está buscando un asesino en serie solitario que no existe- 

Miró en silencio a William, quería saber si podría interpretarlo. 

—¿Estás insinuando que, posiblemente, se trate de una pareja? —preguntó Hannibal levantando una de sus cejas—. Espera. No es solo eso, me estás diciendo que son dos: uno más experimentado que enseña al otro.

Will comenzó a masajearse el puente de la nariz; notando que no traía sus gafas, de hecho, no las había usado desde hace mucho en presencia de Hannibal.

Sus gafas, uno de los muros contra las personas; aquello que impedía que el contacto visual se realizara. Su única protección contra los ojos de las demás personas desaparecía por completo en presencia del médico, porque no le importaba ver demás, no le importaba distraerse.

—Tu mente es increíble Will— alabó Hannibal. Un rubor suave subió desde sus mejillas a sus orejas.

—Espero que no sea lo único— murmuró Will, observando cómo el rubio sonreía de una manera que debía ser ilegal.

—Por supuesto que no— fue su respuesta mientras se levantaba y volvían a besarse. 

—Estoy preocupado por Abigail y Harry— murmuró una vez se separaron. Descansó su frente en el amplio pecho del rubio y se dejó abrazar y consolar. 

—¿Y eso es debido a...? — dejó la frase al aire y Will comenzó a removerse incómodo dentro del abrazo. 

Pero al ver que el mayor no lo soltó, el agente dejó escapar un suspiro. 

—Yo... ¿estamos haciendo lo correcto? Es sólo… Ella apenas supera el trauma de su padre y nosotros ya...- levantó el rostro y miró desde abajo al psiquiatra—. Incluso yo intento superar el trauma de haber matado a Hobbs— cerró los ojos cuando sintió los labios del otro sobre su frente.

Otro suspiro. 

—Ella te ve como otro padre suyo, Will; incluso desde antes de que estuviéramos juntos, incluso desde antes de Harry— fue la respuesta de Hannibal. 

El de rizos castaños lo miró con sus brillantes ojos azules. —¿Somos sus padres? —preguntó con su voz pintada de ilusión.

—Lo somos— contestó el mayor. 

William sonrió, aunque no por mucho; comenzó a morder sus labios de forma nerviosa mientras un rubor aparecía. 

—¿De Abigail y de Harry? —la sonrisa que le regaló el psiquiatra debió ser suficiente contestación. 

—Sí— fue lo único que dijo Hannibal antes de volverlo a besar. 




Esa misma tarde, en la sala de autopsias del FBI, Will observó con atención el cadaver ensangrentado de Andrew Caldwell; le faltaban el corazón y el hígado. 

El de rizos castaños observó que, quienquiera que haya cometido el crimen era meticuloso sobre su trabajo y oficio, era por éso mismo que les desconcertaba la salvaje mordida en la garganta. Eso no se veía meticuloso o calculado, era bestial y no podría tomarse como la mordida de un animal salvaje, pues era solo una mordida; no había rastro de otras heridas y, ciertamente, la herida se veía hecha por unos muy afilados dientes humanos. 

—Es extraño— dijo Will, sin saber qué más agregar. 

—Este tipo se cree un artista— dijo, tras un silencio profundo, la agente Katz. 

El de ojos azules siempre la notó tratando de hacerle conversación, se veía agradable, pero no se acercaba; tenía una sensación que le decía que no sería bueno hacerlo. 

—Bastante poco convencional su lienzo— murmuró en voz baja Will. 

No dijo más. Preocupado y consciente de que un artista no sólo se inspira en los anteriores, sino que es capaz de inspirar a los que lo siguen. Y éste ya había encontrado a un aprendiz. 

William no dijo nada. 






Hannibal mantuvo a la querida Alana Bloom en su cocina, no como Harry la quería —preparada en un delicioso y elegante plato—, lamentablemente; sino como sous-chef. ¡Una tragedia! Se decía mentalmente Harry mientras los observaba desde la esquina de la cocina bajo su capa de invisibilidad.

Observó la vulgar coquetería de la mujer y Harry quiso, de verdad que quiso, golpearla —y no es que siempre sintiera deseos de golpear a mujeres, era sólo que odiaba a ésa en particular—. Mientras Alana cortaba, de manera muy pobre, unas verduras. 

Hannibal intentaba entrometerse en su ''relación'' con Will Graham, así como sus conocimientos sobre el caso en curso para atrapar al Destripador. La mujer era intencionalmente vaga y Harry sonrió como loco al ver la sonrisa suave de su papá y su mano aferrándose con fuerza al cuchillo. En definitiva, tenía un monstruoso autocontrol. 

—Realmente quiero mantener las cosas con William completamente platónicas y separadas del trabajo— Hannibal le sonríe condescendiente sin mirarla. 

—¿Realmente lo haces? —preguntó, Harry miraba todo con más curiosidad—. Yo creo que deseas que todos dejen a Will solo.

La mujer lo miró visiblemente indignada y el menor bajo la capa casi suelta una carcajada. 

''Eso debió doler'' 

~Es lo que pasa cuando te metes con la novia del Destripador.~

Más tarde, cuando Hannibal está solo, se refiere a un rolodex masivo en su cocina lleno de tarjetas de visita de la gente que se adjunta a una receta de carne fina.

Grosera, gente muy grosera.

Era hora de una pequeña escapada con Harry. Abigail aún no estaba lista para cazar, pero no se quejaba de la carne, por lo que no los molestaba en nada que no ayudara en la recolección de ingredientes. 









El equipo de autopsias del FBI informó a Will y Jack de la variedad de las partes del cuerpo que faltan en cada una de sus víctimas recientes. Quienquiera que fuera este asesino, estaba haciendo algo con los otros órganos además de los que se utilizaba para trasplantes. Después de todo, ¿quién recibe un trasplante de bazo? 

Will sabía que estaban tratando con más de un asesino; el cirujano que asesinó al hombre del hotel y la persona que cree es el Destripador de Chesapeake: aquel que mata a los demás por sus órganos. También sabía que los asesinos se conocían entre sí, ya sea por contacto directo o por el sucio blog de Freddie Lounds. 

Miró directo a los ojos de Jack cuando le preguntó si podían atrapar al Destripador. 

—La mejor oportunidad de atraparlo es si el cirujano del hotel nos lleva hacia él— todo permaneció en silencio y Jack lo miró furioso. 

Los días pasaron y otra sesión de terapia con Franklyn hizo replantearse a Hannibal la idea de derivarlo a otro psiquiatra. 

Ignoró gran parte del monólogo del hombrecito que nuevamente se encontró ''casualmente'' con él, aunque esta vez había decidido no acercarse. Al final, Franklyn había admitido que su gran preocupación era estar solo en la vida. 

Esto dio mucho en qué pensar al médico, quien meses atrás podría haber dicho que no le importaría quedar solo en la vida; sin embargo, las cosas habían cambiado, ahora tenía hijos que dependían de él, que querían aprender de él; y tenía también a Will. Quien no había llegado a su cita de esa tarde. 





Cuando Hannibal llegó al salón de clases de Will, lo encontró con un montón de fotografías de las escenas del crimen que representaban asesinatos recientes; posiblemente cometidos por el Destripador de Chesapeake. 

—Lo siento, yo solo... Jack es un dolor en el culo— murmuró Will con cansancio. 

Su jefe lo había obligado prácticamente a analizar todas esas imágenes y se le había ido tanto el tiempo en eso que se le había olvidado que hoy era el día de terapia con el mayor. 

—Si quieres, puedo ayudarte— ofreció el psiquiatra, entregándole una mirada cómplice ante su comentario anterior. 

—Eso sería genial— respondió Will con una sonrisa cansada.

Las teorías comenzaron a volar. Desde el obvio desagrado del Destripador por sus víctimas, un motivo que advertía intimidad; los asesinatos eran personales y, en parte, era verdad, se dijo mentalmente el psiquiatra. 

—¿Y el cuerpo de la Señorita Lass? —preguntó curioso Hannibal. 

El agente comenzó a morderse los labios. —Yo sé que el Destripador la mató y, aun así, ¿dónde está el cuerpo? —preguntó a la nada Will. 

—¿Tú crees que el Destripador se esté burlando de Jack al no mostrar una ''ilustración'' del cuerpo de Miriam Lass? —respondió el rubio con una pregunta. 

El agente pareció sopesar la idea. 

—Es una hipótesis válida— murmuró, observando la fotografía del último asesinato confirmado del Destripador. 

Habrían continuado con el análisis si no hubieran sido interrumpidos por Jack, quien solicitó la ayuda de William, y de Hannibal a la vez, para capturar a quien él creía era el Destripador. 

Pobre idiota, pensó el médico asintiendo con falsa seriedad. 

Estaban contactando con la agencia de ambulancias privada, gracias a la agente Katz habían podido rastrear el único vehículo perdido por medio de GPS y ondas de radio.

—¡Qué educativo! - murmuró Hannibal por lo bajo. 

El de rizos castaños ahogó una carcajada. 

Poco después, llegaron a una ubicación remota, un estacionamiento donde la ambulancia permanecía; el equipo SWAT se puso en posición y, al abrir la puerta trasera, Jack se encontró con un Devon Silvestri en plena cirugía, intentando extraer el riñón de su última víctima. 

—¡Las manos arriba! —gritó Crawford, su voz resonó con fuerza en el lugar medio abandonado. 

—¡No puedo! Si lo hago morirá— advirtió Devon. 

El hombre de color dio una profunda exhalación. 

—Doctor Lecter, ¿podría ayudarnos? —sorpresivamente fue casi amable al preguntar; pero el psiquiatra no dijo nada, sólo asintió e ingresó a la ambulancia, tomó un par de guantes y observó.

—Es una extracción horriblemente hecha, pero puedo arreglarlo— dijo después de revisar.

Se quitó la chaqueta y levantó las mangas de su camisa hasta el codo antes de ponerse los guantes y comenzar la operación. 

Una vez las manos de Silvestri dejaron el riñón del hombre, el equipo SWAT lo sacó del vehículo y lo puso bajo arresto.

Jack comenzó a dar órdenes a diestra y siniestra, frustrado de que ese hombre no fuera el asesino que buscaba.

Will, por su parte, no apartaba los ojos de Hannibal.

Había algo oscuro y tan atrayente que no pudo evitar acercarse hasta quedar sólo a unos pasos del vehículo. El aire dentro era intoxicante; sintió su nariz más sensible, podía oler el aroma de la colonia para hombre absurdamente cara mezclado con la sangre; era tan potente que no quiso ni evitó aspirar con fuerza un poco más de ese aroma. 

Sintió sus piernas temblar cuando su mirada cruzó con la de Hannibal. Oscura como ninguna otra vez, con las pupilas dilatadas y una micro expresión de sorpresa al notarlo, las comisuras de los labios del médico se levantaron apenas.

El placer comenzó a crecer a niveles insospechados cuando miró de forma más detenida los brazos de rubio mientras hacía una bastante complicada operación en una sucia ambulancia en medio de la nada. 

Conocimiento quirúrgico.

Brazos fuertes. Con la precisión que sólo se adquiría con años de práctica. 

El cabello rubio cubrió sus ojos y una pequeña mancha de sangre llegó a su mejilla. 

¡Dios, no podía excitarse mirando al hombre así! ¡Con sus manos metidas dentro de un hombre inconsciente! 

Dio un profundo suspiro. Debía analizar esto de una mejor manera. La situación abría un abanico de posibilidades. Un cuadro tan rico que le llevaría años detectar todos los detalles. 

Donde la mayoría de las personas eran retratos, Hannibal era un paisaje, se dijo Will. Tan rico como La Voragine Infernale de Boticelli.

Decidió que no podía ignorar el hecho de que acababa de comparar al psiquiatra con una representación del infierno. 

¿Y qué era el infierno sino el puerto de los deseos frustrados y los temores innombrables? 

—No tendrá ninguna de las marcas, no será un tonto— repitió por lo bajo las palabras que alguna vez había dicho Miriam Lass y que él mismo había repetido en la oficina de Chilton. 

Su cabeza comenzó a doler cuando los recuerdos sobre lo que había leído del caso del Destripador llegaron a su mente. 

Un médico, se repitió a sí mismo. Un cirujano, con la suficiente destreza como para extraer órganos de forma limpia, eso significaba con al menos cinco o diez años de experiencia. 

Un médico, cirujano. De entre cuarenta a cincuenta años. 

Hannibal entraba en esa amplia lista, también Abel Gideon e incluso ese ocioso de Chilton. 

Pero era Hannibal, por supuesto que era él. No tenía pruebas, pero al comienzo nunca las tenía. Dios, sólo él podría comenzar a enamorarse del Destripador de Chesapeake. 

Observó cómo realizaba las últimas suturas y se deshacía de los guantes en un tacho de basura que se encontraba en una esquina. 

—Nunca me habías dicho que eras cirujano ¿por qué lo dejaste? —preguntó. 

Hannibal olió los restos de una aparente excitación y el nerviosismo latente en Will. Estuvo tentado a entrecerrar los ojos, pero sólo miró por unos segundos al suelo, fingiendo pesar. 

—Maté a un hombre— respondió notando la tensión en los hombros de Will— Más bien, dejé que muriera— continuó.

Los enormes ojos azules del agente lo veían, realmente lo veían. 

¿Acaso la oscuridad le mostró el camino a su verdadera persona? Se preguntó, ¿Qué lo delató? ¿Sus expresiones? ¿Reveló mucho de sí? 

Hannibal llegó a la idea de que Will descubrió al hombre detrás del Destripador de Chesapeake; se empapó del miedo y el dolor que leía en sus ojos azules. El dolor que sentía ante la absoluta traición de su parte. 

—La gente muere todos los días en los hospitales, Doctor Lecter— los labios del rubio se apretaron. Una enorme barrera, que antes no estaba, se formó con el uso de su título. 

—La muerte es otro asunto— murmuró algo ido el psiquiatra—. No disfruto particularmente pensando en las primeras veces que fui testigo de la muerte, eso era demasiado crudo y doloroso; tan crudo y contradictorio con todo lo que sabía que era verdad sobre la sociedad y sus estrictas reglas— un silencio tenso llenó el ambiente tras las palabras del hombre mayor—. Perdí mi pasión tras tantas muertes en la mesa de operaciones en emergencias. Desde entonces me comprometí con la terapia psicológica, donde nunca he tenido un paciente muerto— una sonrisa un poco tensa salió de los labios de Hannibal. 

No hubo mucho después de eso. 

El psiquiatra notó a William más que perdido en sus pensamientos, por lo que simplemente se dirigió hacia uno de los policías a dar su declaración antes de mirar por última vez al de rizos castaños. 

Cruzaron miradas y Hannibal trató de transmitir todo su cariño y amor; vio tristeza y la traición en los brillantes ojos de Will y se despidió no queriendo forzarlo más a su presencia. 

Will lo veía, ¿Pero por qué era tan doloroso?

Estaba en peligro. Se suponía que aún no debía saberlo, y aun así no podía, con puños apretados se dirigió al Bentley mientras dejaba atrás al agente. 

Sólo en la seguridad de la soledad se permitió tocar la idea de su incapacidad para destruir a Will como lo haría con cualquier otra persona. La idea parecía provenir de un lugar donde deseaba que hubiera razones para no hacerlo. 

Porque no quería matarlo, en lo absoluto.




Matar es la cosa más fea del mundo, se dijo Will a sí mismo una vez se encontró en su casa, mirando el techo y sintiendo el pelaje de Winston entre sus dedos. 

Mordió sus labios con fuerza y cerró los ojos, recordando la imagen de Hannibal; sus manos dentro un cuerpo inconsciente que, con su vívida imaginación, podría pasar como muerto; sangre manchando sus guantes y parte de su mejilla; sus rubios cabellos ocultando sus ojos llenos de maldad, se veía tan imponente.

Había algo hermoso en su poder; heredamos nuestra capacidad de violencia y crueldad de nuestros antepasados humanos, no de nuestros antepasados animales.

Había algo que decir para poder disfrutarlo desde una perspectiva artística, como se tiende a hacer cuando se mira a los ojos de un compañero empático y se ve cómo se sintieron al matar. 

No. Él no estaba tratando entender a Destripador, por supuesto que no.  Pero, Hannibal quería que lo viera. 

Tantos meses le hizo tratar de entender que matar, por toda su naturaleza horrible, la fealdad del acto en sí, podría dejar la sensación de poder; podría ser elevado a algo realmente hermoso, como el arte. 

Cuando cierras los ojos, ¿Qué ves? Una voz demasiado parecida a la de Hannibal sonó dentro de su mente. 

¿Mantienes luz o hay oscuridad debajo? En tus manos hay un toque que puede sanar, pero en esas mismas manos está el poder de matar.  ¿Eres un hombre o un monstruo?

Se levantó de golpe y se dirigió a cocina. De uno de los estantes tomó una botella de Whisky, y casi gritó al encontrarse con la pequeña hada que había conocido aquella noche de Litha escondida ahí.

Esa noche parecía tan lejana ahora. Las sonrisas, la buena comida, la compañía agradable de la familia. La que creyó su familia. 

—Hey pequeña, me temo que ellos ya no están por aquí— ignoró su voz rota y dejó la botella para tomar a la pequeña criatura en sus manos. 

La sensación de terror lo invadió entonces, ¿qué ocurriría con Harry? ¿Con Abigail? Hannibal había dicho solo unos días atrás que eran sus padres, era su deber protegerlos, incluso del médico mismo. 

'Piensas demasiado' escucho un susurro, miró con temor a todas direcciones, asustado de todo y nada a la vez. Sólo entonces notó que la pequeña hada en la palma de sus manos le hacía señas. 

'Tonta cría humana, ¿A qué le temes tanto?' Dejó de lado lo bizarro que podría verse la escena desde una perspectiva ajena. 

—¿Tú... puedes hablar? —. La pequeña se cruzó de brazos y dio una patada sobre su palma. 

'Eres tan bonito, pero tan torpe' fue su respuesta. 

Will permaneció en silencio.

'¿Por qué temes al Wendigo?' Preguntó. 

El de rizos castaños se mordió los labios, nervioso, ¿qué tan mal debería estar uno para contarle sus problemas a una hadita del bosque? Notó que la pequeña criatura seguía esperando y suspiró mientras se dirigía hacia el viejo sofá frente a la chimenea.

—Yo... creo que él mata personas— murmuró dolido, traicionado. 

'¿Y? Es una criatura que se alimenta de humanos, por supuesto que mata a su propia raza, ¿Qué tiene de malo hacerlo para sobrevivir?' William sintió el inminente dolor de cabeza y tuvo que levantarse nuevamente para tomar sus medicamentos. La pequeña criatura voló hasta su hombro y quedó allí, observando con curiosidad lo que hacía. 

—Me estás diciendo que él... ¿Se los come? —un estremecimiento lo recorrió de pies a cabeza, aún no había saltado a esa conclusión, pero respondía muchas dudas. 

'Es su alimento, cría humana. Es lo mismo que matar peces o ganado' 

—No es lo mismo; en definitiva, no son lo mismo— el hada comenzó a volar frente a su rostro, se veía realmente confundida. 

'¿Por qué es diferente? En el mundo mágico hay vampiros que se alimentan de sangre humana, hombres lobos que se comen a los niños que se pierden en los bosques. Son criaturas, cabeza hueca; no pueden ir contra sus instintos' Will apreto los labios. El mundo mágico era basto y amplio y en definitiva no tendría que estar considerándolo, porque el Destripador de Chesapeake comenzó a matar mucho antes de que supiera de todo eso. 

'Los instintos siempre nos llaman... es por eso que en la noche de celebración no quisimos acercarnos mucho a él' parecía una pequeña confesión y Will permaneció en silencio invitándola a continuar. 'Pero entonces lo vimos con sus crías. Él es quien provee, quien protege de las amenazas y, al parecer, está bastante en sintonía con su criatura como para poder fusionarse con ella y controlarla. Estaba contigo cuando recogieron verbena, no lo olvides' lo último tenía cierto tinte burlón que no aligeró para nada el ambiente. 

'El Wendigo te ve como su compañero, tú también lo haces. Es más, cuidas de sus crías como si fueran tuyas, tú lo protegerías incluso de su padre, eres la hembra alfa. No tienes por qué temerle' en definitiva no quería escuchar que era la ''hembra alfa'' de nadie; sin embargo, por cómo lo explicaba parecía todo tan simple. 

-Lo haces sonar tan fácil- murmuró resaltando lo obvio. 

Escuchó la risita cantarina del hada. 

'Es porque lo es. Nuestros destinos buscan almas afines, nunca debes dudar de  la magia. Él te cuido cuando enfermaste, ¿No?' Preguntó y el de ojos azules lo miró con sorpresa. 

—¿Cómo lo sabes? —intentó no ponerse nervioso ante la mirada intensa de la pequeña. 

''Tu olor. En la noche de Litha era a enfermedad, ahora está más atenuado, casi desapareció. Una criatura nunca deja a su compañero sufrir de una enfermedad si puede hacer algo para curar, cualquier cosa' sabía perfectamente a qué se refería con éso. 

'Vine a verte porque me gustas. A partir de ahora te cuidaré, así que sigue mi consejo: el Wendigo no quiere hacerte daño, sino todo lo contrario' y así como llegó, la pequeñísima criatura desapareció. 

Ni siquiera tuvo la oportunidad de preguntar su nombre, ni siquiera sabía su nombre y ya había tomado el papel de su niñera. Hasta las criaturas mágicas sabían que no cuidaba de sí mismo. 

Había dejado muchas más preguntas sin responder. Un vacío profundo comenzaba a crecer dentro suyo.

¿Por qué tuvo que mentirle de esa manera? 

¿Había alguna manera de que entendiera esa parte de él? ¿Podría vivir enamorado del Destripador? ¿Podría verlo… ver su alma y aún así quererlo? 

Will no estaba realmente seguro.  

Los días pasaron y un nuevo asesino llegó a la ciudad, porque podría mantenerse ocupado con él, pero no con el Destripador. No con Hannibal.

Will caminó por el campo con sus perros. 

Los últimos días habían sido prácticamente iguales; iba del trabajo a la casa, donde una pequeña hada se había tomado bastante en serio su papel de cuidarlo: lo despertaba todas las mañanas estirando con fuerza sus cabellos o guiando a los perros a lamerle la cara, todos los días le traía una fruta del bosque para que no se fuera sólo con su habitual taza de café. 

Había comenzado el hábito de comprar galletas dulces para dárselas a la pequeña hada, Lexie; le había revelado su nombre dos días después de la llegada a su casa. El punto era que ahora recorría el campo a causa de Lexie, buscando un nido de Bowtruckle, lo que sea que éso significase. Pero todo eso quedó a segundo plano cuando Alana llegó con ese híbrido tan silencioso que realmente odiaba. 

Alana, dulce Alana, que lo miraba con sus grandes ojos azules, con esperanza; con esa sonrisita tímida y con la coquetería torpe que la caracterizaba. 

—¡Hey! —saludó un poco incómoda.

Will casi quiso reír. Lexie, en cambio, no tuvo reparos; escuchó su risa mediante su ''vínculo''. No sabía qué era, pero sin duda era útil cuando no querían que las personas lo vieran hablando solo. 

Casi tuvo lástima de la mujer frente a él, tocaba sus rizos perfectamente peinados y la ropa era bastante llamativa, algo que él sabía que normalmente no usaría. 

Quería seducirlo. Sería tan fácil, realmente sería tan fácil, hacerle creer que lo lograría. Ella traería algo de normalidad, de moralidad a su propia vida. Sin embargo, el dolor sordo en su pecho se lo impedía. 

'Sólo se tiene un compañero en la vida' fue lo dicho por Lexie.

Will quiso llorar. 

—Hey— saludó, mucho menos animado. 

Se divertiría con su incomodidad; porque, al parecer, hasta en éso le había jodido Hannibal.





Observaba con el ceño fruncido la escena. La víctima estaba sentada en medio del escenario, el mango de un instrumento había sido forzado por su garganta para que luego la zona fuese abierta, sus cuerdas vocales habían sido tratadas químicamente —según la agente Katz— y el asesino realmente había buscado sacar un sonido de él. 

Había burla (probablemente hacia la víctima), pero también buscaba llamar la atención. Sin pensarlo demasiado, se sentó en una de las sillas frente  al escenario. 

¿A quién iba dirigida ésta serenata? Se preguntó. 

Cansado dejó que el equipo de Jack continuara la investigación, él solo quería dormir y darle a Lexie sus galletas. Ya le había dado a su jefe lo que quería, al menos una parte; por lo que, sin despedirse, salió fuera del teatro. 

Pero nada lo había preparado para ver el rostro serio de Harry, sus ojos se veían tristes a pesar de todo. Will estuvo seguro de que no debería haber dolido de esa manera. 

—Harry— saludó, mordiéndose los labios con nerviosismo. 

El chico estaba recostado por su Volvo; iba completamente vestido de negro y parecía incluso más pálido de lo normal. 

—Hola, agente Graham- saludó a su vez. 

El alma de Will lloró. Él mismo se había buscado esto al dejarlos atrás como si nada, él mismo había puesto esa barrera con Hannibal cuando atraparon a Devon Silvestri en esa ambulancia. 

Harry dio una mirada a los policías antes de dirigirla a él nuevamente. Esta vez sus ojos eran celestes, un poco más claros que los de Abigail y más tristes de lo que jamás lo había visto. 

—Hay una cafetería muy buena a unas calles de aquí, me gustaría hablar un momento con usted. A menos que rechace también mi presencia— lo último lo murmuró, pero aun así Will lo escuchó. Se lo merecía, se repitió. 

Una y otra vez, se lo merecía. 

—Yo... vamos. —Ambos ingresaron al auto en silencio. 

Esperaba que la conversación con Harry aclarara un poco su mente, porque se sentía perdido.

Perdido sin la guía del psiquiatra, perdido sin las alegrías que le provocaban sus niños, perdido sin la sensación de familia, sin la sensación de hogar; perdido sin el amor de Hannibal. 

Se sentía vacío, flotando a la deriva sin un remo; porque él mismo lo había alejado. 

Lo había abandonado. 

Había abandonado a Hannibal.

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