Fromage
Nota: Lamento la demora en el capítulo y que solo haya sido uno en éste mes, la verdad he tenido bastantes recaidas con mi enfermedad (tengo trastorno de pánico, depresión, ansiedad y TOC para aquellos que no estaban al tanto) así que no ha sido un tiempo muy bueno para mí, se que no es excusa, y la verdad soy muy perfeccionista en cuánto a mis plazos pero éste mes simplemente no pude, espero que entiendan, él capítulo es inusualmente corto y la verdad creo que no estoy muy satisfecha con él, pero fue lo máximo que pude hacer, espero aún tener el toque, sin más, les dejo disfrutar:
Acto VIII: Fromage
Parte 3: De reacciones inesperadas.
Los ojos azules de Vinda se veían perdidos, a su lado, su hija se veía increíblemente incómoda ante el inesperado invitado. Desde la vista a la familia Lecter, su madre permaneció a la deriva, yendo y viniendo por la mansión familiar como un fantasma sin rumbo, el invitado, alguien a quien nunca vio pero conocía de sobra, les sonreía falsamente mientras bebía una taza de café.
—Creo que ésta conversación sería mucho más conveniente si solo la tuviera con tu madre, señorita— señaló en invitado de manera poco cortés, la mujer más joven entrecerró los ojos con irritación.
—Ésto no es sobre lo que usted quiera, Sr. Dumbledore— casi escupió el apellido del hombre —Mi madre no puede hablar y yo me he convertido en su guardián— dijo al fin, el viejo mago frente a ella la miró sorprendido para luego mirar a Vinda con horror, personas que no hablaran en el mundo mágico eran pocas y prácticamente significaba que estaban muertas pues, para la mayoría de los magos era necesario vocalizar los hechizos.
Fue por éso que había quedado tan traumatizada luego de la visita a la casa Lecter, tras castigarla con ése horrible hechizo que le cortaba la lengua; un hechizo solo utilizado en los traidores, Vinda no fue la misma desde ése día, su hija sabía de las pequeñas cosas que le había mostrado aquél niño, sabía que se trataba de su antiguo señor, pero no pensó mirar más allá, no pensaba pedir memorias y mucho menos ingresar a una mente tan caótica como la de su madre. Menos aún aún con la naciente demencia originada tras el trauma.
—Pero...¿Cómo ha pasado éso? ¿Qué le ocurrió?— preguntó sorprendido, aún sin creérselo del todo, Vinda continuaba mirando con concentración un florero que se encontraba a un lado de la habitación, sus ojos se veían perdidos a pesar de todo.
—Ofendió a quien no debía—respondió con amargura —Mi madre podía ser muy impetuosa y creía que si invocaba el nombre de su antiguo señor obtendría lo que quería, como siempre lo había hecho... — la mujer reprimió un escalofrío —Jamás sospechó que alguien tan bello podría ser tan mortal— murmuró a la nada.
Dumbledore dirigía su mirada de una a la otra, pensando que eran unas completas lunáticas, fue una total pérdida de tiempo haber conseguido un traslador ilegal para viajar a América y busca la ayuda (u obligar) a Vinda para que lo ayudara en la búsqueda de Harry. Era imperativo que el niño volviera, tenía un destino que cumplir y él se encargaría, por las buenas o por las malas de hacérselo saber.
Maldita sea, suspiró mientras se masajeaba las sienes, entonces buscó el recorte de un periódico entre su túnica.
—Vine aquí por que necesitaba su ayuda. Sabía que Vinda era experta en hechizos de rastreo, es para ayuda a la causa— trato de explicarse Dumbledore, pero ni siquiera había terminado de hablar cuando Lissanna ya había negado con la cabeza.
—¿Qué causa? ¡El señor oscuro ya murió! Lo mataron, y mi madre tampoco puede hacer magia— el viejo mago apretó los labios con fuerza, no se iría de allí a menos que supiera dónde estaba el maldito chico y si debía obligar a ésa estúpida mujer a hacerlo, lo haría.
—Mira, ya sé que ella no puede— comenzó, para después dejar recorte donde aparecía una foto de Harry en su entrevista del torneo de los tres magos en el periódico —Necesito encontrar a éste muchacho ¡Es de vital importancia!— ambas mujeres se fijaron en el muchacho de la fotografía.
Y el caos se desató.
Lady Rosier comenzó a hiperventilar, sus ojos se hicieron más brillantes y gemía con dolor desgarrador. Lissanna se veía mortalmente pálida, con rapidez sacó su varita e incendió la fotografía.
—Váyase— susurró con la voz rota. Dumbledore se veía confundido, pero su mano se encontraba sobre su varita, observó como Lissanna se acercaba a su madre que seguía gemiendo de forma patética en una esquina de la habitación donde había ido a esconderse en las sonbras, la mujer mayor estaba de cuclillas y tapándose las orejas con las manos mientras se mecía hacia adelante y hacia atrás mientras lloraba. Sus labios se movían en un intento por pronunciar algo, cualquier cosa, un grito ahogado de escuchó y un escalofrío recorrió al mago invitado.
—Pero querida... — intentó hablar nuevamente, y Lissanna se irguió con fuerza a toda su altura, se veía intimidante; sus ojos azules eran helados y parecía dispuesta a atacar en cualquier momento.
—No vamos a buscar de nuevo a ése monstruo— dijo tajante, no dejaba de mirar de manera sospechosa mientras cubría con su propio cuerpo a su madre —Le ruego que se vaya si no quiere que lo destierre de las salas de ésta casa—
Dumbledore apretó los labios con fuerza, sus dedos picaban por querer tomar su varita y hacer sufrir a la maldita mujer que se atrevía a echarlo de ésa manera, pero ya verían, serían las primeras en su lista para recibir lo que merecen, próximamente morirían... más temprano que tarde, se dijo, con seriedad se levantó del sillón en el que había permanecido para luego dirigirse hacia la salidad de la habitación, no había necesidad de amenazas, si Vinda estuviera cuerda sabría que habían cavado su propia tumba.
—Por su reacción veo que lo conocen— habló el viejo mago antes de marcharse por completo, un último intento inútil.
—Su cabello ya no es el mismo, y ha crecido más, pero jamás olvidaría ésos ojos... ¿Quién cree que dejó a mi madre así?— susurró lo último, pero aún así Albus la pudo escuchar, por lo que rápidamente se giró hacia ella para mirarla incrédulo. El imbécil de Potter no se atrevería a hacer magia tan oscura, era un perdedor.
Lissanna Rosier le regaló una sonrisa amarga al ver su rostro sin creerle.
—Si continuará buscándolo tenga cuidado, podrá ser el más peligroso, pero teniendo el padre que tiene...— La mujer recordó los ojos sádicos de su hijo, de William, tan parecidos a los de ése muchacho —No será el único peligroso de la habitación— terminó. Le dio la espalda y volvió su atención hacia su madre, ayudándola a volver al sofá, la mujer mayor seguía llorando y sus ojos rojos se veían perdidos en algún ligar lejano dentro de su mente. Desde aquél día la había perdido.
—Señor Dumbledore— Lissanna lo llamó antes de que el mago se marchara, Albus se detuvo antes de salir por completo del lugar —Ya que anda buscando... Podría encontrar más de lo que desea— mencionó en tono misterioso —Pregúntese quién mató al Señor Oscuro Grindelwald— y con éso el lugar volvió a su sepulcral silencio.
Dumbledore se había marchado de la mansión Rosier con una sensación de pesadez en el estómago y más preguntas sin respuesta, quizás era tiempo de ir al Mágico Congreso, tenía uno o dos contactos por ahí, se encontraba desesperado, Voldemort no había hecho ningún movimiento desde la fuga de Azkaban y tanto silencio de su parte solo significaban problemas.
Debía encontrar al imbécil de Potter para que mate a Tom y él a sí mismo.
Légolas Greengrass se veía demacrado, no había otro adjetivo que podría describirlo mejor, y no podían culparlo, en menos de un mes tres miembros de su familia habían muerto en extrañas circunstancias, su hermano menor Moriarty se había suicidado; o al menos éso habían dicho las autoridades, ¡Pero no podía ser! Conocía mejor que nadie a su hermano, un vividor, un atrevido, un hombre de muchas mujeres, él jamás habría pensado en suicidarse, jamás y sí, tenía enemigos, pero ¿Porqué hacer pasar por un suicidio su asesinato? No tenía sentido, era como... era como si quisieran mandarle un mensaje.
La segunda muerte en su familia había sido la más dolorosa, su pequeña... su pequeña Astoria, era una inútil que no tenía ningún talento mágico, pero era su hija, su pequeña, y aún tenía mucho por enseñarle, aún tenía mucho que conseguir a su costa por un contrato matrimonial. La desgracia lo perseguía, pero la muerte de su hija había sido un jodido asesinato, tenía marcas de garras en sus brazos y rostro, la pequeña estúpida había intentado defenderse, pero lo más horrible había sido su pecho, que había sido abierto de par en par, sus costillas estaban abiertas y su corazón no estaba, en su lugar, solo había un pergamino con una hermosa caligrafía que decía:
''Sangre por Sangre''.
Luego de éso se había vuelto paranoico, no salía de la mansión y su esposa tampoco; el duelo por su hija no la permitía y Légolas utilizaba aquello como excusa para no exponerse, se mantenía en contacto con su hija mayor, todos los días recibían al menos una carta del otro, debían cuidar sus pasos, Daphne era una buena heredera, conocía su lugar y se comportaba como debía, nunca se metió en problemas y si lo hacía, nunca nadie se había enterado. Ingenuamente había creído que, ya que su esposa y él permanecían encerrados nada les sucedería.
¡Cuán equivocado estaba!
La muerte respiraba tras su nuca, o mejor dicho, un monstruo iba tras él, despertar al lado del cadáver de su esposa fue lo que le había llevado al límite; había despertado ésa mañana con el cuerpo frío de su mujer a su lado en la cama, dus ojos abiertos y un rastro de lágrimas secas caían en la expresión de horror en la que la había atrapado el rigor mortis su rostro, raíces de color violáceas y azules recorrían todo su cuerpo y él conocía muy bien aquellas marcas, eran las que de dejaban el uso excesivo de la maldición cruciatus, las conocía demasiado bien; tenía bastante de ésas en su cuerpo, pero aquello no había sido lo único que se encontró ésa mañana trágica.
Su Miriam, su dulce Miriam tenía rastros de sangre en la boca, y solo cuando había llamado a las autoridades; los sanadores descubrieron que la sangre no era suya, la habían obligado.
Murió debido a la exposición excesiva de la maldición cruciatus pero antes de todo éso, todos los huesos de sus manos se habían roto, al igual que sus costillas, pero éso no había sido lo peor, por supuesto que no, la sangre que manchaba sus labios eran de Astoria, y no podría ser cierto porque su hija había muerto hace una semana, entonces los sanadores decidieron mirar dentro de su estómago, y ahí estaba... en trozos grandes y apenas digerido, el corazón perdido de su hija muerta se encontraba en el estómago de su esposa.
Más de uno de lo sanadores se pusieron de un enfermizo color verde y uno tuvo que correr al baño más cercano a vomitar.
Habían obligado a su mujer a cometer una herejía... el canibalismo solo se utilizaba en las artes más oscuras, aquellas que te manchaban el alma. Y la habían obligado, a su Miriam la habían obligado a comerse el corazón de su propia hija y a pesar toda la tortura mágica, no había un solo rastro en absoluto de magia, no había nada.
No había pistas, no había evidencia, no había sospechosos, ni siquiera sabían cómo había logrado entrar el asesino a su casa con todas las protecciones que tenía, y los Aurores no podían hacer nada, se abrió una investigación por la muerte de su hija a la que se le sumó la de su esposa y muy a regañadientes la de su hermano, estaba desesperado, la última semana la pasó con los nervios a flor de piel y enviando constantes cartas a Daphne, su hermana había sido llevada a los límites de las salas del castillo donde había sido asesinada, fue uno de los habitables de Hogsmeade quien vio su cuerpo rodeado de flores y salpicaduras de sangre manchando todo el lugar.
Sus maestros ni siquiera sabían que estaba desaparecida porque la noche anterior la enfermera los había avisado de que la chica posiblemente se saltaría las clases debido a una gripe mágica. Fue la tarde anterior cuando se había acercado a Poppy solo para pedir una poción pimentónica para luego suplicar descansar en su habitación, Astoria se miraba muy cansada por lo que la enfermera del castillo le ofreció tomarse el día siguiente también para descansar lo suficiente. Cuando no apareció en sus clases al día siguiente no preocupó a nadie, ni siquiera a su hermana.
La noticia del hallazgo de su cuerpo llegó a medio día, y fue un shock para todos los que la creyeron descansar en su habitación debido a su gripe.
Fue toda ésa situación, la persecución hacia su familia, lo que lo había orillado a reunirse con Lucius Malfoy. El rubio no se veía para nada sorprendido cuando lo asaltó con preguntas sobre el señor oscuro, no le importaba, no le importaba ser un vil esclavo de un mago tenebroso si así podría salvar lo que quedaba de su legado y su apellido, porque había solo una persona que podría querer la eliminación total de su apellido, con Astoria comenzó a sospechar y con su esposa lo confirmó, pero nadie le creería, ¿El salvador del mundo mágico un hereje? ¿Un asesino? Por supuesto que no, El Diario El Profeta había inventado muchas cosas del chico pero su hija lo había vigilado desde las sombras desde que el momento en que fue llamado por el sombrero seleccionador, no era esa clase de persona, y por un tiempo, lo creyó.
Ahora solo quería la protección del Señor Tenebroso contra ése monstruo y de forma muy deprimente había pedido una asamblea con el Lord, la sonrisa sacarina de Malfoy debió haberle dado una advertencia, debió inspirarle algo más que alivio en ése entonces, porque ahora, frente a las enormes puertas de madera que lo separaban de Lord Voldemort y con una desquiciada Bellatrix Lestrange a su izquierda y un aburrido Lucius Malfoy a su derecha... sentía el peligro recorrer cada parte de su cuerpo.
Un tembloroso suspiro escapó de sus labios, ignoraba el leve temblor de sus rodillas, estaba aquí en busca de protección para su hija y para sí mismo, si debía servir como esclavo de éste mago oscuro para sobrevivir, lo haría.
Lucius dio tres golpes a la puerta de madera y solo unos segundos después escucharon un suave ''Adelante'' y sin que nadie haga nada, las puertas se abrieron con lentitud, primero ingresaron Lucius y Bellatrix y tras ellos estaba Légolas, por lo que no pudo ver nada más allá de las espaldas del mago y la bruja.
—Pero miren nada más quién ha venido voluntariamente al nido de las serpientes— una voz muy conocida para el Lord de la Familia Greengrass se escuchó, un estremecimiento lo recorrió cuando los mortífagos que lo habían llevado hasta el lugar por fin se hicieron a un lado dejándolo ver —Bienvenido a la mansión Slytherin, Légolas—
Y ésa sonrisa sádica le robó todo el aire de los pulmones, porque allí, al lado del Señor Tenebroso; un hombre de apariencia horrible y mortífera, había un monstruo peor. Tragó grueso, por que sentado en el brazo del trono del Lord Oscuro estaba su peor pesadilla.
Harry Lecter.
—Voy a hacerte daño, Légolas— pronunció con voz suave el muchacho —Mucho daño— una sonrisa llena de dientes puntiagudos fue lo que recibió, el miedo lo paralizó, el sonido de las puertas volviéndose a cerra fue como un sonido lejano para él, no podía apartar sus ojos de los del monstruo frente a él.
El timbre de la casa había sonado dos veces, Hannibal se encontraba apenas cocinando el desayuno mientras Will y Abigail tomaban algo de café, al parecer las manías de su padre se habían quedado con la muchacha pues ambos decían que no podían funcionar sin café, el timbre sonó una vez más y Abigail se levantó murmurando que ella iría a abrir.
Así que, más dormida que despierta se dirigió a la entrada donde sin mucho cuidado abrió la puerta.
—¿Sí?— preguntó, parpadeó un par de veces mirando a la desconocida en su puerta, un rastro de sorpresa se filtró en los oscuros ojos de la mujer, tenía el cabello castaño y vestía un par de pantalones negros con botas marrones, camisa blanca y un abrigo de piel del mismo color que sus botas.
—Disculpe, tal vez me equivoque de casa, busco el hogar del Dr. Lecter— habló en perfecto inglés la mujer de obvios rasgos asiáticos, los ojos azules de Abigail la evaluaron en silencio y la mujer desconocida comenzó a inquitarse al ver ése pequeño gesto de Hannibal de inclinar la cabeza hacia un lado en la niña.
—Pase— le dijo Abigail, abriendo un poco más la puerta, la chica seguía en pijama, su cabello apuntaba a todas direcciones, pero aún así la mujer ingresó a la casa, tenía una pequeña maleta negra en la mano y una más alargada y de madera en su espalda donde guardaba su rifle de francotirador, observó todo el lugar con ojo crítico, definitivamente el lugar era de Hannibal, pero ¿Porqué estaba ésta chica aquí? ¿Era una víctima? ¿Acaso había conseguido una nueva doncella? ¿Una nueva protectora? Un sentimiento de traición la recorrió por completo y tomó asiento cuando la muchacha se lo ofreció y le dijo que llamaría al hombre. La mujer sin nombre asintió con la mirada perdida, el aire parecía no llegar a sus pulmones y su corazón dolía, sus manos se abrían y cerraban en puños como si no supiera muy bien qué hacer, como si ya no tuviera control de sí misma.
Oyó los pasos de dos hombres y la de la chica que le abrió la puerta a sus espaldas pero no se movió, no podía hacerlo ¿Hizo bien en acercarse a Hannibal? ¿Hubiese sido mejor quedarse en la finca en Lituania? ¿Debía no haber matado a ése prisionero?
—Chiyoh— la voz de Hannibal resonó en la habitación, la desconocida que ahora tenía un nombre no levantó el rostro sino hasta que los temblorosos dedos del psiquiatra la tomaron de las mejillas, los ojos oscuros de Chiyoh brillaban como no lo habían hecho en mucho tiempo, miró al hombre frente a ella, dos pequeñas lágrimas silenciosas caían por los costados de sus ojos.
—Hannibal— murmuró la mujer y contra todo pronóstico, el psiquiatra la abrazó.
Chiyoh se tensó en medio del abrazo, el niño que había conocido en la finca Lecter no era muy adepto a demostraciones físicas de afecto, de hecho, no era de demostraciones de afecto en general. Sin embargo, poco a poco fue relajándose dentro de los cálidos brazos del hombre mayor, él siempre había sido el hermano que nunca tuvo, devolvió el abrazo con algo de duda y se dejó envolver en el afecto nunca antes recibido.
—Chiyoh, estoy feliz de verte, ha sido toda una sorpresa, no creí siquiera que tomarías en cuenta mi invitación— habló el psiquiatra separándose lentamente de la mujer, se sentó a su lado en el sillón, tanto Abigail como Will tomaron éso como una invitación y comenzaron a acercarse. El rubio les dirigió una mirada alegre antes de volver a hablar:
—Déjame presentarte a mi familia, Chiyoh— comenzó el médico —Él es William, mi esposo, es profesor en Quántico y agente especial del FBI— la mujer asiática dirigió una especulativa mirada, todos sus sentidos gritaron en alerta cuando obtuvo la información de su oficio, pero cuando el hombre le sonrió frío y agudo, de ésas sonrisas que les daba Hannibal a los groseros, el sentimiento mermó.
—Un placer, señorita— habló, su sonrisa se hizo un poco más suave y tomó de los hombros a la adolescente a su lado.
—Y ésa preciosidad a su lado es, Abigail, mi hija— la chica fue un poco más agradable en su sonrisa pero sus ojos eran calculadores, su mirada iba de ella a su equipaje.
—Hola, ¿ése que tienes allí es un rifle de caza? Me gustan los rifles— ofreció, curiosa, Chiyoh permaneció en silencio, intentando entender todo lo que sucedía. De repente se sintió muy mareada.
Miró al psiquiatra en busca de respuestas y él solo sonreía abiertamente, como nunca lo había hecho en su presencia y solo se le pudo ocurrir que éstos nuevos integrantes no eran para nada normales, lo presentía, eran depredadores al igual que él. Había algo oscuro que los rodeaba, la misma oscuridad que rodeaba a Hannibal, la misma oscuridad que la cubría a ella.
—Mi otro hijo se encuentra estudiando, sin embargo vendrá a casa para las navidades, espero que te quedes para ésas fechas, querida— mencionó el hombre de forma casual, Chiyoh seguía en silencio, le costaba entender qué sucedía, no comprendía, miró los ojos rojos de su protegido en busca de respuestas.
—Han pasado muchas cosas, querida— dijo ésta vez más serio, se giró a su vez a Abigail para sonreírle un poco —Hija, podrías llevar el equipaje de Chiyoh a su habitación, la que preparamos juntos— la mujer menor asintió antes de acercarse a la asiática, le regaló una sonrisita tranquila y tomó sus maletas, desde luego su rifle permaneció con ella, Abigail no hizo el intento de tomarlo y Chiyoh tampoco el entregarlo.
—Creo que iré a preparar el desayuno, lo haré con Dobby así que no te preocupes, haremos algo especial para tu sobrina— y si no tuviera un control tan férreo sobre sus emociones, la mujer se habría sonrojado, Will se giró entonces una vez más hacia la nueva integrante de su particular familia —Bienvenida a casa— pronunció en la lengua materna de la mujer con un pronunciado acento —¿Lo dije bien?— preguntó ahora a Hannibal que lo miraba con orgullo y amor.
—Perfecto— y aunque no fue totalmente verdad, a sus ojos era el sentimiento el que contaba. Will le sonrió, sus ojos azules brillando en amor y se acercó a dejar un beso en su mejilla antes de marchar hacia la cocina.
Cuando estaba por salir de la sala, pudo escuchar un apenas susurrado: —Tadaima— Will sonrió, llamó a Dobby una vez estuvo fuera del alcance de la mujer y ambos comenzaron un desayuno especial para la mujer asiática.
—Creo que el estudio es el lugar idóneo para ésta conversación, me temo que será bastante larga— y con su fiel rifle en la espalda se dispuso a seguir al rubio por los pasillos de la enorme casa, sería una larga charla, pero tenían tiempo de sobra, lo tenían ahora que toda su familia estaba unida.
Juntos, después de tanto tiempo... y para siempre.
Los alumnos observaban curiosos el nuevo retrato que descansaba a un lado de las grandes puertas del gran comedor, aún les era extraño poder observar tan abiertamente a los fundadores de su colegio, sobre todo al ver como Salazar se llevaba tan bien con Godric, al parecer gracias a ése retrato se había borrado más de un milenio de rencillas entre ambas casas, fue sorprendente como algunos leones se acercaban abiertamente al gran Salazar Slytherin; como Neville Longbotton, con quien compartió; según el propio fundador, una encantadora discusión sobre herbología, no era un secreto que el fundador de la casa de las serpientes había sido pocionista y medimago, el hombre durante mucho tiempo había asistido como médico dentro del castillo y ésa noticia había impresionado a más alumnos de lo que Harry había previsto.
Octubre estaba llegando a su fin y la primera excursión a la cámara de los secretos se acercaba, los encargados del club de la Cámara habían ido a cada sala común a realizar la invitación.
La mayoría miraba curiosos al simpático grupo de alumnos, Draco y Hermione se veían imponentes uno al lado del otro, la castaña había cortado relación con los Weasley tras lo ocurrido en el duelo y los pelirrojos no irían en contra de los deseos de la señora de su casa, Ginebra seguía resentida, hacia sus hermanos y hacia la chica y tanto Draco como su compañera sabían que tanto silencio solo significaba problemas.
Muy a su pesar, Hermione comenzó a convivir más con familias sangre pura, los Slytherin no eran como ella había creído y encontró a Theodore Nott como un gran amigo y aliado, también compartió algunos momentos con Susan y sus amigas, pero desde luego convivía más con las serpientes gracias a su compañero. Entre todos los encargados del club, sorpresivamente fue Draco quien más había apoyado a la muchacha de Hufflepuff sobre la desaparición de su tía, siempre que se reunían en la sala de menesteres, el rubio se tomaba un tiempo para platicar con ella y asegurarle que Harry estaba moviendo sus influencias para encontrar a Amelia Bones. La chica siempre le agradecía, a todos ellos, sin darse cuenta se habían vuelto mejores amigos, las personalidades de todos se complementaban y ahora entendían porqué Harry había pedido un miembro de cada casa, y sin duda, Luna era la adquisición más rara en el singular grupo, sus enormes ojos grises siempre parecían mirar algo que no se encontraba allí y, a pesar de ser un año menor, la chica había sido la excepción de muchas reglas, sobre todo al ser prefecta un año antes, todo debido a sus excelentes notas abismalmente alejadas de la mayoría de los alumnos de su curso y algunos superiores, sin contar lo responsable que era pese a su... colorida personalidad.
Su jefe de casa había casi implorado a Dumbledore que se le diera el puesto un año antes, alegando que si Harry Potter pudo entrar al equipo de quiddich un año antes de lo permitido, la niña podría hacer lo mismo cuando sus notas y los maestros la respaldaban.
Muy a regañadientes el hombre lo hizo, una de las pocas cosas buenas que había hecho a un estudiante que no fuera un Potter.
Así se había formado el pequeño grupo de eminencias que se encargaba de las visitas a la cámara, cada uno de ellos aportando alguna actividad, desde una visita a la enorme biblioteca personal del Salazar, hasta una demostración de Severus Snape en el laboratorio del fundador, así como la lectura de uno de los diarios del hombre dónde hablaba sobre el basilisco. Suponían que éso sería lo suficientemente impactante para que los estudiantes pudieran endulzar los oídos de aquéllos que no se atrevieron a ir.
Luna miró con curiosidad a su alrededor, percibiendo apenas una magia débil pulsando en uno de los pasillos más alejados del segundo piso, lugar por el que debían pasar para ir de la sala de menesteres al gran comedor, habían estado en su última reunión antes de la excursión a la cámara y ella se había detenido por completo mirando uno de los más oscuros pasillos de ése piso.
Susan fue la primera en notarlo, detuvo su andar apenas se dio cuenta de que Luna permaneció quieta en medio del pasillo, se acercó a ella seguido de sus amigos y la rubia continuaba mirando de manera inquietante el vacío en ésa dirección.
—Hay algo ahí— dijo simplemente, Hermione dio un paso adelante, dispuesta a ir a investigar hasta que se detuvo y giró hacia sus compañeros.
—¿Estás segura, Luna? Si es así, debemos decirle a los maestros— Draco asintió estando de acuerdo, notando que su compañera se había detenido antes de saltar al peligro, estaba orgulloso de saber que había sido él quien enseñó a la terca muchacha algo de sensatez.
—El profesor Snape podría ayudarnos, ahora que solo tiene las clases de pociones avanzadas debido al nuevo plan de estudios tiene más tiempo libre—se encogió de hombros el rubio. Susan y Luna lo miraron con curiosidad.
—¿Qué? Si sucede algo malo, estoy seguro de que le dirá a la Directora o en todo caso a Harry que es dueño del castillo, si es algo peligroso probablemente solo él pueda solucionarlo— explicó como si fuera lo más obvio, y es que, de hecho lo era, cualquier cosa, ya sea buena o mala que sucediera dentro de los terrenos de la institución, de alguna manera llegaba a Harry, quien permanecía en constante contacto con todos ellos; cartas grupales para leerlas todos juntos así como individuales.
—Vayamos con el profesor Snape— murmuró Luna, su voz se oía levemente quebrada —Siento que algo muy malo está por suceder, hay demasiados duendecillos malévolos escondiéndose allí— murmuró lo último, sus amigos asintieron, a pesar de lo raro que se escuchaba todo lo que decía, desde que comenzaron a pasar más tiempo juntos, cada uno de los presentimientos de Luna se habían cumplido, así que ninguno intentó desestimar su petición, con rapidez, los cuatro adolescentes marcharon hacia las mazmorras.
Severus Snape levantaba una de sus cejas en una expresión para nada sorprendida, sus oscuros e intimidantes ojos escudriñaban a los mocosos frente a él, éstos se veían algo apenados por irrumpir en su despacho, pero había determinación en sus ojos y el pocionista conocía muy bien esa mirada... el recuerdo de unos profundos ojos verdes le llegó a la mente por lo que solo pudo suspirar.
—Me están diciendo, que quieren que utilice el preciado y poco tiempo libre que tengo disponible para ir a investigar un olvidado pasillo del segundo piso, ¿Solo por un presentimiento de la señorita Lovegood?— preguntó el mayor, sintiendo el comienzo de una jaqueca llegando a él, reprimió un gruñido para volver a mirar a sus alumnos.
—Exactamente— dijo Draco, como si no fuera terriblemente absurdo lo que acababan de decirle.
—Déjame repetirlo Draco, por un presentimiento— volvió a decir, y las miradas de los mocosos frente suyo no vaciló ni por un maldito segundo.
Severus quiso golpearse la cabeza, preferiblemente en una superficie lo suficientemente dura, como su escritorio, o la pared, pero desde luego solo suspiró, porque maldita sea, éstos niños era una especie de aliados de élite de su compañero y debía malditamente cuidarlos y tener en cuenta todo lo que decían. Agradecía a Merlín que se lo hubieran dicho a él y no a la Directora, suficiente tenía con las constantes cartas que le enviaba Dumbledore para también tener que lidiar con una paranoia colectiva por parte de sus estudiantes.
—Bien, veré que puedo hacer— los chicos le sonrieron antes de despedirse cada uno y dirigirse nuevamente al gran comedor.
Con pesar Severus tomó algo de pergamino nuevo, con pluma en mano decidió informar de éso a Harry, no deseaba molestarlo, sin embargo, muy a su pesar utilizaría aquello de excusa para enviarle una carta, la última vez que se habían visto fue hace más de una semana cuando se reunió con la nueva directora y los jefes de casa para entregar el cuadro de los fundadores, fue vergonzoso recordar el escabullirse con el joven a una de las aulas vacías para al menos poder darse unos besos menos que apasionados dadas las circunstancias y el lugar.
Esperaba al menos poder verlo y acompañarlo cuando llevara a Abigail al bosque para presentarla a los Centauros, ésa era sin duda una ocasión para la que quería estar presente, no podían culparlo, le tenía afecto a la muchacha, tal vez por su enfermo amor obsesivo hacia su hermano, lo que lo hacía recordar a Harry; pero entendía las razones de la chica para comportarse así, Harry no le guardaba secretos y él tampoco. Severus se vio a sí mismo imitando el comportamiento de Harry hacia Abigail sin darse cuenta, por lo que también se desvivía por la adolecente, era la consentida de la familia Lecter, de éso no había duda, suponía que era porque la chica se parecía mucho a Mischa, aunque éso no significa que no la quisieran por su propia persona.
Con un suspiro tembloroso, terminó su carta con la misma firma que Harry le había puesto en sus primeras cartas y en las siguientes después de ésa...avergonzado observó su letra formando las palabras ''Siempre tuyo, Severus''
Estaba jugando con fuego.
Pero se dijo que, tal vez si jugaba bien sus cartas; desplazando la vergüenza en el fondo de su ser, podría ver a Harry antes.
Solo acaricia un poco la posesividad suya y abstenerse a las consecuencias.
Y solo Merlín sabía cuánto quería éso.
Will siempre se entretenía con los corderos más inteligentes de la manada, en especial con Bedelia, desde luego, después de la catástrofe de Alana, la mujer mayor había quedado como su psiquiatra oficial, algo que divertía al émpata, siempre tan transparente a pesar de que ella creía lo contrario, siempre dejando caer pequeñas preguntas que si no sabría responder derivarían en su matrimonio, y si Will era celoso de algo, era de su familia, pero hoy se sentía generoso, por lo que dejaría que la rubia se saliera un poco de la suya, además, tenía que presumir un poco de su nueva hija, o tal vez cuñada... aún no entendía muy bien la relación entre su esposo y Chiyoh, pero eran família.
—¿Cómo te sientes con respecto a Alana, Will? Tengo entendido que eran amigos— el hombre tuvo ganas de rodar los ojos, lo malo de Bedelia era que a veces se ponía perezosa. El castaño cruzó las piernas de la misma manera que lo hacía su esposo y giró la cabeza hacia un lado para observarla mejor, sus ojos azules se veían aburridos y no tenía reparos en demostrarlo, encontraba divertido ver a la rubia intentar no retocerse bajo su mirada.
—A decir verdad tengo sentimientos encontrados— comenzó vago —Ella dejó de ser mi amiga ése día en el que quiso sabotear mi matrimonio, pero aún la apreciaba como profesional, tal vez en el ámbito personal ya no podría confiar en ella, pero creí que en el trabajo...— se obligó a interpretar su papel —Creí que no dejaría que sus celos nublen su juicio— terminó.
La rubia lo miraba sin una expresión específica en el rostro, ciertamente allí no demostraba nada, pero sus ojos brillantes eran otra cosa.
—¿Crees que fueron los celos los que actuaron por ella?— presionó, y Will no se vio para nada afectado.
—Qué más sería sino— y durante un tiempo ninguno de los dos mencionó nada, pero el tiempo de la consulta estaba lejos de terminar, por lo que la mujer decidió hablar:
—Tal vez vio algo que la asustó— acusó nada sutil, y Will solo pudo soltar una risa baja, una risa ronca y oscura y aprovechó para estirar las piernas y acomodarse de manera más relajada en el duro y tan incómodo sofá. Toda su postura gritaba de confianza y tranquilidad, cosa que puso de mal humor a la rubia.
—Tal vez— respondió con humor —Pero te aseguro que no vio más de lo que quise— sus ojos adquirieron un matiz más oscuro.
—Creí que tenías sentimientos por ella— señaló Bedelia tratando de pinchar, Will abstuvo de hacer una mueca.
—Sí, ella era impresionante. Pero ya no me afecta como lo había hecho y creo que te has dado cuenta de éso— mencionó con voz plana el castaño mientras con sus dedos acariciaba su alianza —Los sentimientos que tenía por ella...— recordó la forma soñadora en la que solía mirar a la psiquiatra castaña, cómo admiraba su belleza de rostro dulce, su corazón amable y su mente inteligente —Todos ellos representaban un enamoramiento comparativamente superficial, sí— terminó notando los ojos curiosos de la rubia frente a él.
—¿Comparativamente?— pregunta ella y Will sonríe, porque nunca se cansa de pinchar y humillar solo un poco a la mujer. Tan soberbia y elegante como era, no pudo hacer nada para atrapar la atención de su esposo sobre ella, y él no dudaría en echar sal a la herida.
—Desde luego, no es como se siente con Hannibal— dijo como si fuera algo realmente obvio, sin embargo su sonrisa no lo había abandonado —No se sentía como si el suelo se derrumbara en polvo bajo mis pies— murmuró con cierta emoción primitiva —Como si no hubiera otro lugar a dónde ir sino el núcleo fundido de la Tierra, donde me quemaría felizmente, si fuera lo último que alguna vez hiciera si aquello me permitiera ver los grandes y misteriosos ojos de Hannibal— su mirada pareció extenderse a un punto lejano en el que Bedelia nunca podría alcanzarlo, un punto demasiado cercano al palacio mental de su esposo y de la Legeremancia. —Del mismo color que la sangre envejecida—
—Ésa es una analogía muy poco común, Will— habló su psiquiatra tras un breve silencio.
—¿Lo es, Dra Du Maurier?— preguntó a su vez —La muerte está intrínsecamente relacionado a todo nuestro matrimonio, la sangre, el dolor, el placer... son son apenas estelas de luz en toda la maravillosa oscuridad que nos compone— los labios de la mujer formaron una línea apretada mientras escribía algo en su libreta.
—Esos no son los pensamientos de un agente de campo del FBI, William— la rubia se mantuvo firme, creyendo que realmente se veía de alguna manera severa y Will solo volvió a sonreírle, oscuro y vicioso como solo él podía.
—Es justamente por éso que estoy aquí, Bedelia— respondió y la mujer se vio ultrajada ante el uso de su nombre de manera tan informal en una consulta.
—Tienes razón, soy tú psiquiatra. Y a diferencia de Hannibal o, en su defecto, Alana Bloom, yo no poseo ninguna clase de vínculo con usted— lo hizo sonar como una advertencia pero ambos sabían que había una amenaza implícita en la última oración, pero Will no se dejó amedrentar, tal vez era ésa actitud de la mujer la que divertía tanto a su esposo.
—Por supuesto Bedelia, no esperaría menos de una psiquiatra recomendada por mi marido— y toda sonrisa que poseía desapareció, y aunque sus ojos aún parecían divertidos, algo salvaje parecía moverse bajo toda ésa alegría sacarina que imitaba a la perfección —Pero notará también, que Hannibal es el único con un vínculo con usted; uno demasiado frágil, si me pregunta— aclaró lo último y un escalofrío recorrió a la rubia al oír sus palabras —Absolutamente nadie de mi familia guarda algún tipo de simpatía por usted, y solo un pequeño desliz podría costarle la decadente protección de mi marido hacia ti— la alarma que indicaba el final de la cita comenzó a sona y ninguno le prestó la debida atención —No deberías tentar a la suerte—
—No podrías...— susurró Bedelia, sus ojos brillaban con lágrimas de vergüenza y furia contenida —No lo conoces como yo— la risa que soltó Will llenó el silencio de la habitación.
—Conozco todo de él, Bedelia. Y donde tú tuviste miedo de ver lo que había bajo el traje de persona, yo abracé al monstruo, bebí de él y me entregué a su merced— el castaño ya se había levantado del sillón para dirigirse hacia la salidad, pero solo unos pasos antes de la puerta se detuvo —Y no es éso lo que hacen dos monstruos de la misma especie cuando se encuentran— preguntó de manera retórica. —Enlazarse y formar una familia... tú nunca podrías darle éso, no podrías vivir con el fantasma de la oscuridad de Hannibal acechando en las esquinas— y sin decir una palabra más, se marcho.
Un sentimiento amargo subiendo desde su estómago hasta su garganta.
No le gustaba cuando lo amenazaban, el podría morder mucho peor y sabía que Bedelia no era rival para él, sin embargo, lo que lo había puesto furioso fue la insinuación de no conocer a su esposo, habían follado con su maldita forma de criatura, maldita sea, conocía cada aspecto de Hannibal, tanto humano como criatura, sabía todo sobre Mischa, sobre su pasado, sabía más que cualquiera y con un demonio, definitivamente sabía más que Bedelia jodida Du Maurier.
''¿Qué te tiene tan alterado, tonto humano'' la pequeña Lexie apareció flotando dentro de su vehículo, las manos de Will temblaban por tomar el cuchillo dentado que escondía en la guantera y enterrarlo en la maldita y presuntuosa cara de Bedelia.
—Voy a matarla— prometió con los dientes apretados. Lexie dio un pequeño giro con su cuerpo bastante emocionada y miró de cabeza el rostro iracundo de Will.
''¿Te puedo ayudar otra vez? Nadie molesta a mi bebé humano''
Y por la sonrisa que le regaló su tonto humano, supo que definitivamente estaría ayudando, tal vez también debería incluir al joven elfo de la familia, estaba tan solito y sin diversión, y no había nada como un buen sacrificio humano para la fiesta de Samhain.
Como en los viejos tiempos.
Era nuevamente fin de semana, un sábado nublado y ventoso, y Harry había esperado poder ir a su hogar, sin embargo, debido a un imprevisto, su papá Will había mandado a Abigail por flú a su colegio; el día en que la presentaría a los centauros había llegado y había deseado poder desayunar juntos en familia y así aliviar los nervios de su hermana, pero no se pudo, y ahora tenía a su preciosa hermana con demasiada hiperactividad mirando con asombro y nervios todos los cuadros móviles del despacho del director Fontaine así como la variedad de artilugios del hombre que le sonreía parado en una esquina.
—Bienvenida a Ilvermony, Srta. Lecter— saludó el hombre, Abigail se giró a él antes de sonreír llena de energía.
—Gracias, espero que mi hermano no le haya dado muchos problemas— bromeó con el viejo mago, provocando pucheros en Harry.
—Le puedo asegurar que nada que no pueda arreglar después— respondió el hombre jovial —Tal vez le gustaría mostrarle los alrededores a su hermana, joven Lecter, estoy segura de que apreciará las vistas— Harry asintió aún con una suave sonrisa colgando de sus labios, había querido pedir permiso para lo mismo pero el director se le había adelantado.
Oyó a su hermana agradecer y despedirse del mago antes de que ambos desaparecieran por las puertas de madera, dejó que su hermana tirara de su brazo y respondió todas y cada una de las preguntas que hizo, desde las praderas con un montón de rocas llenas de magia ambiental que a menudo se utilizaba para los rituales o sabbats, o incluso de las criaturas que aparecían en el río cercano, le habló de la gran serpiente cornuda y la historia tras ella.
Sin embargo, los silencios cómodos eran frecuentes, solo dejaba que su hermana disfrutara de las vistas y de la magia que llenaba el aire.
—¿Cómo han ido las cosas con Severus, hermano?— de repente se encontraron en los límites de las salas del castillo, las manos de Harry instintivamente fueron a las de su hermana en un gesto de necesidad de contención.
—Bien... Digo, no hemos podido compartir mucho tiempo juntos, pero siempre nos mandamos cartas con Dobby— se encogió de hombros. Pero sus ojos se veían tristes. El corazón de su hermana se oprimió ante la tristeza de su hermano mayor, ella haría cualquier cosa por nunca ver a su hermano así.
—Bueno, quizás hoy puedan tener algo de tiempo juntos. Estoy segura de que ambos pueden lograr escaparse un rato— Abigail le regaló una sonrisa comprensiva, pero Harry se vio dudoso.
—No está en mis planes dejarte vagar sola por el bosque prohibido de Hogwarts, sœur (hermana)—comenzó con seriedad Harry —Hay Thestrals, acromántulas, ni siquiera los centauros son muy confiables, ¡Ellos no confían en los magos!— medio gritó exasperado.
—Harry— la muchacha puso a su hermano frente a ella y lo tomó de los hombros antes de subir a acariciar sus mejillas con dulzura —No soy una bruja— recalcó lo obvio, el menor comenzó a hacer muecas y pucheros.
—Sabes a lo que me refiero, sœur. Ellos no confían en nadie que no sea su manada— frunció el ceño. Abigail levantó una ceja y lo miró con sus enormes ojos celestes.
—¿Y desde cuándo éso te detuvo?— una suave sonrisa comenzó a crecer en el rostro del muchacho —Tú eres Harry Lecter, hijo del Destripador de Chesapeake y el Admirador, ahijado del Señor Oscuro de Inglaterra, futuro esposo del Maestro de Pociones más joven del último siglo y un mago oscuro por derecho propio— otra caricia fue dejada en sus mejillas —¿Qué es lo que te preocupa?—
Harry permaneció durante unos segundos con el rostro en blanco, antes de poder suspirar y revolver su cabello en un gesto nervioso.
—Yo... recibí una carta de la presidenta Picquery, me informó que Albus Dumbledore llegó al país hace menos de una semana, se quedó por tres día— murmuró y la chica de giró con rapidez hacia él, la preocupación escrita en el rostro.
—¿Qué?— medió chilló la muchacha antes de acercarse más a su hermano de manera protectora.
—Ya sabe que estoy aquí, que estudio aquí y probablemente sabe de ustedes porque la primera visita que realizó fue a los Rosier— apretó sus labios en enojo y toda emoción desapareció del bonito rostro de muñeca de su hermana.
—Debemos avisar al tío y a los demás, también asegurar sus objetos especiales— murmuró Abigail, su hermano asintió.
—Anoche envié una carta a mi padrino con Herpo, ya está al tanto, seguro que también avisó a Draco y a Lucius— la chica se sintió un poco más tranquila, pero la sensación de peligro continuaba muy presente en los corazones de ambos. Albus Dumbledore muy a pesar de ambos era un enemigo formidable, por éso había durado tanto en la cima, pero así también, era arrogante y cometía muchos errores, ni siquiera querían saber qué haría en un estado de desesperación.
—Otra cosa que me preocupa es la conveniente desaparición de Madame Bones, estoy seguro de que Dumbledore tuvo que ver, y Susan cada día se pone peor con su ausencia... por lo menos tiene a los chicos con ella, la están ayudando mucho— murmuró más bajo lo último, como si estuviera realmente cansado, y, de hecho, lo estaba —Sumándose a éso, Luna le pidió a Severus que investigue una parte específica del castillo por que notó algo raro... Y siempre hay que confiar en ella para éstas cosas— soltó un suspiro cansado.
—Bueno... éso ha sido mucho en el último mes— murmuró Abigail —Los Rosier no habrán podido hablar, Harry. Tú te encargaste de que Vinda Rosier no lo hiciera— soltó una risita divertida —Además... estaban lo suficientemente asustadas como para hacerlo—
—Puede ser, pero eso no significa que no pudieran apuntar en la dirección correcta— murmuró sombríamente el más joven —Pero lo que verdaderamente me preocupa es... ¿Y si no le agradas a los centauros?— murmuró con voz estrangulada. La carcajada de Abigail los liberó de la tensión de la conversación anterior, algunos estudiantes se voltearon a mirarlos, pero fuera de éso no hubo ninguna otra reacción.
—Vamos— la muchacha lo estiró del brazo —Quiero ver a los centauros, vamos petit frère (hermanito)— la sonrisa suave en el rostro de Abigail era un bálsamo para el oscurecido corazón de Harry ¿Cómo podría él no cumplir cada uno de los caprichos de su hermosa hermana? A veces se preguntaba si incluso su padre podría. ¿Acaso él pudo resistirse a su tía Mischa?
No lo creía posible.
En esos meses había cambiado tanto su vida, la de sus padres, la de su hermana, la de toda su familia, uno creería que el destino de las personas yacían fuertemente marcados, pero había demostrado que podía cambiar la situación; él, quien había sido manipulado desde su tierna infancia para luchar contra su propia familia, contra todo lo que su madre creía, su padrino, lo que era verdaderamente bueno para su supervivencia como especie. No podía creer cuán ingenuo había sido, la sensación de la traición; la traición por quien creyó su abuelo y mentor, él mismo traicionando su legado familiar, no desaparecía, aún había días en los que se arrepintió de haber tardado tanto en descubrir la verdad. Nunca le gustaron las mentiras, era de las pocas cosas que detestaba, y sí, él ocultaba la verdad y solo cuando era estrictamente necesario mentía, no era algo de lo que se enorgullece, por éso había dolido tanto la traición de Dumbledore, por éso buscaba con tanto fervor una retribución, haría pagar cada pequeña mentira, cada manipulación, cada ofensa hacia su legado familiar. Él obtendría su venganza, el viejo mago lo había hecho personal.
Apretó los labios ante el recuerdo de las últimas travesuras del mago chocho, había estado rondando en los límites del bosque buscando cualquier señal de los centauros, parecía no haber aprendido de sus errores, ésa era una de las razones por la cual iba a Hogwarts, deseaba echar un vistazo a las protecciones alrededor de la aldea de las criaturas, quizás agregar algunas más con runas, las últimas semanas había visto algunos encantamientos y conjuros de protección con runas en sus libros, los tenía encogido en sus bolsillos y los utilizaría si Magorian le daba autorización, también deseaba que su hermana aprendiera de astrología y adivinación de una fuente aparte a los libros, éso era seguro, y también esperaba poder tener tiempo para estar con Severus, tal vez pasar la noche con él, no sería la primera vez que pasaría un fin de semana fuera de Ilvermony, el director Fontaine era especialmente permisivo con Harry, tanto por sus deberes de Lord de dos Casas Nobles, así como heredero de los fundadores, suponía que era más por éso que por su deberes en la guerra mágica que se desarrolla en tierras inglesas o tal vez lo hacía porque era joven y estaba comprometido; alguna tontería sobre el amor joven o algo así había dicho una vez.
Miró de nuevo hacia su hermana, ella continuaba observándolo todo con asombro infantil y se dijo que, puede que haya tardado un poco, pero definitivamente no se arrepentía de su familia, no de ésto, definitivamente no.
Tomando los polvos flú nuevamente en la oficina del director, se desplazaron hacia otra oficina, fueron recibidos por Minerva, quien ya había sido alertada de su llegada un día antes.
—Lord Potter, bienvenido— saludó la mujer con una sonrisa apretada, no demasiado amistosa pero sí muy cordial.
—Minerva— Saludó Harry con un asentimiento —Déjame presentarte a mi hermana, Abigail Lecter— y la vieja bruja miró con detenimiento a la muchacha, era hermosa, no había duda de ello, tenía enormes ojos celestes que le hacían recordar a la Srta Lovegood, su cabello castaño era similar al de Harry al igual que ciertos rasgos de la chica, era increíble el parecido de ambos, tanto que podría pasar como hermanos biológicos, y solo entonces la idea de una adopción de sangre llegó a su mente, sin duda los lazos que el chico había formado eran fuertes, no muchos se sometían a una adopción mágica, generalmente los magos discriminaban a los niños que no eran suyos, incluso con la adopción de sangre, era una pelea de naturaleza versus crianza y, generalmente la sangre era mucho más fuerte, incluso si ésta era diluida por la nueva de sus padres adoptivos. Ante su repentino silencio se disculpó y dio un asentimiento hacia la joven.
—Mis diculpas, un placer conocerla, Srta Lecter—
—El placer es mío, Directora McGonagall— devolvió el saludo la chica. Así, los tres partieron fuera de la oficina con dirección a los jardines.
—Estamos aquí debido a una reunión con los centauros, Minerva, tal vez me quede a pasar la noche, no estoy muy seguro— avisó el joven, la mujer mayor asintió mientras los conducía hacia el exterior de su despacho.
—No hay problema con éso, podría pedir a los elfos que preparen una habitación en el de invitados del castillo— ofreció.
—No hay necesidad, puedo quedarme en la Sala de Menesteres, sería mucho más fácil y me sentiría más cómodo— la mujer solo movió la cabeza de manera afirmativa, sin embargo, poco a poco fue ralentizando su caminata hasta mantenerse al lado del adolescente, su rostro se veía mucho más serio que cuando los había recibido en su oficina.
—Me gustaría poder discutir algunos asuntos con usted luego de su propia reunión con los centauros, Lord Potter— mencionó Minerva, ambos menores compartieron una mirada, Abigail más curiosa que otra cosa, Harry por otro lado... un sentimiento incómodo se instaló en la boca de su estómago mientras asentía a la mujer.
Minerva los había guiado la mitad del camino, brevemente aportando algunos datos sobre la construcción o la enseñanza en el lugar a Abigail, que se veía fascinada, ya en los límites del castillo y los jardines Severus los esperaba, su rostro impasible como siempre, sus ojos oscuros parecían perdidos en la lejanía del bosque y se veía tan malditamente atractivo que Harry se estaba debatiendo si realmente debía saltar sobre sus labios a reclamarlo o no, dudaba más por la reacción de Severus ¿Se molestaría por la demostración pública de afecto? ¿Continuaría el beso y luego lo golpearía? Solo ésas eran opciones con su futuro marido, o lo besaba y lo golpeaba o lo golpeaba, era tan tierno cuando se avergonzaba, pero por lo pronto solo decidió saludarlo de manera impersonal, aunque el brillo rosa de sus ojos delataba el deseo que sentía, el pocionista apenas murmuró un breve saludo, bastante cohibido por la impertinencia del adolescente, pero no dijo nada más, se despidieron brevemente de Minerva prometiendo reunirse con ella después del almuerzo en su oficina y los tres observaron a la mujer caminar de vuelta al interior del castillo.
—Te ves bien, Severus. Te extrañé— habló Abigail, el hombre de negro le regaló una pequeña sonrisa y Harry comenzó a hacer pucheros.
—¡No es justo! Yo lo extrañé más— Harry le sacó la lengua a su hermana antes de acercarse más a Severus —Dime... ¿También me extrañaste, mi amor?— sutilmente rozó su mano con la del hombre mayor, sonriendo cuando un estremecimiento lo alcanzó.
—Vayamos hacia el bosque, envié un patronus hacia Firenze, debe estar esperando— deliberadamente ignoró la pregunta de Harry, sin embargo, todo el camino hacia el bosque rozaba su mano con el adolescente provocándole así una sonrisita feliz al muchacho.
Sí, lo había extrañado.
Solo una vez que habían llegado a los límites del bosque prohibido comenzaron a oír el sonido de los cascos chocando contra la tierra, Abigail se veía extremadamente emocionada y estirada de los brazos a su hermano para acelerar el paso. Fue entonces que ella lo vio, bajo la sombra de un enorme árbol los más hermosos ojos azules se conectaron con los suyos, había una belleza etérea que rodeaba al centauro, su pecho bien formado de músculos suaves estaba envueltos en pedazos de cuero que servían como soporte para su carcaj y su espada, su pelaje era rubio y espeso y su cola se movía de un lado a otro con curiosidad y una emoción desconocida apenas asomándose.
Sus rasgos por otro lado, sus rasgos eran suaves y delicados pero sin dejar de ser masculino, su cabello rubio estaba trenzado y tenía pequeñas hojas y ramas atascadas en su cabellera, era definitivamente hermoso, y hermoso no era una palabra que Abigail utilizara a menudo para un hombre, solo lo había hecho con su papá Will, así que el sentimiento en sí mismo era extraño, extraño pero no incómodo.
—Saludos, joven Lord de la Casa Gryffindor— Firenze inclinó levemente la cabeza hacia el muchacho.
—Saludos Firenze, estoy seguro de que conoces al Maestro Snape— señaló a su compañero con una mano y observó al centauro saludarlo — Y ésta es mi hermana, Abigail— señaló a la chica que seguía en silencio.
Firenze se inquietó, dando pequeños pasos hacia delante y atrás, su mirada permanecía unida a la de la joven y su cola daba latigazos de un lado a otro revelando así lo ansioso que se sentía, sus rasgos parecieron suavizarse aún más y Harry notó como el centauro se inclinaba ante su hermana, sus ojos dilatados eran completamente notables para el muchacho e incluso notó su respiración levemente errática.
—Oh— dijo Harry, sorprendido más allá de lo imposible, sus cejas salieron disparadas hacia arriba y casi abrió la boca en su sorpresa. A su lado, su prometido parecía tener la misma reacción si la mano que rodeó su muñeca le decía algo.
Ignoró la mirada avergonzada de Firenze y se concentró en la figura interesada de su hermana, bueno, definitivamente no era así como esperaba que fuera su reunión con las criaturas, pero... siempre se podría encontrar una manera de aprovecharlo; se dijo mirando el magnetismo casi animal que rodeaba a su hermana y Firenze.
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