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ᥴhᥲρtᥱr 002 - salesman

CHAPTER TWO,
capítulo dos

El cigarrillo en medio de mis labios se consumía, sentada en la cama del hospital, ya ordenada, mirando todo por última vez, antes de tomar mis cosas.

Apagué el cigarrillo en el cenicero, y de una vez agarré la pequeña caja con la que tenía mi ropa sucia, el día de la golpiza.

Le dí una última mirada, antes de cerrar la puerta, me quedé unos segundos afuera, hasta que finalmente fui en marcha a la recepción.

(...)

Bajé cuidadosamente la escalera subterránea que daba para el metro, sosteniendo la pequeña caja entre mis brazos.

Al bajar y llegar a dónde llegaban los trenes, dejé mi caja en el suelo y me senté a esperar.

Saqué un cigarrillo de mi cajetilla y lo encendí, lo empecé a liar, en la soledad, pues ya era de noche.

Al recordar cómo firmé esa renuncia, mis ojos se cristalizan de enseguida, dí una calada a mi cigarro, mientras intentaba en limpiar las lágrimas que amenazaban en salir.

— Señorita, ¿le gustaría jugar un juego conmigo? — estuve tan centrada en mi mundo que no me había dado cuenta que hace un rato, un hombre vestido como de negocios estaba al lado mío.

Me sobresalte de inmediato, soltando un suspiro.

Lo miré de enseguida, tenía un rostro muy sereno, y su voz tranquilizante, aunque llegaba a pensar que era fingida.

— No soy prostituta. Tengo E.T.S — mentí, mientras giraba la cabeza y daba una calada, ignorandolo.

— No es nada de eso — soltó una suave risa — le comento que hay una forma de jugar-

— ¡Carajo! ¡Tengo riesgo de quedarme tuerta así que ya déjeme sola!

— Verá... — abrió el maletín que llevaba entre las manos, la curiosidad me invadió que simplemente giré la cabeza por unos escasos segundos, pero fue suficiente para darme cuenta que tenía varios billetes de cinco mil wones apilados, ordenados, en su maletín, y un juego de dakkjin a su lado.

¿Que carajos?

— ¿Ha jugado dakkji alguna vez? — lo miré sin entender — juegue Dakkji conmigo, si usted me gana, le tendré que dar diez mil wones, y si yo le gano a usted, me tendrá que dar la misma cantidad de wones a mí.

— Disculpe, apenas tengo para el metro, ¿tengo cara de tener 1000 wones? NO — giré la cabeza una última vez, rendida a seguir ya hablando con este tipo.

— Puede pagarme con su cuerpo.

Abrí los ojos como platos, girando rápidamente, estupefacta, con los ojos abiertos.

— ¿Que mierda está diciendo?

— Es decir, una cachetada, por cada vez que pierda.

Oh.

Al final de ese día acabe con la mejilla ardida y con ligero color carmesí, pero unas cien mil wones en mi bolsillo.

(...)

Me tumbé boca abajo en mi cama, cansada, con la respiración entrecordada, mientras agarraba mi estómago, por alguna extraña razón, seguía doliendo.

Me sentía aliviada de estar finalmente en mi departamento.

Dirigí mi mano a mi bolsillo, para sacar la tarjeta dorada que me había entregado aquel hombre del metro, tenía tres figuras geométricas, triángulo, cuadrado y círculo, y un número detrás de él.

Lo observé detenidamente, antes de colocarlo en mi mesita de noche y acomodarme en mi cama.

Antes de dormir, un mensaje se quedó grabado en mi cabeza. La cuál me había dicho el hombre del metro.

"Puede ganar mucho más jugando unos simples juegos"

(...)

La habitación estaba extrañamente silenciosa, lo cuál era muy agradable para mí, pues afuera del condominio a esta hora solía haber peleas de parejas o perros ladrando como si estuviera el mismísimo Coco.

Me removí en mi cama, disfrutando de la siesta. Eran cerca de las 7 am pero para mí levantarse de la cama era muy pronto.

De la nada, escuché al otro lado de la puerta unas grapas encrustarse fuertemente en mi puerta principal.

Con el entrecejo fruncido, levanté mi torso de la cama, mirando fijamente mi puerta. Me puse de pie lentamente, descalza. Avancé hacia la puertacon lentitud y giré del picaporte.

Cuando vi afuera, ya no había absolutamente nadie. Pero lo que más me llamó la atención era la hoja engrapada en mi puerta.

Aviso de desalojo.

Mi circulación sanguínea paró, se me heló la sangre, me quedé estática, observando aquel aviso sobre mi puerta.

Ya había recibido advertencias de no haber pagado la renta en meses.

No puede estar pasando.

Lo quité rápidamente y entré con velocidad, sería vergonzoso que alguien me descubriera leyéndolo.

Lo dejé sobre la mesa junto a la tarjeta, acumulando las cosas, razón por la cual tenía vida desordenada, me senté en mi cama, bajé mi nuca pasando mis dedos sobre mi cabello con preocupación, sin saber que hacer.

Formé puños con dos mis manos, estaba a nada de arrancarme los pelos.

De pronto, mi teléfono vibró adentro de la caja, no lo había sacado desde que salí del hospital. Reaccioné rápido y fuí corriendo hacia donde escuchaba el tono de llamada, esperando una buena noticia, algo, alguna esperanza.

Sin ver el número, lo descolgue y lo puse sobre mi oreja.

En silencio, la voz habló.

— Tienes un mes completo para mí dinero, imbécil. Si no, despídete — antes de que pudiera reaccionar, la llamada había sido finalizada de inmediato, dejándome sola con toda mi pena y desesperación.

Bajé el teléfono, lentamente, destrozada.

Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos, intenté limpiarme, más fue en vano, no podía parar de llorar. Mi corazón estaba tan acalorado, que el hecho de estar sola en medio de la nada y sin dinero, me provocaba una severa ataque de ansiedad.

Sin pensar, ni estar en mis 5 sentidos, teclee desesperadamente en mi celular el número de la tarjeta dorada, llamando de inmediato.

Después de unos segundos, contestó.

— ¿Desea participar en los juegos? Si es así, indique su nombre completo y fecha de nacimiento.

Una voz extraña, pensé que me iba a contestar el hombre atractivo de esmoquin, pero lamentablemente no. Lo cuál me entristeció de inmediato.

— Kang Yuna, 2 de abril 1996

(...)

Bostecé como toda una floja de mierda, mientras desayunaba.

Una avena con mango cortado era la mejor opción cuando no tenía nada de dinero, así que no me quejaba.

Mi vista estaba concentrada en la parte trasera del periódico, me interesaba más resolver la sopa de letras que venía al final de las páginas que leer las noticias basuras de chismes de famosos y mujeres semisdesnuda o la mierda del horóscopo, se supone que decía que Aries tendría suerte estos días y estuve internada en el hospital. No tiene sentido.

— ¡Yei! — celebré mientras encerraba una palabra "audiovisual".

La puerta fue tocaba repetidas veces, sacándome de mi mundo. Tragué saliva, con todas las escenas posibles en mi mente de quién podría ser, los deudores, la dueña del apartamento, mis amigos, mi madre.

Y imaginándome como cada uno me daba una cachetada por haber firmado esa renuncia de derechos físicos.

Me levanté de mi asiento cuidadosamente, antes de posar mi vista en la trata luz.

Mi madre.

Ella estaba de pie, su rostro denotaba preocupación y tristeza, me hacía sentir una persona de mierda de ser la culpable por la que estaba así la mayoría de tiempo, suspiré ligeramente, antes de abrir la puerta.

— Madre... — bajé la mirada, no me había dicho nada pero ya me sentía regañada. Estaba ante su mirada tan cansada.

— No me has llamado en días, Yuna. Siempre me veo obligada a visitarte.

Carajo, ¿porque sus palabras me dolían tanto? Siento que debería estar muerta por no visitar a mi madre, por ser mal hija, y aunque ella no usaba ningún tono juzgador, ni pretendía restregarmelo en la cara, me hacía sentir mal.

— Perdóname, me pasaron cosas. Entra — me aparté a un lado para cederle el espacio, ella entró sin decir nada, le dió un vistazo a mi desorden en la mesa, donde estaba la tarjeta y el aviso de desalojo, antes de sentarse.

Avancé rápidamente a la mesa y agarré la hoja para arrugarla hasta hacerla una bola.

Reí nerviosamente — son esos folletos cristianos. — le expliqué torpemente.

Ella me miró sin confiar, mientras seguía mirando mi desorden, las colillas encima del cenicero, mi ropa sin doblar y los múltiples libros en un torre media desordenada, y mis platos de comida sin lavar.

Mis mejillas se calentaban, algo vergonzosa, mientras rascaba mi espalda, sin saber que hacer.

Mi madre seguía mirando, se tapó la cara mientras suspiraba, antes de levantarse.

— Te ayudaré a limpiar esta pocilga.

Ví como comenzó a apilar los platos sucios con rapidez.

Me acerqué rápidamente a ella, quitándole los platos — No mamá, no te tienes que esforzar.

— No, déjame ayudar — insistió, negando con la cabeza, intentando quitarme los platos.

— No, tranquila..-

— Insisto, Yuna.

— No, madre. Lo haré yo, lo voy a hacer-

— No lo harás, te conozco, dame los platos — a este paso, yo y mi madre estabamos a puntos de forcejear, pues con algo de brusquedad intentaba arrebatarme los platos, que temblaban por el forcejeo.

— Si lo voy hacer, lo haré.

— ¡Siempre dices eso! — gritó, destrozada, me desconcertó, la miré estupefacta, no esperaba que ella gritara de esa manera, parecía que lo tenía bien guardado, sus emociones estaban reprimidas que justo en este momento lo había soltado — ¡Siempre dices eso! ¡Siempre dices que lo vas a hacer! — negó con la cabeza, sus ojos estaban vidriosos, que no era capaz de mirarla — ¿Y hasta ahora que haz hecho? Yuna, vas a cumplir 31 años. No me prometas nada ahora, me prometiste tantas veces que ganarías dinero que ya dejé de creer en ti.

¿31 años? Si tengo 28, al parecer mi madre apenas sabía que era mujer.

— Mamá...

— ¡No! No me digas nada ahora, ya me cansé de escucharte darme falsas esperanzas.

— Esta vez es en serio.

— Nada de eso. Dijiste eso hace años, pero sigo sin ver nada de ti.

— ¡Conseguí un trabajo! — alcé mi vista, mi madre se quedó en silencio, hasta estas alturas lágrimas se habían deslizado por su mejilla — voy a ganar mucho dinero, lo prometo.

— Yuna... — sorbió su nariz, más lágrimas brotaban de sus ojos — ¿Cómo quieres que confíe en ti?

Dejé los platos en la mesa y caminé con rapidez hacia la mesa, agarrando la tarjeta, sin pensarlo muy bien, si le decía que eran unos juegos, era probable que ya no me hablaría nunca más.

Volví hacía ella y puse la tarjeta en su mano, ella lo volteó y lo miró atentamente, mientras intentaba limpiarse las lágrimas.

— Me ofrecieron trabajo, mañana empiezo.

(...)

Doblé la prenda de ropa de el montón de ropa que estaba amontonada en mi cama, había acabado con los platos y el desorden de mi mesa, que ahora había una mejor vista en mi departamento.

Mi madre al escuchar la noticia de que tenía trabajo, se alegró tanto que pareciera que ella mismo hubiera conseguido el oficio. La manera en la que la gente se alegra por tus logros, es lo más lindo que puedes ver.

Había salido para conseguir con el poco dinero que tenía un buen vestido decente para una mujer secretaria, porque le había explicado que ese era mi papel.

Dejé fregando los platos que aproveché para encender un cigarrillo, sin embargo, al darle la primera calada, la puerta fue abierta abruptamente, mi madre entró con una sonrisa de oreja a oreja y mejillas rojas, con un traje abajo de un protector plástico.

— Aquí está — lo dejó sobre la mesa — ay, ¿en qué momento dejarás esa basura? — agarró el cigarrillo que estaba entre mis labios y lo pisó con su zapato, sin dejarme hablar.

Esa noche, ella se quedó a dormir conmigo porque había asegurado que tenía que haber una persona que se encargará de mi preparación para mí primer día de trabajo.

Me sentía mal tener que mentirle, pero no tenía opción.

(...)

En la mañana, mi madre me despertó con entusiasmo, pero yo no, yo estaba con ganas de acariciarme el cuello con una navaja.

El desayuno fue hecho por ella, el vestido recién planchado, los zapatos lustrados y el bolso hecho con cosas muy primordiales, y un portafolio ya listo, todo había sido preparado por mi mamá.

Que la punzada de culpa y dolor arribaba con mi pecho.

— ¿Segura que no te van a molestar los zapatos?

— Es de oficinas, no voy a caminar mucho aparte de la hora de almuerzo.

Mi mamá me acompañó en la salida del condominio, sin perder su sonrisa, tenía un bolso y un portafolio entre los brazos, el cabello bien peinado y en un moño, me sentía algo extraña con usar ropa muy formal, tomando en cuenta como me vestía, un estilo muy despreocupado.

Antes de tomar el taxi, me besó en la mejilla, dándome ánimos.

Madre, perdón.

Me despedí con la mano, mientras el taxi se alejaba más y más de mi madre. Al perderla de vista

Madre, en serio perdóname.

(...)

Miré mi celular una vez más, para ver la hora, faltaba poco para la hora de llegada de las personas con las que me había contactado para participar en los juegos.

Miré para ambos lados, y en el momento que menos esperé, el carro ya había estado a mi lado de pronto, me acerqué a la ventana del copiloto, un poco confundida.

Unos hombres de traje rosa estaban manejando, con una máscara con figura geométrica.

Lo cuál me hizo sentir demasiada insegura.

— Hola, Soy Kang Yuna. Muy buenos dí-

— Contraseña — ordenaron de inmediato, cortantes.

— Luz roja, luz verde.

Al instante me cedieron el asiento para entrar a la parte trasera.

Pero lo peor, en cuánto entré, unos minutos después, se pusieron una máscara pues un gas me hizo dormir de inmediato.

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