ᥴhᥲρtᥱr 001 - accidente
CHAPTER ONE,
capítulo uno
KANG YUNA
— ¡Te juro, madre! Pídeme algo, te llevaré a comprar lo que quieras — hablé exasperante, con las mejillas sonrosadas de la alegría, a través del teléfono pegado a mi oreja.
Me liaba un cigarro entre mis dedos, a medida que lo consumía, soltaba una bocanada.
— Yuna... ¿Haz vuelto a apostar en peleas de gallos? — sonó la voz de mi madre desde el celular
— ¡Claro que no! ¿Por qué nunca te alegras por mí? — pedí eufórica, dando una fuerte pisada a el suelo molesta, como si ella pudiera verme.
Llevé el cigarro a mis labios, con el entrecejo fruncido. Dando una última calada, tiré al piso y lo pisé.
— ¡Hey, Yuna! ¡Tenemos un asunto pendiente! — al escuchar esa voz reconocida, se me heló la sangre por completo, levanté la cabeza lentamente, estática.
El señor Cho estaba delante de mí con una sonrisa sarcástica con ojos penetrantes, con otros dos hombres atrás suyo.
— E-escucha, madre. Tengo que colgar.
— ¡Siempre es lo mismo! Cuando serás la adulta que deberías se-
Colgué al instante cuando me percaté que mi madre iba a empezar con sus gritos protestantes, lo cuál me hacía sentir avergonzada.
— H-hola señor Cho. — saludé con una pequeña sonrisa nerviosa, con el corazón latiendo a mil.
Antes de que pudiera hablar, me giré rápidamente y eché a correr con toda la velocidad que se me tenía permitida, choque con varias personas en la trayectoria que me vociferan cosas, seguí corriendo que a los pocos segundos sentí mi respiración acelerarse. Teniendo la esperanza de perderlos.
Volteé una vez pero no, era en vano, me perseguían en grupo. Mis piernas corrían tanto que ellas solo se mandaban, me dirigí a un callejón, antes de tirar un montón de barriles para obstaculizar su paso, seguí corriendo hasta que me choqué fuertemente con una pared de concreto.
Estaba acorralada.
Me puse de pie inmediato, adolorida, una hilera de sangre salió de repente por mi nariz.
Me apoyé a la pared, arrastrándome lo más lejos, mientras veía con miedo a los tres hombres acercarse tranquilamente a mí, sonriendo maliciosamente, sabiendo que ya habían ganando.
El señor Cho soltó una risa, antes de agarrar fuertemente mi cabello con brusquedad para evitar que no me mueva. Solté un gruñido, mientras me retorcía de dolor, agarré su brazo con fuerza deseando que esto parara de una vez.
— Ahora bien, habla. ¿Dónde está mi dinero?
Miré a la cara de mi acreedor, con asco, y miedo. Mi pequeño cuerpo temblaba.
Mostré el dinero que había ganado apostando en la casa de mi amigo que tenía gallos de pelea. Agarrando todo de inmediato.
— Por qué mejor... No tratas de meterte la cabeza en el trasero... a ver si te gusta — relami mis labios, con una sonrisa.
La sonrisa maliciosa del señor Cho se desvaneció de inmediato al escuchar burlarme de él, lo cuál era tan gracioso que amortiguaba mi dolor.
— ¿Ah sí?
— Sí
Soltó de mi cabello de la nada, que fue una bendición para mí, pues masajee suavemente mi cuero cabelludo mientras soltaba unos quejidos de dolor.
Abrí mis ojos como platos cuando logré mirar que sacaban unas navajas mariposas que tenían en su chaqueta de cada uno.
— ¡No, no, no! ¡Por favor! ¡Señor Cho, se lo ruego!
— Escucha, idiota. Quiero mi dinero ahora — agarró nuevamente mi cabello pero ahora acercó peligrosamente su navaja a mis ojos.
— Se lo pagaré, le prometo. ¡Por favor! ¡Te juro que te pagaré! — pedí entre sollozos.
Carajo, si que me estaba humillando.
— Bien, me gusta verte así — dijo con una sonrisa triunfadora, mientras alejaba su navaja poco a poco. — tienes hasta noviembre, o despídete de tus extremidades. — chasqueo los dedos, lo cuál me estremeció de inmediato.
Uno de sus hombres trajo un papel de renuncia de derechos físicos, con un espacio para firmar.
Negué con la cabeza repetidas, fue inútil, pues solo me agarraba más fuerte.
— ¡Está bien! — lloré como una niña pequeña, viendo que se reían como si fuera todo tan divertido.
Me dieron un lapicero, que mi mano temblaba más fuerte que cualquier cosa.
Al hacer mi firma mal hecha. Se lo llevaron, y solo pude observar que ya estaban alistando las cosas para irse. Rendida, con el corazón latiendo a mil, en shock.
Podían quitarme el riñón.
— Señor Cho — susurré, estática.
— ¿Que quieres?
— ¿Cree que pueda prestarme mil wones?
El hombre soltó una carcajada estruendosa, regocijo de alegría, junto con sus dos hombres.
— Escuchen a esta imbécil — me señaló, girando la cabeza para verlo, pero antes de que volteara para verme y seguir riéndose, junté todas mis fuerzas y proporcionarle un puñetazo fuerte en la mejilla que lo dejó derribado.
Antes de que pudiera reaccionar, me levanté rápidamente y corrí con todas mis fuerzas tratando de salir del callejón. Sin importarme que tenía sangre debajo de mi nariz y el rostro con un moretón en el ojo.
Cuando salí del callejón, tuve la suerte de que justo pasaba una moto eléctrica de color rojo, con la cuál me choqué y caí al suelo, apenas logré ponerme de pie pero de todas maneras fue en vano, los hombres del señor Cho ya habían llegado y con el único propósito de tirarme al piso y golpearme en el estómago.
En el suelo, adolorida y tratando de buscar aire para respirar, al borde de una grave fractura de costillas.
Miré, derrotada, en el suelo, a aquel persona que me había frustrado mi escape, me observó estupefacto, sin poder creerlo, con un casco negro, encima de la moto.
Era un chico.
Cuando los hombres del señor Cho terminaron y palmearon sus manos, se levantaron y fueron en busca del carro negro con el que habían llegado.
Lloré amargamente, con los brazos al rededor de mi estómago, tosi en medio de las lágrimas y boté sangre de mi boca.
Antes de caer inconsciente, lo único que ví fue el rostro del chico quitándose su casco, desesperado.
No lo sabía, era Myeong-gi.
(...)
El olor de hospital inundaba la habitación, que me hacía arrugar la punta de la nariz, estaba tendida en una cama blanca, suave, tal vez la mejor cama en mucho tiempo.
Observé los extremos de la habitación de cuatro paredes, en silencio. Empecé a toser, lo cuál, captó la atención de alguien, escuché que alguien se había movido a un lado.
Me sobresalte, reaccioné y me moví, temblorosa.
Apoyé los brazos en la cama y levanté mi torso, mi vista se topó con un chico de cabello negro con sombrero, probablemente de mi edad, tenía la respiración agitada, al verme despierta.
Dió un paso hacía mí, lo cuál me hizo reaccionar rápidamente y agarré un vaso de vidrio que había en la mesita de noche al lado mío.
— No te acerques a mí. No lo intentes.
Él levantó las manos tratando de mostrar que no me iba a hacer nada, queriendo tranquilizarme, lo cuál era en vano, estaba tan cerca que me generaba desconfianza.
— Tranquila. Escucha, yo soy el tipo de la moto con la que te chocaste.
— Sí, el mismo idiota que permitió que me dieran una paliza.
— No era mi intención, lo siento.
Tal vez no era su culpa, yo era la maldita deudora, sabandija que no pagaba desde hace meses. Me lo merecía.
Bajé lentamente el vaso, mirando el suelo, sin saber que hacer.
— ¿Puedo preguntarte algo y no te enojas? — preguntó, a la vez que también bajaba sus manos — ¿Por qué escapabas de esos hombres?
— No es asunto tuyo. Mejor dime qué te hizo hacer que me llevarás al hospital, cualquiera me dejaría ahí tirada.
— Yo... no quería meterme en problemas, ya le debo a mucha gente.
— ¿Ah si? — reí sarcásticamente — ¿Deudor?
Asintió, un poco avergonzado, mientras bajaba la cabeza.
— Es la misma razón por la que me perseguían esos hombres.
Él levantó la cabeza, estupefacto, no esperaba esa respuesta seguramente, ¿Que pensaba?
Antes de que él pudiera responder, su celular sonó, vibró debajo de su bolsillo, miré como vió el nombre en su celular y lo guardó nuevamente.
¿Tendrá novia?
— Si te preguntas por lo gastos, ya lo pagué, sentí que era mi responsabilidad, no fue mucho, pero la verdad, me sentí mal por lo de antes-
— Gracias... gracias de verdad — le di una sonrisa. — tú eres...
— Myeong-gi, Lee Myeong-gi — se acercó a mi levantando su mano, lo cuál al principio me hizo retroceder, pero al verlo, no pensé que sería tan malo.
Me acerqué a él y estrechamos la mano.
— Kang Yuna. Bueno, no te preocupes por mí, me iré en cuanto me den de alta. — dije, al ver qué agarraba su morral, se veía que tenía ganas de irse.
— Fue un gusto, Yuna. — se despidió sacudiendo la mano, antes de abrir la puerta.
Lee Myeong-gi conocido como el buen samaritano o tal vez el buen coreano.
Espero volver a verlo.
Sí y lo haría.
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