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3. Vergüenza

La vergüenza que experimentó cuando su pantalón se rompió, fue tal, que deseó convertirse en avestruz para enterrar la cabeza en el suelo.

Todos hablaban animadamente en clase de algún tema novedoso; Era lunes y querían ponerse al tanto de lo que habían hecho el fin de semana y, Adrien Agreste no era la excepción.

La conversación entre él y Nino fluía en la mejor de sus expresiones. No solo conversaban sobre los deberes o los juegos y música de novedad, sino que también reían de cosas increíblemente estúpidas. Hablaban sobre algunos vídeos que encontraron el sábado en la plataforma más grande de internet y sobre algunas historias ocurridas durante los últimos tres días.

El de gorra roja, contaba la anécdota de la semana, sobre cómo había hecho una mezcla súper extraña de música rock con salsa que había salido súper mal.- Y a ese punto no sabía si hacer el baile más sensual de mi vida o tener un ataque epiléptico.

La risa no la emitió únicamente el rubio, sino la novia del de gafas también. Había escuchado la conversación por accidente y había creído que era muy divertida. No le importó meterse un poco en la conversación.

A Adrien le gustaba eso. Tener amigos con quien reír y llorar, para las desgracias y las alegrías. Miró a sus amigos con cariño y en un descuido cuándo quiso levantar el bolígrafo que había tirado segundos antes por accidente, el sonido de la tela rasgándose silenció a todos.

Se enderezó lo más que pudo y miró con pánico a su mejor amigo. Estaba sentado, nadie podía verlo, y aún así se sentía como si no pudiera volver a tragar saliva nunca más en su vida.

¡Alerta roja!

¡Alerta roja¡

¡ALERTA ROJA!

Adrien se quiso morir en ese instante. Se quiso morir en serio porque su pantalón favorito, el pantalón que según él “nunca le fallaba”, se había roto. No miró a nadie más, agachó la cabeza y pidió al cielo que lo partiera un rayo.

Unos preciosos ojos azules lo miraron. La chica se había acercado lo suficiente como para que él contará cada una de las pecas que la chica tenía. Se había quitado la chaquetilla y se la tendió con delicadeza.- Amarratela a la cintura. Ve al baño y quítate el pantalón. Traigo mi kit de emergencia, así me lo pasas y lo coseré.

Las mejillas se le colorearon y aceptó la prenda que la más pequeña le ofrecía. Hizo exactamente lo que ella le había indicado y una vez en el baño, sacando solo su mano, le tendió su pantalón roto.

La fina y suave mano de Marinette tocó la suya cuando tomó el pantalón, y aún cuando fuera totalmente estúpido, la vergüenza subió hasta las orejas del rubio, que cayó en cuenta de la situación que estaba experimentando. Estaba seguro de que ese pantalón estaba en excelentes condiciones, no sabía que había ocurrido.

-Gracias…-pronunció despacio.

-No te preocupes, Adrien. Fue un accidente.-su voz seguía siendo delicada y dulce, como la más romántica de las melodías.

Pasó un rato hasta que dejó de escuchar el bajo tarareo que la de coletas emitía mientras cosía. La puerta fue tocada con firmeza.- Está listo.

El rubio sacó su mano y aceptó su pantalón cuando los dedos de la más joven le tendieron la prenda. Una vez en su poder, se vistió lo más rápido que pudo y procuró no tardar más de lo necesario para no dejar afuera demasiado tiempo a la chica que lo había salvado.

Marinette ya no estaba para cuando salió, y tampoco estaba en el salón cuando volvió al aula. Miró a sus amigos con las mejillas sonrojadas.- Cosío mi pantalón.

Alya río.- Sí, lo notamos. Se fue a traer unas cosas al taller de artes, hoy vamos a tener clase con pintura.

El rubio sonrió. De nueva cuenta había sido ayudado por ella. Tocó disimuladamente la costura que había hecho la de ojos azules en sus jeans. No sabía mucho de ropa ni de técnica, pero se sentía firme.

Quiso tomar asiento de nuevo, pero entonces notó a su pequeño amigo mágico, intentando esconder lo que parecía una navaja pequeña.

Plagg se sacudió en un gran estado de pánico cuando vio a su portador darle la más sombría de sus expresiones. Él solo quería tener algo para cortar su delicioso queso. No creyó que intentando sacar la navajilla del bolsillo de su portador, terminaría cortandolo.

-¡Santo queso! Estoy en problemas.

Este capítulo se lo dedico a Alex y su eterno amor por el travieso de Plagg.
Espero disfruten del tercer día.

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