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8. San Basilio

Pese a que en la aldea consagrada a la diosa Atenea no se conmemoraba la Navidad, el Patriarca era más indulgente en cuanto a las celebraciones de fin de año, ya que, por motivos administrativos y de índole práctica, se guiaban por el calendario gregoriano. Así que la mayoría de los rodorienses organizaba algún festejo, sin grandes alardes, para dar la bienvenida a un nuevo año y agradecer a la diosa la protección dispensada durante los doce meses precedentes.

Los residentes del Santuario no eran una excepción, si bien se les exigía mantener un perfil discreto dada su posición, y cada Nochevieja se reunían en grupos en las cabañas de las amazonas, en las dependencias del personal de servicio o incluso en la cocina para cenar, beber y cantar.

Shion estaba satisfecho: en tiempos de paz, su colaboración con el gobierno griego y, a través de este, con instituciones humanitarias transnacionales, había sido fructífera, permitiendo a los guerreros de Atenea sentirse útiles descubriendo un nuevo modo de utilizar sus dones y hacer, en cierto modo, una transición a la vida civil tras años de conflictos. Ahora, mientras ultimaba el cierre del año, dando instrucciones al eficiente Afrodita para archivar volúmenes y legajos en la amplísima biblioteca, no podía evitar sonreír al recordar los desafíos afrontados y la madurez que habían alcanzado los caballeros que, para él, siempre serían sus niños.

Sus meditaciones se vieron interrumpidas por el estruendo de la puerta al abrirse bruscamente. "Hablando de los reyes de Roma...", pensó, al ver a Milo, Dohko, Saga y Deathmask precipitarse a través del vano, cargados con sus pandora box y las ropas polvorientas por el largo camino de vuelta al hogar.

—¿Alguien va a saludar conforme al protocolo o tengo que emparedaros en una cárcel de cristal hasta que aprendáis modales? —preguntó, fingiendo enfado, pero contento de verles regresar sanos y salvos una vez más.

—¡Vamos, Shion! ¡No pongas esa cara tan seria! —Dohko acompañó su recriminación con un acercamiento que pretendía terminar en un abrazo, pero fue ágilmente esquivado por Shion, que no tenía ninguna intención de dejar que le ensuciase la magnífica túnica.

—Patriarca, solo queríamos avisarle de nuestra llegada. Tenemos algo de prisa —comentó Milo, con una respetuosa inclinación.

—¿Prisa, Escorpio? ¿Y a qué se debe?

—Es Nochevieja, Patriarca. Tenemos que ir a nuestros templos a arreglarnos para la fiesta —aportó Saga.

Afrodita elevó el libro que sostenía para disimular su sonrisa. El jefe del Santuario escondió las manos en sus amplias mangas y los miró con curiosidad. Nunca dejaban de sorprenderle.

—Está bien. Podéis dejar el papeleo para pasado mañana. Pero no quiero ningún desmadre, nada ilegal ni orgías. ¿Estamos?

—¿Por qué me mira a mí, Patriarca? —exclamó Deathmask, en tono teatral— ¡Era Saga el de las doncellas ligeras de ropa!

—¿Y quién iría contigo pudiendo estar conmigo, cangrejo demente? —replicó el aludido, con una sonrisa presuntuosa.

Dohko los miró de hito en hito, luchando por no echarse a reír, y se dirigió a Shion:

—Yo voy a la cocina para supervisar la cena de los que nos quedamos. He traído unas cuantas cosas de mi estancia en China que te van a encantar, amigo.

—¿Y qué haréis los demás, si puede saberse? —inquirió Shion.

—¡Deathmask ha organizado una timba en la taberna! —explicó Milo, recibiendo a cambio un codazo por parte del cuarto guardián.

Shion enarcó una ceja, mientras Afrodita fingía que no les escuchaba.

—¿Y ha dado la dueña de la taberna su consentimiento para ese evento, Cáncer?

—Eh... Bueno, no explícitamente, pero... —titubeó el italiano.

—¡Pero se acuesta con él y eso le convierte en el tabernero consorte! ¡Puede hacer lo que quiera! —zanjó Saga, muy ufano.

—Cállate, Saga, por favor. Reformularé mi pregunta: ¿sabe ella lo de esa timba que queréis montar en su local? —insistió el patriarca.

—El caso es que por eso tengo prisa... Quería ir a avisarla un rato antes...

—Ya, claro. En fin, desapareced de mi vista y no seáis un mal ejemplo para el resto del pueblo.

Con una reverencia que les sirvió para camuflar sus amplias sonrisas, los caballeros se retiraron y cerraron la puerta a sus espaldas, lo cual no impidió que Shion les oyese congratularse por el éxito de su intrusión.

Deathmask llegó a la taberna cuando Kyrene acababa de levantarse de la cama, tal como esperaba: sabía que, dadas las altas horas a las que cerraba, ella solía dormir un rato después de comer, así que, aporreando la puerta sin ninguna diplomacia, según su costumbre, terminó de espabilarla a gritos hasta que ella bajó a abrir, tapada por una gastada camiseta que él debía de haberse olvidado en alguna visita.

—Hola, gatita. ¿Estás contenta de verme?

La chica se frotó los ojos, sonriendo. Claro que lo estaba: las misiones en las que Deathmask participaba no solían tener una fecha fija de vuelta y, pese a su promesa de hacer todo lo posible por volver antes de que terminase el año, ella se había hecho a la idea de que no le vería en un par de semanas, para no vivir pendiente de su regreso. Pero ahora que le tenía frente a ella, sentía como si el corazón fuese a salírsele del pecho. Cada reencuentro era así, como una nueva primera vez.

—¿Tú qué crees? —exclamó, abrazándole con fuerza mientras él la tomaba por la cintura para adentrarse en el local llevándola en volandas.

—Me alegra que te alegres, porque la fiesta de Nochevieja se celebra aquí... ¿Abrirías solo para algunos amigos? —el italiano trató de sonar casual, pero no pudo evitar que ella le mirase con suspicacia.

—¿Algunos amigos? ¿Qué tienes en mente, Satanás?

—¡Nada raro, lo juro! Unas manos de póker, me ayudas a pelar a Saga y nos fundimos su dinero la próxima vez que salgamos del pueblo...

—Mmmh... No sé. Tendrás que convencerme... —se aventuró, tirándole del cabello con suavidad para morderle el mentón.

—Esa es mi especialidad; verás que puedo ser muy, muy persuasivo, gatita...

Lo que iba a ser una celebración íntima y tranquila se convirtió en una fiesta para doce personas, entre caballeros y amazonas, que se alargó hasta casi el amanecer, regada con el tradicional krasomelo con el que la camarera les agasajó. Agotados de jugar al póker, corear las canciones obscenas que improvisaban los gemelos de la tercera casa y hacer idioteces durante horas, Kyrene y su tabernero consorte subieron al dormitorio sin recoger los restos del sarao y durmieron más allá del mediodía, momento en el cual el sol comenzó a ser demasiado molesto para seguir en la cama.

—Voy a hacer café, a ver si así afloja este dolor de cabeza... —dijo Kyrene, todavía adormilada, pero Deathmask la atrapó antes de que pudiese levantarse.

—Feliz año nuevo, gatita —masculló, sin abrir los ojos, abrazándose a ella como un náufrago a un tablón.

—Ahora no, Death... De verdad necesito ese café. Ya echaremos luego el primer polvo del año...

La chica se escabulló ágilmente para cubrirse con la misma camiseta con que le había recibido el día anterior, bajó al local y preparó la infusión. Rebuscando en la alacena, dio con algunas golosinas sobrantes del día de Navidad y las sirvió en un plato; después, cortó algo de fruta y dispuso todo en una bandeja, lista para sorprender al caballero, pero él bajó antes y la interceptó en el almacén.

—¿Qué haces tanto rato aquí abajo, nena?

Ella contempló su figura atlética y se relamió con descaro: estaba completamente desnudo al pie de la escalera, llevando en la mano el bóxer negro del que ella misma le había despojado para dormir junto a él unas horas antes.

—Te estaba preparando el desayuno, pero ahora no sé si prefiero la fruta o a ti...

—¿Has encontrado alguna sorpresa? —preguntó él, poniéndose la ropa interior y tomando asiento junto a la mesa, que casi parecía decente cubierta por el mantel nuevo.

—¿A qué te refieres?

El italiano indicó un paquete envuelto en papel de estraza en lo alto de una estantería; ella lo cogió y lo desempaquetó con cuidado.

—¿Vasilopita? ¡Es de lo más rico que se puede comer en Navidad! ¡Y seguro que la has preparado tú!

—Te tengo súper consentida, ¿eh?

Sonriendo, Kyrene aspiró el aroma del pan dulce y empuñó el cuchillo.

—Espero que no te importe que lo corte sin respetar la tradición... Si te digo la verdad, nunca fui una buena cristiana, así que eso de "el primer trozo para Jesús, el segundo para la Virgen..." no va conmigo.

—Claro, gatita, a tu manera. Tampoco es mi religión; si te soy sincero, solo hago esto para divertirnos.

Ella le besó los labios. Aunque ninguno de los dos lo dijese a las claras, sabía que él se había esforzado en cumplir con todos sus compromisos y, a la vez, sacar tiempo para estar con ella durante su primera Navidad juntos, consciente de lo duras que esas fechas le resultaban. La chica sirvió dos porciones y probó la suya entre exclamaciones de deleite.

—¡La leche! ¡Está para morirse!

—Bueno, bueno, tampoco me hagas la pelota...

—¡Que está de maravilla, joder!

Kyrene devoró tres trozos seguidos y se chupó los dedos antes de levantarse para abrir un viejo armario del cual sacó un furoshiki que ofreció a Deathmask.

—Bueno, pues aunque no seamos creyentes, San Basilio también te ha dejado un regalo a ti... —sonrió, señalando el envoltorio.

—¿En serio, gatita? Oye, y esta vez te has currado la presentación... Es cosa de Marin, ¿verdad?

Ella sonrió, acomodándose el flequillo.

—Sí, me ha dado el furoshiki y me ha enseñado a anudarlo. Está muy concienciada con todo lo de reutilizar...

—¡Veamos qué es! —dijo él, sin ocultar su emoción.

Deathmask aflojó la lazada que mantenía el envoltorio y abrió exageradamente la boca al encontrar una colección de películas italianas clásicas en DVD y un flamante reproductor.

—¿Te gusta? —preguntó ella, dubitativa.

—¿Que si me gusta? ¡Estoy alucinando! ¿Tienes idea de lo que me costaba encontrar cintas de VHS en pleno siglo XXI?

—Eso pensé... No sabía si sería buena idea hacerte un regalo, tampoco es que necesites nada... Pero cuando fui de compras a la aldea, pasé por la tienda de segunda mano y se me ocurrió que te vendría bien.

—¡Has acertado de pleno, gatita! ¡Me encanta! No puedo esperar a estrenarlo con una maratón de Visconti...

Kyrene volvió a sonreír, orgullosa de su acierto, y cortó otro pedazo de vasilopita que comió desmigándolo con los dedos.

—Va, para ya, que te vas a empachar —le reprochó Deathmask—, y espérame solo un minuto, ¿vale?

El caballero salió a la zona del local y volvió a entrar apenas dos minutos después con un paquete que tendió a la camarera.

—¿Has ido a tu templo a buscarlo?

—Es que no pensaba dártelo así, sin más... Pero venga, ábrelo...

Con impaciencia, ella rasgó el papel que cubría la cajita; le sorprendió su peso en relación con el reducido tamaño, pero no dijo nada hasta que la abrió y descubrió su contenido.

—¡Death! ¡No puedo creerlo!

La joven sostenía un peculiar puño americano antiguo, tan emocionada que el objeto temblaba sobre sus palmas. Además del arma, el estuche, forrado en terciopelo rojo, contenía munición y un gráfico con las instrucciones para utilizarla.

—¿Sorprendida?

—Yo... Estoy impresionada... ¡Es precioso!

Deathmask le ayudó a colocárselo, en un gesto que hizo reír a ambos.

—Cualquiera diría que te estoy poniendo un anillo de compromiso y en cambio es una jodida nudillera...

—¡Son cuatro anillos en uno, te has pasado!

Kyrene, extasiada, giró la muñeca para observar el brillo y los detalles del metal que envolvía sus dedos: se trataba de una pieza marcada por los años y el uso, que aunaba dos funciones, pues, aparte de servir para propinar puñetazos más contundentes que la mano desnuda, estaba equipada con un arma de fuego en su parte superior. Deathmask percibió su interés y tomó su palma, explicando cada parte:

—La llaman "Le Centenaire", gatita: puño de hierro y pistola del calibre 22, todo en uno. No es la más sofisticada de su tipo, pero sí la más hermosa... —dijo, pasando los dedos por los de la chica, cuya mirada viajaba entre los penetrantes ojos del italiano y el inesperado obsequio— Se fabricaron muy pocas... De hecho, no he conseguido averiguar la fecha exacta, pero la datan a finales del siglo XIX. Una pieza de coleccionista.

—Es preciosa —musitó ella, arrobada.

—Ciento cincuenta gramos de arma monotiro —se colocó tras ella, ayudándola a adoptar una posición de disparo y desgranando las explicaciones en su oído, con sus caderas pegadas como si danzasen y una mano en torno a su cintura—, cañón sin estriado, extracción manual. Saca los dedos y gírala. Ahora, dispararías con el índice. ¡Fuego!

Kyrene se estremeció y se mordió el labio. La inadvertida sensualidad con la que él hablaba -voz grave, tenue acento extranjero- era algo a lo que no sabía resistirse.

—Estuve buscando una nudillera-cuchillo porque me parecía que encaja mucho con tu forma de luchar, pero cuando encontré esta, no pude dejarla pasar...

—¿Cuándo...? —la voz de la chica sonaba entrecortada por la emoción. Era evidente que no estaba habituada a recibir dos regalos en tan breve intervalo.

—Durante la misión con Mu. Nos enviaron a Bélgica y la vi en un anticuario, paseando antes de volver. Quería dártela el mismo día veinticuatro, pero he conseguido esperar hasta hoy...

Ella se volteó, con los ojos bajos para ocultar la humedad que se abría paso entre sus pestañas, y apoyó la cabeza en aquel pecho sólido como una roca.

—No sé qué decir... —confesó, pasando los brazos por la cintura del italiano.

—¿Qué tal "gracias, Deathmask"?

—Gracias, Deathmask...

—Muy bien. Ahora, di "gracias, Deathmask, no solo eres guapo y follas de maravilla, además haces los mejores regalos del universo" —rio él mientras la estrechaba contra su cuerpo.

—Tampoco te vengas arriba —replicó ella, con la risa sofocada contra su camiseta.

—¡Arriba vas tú! —exclamó él, subiéndola en la mesa y situándose entre sus rodillas.

—¡Espera! ¡Deja que guarde la nudillera!

—¡Tranquila, está descargada! Hay una película de Monica Bellucci que quiero recrear contigo, anda, abre un poquito más las piernas...

Kyrene estalló en una carcajada mientras él apartaba con impaciencia platos y vasos para echarse sobre ella y hacer presa en su cuello.

—¡Death! ¡Ten cuidado!

—¡Ten cuidado tú! ¡Que la mía sí que está cargada!

Con un suspiro de placer, apretó entre sus muslos las caderas inquietas del italiano. Había llegado el momento de echar el primer polvo del año, se dijo a sí misma, sin saber si su corazón latía tan rápido de deseo o de felicidad por todo lo que le quedaba por vivir todavía al lado de aquel chalado encantador.

Krasomelo: vino especiado que se suele servir en Navidad. Generalmente, lleva canela, clavo, cardamomo y naranja, pero la receta varía de una persona a otra.

Vasilopita: pan dulce que se come en Año Nuevo, similar a un bizcocho con cobertura. La tradición dice que ha de cortarse reservando la primera porción para Jesús, la segunda para la Virgen y la tercera para la casa, después de lo cual se reparte el resto entre los presentes.

San Basilio: el equivalente griego a Papá Noel. Trae regalos el primer día del año.

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