7. Detallistas
Parecía que no prestaba atención. Pero solo lo parecía. Kyrene obtuvo la confirmación de sus sospechas cuando Deathmask abrió, con un ademán resuelto y una sonrisa arrogante, la puerta de la misma habitación del hotel Wyndham en la que ella se le había declarado apenas unas semanas antes.
Tal como había hecho aquella noche, el caballero tomó asiento en el butacón de cuero y la invitó a acomodarse sobre su regazo con un gesto de la mano, cosa que ella hizo en cuanto se quitó el grueso abrigo.
—No suponía que fueses tan detallista... —musitó ella, mimosa, tirando un poco del cuello del jersey para besarle la nuez.
—Ni yo, a veces me sorprendo a mí mismo.
—Está todo como entonces...
—Todo, salvo esto —replicó él, arrojando con displicencia la diadema que había llevado durante la jornada—. Vale de hacer el bobo por hoy, ¿no crees?
—¿En serio? Pero lo estábamos pasando tan bien... Y yo he traído el regalo que me diste... —se quejó ella con un mohín de tristeza impostada.
—¿Que has traído qué...?
La chica se levantó y sonrió maliciosamente, plantándose ante él en actitud desafiante.
—Quítame el jersey, anda.
Él se incorporó a su vez y tiró de los bordes de la prenda, haciendo caer el sombrero al suelo en el proceso.
—Oh, vaya, qué torpe soy... No hay manera de que se mantenga en su sitio —ironizó, con la voz comenzando a enronquecerse de deseo.
—¡Con lo que me gusta mi nuevo gorro! —se quejó ella.
Con un gesto pícaro, dobló la cintura para recogerlo, ofreciéndole una vista de su trasero, enfundado en los estrechos vaqueros que solía usar, y se lo colocó de nuevo.
—Ahora, el pantalón.
El caballero no se hizo de rogar y la besó pasionalmente mientras luchaba con el cierre de la prenda y la bajaba por sus muslos, antes de empujarla sobre la butaca.
—Tendré que quitarte las botas también...
—No estaría de más... —concordó ella, separando las piernas obscenamente para exhibir una sombra rojiza entre ellas y apoyando ambos pies sobre los cuádriceps del caballero arrodillado.
Un minuto después, la joven solo conservaba una camiseta negra de tirantes, de la cual se deshizo con rapidez, mostrándole a qué se refería con su comentario: el bodi de encaje que él le había hecho ponerse el día anterior.
—Tú también eres detallista... —murmuró él al acercarse para abrazarla, pasando los dedos por el entramado de tiras de la espalda.
—No creas, es solo que tengo poca lencería —rio ella, coqueta.
—Repito: para lo que te dura puesta...
Esbozando su sonrisa torcida, él la levantó en brazos y la arrojó sobre la cama. La imagen que ella ofrecía le resultaba arrebatadora: las piernas desnudas, aquel gorro ridículo coronando la melena, los rosados pezones velados tras las filigranas del encaje, pero, sobre todo, su mirada profunda, colmada de anhelo. Una mirada que le robaba la cordura por la mezcla de osadía y vulnerabilidad que destilaba.
—Tus ojos me están pidiendo que te coma el coño, gatita...
—Tienen razón los que dicen que eres el más inteligente de los dorados...
El caballero no se molestó en despojarse de su ropa; se acomodó entre los muslos de la chica y mordió su monte de venus por encima de la prenda, aspirando su aroma y recorriendo con los dientes los relieves del tejido antes de sacar la lengua y dedicarle un lametón tras otro hasta empaparlo, enardecido con las muestras de satisfacción con las que el cuerpo de ella le obsequiaba.
—¿No vas a molestarte en desabrocharlo...? —gimió, con la espalda arqueada y las manos aferradas al cabecero de forja.
Él levantó la cabeza un instante y chasqueó la lengua al tiempo que presionaba con un dedo el sexo de la chica, mojado y listo. El siguiente chasquido que se oyó fue el de un botón y, a continuación, el inconfundible sonido de una cremallera al abrirse.
—Ni para comértelo, ni para follarte... —proclamó, echándose sobre ella y extrayendo su miembro turgente para frotarlo sobre la hendidura que requería su atención.
—Eres un bestia...
—Por eso me adoras —se jactó él al apartar la tela lo justo para abrirse camino.
—Ah... —incapaz de refutar su afirmación, le envolvió con las piernas hasta cruzar los tobillos en su cintura.
Las manos masculinas, grandes y nudosas, apresaron las muñecas de la joven, privándola placenteramente de la posibilidad de abrazarle; a cambio, ella estiró el cuello para devorar sus labios a base de besos y acompañar las estocadas con sus propias caderas. En silencio, dejando que una intensa mirada transmitiese todo lo que necesitaban decirse en aquel momento, los dos se entregaban a aquel juego privado consistente en volver loco al contrario, despacio, golpe a golpe. La temperatura aumentaba entre sus cuerpos al compás de sus movimientos y Deathmask se vio en la necesidad de liberar a Kyrene durante unos segundos para descubrirse el tronco y mandar el jersey al otro extremo de la habitación. Ella, ansiosa de tocarle, no perdió la ocasión de delinear con las yemas cada uno de los músculos que sobresalían en su fuerte espalda, ronroneando de gozo.
—Estuve tentado de hacerte esto en el parque... si tan solo hubieses llevado un vestido... —dijo él, al cabo de varios minutos, provocando una risa ahogada en Kyrene.
—Tú siempre quieres hacerlo...
—Contigo, gatita, incluso cuando duermo... —respondió, a la vez que se volteaba para dejarla sobre él, en un giro que hizo caer el gorro de nuevo sin que a ninguno de los dos le importase.
Ella sonrió y se acomodó en la cadera del caballero, subiendo y bajando con celeridad hasta que él la agarró con rudeza por el escote, tirando para exponer sus pechos con un crujido de la tela.
—¿Cómo eres tan bruto...? —jadeó ella, posándole las manos en el abdomen en busca de un roce aún mayor.
—No era de tu talla, se te salían las tetas —se burló él al apoderarse de ellas con un rictus codicioso en el rostro.
Con un brazo en torno a su cintura, usó la otra mano para pellizcarle los pezones, consiguiendo que ella se retorciese de placer entre gemidos guturales. Su mirada vidriosa y el tono de su voz delataban el orgasmo que se avecinaba y solo necesitó levantar la pelvis hacia ella para ayudarla a encontrar ese ángulo perfecto en el que sus sexos quedaban en completo contacto, sonriendo al escuchar el primer grito con el que ella anunciaba, sin poder evitarlo, su clímax.
—¡Ah...! Joder, Death, me estoy corriendo... —musitó, llevando los brazos atrás para apoyarse en los muslos del italiano.
—Era evidente... —alardeó él— No me esperes, ya voy...
Irguiéndose de repente, quedó sentado en la cama, con ella a horcajadas para disfrutar de aquella visión que le resultaba desquiciante: la curvatura de su espalda hacía sobresalir sus pechos, en los cuales ya se divisaban las marcas de sus dedos y sus dientes, y resaltaba el punto en que sus cuerpos se unían, rodeados por la lencería roja y la ropa de él. Ambos jadeaban, sudorosos y desesperados, perdidos en el éxtasis del placer compartido, arrasados por aquella sensación, no por conocida menos intensa. Entonces, con un gruñido que pareció salirle de las entrañas, el caballero se dejó ir hasta eyacular en su interior, tomándola a continuación por los hombros para estrecharla con fuerza en un abrazo que arrancó a Kyrene un tenue quejido.
—Lo siento, gatita, no mido mi fuerza... —se disculpó, besándole la boca con avidez.
—No, está bien... No te salgas aún... —pidió la chica, sin dar tregua al movimiento de sus caderas.
—¿Quieres empalmar, ansiosa?
—No puedo decírtelo más claro...
—Entonces, vamos a tener un problema, porque yo quiero volver a darte lengua...
—Dioses, me encanta lo cerdo que eres...
Él asintió y dejó que ella llevase el control hasta asegurarse de que su erección era sólida y completa. Entonces, con una mueca malévola, se volcó sobre ella y le elevó las piernas hasta sus hombros, atento al sonido húmedo de sus cuerpos al chocar.
—Tienes suerte de que sea un caballero, gatita: cuando despiertes, no podrás caminar, pero te llevaré en mi espalda todo el camino hasta Rodorio...
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