5. Haciendo el bobo
—Volver de una misión me da derecho, como mínimo, a dos días de descanso... —murmuró Deathmask en el oído de Kyrene al despertar junto a ella el día de Navidad.
—Pero no a robarme minutos de sueño... —se quejó ella, tapándose hasta las orejas para intentar dormir un poco más.
—Me da derecho a una sesión de sexo matinal contigo...
—Que me dejes...
—¡Pero si es de día! Venga, espabílate y pasemos el día en Atenas, anda.
La joven suspiró, consciente de que él no se callaría hasta lograr su objetivo, y se estiró perezosamente, disfrutando del suave sol de diciembre que incidía en su rostro. Con los ojos todavía cerrados, se sentó y se echó hacia atrás el cabello, que caía sobre sus hombros en completo desorden.
—¿Lo pasaste bien ayer, gatita? —el caballero se levantó para buscar su ropa interior, tirada por algún rincón del dormitorio.
—La verdad es que es la cena de Nochebuena más tumultuosa que recuerdo...
—Y eso que solo éramos cinco...
—Fue genial. Gracias por estar pendiente de mí estos días —sonrió ella, saliendo de la cama a su vez y abrazándole por detrás.
—Necesitamos distraernos. Una ducha, un desayuno rápido y nos vamos.
—Oh, entonces, ¿nada de sexo de buenos días? —preguntó ella, con un mohín de fingida tristeza.
—No. Hoy pasan pocos trenes, no podemos permitirnos el lujo de llegar tarde a la estación.
—Bueno, pues me tocaré en la ducha pensando en ti...
Apenas dos horas después, la pareja ya estaba sentada en el tren en dirección a la capital, lista para perderse entre las hordas de turistas y locales llegados de todos los rincones para disfrutar de la iluminación navideña y los mercados tradicionales.
—¡Gatita! ¿Ya te has contagiado del espíritu de estos días? —rio Deathmask cuando Kyrene le ajustó la diadema de reno que él mismo le había regalado el día anterior.
—No, solo me he contagiado de tu espíritu de hacer el bobo —se la devolvió ella, calándose el gorro de papá Noel hasta las cejas.
—Sigo diciendo que el rojo es tu color —la lisonjeó él, con un profundo beso—, aunque me hagas ponerme esto en la cabeza.
—Llevas bien el frío, ¿no? —preguntó Kyrene, estirando con cuidado el cuello del chaquetón forrado de pelo que llevaba Deathmask.
—No me quejo, pero lo mío es el verano, gatita. Soy sureño.
—Este jersey...
—Lo sé: el crudo resalta mi tono de piel, ¿verdad?
—...y el que llevaba Shura anoche son casi iguales. Parecíais mellizos... —terminó ella, con la cabeza apoyada en su hombro.
—¡Ah! Sí, es que se lo compré yo. Creo que es la persona que más odia ir de tiendas del mundo, así que a veces tengo un detalle.
—Es muy atento por tu parte, teniendo en cuenta que a ti tampoco te gusta...
—Bueno, ya sabes, cualquier cosa por un amigo... —respondió él, distraídamente, con la vista fija en el paisaje que se emborronaba a toda velocidad ante ellos.
—¿Y qué quieres hacer en Atenas?
—¡Tranquila, no pienso llevarte de compras! —rio el caballero, rodeándola con un brazo— Mi primera idea era que pasáramos el fin de año en Tesalónica, pero no tenía suficientes días libres ni tiempo para organizarlo...
El estremecimiento que recorrió la columna de Kyrene al escuchar el nombre de su ciudad natal no pasó inadvertido a Deathmask, que la estrechó más contra su pecho.
—¿No te habría gustado, gatita?
—No lo sé... Es raro pensar en volver después de tantos años... Pero sí, supongo que estaría bien ir allí contigo alguna vez...
— Estuve una vez, hace tiempo.
—Recuerdo el atardecer desde la Torre Blanca. Debía de ser muy pequeña, porque mi padre me llevaba sobre sus hombros y me parecía un gigante —rememoró ella, en voz baja.
—Volveremos cuando estés preparada. No tenemos prisa.
Ella asintió y cerró los ojos, con un nudo en la garganta. Le costaba entender, asimilar y expresar la mezcla de emociones que se arremolinaban en su interior: el alivio de saberse muerta para sus perseguidores; la felicidad de compartir sus días con alguien a quien amaba; el agradecimiento al abrir los ojos cada mañana... pero también la tristeza por todos los que había dejado en el camino y la incertidumbre al tomar un nuevo rumbo... Tratando de procesar todo aquello, continuó en silencio durante el trayecto hasta Atenas, reconfortada con la presencia de Deathmask, que se limitaba a acariciarle el brazo, sin presionarla en busca de más respuestas.
Kyrene tendría que regresar a Atenas en unas semanas para presentarse a los exámenes de las asignaturas de antropología en las que se había matriculado para ese curso, pero por el momento solo se proponía disfrutar de la ciudad en compañía de Deathmask, que caminaba cargado con las bolsas repletas de golosinas navideñas que habían ido comprando en los diversos puestos del mercado que habían visitado durante el día.
Paseaban con indolencia por la ciudad imbuida del espíritu festivo, dejando que el tiempo transcurriese sin nada que hacer, hasta la hora del almuerzo, momento en el cual buscaron un parque y se sentaron en un banco al sol. Como dos turistas, abrieron varios paquetes de dulces y comieron kourambiedes y melomakarona, compitiendo ferozmente por el último del envase. Cuando estuvieron satisfechos, recomenzaron su excursión por los barrios más céntricos para contemplar los adornos, a la espera de que el anochecer les envolviese.
Las luces de la plaza Sintagma nunca le habían parecido tan brillantes cuando las contemplaba desde las sombras, escondida junto a Bull. Ahora podía, por fin, ser una más, cantar kálanda a voz en grito entre la multitud y reír mientras el caballero inmortalizaba esos momentos con una polaroid tan vieja que nadie habría creído que aún vendiesen películas para ella. Le costaba digerir aquella increíble sensación de libertad, pero era muy agradable... Estaba tan feliz y distraída que no se dio cuenta de que habían llegado a la zona recreativa de Gazi hasta que se encontraron frente a la pista de patinaje.
—Qué, gatita, ¿nos animamos?
Ella observó a las parejas y familias que se deslizaban sobre el hielo, riendo y gritando, y asintió con entusiasmo.
—¡Sí! ¿Por qué no?
—Espera, espera —el italiano la detuvo, sorprendido, tomándola por el hombro cuando ella ya se disponía a colocarse en la fila para entrar—. Esto no va así. Lo normal es que yo proponga una idiotez y tú seas la voz del sentido común...
—Ah, ¿sí? ¡Pues esta vez no va a ser! ¡Vamos ahí y démoslo todo!
Tirando con fuerza de su brazo, Kyrene prácticamente arrastró a Deathmask al mostrador de entrada para conseguir dos pares de patines. Acto seguido, dejó su mochila y los abrigos en una taquilla, se sentó en un banco al borde de la pista y desató los cordones de sus zapatillas deportivas, dirigiendo una gran sonrisa a su pareja.
—No me digas que te vas a rajar...
—Pues...
—¡Venga, coño! ¿Ahora eres un cangrejo cagado? —le desafió, descalzándole arrodillada a sus pies—. ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que tengas que lanzar las ondas infernales a la pata coja?
Deathmask se echó a reír al escucharla hablar acerca de su ataque con tanta familiaridad y se colocó los patines.
—¡Vamos allá! —se envalentonó— Dame la mano. ¿Has hecho esto antes?
—¿Yo? ¡Qué va! —confesó ella cuando apoyó el pie izquierdo sobre la superficie helada— Pero no puede ser tan dif... ¡Ah! ¡Mierda!
Kyrene braceó cómicamente tratando de no caer, profirió dos grititos ridículos y, por fin, perdió lo que le quedaba tanto de verticalidad como de dignidad. El italiano la contempló despatarrada en el suelo como un cervatillo recién nacido y prorrumpió en una estruendosa carcajada que le hizo doblarse en dos.
—¡Ayúdame! —pidió ella, incapaz de levantarse a pesar de sus denodados intentos.
—¡Pero si no puede ser tan difícil! ¡Qué pena no tener una cámara de vídeo para inmortalizarte! —se mofó, disparándole varias polaroids antes de asirla por los codos.
—¡No te burles de mí y sal a lucirte, pedazo de fanfarrón!
Sin parar de reír, Deathmask se sujetó al borde de la pista con ambos brazos, con Kyrene al lado, y se enderezó la diadema de reno.
—¡Ha sido un placer servir junto a ti, Angelopoulos! —proclamó, soltando una mano para dedicarle un saludo militar antes de equilibrarse sin apoyo.
—¡¿Serás cabrón...?! ¡Tú sabes patinar! —le reprochó ella, fascinada ante el modo en que él conseguía mantenerse erguido, con las manos en las caderas.
—¡No, pero aprendo rápido! ¡Ven con papá! —dijo él, agarrándola por la cintura y acercándola a su cuerpo.
La chica se mordió el labio, mirando con cierto recelo a las personas que parecían volar a lo largo de la pista.
—¿Quién es una gatita cagada ahora...? —la provocó él.
—¡Tu padre, quizá! —Kyrene se aferró al jersey de Deathmask al notar que sus piernas resbalaban hasta abrirse— ¡Joder, no me sueltes!
—¡Por la diosa, esto es demasiado divertido! ¡Estoy deseando ver cuándo te caerás de nuevo! ¿Apostamos?
—¡Vete a la mierda! Vale... Solo tengo que hacer como si caminase... —se aventuró ella, estabilizándose sin desasirse todavía.
—¡Eso es, y luego sonreír para la foto mientras te empotras en el hielo!
Una enérgica peineta fue la única respuesta que Deathmask obtuvo.
—¡Eh! ¡Me has soltado una mano! ¿Ves? ¡Soy un gran mentor!
—¿Qué...? ¡Joder, es verdad!
—Venga, vamos a intentar patinar o hasta los niños de cuatro años nos mearán en la cara —sugirió él, entrelazando los dedos con los de ella e iniciando un movimiento de zigzag básico.
—Vale... Pero no pienso ir sola...
Con cuidado, los dos jóvenes dieron sus primeros pasos por la pista, con un aire tan cauteloso y ridículo que a ellos mismos les resultaba imposible no reírse. Consiguieron completar un par de vueltas y solo entonces Kyrene liberó la otra mano de Deathmask, en la cual le había marcado las yemas a fuerza de apretar.
—¿Ya vas a volar sola? ¡Qué rápido has crecido!
El italiano fingió limpiarse una lágrima con el dorso y reemprendió la marcha, trastabillando primero y con elegantes zancadas a continuación. Ella le contempló, pasmada ante su habilidad, y trató de seguirle, con resultados mediocres pero, al menos, sin volver a caer.
—¡Joder! ¡Esto no hay quien lo controle...!
—¡Vas muy bien! ¡Ánimo, a ver si me pillas! —le gritó él desde el otro extremo de la pista.
—¡Cuidado con el chaval! —voceó Kyrene, advirtiéndole de la proximidad de un chiquillo que se desplazaba a toda velocidad marcha atrás hacia el italiano.
—¿Qué...?
Deathmask giró el tronco para averiguar a qué se refería, en una maniobra demasiado avanzada para su nivel que le costó el equilibrio. Kyrene lo observó como si sucediese a cámara lenta: sus largas piernas se movían en sentidos opuestos, como haciendo un "espagat" involuntario, y su cara había pasado de la arrogancia a una caricaturesca expresión, al tiempo que sus brazos se movían espasmódicamente para tratar de evitar la inminente caída.
—¡Gatita, ven a rescatarme! —bramó, postrado en el hielo en una postura que recordaba a un bailarín con poca maña.
La griega comenzó a patinar hacia él, riendo a mandíbula batiente y agarrada al borde como si improvisase un rescate en el polo en mitad de una tormenta de nieve.
—¡No se te ocurra reírte de un pobre hombre que sufre! —la regañó él, extendiendo el brazo.
—¡No puedo evitarlo, Death, tendrías que verte...!
—¡Maldita!
Por fin llegó junto a él y le ofreció la mano izquierda, que él asió con fuerza.
—Venga, levántate, "mentor" —se burló.
Tirando de su muñeca, logró remolcarle hasta que el brazo del joven alcanzó la barrera. Él se incorporó sobre las rodillas y se levantó, frotándose los muslos y oteando a uno y otro lado para cerciorarse de que nadie le miraba demasiado.
—¿Y tú estás bien, discípula? —quiso saber.
Kyrene no contestó: incapaz de moverse por el ataque de risa y el esfuerzo realizado para ayudarle, se agarraba el vientre con ambas manos, casi plegada sobre sí misma, soltando una carcajada tras otra.
—¡Eh! ¡Para ya o te caerás! —la recriminó, acodándose en el borde como si estuviese en la barra de un bar.
La advertencia se convirtió en una profecía: sobresaltada al darse cuenta de que estaba de pie sobre el hielo sin más apoyo que sus propios pies, la chica se envaró y se fue hacia atrás, agitando las manos y esbozando muecas de pánico hasta que su trasero hizo contacto con el hielo.
—¡Pero si no sabes bailar! ¿Qué te hace pensar que podrías patinar, gatita? —Deathmask no podía parar de burlarse mientras se aproximaba para echarle una mano.
—¡Cállate! ¡Tú bailas bien y aun así te has caído! —rio ella, admitiendo su estrepitoso fracaso y levantándose con dificultad.
—¡Quitaos de en medio, par de mamarrachos! —les espetó un chico de unos quince años que se movía con gracia, haciendo piruetas al pasar por su lado, tan cerca que Kyrene volvió a resbalar— ¡No hacéis más que molestar, vejestorios!
—¿A quién llamas "vejestorio", criajo? ¿Quieres que te envíe al mismísimo infierno? —amenazó Deathmask, apuntándole con el índice— Me juego una oreja a que tus padres me lo agradecerían...
—¡Claro que sí, abuelo! ¡Ve a que te miren la próstata y luego me lo cuentas! —el chaval le hizo un corte de mangas y siguió patinando marcha atrás con los brazos cruzados a la espalda.
—¿Pero tú sabes quién soy yo, idiota?
—¡Eres un viejo que va a romperse la cadera como siga así! —remató el chico, vitoreado por el grupo que le acompañaba y que compartía su habilidad.
—¡Kyrene, sujétame o...!
—¿Qué dices? ¡Le doblas la edad!
—¡El cuello! ¡Voy a doblarle el cuello!
—¡Death! ¡Solo es un niñato que quiere impresionar a sus amigos! —Kyrene, aguantando las ganas de echarse a reír, le apoyó las palmas en el pecho para calmarle— Sigamos a lo nuestro, anda...
—¿Habrase visto...? ¡Esta juventud no respeta nada!
—¡Oye, sí que pareces un abuelo cuando dices esas cosas! —respondió la joven, estallando en una nueva carcajada.
—¡Y tú no te rías! ¿Encima que te defiendo...? ¡En el Yomotsu hay sitio para todos!
Kourambiedes: pastas de mantequilla cubiertas de azúcar, típicas de la Navidad.
Melomakarona: galletas de miel, también tradicionales de la Navidad.
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