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3. Girasoles


Cada noche, un girasol sobre la almohada anunciaba a Kyrene que Deathmask seguía bien. Cada mañana, ella lo añadía al jarrón que adornaba la mesa del almacén, donde lo veía al pasar y al sentarse a comer. Consciente de que las tareas del caballero podían variar de lo rutinario a lo letal, agradecía en su fuero interno aquel gesto capaz de disipar en parte su ansiedad.

La mañana del veinticuatro de diciembre, Kyrene continuó, como los días anteriores, con su hábito autoimpuesto de limpieza y ejercicio. Siempre con el volumen al máximo en sus auriculares, barrió y ordenó la única estancia que conformaba la vivienda hasta dejarla impoluta, empezando por la cama, que adornó con dos grandes cojines, y terminando por el escritorio, del cual retiró la sempiterna pila de ropa y libros. Después utilizó el material del almacén como pesas durante cerca de una hora y, al terminar, cubierta en sudor, miró el reloj y advirtió, con fastidio, que todavía era temprano, así que se dio una ducha y salió a pasear por la playa, esperando que aquello la ayudase a despejarse.

Afrodita se había quedado con ella la noche del solsticio hasta bien entrada la mañana; echó a todos de la taberna sin contemplaciones, la acompañó a casa y se comportó como el mejor amigo que podría desear. Pero ni siquiera a fuerza de escucharla y de hacer las preguntas adecuadas consiguió que ella le explicase las razones de su malestar, así que optó por distraerla, derivando la conversación hacia temas más frívolos con tal habilidad que el amanecer les sorprendió arrebujados debajo de una manta, comiendo chocolate, compartiendo confidencias vergonzantes y riendo a carcajadas.

Pese a todo, Kyrene no quería acaparar el poco tiempo libre del sueco, a quien el patriarca mantenía ocupado en asuntos burocráticos de cara al balance del año que estaba por terminar, así que se esforzaba en exhibir un semblante risueño para no preocupar a nadie y en sacar adelante el trabajo en la taberna, multiplicado tras su decisión de dar unos días de asueto a Nikos para que disfrutase con sus amigos por primera vez de las celebraciones en la ciudad.

Tumbada sobre la arena, observó el cielo: ya pasaba de mediodía, era el momento perfecto para volver a casa, preparar la comida y dormir hasta la hora de abrir. Hizo una escala para comprar verduras y un poco de pescado y caminó sin prisa, disfrutando de los tímidos rayos del sol de invierno sobre la piel. Pero cuando abrió la puerta de la taberna, algo la hizo detenerse en seco; una profunda voz masculina se dejaba oír desde el almacén, tarareando en italiano. Los tobillos se le aflojaron y se llevó la mano al pecho sin advertirlo. ¡Solo podía ser una persona! Con el corazón a punto de explotarle de felicidad, dejó caer las bolsas y echó a correr, apartando torpemente la cortina y sonriendo al corroborar su sospecha: Deathmask, vestido con algo tan escueto y ridículo que su cerebro se negaba a procesarlo, cantaba a voz en cuello mientras añadía ingredientes a una olla humeante.

—¡Death! ¿Qué haces aquí? —gritó, precipitándose hacia él y saltando para rodearle con brazos y piernas, sin preocuparse por el fuego encendido.

—¡Eh, oye, gatita! ¡Que nos vamos a quemar! —la reprendió él, risueño, al tiempo que intentaba dejar en la mesa la tabla que llevaba en la mano derecha y le enlazaba la cintura con la izquierda.

—¡Pensé que no te vería hasta enero! —le besaba ansiosamente, con los tobillos cruzados tras la parte baja de su espalda y la respiración agitada.

—Lo sé, preciosa, pero no quería que pasáramos estos días separados y metí prisa a Mu para terminar antes.

La chica echó atrás la cabeza para mirarle a los ojos, encantada de tenerle junto a ella.

—¿Ha ido todo bien?

—¡De maravilla! Con tal de no soportarme, el bueno de Mu ha triunfado en tiempo récord. El patriarca va a alucinar cuando lea nuestro informe; lo malo es que en un par de días vuelvo a marcharme y ya sabes cómo son estas cosas... Y ahora bájate, venga, que estás llena de arena y no quiero que caiga en la comida...

Kyrene dejó que él la depositase en el suelo y se sacudió el pelo con cuidado, haciendo un montoncito de granos a sus pies.

—¿Vas a hacer de colarte en mi casa una costumbre?

—¡Y como se te ocurra quejarte, te arreo con el cucharón! —la amenazó él, blandiendo el utensilio antes de agacharse para recoger algo del suelo.

Ella rompió a reír y aprovechó para observar el peculiar atuendo del italiano, sin poder creer lo que tenía ante los ojos: la única prenda que cubría su esculpida silueta era un ajustado bóxer rojo, decorado con unos cuernos de reno de peluche y un pompón que hacía las veces de nariz justo en la zona más abultada. Oh, y también el gorro de papá Noel que se le había caído de la cabeza cuando ella se le tiró encima y que ahora estaba ajustándose, con cuidado de que el pompón que lo remataba quedase justo sobre su oreja derecha.

—¿A que te pongo cachonda, gatita? —se pavoneó, con los brazos cruzados tras la cabeza en una pose entre atlética y humorística— A ver si encuentras dónde llevo el muérdago...

—La madre que te... ¿De dónde has sacado esta mamarrachada? ¡Pareces el hijo estríper de Rodolfo! —preguntó, incapaz de contener su ataque de risa.

—Ten cuidado, no resbales con tu propia baba...

—Sí, mejor voy a cambiarme antes de que mis instintos me dominen y te ataque sin más...

Kyrene recogió las bolsas que había dejado en la entrada, guardó su contenido en el frigorífico y regresó para embocar la escalera, pero Deathmask le cortó la retirada, besándole el cuello:

—Voy contigo. No quiero despegarme de ti hasta que lleves mi olor...

—¿No se te estropeará la comida, porno-chef? —se burló ella al subir los peldaños con él cómicamente agarrado a sus caderas.

—¿Con la mierda de cocina que tienes, que cuece los huevos fritos?

La chica rio con ganas y abrió la puerta para mostrarle con un gesto de orgullo su cama actualizada.

—Vaya, veo que te has aburrido mucho en mi ausencia... ¿Has quitado las treinta y dos amigas que teníamos en el techo? —preguntó, con socarronería, tras echar un vistazo a su alrededor.

—Treinta y dos y media —le corrigió ella, señalando la de la esquina, que no había conseguido eliminar del todo, pese a su insistencia.

El caballero se sentó sobre el edredón y lo palpó con ambas manos, complacido:

—¿Plumas, gatita? No sabía que fueses tan sibarita... ¿Lo estrenamos ahora mismo?

—¿Y llenarlo de arena? —replicó ella, mientras él se dejaba caer hacia atrás con un profundo suspiro de satisfacción— Voy a lavarme, dame cinco minutos.

—Vale; despiértame metiéndome algo rico en la boca...

Tal como había prometido, Kyrene no tardó en volver, con el cabello mojado y una simple camiseta negra que hizo a Deathmask incorporarse chasqueando la lengua.

—Llevo días pasando calamidades y es así como pretendes seducirme... Porca miseria, fanciulla, porca miseria...

—Venga ya, yo sería tu kriptonita hasta con un saco de arpillera —se jactó ella, sentándose en su regazo y acariciándole la nuca.

—En eso tienes razón, me empalmo solo con verte. Pero admitamos que estarías más sexy con otras cosas...

—Bueno, ya iremos de compras un día... —accedió ella, con cierta desgana.

—No será necesario, ya lo he hecho yo por ti. ¡Feliz navidad, gatita!

Kyrene miró la caja que Deathmask le tendía, un tanto sorprendida, y la hizo girar entre sus manos, como si fuese un artefacto extraño.

—Pero los regalos se dan el día uno...

—Aquí la navidad no se celebra, así que podemos hacer lo que nos dé la real gana. ¡Ábrelo, anda! Me muero de ganas de vértelo puesto y la comida todavía va a tardar un rato... —insistió él.

Una sonrisa iluminó el rostro de la joven, que se apresuró a retirar el envoltorio rojo, arrojándolo al suelo junto con el brillante lazo blanco que mantenía cerrado el paquete. Apartó las dos capas de papel de seda que velaban el contenido y lo sacó para observarlo, con la boca abierta.

—Espera, ¿qué narices es esto? —preguntó.

—¡Gatita! ¡Es tu propio conjunto sexy navideño, a juego con el mío! —exclamó él, entusiasmado— ¿Por qué no te lo pruebas ahora mismo?

—Eh... No sé, ¿quizá porque aún me queda algo de dignidad?

El italiano la miró intentando aparentar seriedad, pero era evidente que luchaba por contener una risotada. Con cuidado, tomó la delicada prenda de manos de Kyrene y la sostuvo por los tirantes, superponiéndola contra su propio cuerpo.

—Vamos, no seas tan aguafiestas... ¡Mira qué monada! Si a mí me queda así de bien, no quiero ni imaginarme cómo te marcará las tetas a ti...

Ella torció el gesto, no muy convencida.

—No es mi estilo... —trató de resistirse.

—¿Y acaso este es el mío, gatita? —se la devolvió él, señalando su calzoncillo con una gran sonrisa— Nadie va a verte con ello salvo yo... Y te garantizo que no te va a durar puesto ni un momento...

—No me cuentes historias, esto no es un regalo para mí. ¡Es para ti! —contratacó ella.

—Bueno, ahí tienes parte de razón. Y tu regalo soy yo, no me digas que no estoy apetecible con lazo y todo...

Kyrene miró el paquete de nuevo, soltando una carcajada. En realidad, sí que parecía algo más provocativo que lo que ella solía usar, pero al menos no era tan ridículo como lo que llevaba él; de hecho, se trataba de un bodi-tanga de encaje rojo bastante sugerente, con un pronunciado escote delantero y dos tirantes finos que se convertían en un juego de tiras cruzadas en la parte posterior.

—Está bien, me lo pondré. Trae acá —cedió por fin, cogiendo la caja y levantándose de las rodillas de Deathmask para volver al baño.

—Pero ponte todo, ¿eh?

—Que sí, pesado...

Tras un par de intentos, Kyrene consiguió colocarse correctamente el entramado de tiras de la espalda y acomodar sus pechos de modo que el bodi pudiese contenerlos. Solo entonces sacó el resto del contenido, resoplando y riendo a la vez ante la enésima broma de su novio. ¡Dichoso cangrejo! Sin embargo, había prometido que se lo pondría y no iba a darle la satisfacción de llamarla "rajada", así que se enfundó las medias rojas que completaban el conjunto, la gargantilla con cascabel y una bochornosa diadema de reno, no sin antes comprobar que no hubiese ninguna otra sorpresa escondida. El contraste entre la sensualidad de la prenda y lo hortera de los accesorios la avergonzaba un poco -definitivamente, permitir a Deathmask elegir su ropa interior no era una opción-, pero había algo divertido en hacer el ridículo en la intimidad de aquella manera, se dijo, sobre todo después de tantos días sin estar juntos.

—¡Por la diosa, gatita! ¿Me he muerto y he despertado en el paraíso del polo norte? —la lisonjeó él cuando la vio regresar con un exagerado contoneo.

—Creo que he sido una chica traviesa... —respondió ella, tratando de no reírse para entrar en el juego y sentándose de nuevo sobre las fuertes piernas de él— ¿Podría comprobar su lista, señor Noel?

Él mordió con suavidad el dedo que ella estaba deslizándole por los labios y asintió:

—La tengo súper comprobada, pequeña. Has sido más mala que pasar un dolor de muelas oyendo reggaetón. Me debato entre darte una azotaina o traerte carbón como para alimentar una Big Boy.

—¿También entiende usted de trenes? Pensé que sería más partidario de la tracción animal...

—Y lo soy, pero ponerte a tirar de un trineo no está entre mis fantasías, lo siento —respondió él, desatando las carcajadas de ambos.

Invadida por una familiar sensación de calidez, Kyrene se dejó llevar por el buen humor de él y apoyó la frente en la suya.

—Te he echado mucho de menos, Death.

—Ya lo sé, gatita. Vivir sin mí es infinitamente aburrido.

—¿Cuándo te vas? —la pregunta, formulada en voz tan baja que el caballero tuvo que aguzar el oído, precedió a una serie de besos a lo largo de su cuello.

—Si empiezas a calentarme así, en quince minutos...

—¡Eres incorregible! —rio con la broma del italiano— ¿Tan necesitado estás?

—Digamos que no he tenido la privacidad suficiente como para pensar en ti de forma manual... —explicó él, dejándose caer de espaldas en la cama con ella encima— Pero, ahora en serio, he venido directo. En cuanto comamos, he de subir a encargarme de toda la mierda burocrática; es el trato que hice con Mu.

—Entonces, hagamos que valga la pena... —propuso Kyrene, tomando las manos de él y colocándolas sobre su trasero— Ya verás, cuando acabe contigo tendrás que ponerme encabezando la lista de los buenos.

—No lo dudo, gatita —concordó él al tiempo que apretaba sus glúteos y trataba de alcanzar un pezón con los dientes—. Por cierto, el rojo es tu color...

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