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2. Solsticio

Aprovechando su día libre, Kyrene bajó del tren al atardecer, envuelta en un grueso abrigo, y se ajustó las peludas orejeras antes de dejar la estación para mezclarse con la multitud que llenaba la aldea. A diferencia de Rodorio, los pueblos de la región profesaban la fe ortodoxa y conmemoraban la navidad al estilo tradicional, con algunas influencias internacionales, como sucedía en el resto del país. Contempló los adornos que ya engalanaban las fachadas mientras caminaba con paso ligero en dirección a la zona comercial: no eran lujosos, pero se notaba el esfuerzo de los vecinos por embellecer sus sencillas paredes con lo mejor que podían ofrecer.

Embocó por fin la calle comercial, recordando con una sonrisa la primera vez que Deathmask y ella habían estado juntos allí, pocos meses antes, disfrutando de un día que había cambiado todo entre ellos para siempre. Perdida en aquellos recuerdos, a punto estuvo de pasar de largo por delante de la tienda de ropa de hogar que buscaba, pero el llamativo escaparate cuajado de bolas brillantes la hizo detenerse a tiempo. Entró en el local, guardó los guantes en el bolsillo del abrigo y saludó a la dueña, que ya se acercaba para atenderla.

—Buenas tardes, ¿qué necesita?

—Un edredón grande, por favor.

—¿De pluma?

—Eh... Sí, podría ser. Algo no demasiado caro y más bien ligero.... —respondió, recordando el abrasador calor corporal que desprendía Deathmask cuando dormía.

La vendedora entró en la trastienda y volvió con tres edredones nórdicos que desplegó parcialmente, explicando sus propiedades y precios para ayudarla a decidirse. Kyrene escogió con rapidez, pues no disfrutaba con las compras, salvo que fuesen de material de papelería, y aprovechó la ocasión para llevarse también una funda y un mantel de algodón, decorado con minuciosos bordados, con el que cubrir la desastrosa mesa del almacén. Cargada con los voluminosos paquetes, hizo un par de recados más y se encontró por casualidad frente al restaurante de la vez anterior, que estaba cerrado, sonriendo al leer el humilde cartel que anunciaba el menú del día, plagado de flagrantes errores ortográficos. Huyendo del frío, se metió en otro establecimiento para cenar una reconfortante sopa y un té, y después corrió a la estación a tiempo para coger el último tren, que la dejaría en la aldea anterior a Rodorio, del cual la separaba una caminata de casi una hora y media por el bosque.

Para cuando llegó, exhausta y deseando probar su nueva adquisición, Kyrene envidiaba profundamente las capacidades telekinésicas de Deathmask y comenzaba a plantearse si conseguiría convencerle de que en lo sucesivo se encargase de aquel tipo de gestiones en su lugar. Cerró la puerta de la taberna, subió a la casa y dejó en el suelo las bolsas para sacar el edredón, que extendió sin molestarse en enfundarlo. A duras penas, logró lavarse los dientes, despojarse de la ropa y meterse en la cama, advirtiendo en el último momento que sobre la almohada había un girasol que no estaba allí cuando se marchó.

Él estaba bien. Pensaba en ella.

Con ese pensamiento y un último bostezo, se abandonó al sueño, sonriendo.

Como Shaina había anunciado, el veintiuno de diciembre Saga reunió a los caballeros que no estaban destinados en misiones, para celebrar el solsticio de invierno en su templo. Kyrene, que seguía sin muchas ganas de nada, evitó asistir, aduciendo el trabajo como disculpa, pero ni siquiera así consiguió librarse de recibir a última hora en la taberna a los guerreros de Atenea que aún continuaban en pie tras la fiesta.

—Es mejor así; no te enfades, pero Shion no dio permiso para que entrase gente ajena al Santuario, y menos aún alguien capaz de ahogarnos en alcohol —declaró Saga, nada más llegar—. Además, tus ondas cerebrales de aburrimiento habrían contagiado a todo el mundo...

—Como si a ti te hiciera falta el alcohol... —respondió Kyrene, monocorde, mientras ordenaba el local, vacío a excepción de los recién llegados, que estaban apilando todos los abrigos en una mesa.

—Por cierto, hay alguien que quiere conocerte —Saga hizo señas a alguien del grupo, que se acercó a ellos—. Este es Kanon, mi hermano. Kanon, aquí tienes a Kyrene.

La joven miró al par de gemelos de hito en hito, como buscando algo que le permitiese distinguirlos, fascinada por el perfecto parecido, pero Kanon fue más rápido:

—El pelo, chica: somos idénticos, salvo por el color del pelo —aclaró al tiempo que le estrechaba la mano con firmeza y esbozaba una sonrisa tan encantadora como la de su gemelo.

—Me debes cien euros —reclamó Saga, moviendo la palma frente al rostro de su hermano.

—Espera, espera. Necesito hacer unas comprobaciones... —respondió Kanon, tomando a Kyrene por la cintura para observarla por todos los ángulos posibles— ¿Eres humana? Es más, ¿eres real?

—Perdona, ¿eres imbécil? —inquirió ella.

Los demás se acercaron a ellos y tomaron asiento a su alrededor, divertidos con la situación.

—No puede ser. Aquí tiene que haber truco...

—¡Ya te dije que existía!

Kanon dirigió a Saga una mirada de soslayo y continuó su examen, levantando un poco el jersey calado de la chica para tocarle el ombligo con el índice.

—¡Eh, eh! ¡Las manos quietas! ¿O quieres que te agarre yo los huevos? —se defendió ella, aferrándole la muñeca con abierta hostilidad.

—¿Agarrarme los...? —Kanon se echó a reír— ¡Diablos! ¡De verdad eres una digna compañera para ese cangrejo macabro!

—¡Saca la pasta! —insistió Saga.

—¿Alguien puede explicarme de qué coño va esto?

Aldebarán apoyó las manos en los hombros de los gemelos, profiriendo una carcajada que resonó por las paredes.

—¡Me da a mí que estos dos idiotas habían hecho una apuesta! ¡Y Kanon ha perdido!

Kyrene soltó a Kanon y arqueó una ceja, todavía sin comprender.

—Perdona mi desconfianza; es que me costaba creer que hubiese una mujer en el mundo lo bastante pirada no solo para acostarse con Deathmask, sino para tener una relación con él. Pero Saga me aseguraba que eras de lo más corriente, incluso anodina, y eso despertó mi curiosidad.

—Kanon, todo un caballero... — Shura, que había observado la escena con su habitual serenidad, se frotó el puente de la nariz con dos dedos.

—Vaya, sí que sois idénticos, hasta en lo faltones... —dijo la chica, dándoles la espalda para pasar tras la barra y enfocando su atención en el resto— ¿Qué queréis tomar?

—Algo flojo, que luego hay que volver a casa —sugirió Aioria.

—¡Yo te llevo, guapura, tú disfruta! —rio Marin, revolviéndole el cabello con los dedos.

—¡Dejaos de arrumacos y bebamos! —les interrumpió Shaina en tono abrupto.

La camarera atendió las peticiones de caballeros y amazonas intentando no participar demasiado en la conversación, pero su estado de ánimo no se le pasó por alto al de Capricornio, que se las arregló para abordarla a solas cuando estaba llevando un barril vacío al almacén.

—Kyrene, ¿qué te ocurre?

Ella levantó la vista, ausente.

—¿Cómo?

—Que qué te pasa —preguntó de nuevo el español, cargándose el barril al hombro para colocarlo y escrutándola en busca de alguna pista.

—Yo... estoy cansada. Habéis venido sin avisar cuando estaba a punto de irme a la cama —se defendió ella, sin intención de explicarle nada.

—¿Es por los gemelos idiotas?

—Te digo que estoy bien, Shura, no te preocupes.

—Entonces, ¿por qué...?

—Shura, ¿cómo eres tan paralítico emocional? Kyrene no necesita un interrogatorio, sino uno de estos...

Ambos se volvieron hacia Afrodita, que, recién llegado de su viaje, acababa de apartar la gruesa y raída cortina que separaba el almacén del local y se acercaba a ellos, envuelto en un elegante abrigo de paño azul marino que resaltaba sus esbeltas proporciones.

El caballero de Piscis colgó de una estantería el chaquetón y la bufanda y estrechó a la chica contra su cuerpo, en un abrazo cálido, silencioso y tan oportuno que Kyrene se maravilló del modo en que, en apenas unos pocos segundos, había sido capaz de leer en su rostro lo que realmente le hacía falta.

—Afrodita, es que...

—Sssssh, no hables —la confortó, repartiendo besos sobre su oscura melena—. Da igual el motivo. Ya no estás sola. Solo tienes que hacerte a la idea.

—¡Eso es justo lo que yo estaba a punto de decir! —masculló Shura, haciéndoles reír a ambos.

—Ven aquí tú también —Afrodita tiró del cuello del jersey de su compañero y le rodeó con un brazo—, tengo para los dos...

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