1. Demasiado tiempo huyendo
En el texto hay algunos términos en griego, al final de cada capítulo te los explico.
Treinta y dos. O treinta y tres, si contaba con aquella pequeña de la esquina, que parecía un bebé al lado de las demás. Treinta y dos y media, para ser exactos. Ese era el número de manchas de humedad que albergaba el techo de su dormitorio, decidió Kyrene, levantándose de la cama con un bufido.
Aún le costaba hacerse a la idea de poder vivir sin preocuparse de ser perseguida o atacada, pero esa era la verdad: era libre. Continuaba enfundando los cuchillos cada noche en las dobles costuras camufladas en todos sus pantalones, guardaba una daga en la mesita y se ponía a la defensiva si escuchaba unos pasos tras los suyos al volver a casa. Pero lo peor era el silencio que la recibía cuando abría la puerta y que le recordaba, todos los días, que su fiel compañero ya no estaba con ella. Aquella sensación de soledad era la que le impedía conciliar el sueño cuando Deathmask no podía quedarse, como esa misma noche, y el espejo era testigo mudo de las ojeras que delataban su cansancio y su angustia.
Treinta y dos manchas y media cuya posición había memorizado, a fuerza de contemplarlas, con la misma precisión con que los caballeros de Atenea estudiaban las constelaciones. Una repugnante plaga que eliminaría esa misma mañana gracias a los cinco litros de pintura anti-moho que había comprado el día anterior en el mercado. Se metió en la ducha, se recogió la melena en un moño que sujetó con un elástico, se puso su jersey más viejo y unos vaqueros que prestarían esa mañana su último servicio y bajó a la taberna para prepararse un café cargado, que degustó junto con las sobras del flan que su novio le había llevado un par de tardes antes. Sentada junto a la destartalada superficie que hacía las veces de mesa de comedor y taller para chapuzas, miró el cubo de pintura y el rodillo con mango telescópico que la esperaban, prometiéndole ayudarla a distraerse hasta que llegase la hora de abrir.
—Bueno, pues vamos allá... —se dijo, cogiendo los útiles para volver a su pequeña vivienda.
Su antiguo reproductor comenzaba a fallar, pero aún podía darle unas cuantas horas de entretenimiento. Lo sujetó en la trabilla trasera de los pantalones, se colocó los auriculares, abrió las ventanas y comenzó con su tarea, tarareando y bailando al compás de la música con su característica falta de sentido del ritmo. Estaba a punto de hacer una pausa para tomarse otro café cuando escuchó una voz llamándola desde la calle:
—¡Kyrene! ¿Estás ahí? ¡Abre la puerta!
Intrigada, arqueó una ceja y salió al balcón, limpiándose las palmas en el vaquero. Desde abajo, Shaina, cuya ropa deportiva empapada en sudor evidenciaba que había estado corriendo, la saludaba con una amplia sonrisa, sin arredrarse por el frío viento de diciembre:
—¡Tengo un rato libre! ¿A qué estás jugando?
—Estoy pintando el techo, que daba un asco...
—¿Sabes que, si te pones tú encima, no tienes por qué verlo?
Kyrene soltó una carcajada ante el ingenio de la amazona.
—¡Veo que lo de ser unos obsesos sexuales impertinentes es parte del encanto italiano! —respondió, bajando a abrir.
—¡Si lo dices por ese simulacro de humano con el que te acuestas, me apuesto lo que quieras a que nació en Piobbico!
Shaina entró y se sentó junto a la barra mientras Kyrene se lavaba las manos para preparar sendas tazas de café.
—¿Piobbico es el pueblo ese de los feos que me contaste aquella vez?
—Joder, sí. Te vuelves célibe con pasar cerca. Menos mal que se lo toman con humor...
—¿Con crema de leche y azúcar?
—Sí, y hazle un dibujito en la superficie, anda...
—Claro, ¿y qué más? —replicó la griega, vertiendo un chorro de crema en la taza de la amazona junto con tres terrones de azúcar.
—¿Quieres que te ayude con lo del techo?
—No te preocupes, terminaré para la hora de comer.
—¿Y después seguirás mirándolo hasta que anochezca?
Kyrene desvió el rostro, incómoda, pero Shaina le tomó la mano en un gesto amistoso.
—Venga, Kyrene. No hay nada de malo en admitir que estás jodida. Lo raro sería que no lo estuvieras, con todo lo que has tenido que pasar últimamente...
—Es que... Es solo que no sé qué hacer con mi vida ahora... Llevo demasiado tiempo huyendo.
—Bueno, aquí nadie te va a mirar mal si decides desahogarte; tampoco es que los demás tengamos muy amueblada la azotea... —continuó Shaina, riendo.
—Sí, supongo que tienes razón... —Kyrene acercó un taburete y se sentó, dando un primer trago a su café.
—¡Qué asco ese petróleo que bebes! Fijo que te perfora el bazo o algo así...
—Asco lo tuyo, verás cómo te deja los dientes... ¿No quieres que le ponga también unas nubes o algo? —las dos chicas se echaron a reír con ganas, hasta que Kyrene volvió a su semblante serio— Debería estar feliz... y lo estoy, pero me habitué a vivir siempre alerta y no consigo relajarme... Y tampoco me hago a la idea de no volver a verle, Shai...
—¿A Bull?
—Le echo muchísimo de menos... Era lo único fijo en mi vida.
—Lo sé, pero saldrás adelante. Todos salimos, siempre. Con el tiempo el pesar se diluye...
Kyrene asintió, rascándose el dorso de la mano para eliminar una mancha de pintura.
—También añoro a Ioannis. Me siento culpable de lo que le sucedió... Y en el pueblo me culpan también.
—¿Vas a preocuparte por lo que piense de ti este hatajo de palurdos rodorienses? —la briosa palmada sobre la barra con la que la italiana acompañó su pregunta resonó en el vacío del local— ¡Venga ya! ¡Son un puñado de antiguos e incultos! ¡Si vieses las caras que ponían cuando todas nos deshicimos de las máscaras!
—Una vez más, tienes razón. Por algo se quedaron atascados en el siglo XVIII... Haré lo posible por mejorar, te lo prometo. ¿Y qué tal estás tú? —inquirió Kyrene, deseosa de cambiar de asunto.
—Yo, bien.
—¿Has hablado con ella?
Las mejillas de la italiana se colorearon de repente, dándole un aspecto casi infantil.
—¿Con...? Oh, no. Ni hablaré. No pienso meterme en cosas de pareja, Kyrene.
—¿Y vas a renunciar a ella?
—Yo... renuncié hace mucho tiempo.
—¿Después de Finlandia y Patras?
—Exacto.
La camarera, consciente de la incomodidad de su interlocutora, dio por finalizado el tema y apuró su taza de café.
—Voy a ver si termino de pintar. Quiero dejarlo listo y aireado.
—A este me invitas, ¿no?
—Por supuesto, amiga mía. Tú solo pagas después del atardecer, como los vampiros.
—¡Genial! Oh, casi lo olvidaba. Deathmask me pidió que te dijese que no cree que vuelva antes de fin de año.
—¿Qué?
—Sus palabras textuales fueron, si no recuerdo mal: "dile a mi gatita que la veo el año que viene y que vaya preparándose, porque pienso darle en una noche lo de un mes".
—Pero faltan casi dos semanas para eso...
—Imagino que se le ha debido de alargar la misión —explicó Shaina, escogiendo deliberadamente las palabras más neutras—, pero no te preocupes: está entero y dando por saco, como siempre. Por suerte, le han enviado con Mu, que es muy paciente. Otro caballero quizá le soltaría un par de bofetadas...
—Eso me tranquiliza —Kyrene sonrió sin mucho convencimiento mientras enjuagaba el menaje usado para meterlo en el lavavajillas.
—Bueno, ya sabes que aquí no celebramos estas fechas, pero si te apetece, creo que Saga organiza un pequeño encuentro por el el solsticio de invierno. Puedo pedirle que te invite...
—Suena a excusa para montar una juerga...
—¡Pues claro! Ah, y también vendrá Kanon.
—¿Ese es su hermano?
—¡Es verdad, tú no le conoces! Entonces no puedes perdértelo, es el único capaz de trolearle y ponerle en su sitio... ¡Vas a gozar como una loca! Ya tenemos plan, ¿eh? ¡Lo vamos hablando! —exclamó la amazona antes de salir de la taberna, dejando sola a la camarera.
Kyrene volvió a colocar en la puerta las gruesas trancas que la bloqueaban y subió a la casa para continuar con su tarea. Empuñó el rodillo, lo mojó en la pintura y lo deslizó por la superficie mecánicamente, dando vueltas a las palabras de su amiga. Ya no era solo haber comenzado una nueva etapa en su vida, sino también las festividades que se avecinaban. El hecho de que en Rodorio no se conmemorasen había sido un alivio para ella cuando llegó al pueblo el año anterior, en busca de un lugar en el que pasar inadvertida, pero ahora... ahora tenía tiempo para pensar en lo que había dejado atrás.
De la última navidad con su padre, a sus cuatro años escasos, solo recordaba el espectacular karaváki que le acreditaba a sus ojos como el mejor ebanista del mundo; tenía nociones de haber cantado kálanda por el vecindario el día veinticuatro con los niños del orfanato a cambio de caramelos, según la costumbre, con Lía de la mano, cuando todavía era feliz a pesar de haber perdido a su familia biológica. Podía rememorar con mayor precisión y gran nostalgia la ecléctica celebración de Martha, que decoraba un voluminoso abeto con todo tipo de bolas y espumillones, montaba un nacimiento, escribía deseos para el año siguiente que guardaba en tarros y preparaba más dulces de los que las dos podían comer, encantada de tener por fin una hija con quien pasar las fiestas. Y después de ella, la vida en la calle; no había vuelto a experimentar nada similar hasta que se mudó con Stavros. Por él, Kyrene se había esforzado en adornar el apartamento que compartían y en tratar de cocinar delicias tradicionales; lo que fuese, con tal de sacarle una sonrisa. Pero el destino quiso que muriese justo en fin de año, marcando para siempre aquella fecha en negro en su calendario mental. Cada treinta y uno de diciembre evocaba con angustia el momento en que había actuado como ángel de la muerte mientras todos brindaban y hacían propósitos que jamás cumplirían.
—Estás pensando tonterías —se dijo a sí misma, en voz alta, al repasar por tercera vez la "mancha bebé", que había resultado bastante más oscura y pertinaz de lo que parecía en un primer momento—. Tú no crees en nada de lo que representa la navidad y te la suda lo que hagan otros...
A decir verdad, las fiestas no eran su especialidad: nochebuena, cumpleaños, carnaval, ni siquiera la Fiesta del Vino, típica de su región natal...; como Deathmask y Saga solían recriminarle, era una aburrida. No tenía ninguna necesidad de festejar nada ni de estar con nadie, pensaba, sin terminar de entender por qué se sentía molesta. ¿Era el hecho de volver a estar totalmente sola por primera vez desde que encontró a Bull? ¿Le entristecía conmemorar el aniversario de la muerte de Stavros? ¿O acaso echaba de menos el bullicio de las celebraciones aunque no tomase parte en ellas? En busca de una respuesta, frotaba con tanto ahínco la marca verdosa que una gota de pintura cayó del rodillo, acertándole en un ojo.
—¡Mierda!
Tratando de aguantar el escozor, soltó descuidadamente la herramienta para correr a lavarse la cara en el cuarto de baño y dejó que el agua la refrescase hasta que se sintió un poco más despejada. Era absurdo dar tantas vueltas a algo que en realidad no le importaba: pasaría esas semanas con la misma normalidad que el resto de los rodorienses y aprovecharía para estudiar, descansar y asimilar todo lo sucedido en los últimos meses. Animada por aquella decisión, salió del baño, frotándose el ojo enrojecido, pero su mal humor volvió cuando descubrió que el rodillo había aterrizado sobre la cama: ahora, su viejo edredón se había convertido en una especie de cuadro abstracto que ya no podría usar para resguardarse del frío.
—¡Mierda! ¡Mierda, joder, mierda! ¡Me cago en la navidad y en el fin de año!
Karaváki: Grecia es, tradicionalmente, un país de pescadores. Antiguamente, no se usaba un árbol para conmemorar la navidad, sino pequeños barcos de madera (karaváki) que se decoraban con luces. De esa manera, deseaban a sus marineros un pronto regreso a casa.
Kálanda: el equivalente a nuestros villancicos. El día 24, los niños salen a cantar por las casas, recibiendo a cambio algunos dulces o monedas. También lo hacen el día 31, y la letra de las canciones varía: el 24 aluden al nacimiento de Cristo y el 31 hablan del año nuevo.
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