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VI ⸺ Cicatriz

El cuerpo de mi madre yacía sin vida en su lecho mientras oíamos al viento colarse por las ventanas de nuestro hogar, apagando las velas que nos alumbraban. 

Era como si mi madre, al exhalar su último aliento, se hubiera llevado con ella toda la felicidad que un día colmó aquella casita en la espesura del bosque. 

Yo la observaba inmóvil, apática, sin poder mediar palabra alguna. 

Mi padre regresó con una tela en sus manos. Un precioso trozo de raso azulado, el cual usó para cubrir el cuerpo de mi madre. 

Yo ni si quiera podía llorar. Era como si todo mi cuerpo hubiera dejado de responderme, como si ya no me obedeciera a mí. 

Este cogió el recipiente inerte de su esposa en brazos con sumo cuidado, como temeroso de que pudiera pasarle algo. 

Tal creía que fuera su fragilidad, que un simple movimiento pudiera romperla como si de fino cristal se tratase. 

Acto seguido, salió por la puerta de la cabaña. 

Gaius y yo seguimos sus pasos de cerca, ya que no sabíamos donde quería dirigirse. 

Yo caminaba despacio, tratando de no perder a Gaius de vista, aunque todo parecía moverse más lento a mi alrededor, incluso yo diría que todos los colores del exterior se había atenuado dejando paso a una gama de grises.

Llegamos al pequeño claro donde mi madre y yo solíamos meditar cuando decidió comenzar mi aprendizaje. Situó su cuerpo frente al roble blanco de vetas negras que coronaba aquel lugar, y se despidió de ella con un dulce beso en la frente. 

La enterramos allí. 

Después de eso, mi padre y Gaius volvieron a la cabaña. 

Yo me quedé. 

No sé muy bien con qué finalidad, pero sencillamente no podía irme. No sabía qué hacer, qué decir ni qué sentir. Era incapaz de comprender el motivo de aquel castigo.


Pasé horas allí sentada, frente al roble, con la vista perdida en ninguna parte, notando como las lágrimas rodaban por mis mejillas pero sin ser capaz de pronunciar sonido alguno. 

Mi silencio solo se veía interrumpido por el viento que azotaba el follaje de aquel roble, dejando a su paso un sonido siseante en el ambiente.


Estaba tan absorta en mí, que ni si quiera me di cuenta de que había anochecido.

Noté entonces una mano en mi hombro, pero no me moví.

━Vanya━ era la voz de mi padre━ Vamos a casa, pequeña.

Me puse en pie con su ayuda y este me colocó su abrigo sobre los hombros mientras ambos emprendíamos el camino de vuelta a la cabaña. 

Gaius seguía allí, decidió pasar la noche con nosotros, ya que se le había hecho tarde y era peligroso deambular por el bosque una vez que la luna estaba en alza. 

Lo último que recuerdo de aquella noche fue tomar un vaso de agua antes de caer rendida. 

Ahora estoy segura que el galeno me puso algo en la bebida para ayudarme a dormir aquel día. De no haber sido por eso, posiblemente me habría pasado la noche en vela. 


Noté el sol en la piel, lo cual me hizo abrir los ojos. 

Había amanecido. 

Me levanté de la cama despacio y me llevé las manos hacia el pelo con intención de recogerlo como solía hacer todas las mañanas, aunque había olvidado que me lo corté el día anterior, por lo que no tenía mucho cabello del que preocuparme. 

Salí de mi habitación algo mareada, posiblemente a causa del brebaje para dormir que el galeno me dio por la noche.

 Me encontré a mi padre y a nuestro invitado sentados a la mesa. 

━¿Ya te has despertado?━ preguntó Gaius al verme llegar. 

Asentí ligeramente. 

━Quería asegurarme de que estabas bien antes de partir. 

━ Lo estaré...

Este suspiró. 

━Pasaré a veros cuando pueda━ dijo mientras se encaminaba a la puerta━ Y, Vanya━me acerqué a él━ Cuida de tu padre━ me susurró al oído.

Le miré unos segundos para después asentir. 

Dicho esto, Gaius partió de vuelta a Camelot.

Volví la vista hacia mi padre. Se encontraba sentado a la mesa, con la vista clavada en ella y la cabeza gacha. Me acerqué hacia el barril donde almacenábamos el agua y observé que a penas nos quedaba un cuarto de este. 

━ Papá, ¿por qué no descansas un poco?━ era obvio que había pasado la noche entera sin dormir━Yo iré a por agua.

Este me miró unos segundos y tras esbozar una pequeña sonrisa cargada de tristeza, se acercó a mí, me dio un beso en la frente y se dirigió hacia su habitación. 

Cerré la puerta para que pudiera descansar tranquilo y acto seguido me acerqué al barril. 

Sabía que podía llenarlo fácilmente si usaba la magia. Era un hechizo muy simple, de los primeros que aprendí. 

Pero me negué. 

En ese momento no quería saber nada de aquel mundo que poco a poco me iba arrebatando todo lo que quería. Primero mi hogar en Camelot y ahora mi madre. 

Cogí el pequeño cubo de madera que había bajo la mesa y salí de la cabaña con paso firme hacia el río. Llegué a la orilla bastante rápido. Notaba mis piernas cansadas de haber llegado a trompicones debido a mi paso acelerado. 

Me arrodillé junto al borde para llenar el cubo, cuando vi mi reflejo en el cauce del río. Mis ojos se clavaron en la piedrecita de mi collar, e instantáneamente mi mente voló a mis días en Camelot, y por instinto, a los momentos con mi madre. 

Agaché la cabeza mientras un par de lágrimas se escapaban de mis ojos. Agarré el cubo con fuerza y lo sumergí en el agua con rabia rompiendo mi reflejo en ella. 

Pasé el resto del día haciendo viajes del río hasta casa para llenar el barril. De vez en cuando notaba como alguna lágrima se me escapaba de mis ojos, pero intentaba no hacerle caso y mantenerme ocupada cargando el cubo. 

Una vez que hube llenado el suministro, el sol estaba empezando a ocultarse. Mi padre aún seguía en su habitación. No había salido de allí en todo el día, pero no podía culparle por ello. 

Decidí prepararle algo para cenar, por si decidía levantarse que tuviera la oportunidad de comer algo y reponer fuerzas. 

Calenté un poco de agua en un cazo junto al fuego con un par de patatas y algunas hierbas que mi madre solía añadir a los guisos para darle sabor, y una vez que estuvieron bien cocidas, las retiré de la lumbre con cuidado y las dejé sobre la mesa. 

Las coloqué en dos platos y corté algo de pan. Dejé uno de ellos en el sitio que mi padre solía ocupar y otro frente al mío. 

Una vez que la cena estuvo lista, me dirigí a su habitación para ver como se encontraba. Llamé un par de veces antes de entrar. 

━ ¿Papá?━ Me acerqué a su lecho, donde se encontraba tumbado y me agaché a su lado━¿Cómo te encuentras...?

Este me miró. Tenía los ojos enrojecidos de haber estado llorando, y las ojeras que esa misma mañana enmarcaban su mirada se habían oscurecido más. 

Suspiré. 

━Estaré bien, pequeña, no te preocupes━ inquirió tratando de esbozar una sonrisa. 

Le ayudé a levantarse. 

━Come algo, papá, te vendrá bien.

Se acercó a la mesa a paso cansado y se sentó. 

━Gracias, cielo━ dijo al ver la comida.

Le sonreí levemente. 

Segundos después, ocupé mi sitio en la mesa. 

Volví la vista ligeramente hacia el sitio vacío de mi madre y dejé escapar un suspiro apesadumbrado. 

Todavía me costaba asimilar que se había ido del todo. Una parte de mi esperaba volver a escuchar su voz, mientras cocinaba junto al fuego sobre la mesa donde ahora nos encontrábamos, pero sabía que ese momento no llegaría.

━Vanya.

Alcé la vista hacia mi padre.

━Sé...sé que nada podrá llenar nunca el vacío de la pérdida de Emöri━dijo con pesar━ pero ahora debemos ser fuertes, pequeña.

Le miré en silencio mientras notaba como se me humedecían los ojos, aunque pestañeé rápido varias veces para impedirme romper a llorar de nuevo.

━Estoy seguro de que con algo de tiempo, conseguiremos sanar. 

Asentí un par de veces como buenamente pude y segundos después comenzamos a comer en silencio. 

Una parte de mí quería creer aquello que dijo mi padre, quería aferrarse a esas palabras como si fueran mi único salvavidas. Quería creer con todas mis fuerzas que el tiempo lo curaría y que nos iría a mejor, pero había otra parte de mí, una voz que susurraba en un recoveco de mi cabeza, una voz que yo intentaba acallar, que me decía que la tormenta solo acababa de empezar.



Había pasado poco más de un año desde que mi madre nos dejó. 

Jamás imaginé que algo pudiera ser más duro que los primeros meses después de abandonar Camelot. Las primeras semanas y meses fueron sin duda los más dolorosos. Muchas veces me veía colocando el plato a la hora de comer en el lugar que solía ocupar mi madre, sacaba dos tazas en lugar de una cuando decidía prepararme un té, recordaba siempre el no dejar la tapa del barril de agua mal cerrada, ya que a mi madre le hervía la sangre cada vez que me olvidaba de hacerlo como era debido...

Pero con algo de tiempo, y muchas noches en vela llorando hasta quedarme dormida, la herida empezó a cicatrizar.

Poco a poco las cosas parecían ir volviendo a su cauce. 

El dolor seguía ahí, eso nunca se iba, pero fuimos capaces de volver a la rutina que solíamos llevar antes de que mi madre falleciera. 

Salir de caza, mantener el huerto, incluso ojeaba de vez en cuando el grimorio para practicar algún que otro hechizo, aunque no me apasionaba acercarme a nada de aquel mundo desde hacía un año.

Gaius solía venir a visitarnos una vez a la semana. Nos traía comida y pasaba la noche con nosotros para cerciorarse de que estábamos bien. Era él quien me instaba a seguir practicando con mis poderes. Decía que cuanto más control tuviera sobre ellos, mayor serían las cosas que podría lograr con mi don

Todo parecía estar volviendo a su lugar, pero tan solo era un sueño. 

Un sueño que no tardó en disiparse como una montaña de arena vencida por la brisa del mar. 

Comencé a darme cuenta con el paso del tiempo. 

Notaba a mi padre más distraído de lo normal. Me percaté de ello un día que salimos de caza. Él tenía una puntería excelente, y aquel día no conseguimos llevar nada a casa. 

En ese momento no le di importancia, supuse que aquella mañana tuvimos mala pata a la hora de atrapar algún conejillo despistado. 

Pero la cosa fue a peor. 

Aquello comenzó a convertirse en rutina. 

Su puntería empezó a fallar, a penas cuidaba de las cosechas, no dormía bien por las noches, y raras eran las veces que conseguía que comiera por su cuenta sin tener que obligarle. 

Pensé que se trataría de algo temporal, que sería lo común después de haber sufrido la pérdida de un ser querido. 

Mi padre siempre fue un hombre fuerte, estaba convencida de que volvería a la normalidad, y de que solo necesitaba un poco de tiempo. 

Pero me equivoqué.

Es cierto, era fuerte, y a mi parecer, nunca dejó de serlo, pero la muerte de mi madre le melló de forma irreparable, y el vivir alejados de todo, no contribuyó en absoluto de forma beneficiosa al estado en el que se encontraba. 

A medida que iban pasando los días, podía ver como mi padre se marchitaba cada vez más. 

Se pasaba el tiempo acostado, salvo por un par de veces al día que me ocupaba de despertarle y hacerle salir de la cama para que comiera. Y no solo empeoró su estado mental, el físico también. Siempre fue un hombre con una musculatura fuerte, su trabajo en los establos, la caza y cuidar de las cosechas le habían mantenido en buena forma. Pero comenzó a perder peso y a volverse cada vez más y más débil. 

Ni la persona más fuerte del mundo es capaz de superar la muerte de la persona que fue, es y será el único amor de su vida. 

No podía seguir viéndole así. 

Ya había perdido a mi madre sin poder hacer nada para evitarlo, y no pensaba quedarme de brazos cruzados viendo como mi padre se apagaba lentamente también. 

Había dejado de ser una cría hace mucho tiempo, y era hora de actuar como una mujer y remediar la situación en la que me encontraba. 

Y encontré la solución. 



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