Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

III ⸺ Tierras del bosque

Había pasado poco más de un mes desde que llegamos a nuestra antigua casa en las tierras del bosque. 

Se trataba de una pequeña cabaña de madera, escondida entre la espesura de un grupo de árboles de frondoso follaje, que la hacían casi imperceptible a no ser que supieras donde buscar. 

Estaba claro que estaríamos bien protegidos.

Tampoco estaba segura que los guardias de palacio fueran a adentrarse tanto en el bosque, pero no podíamos escatimar en precauciones, teniendo en cuenta que nuestra coartada se basaba en un supuesto familiar enfermo lejos de las tierras de Camelot. No podíamos arriesgarnos a ser descubiertos, por eso, aún contando con el camuflaje de los árboles que envolvían nuestro hogar, mi madre colocó un círculo de piedras en torno a la casa, a las cuales había otorgado un glamour, el cual hacía nuestro hogar casi imperceptible al ojo humano. 

Mi padre había comenzado el cultivo de un pequeño huerto que situó en las proximidades de nuestra nueva morada. 

Habíamos conseguido traer varias bolsas de semillas de Camelot, y las plantamos con la esperanza de que dieran frutos pronto.

Algunas de ellas habían empezado a germinar, aunque otras no tuvieron tanta suerte. Pasó largo tiempo hasta que pudimos empezar a recoger algunas de las hortalizas y tubérculos que habíamos plantado. Teníamos sobretodo patatas, tomates y zanahorias. Pero hasta que los cultivos dieron sus frutos, subsistimos a base del poco trigo que conseguimos traer de Camelot y sopas de hierbas y raíces que mi madre recogía del bosque. 

Fueron unos primeros meses bastante duros. 

La cabaña no era muy grande, aunque tampoco éramos una familia muy numerosa. 

Tenía dos habitaciones y el centro de la casa, donde se encontraba la lumbre y una mesita de madera, donde nos reuníamos a comer y en la que mi madre cocinaba. Contábamos también con un río a una milla, puede que algo menos, de nuestro hogar. 

Una vez a la semana íbamos hasta allí, y rellenábamos haciendo varios viajes un barril que construyó mi padre donde almacenábamos el agua para cocinar y asearnos. Aunque es cierto que vi a mi madre un par de veces aumentar el nivel del agua usando la magia. No solía hacerlo mucho, ya que siempre decía que no era algo que hubiera que usar a la ligera. 

Durante los primeros meses de nuestra estancia en el bosque, debido al poco alimento que consumíamos, mi madre me dijo que sería mejor que esperara un tiempo para empezar a practicar con mis recién adquiridos nuevos dones.

La razón principal era que, el uso de aquel poder, conllevaba un gran gasto de energía, y podía ser fatal si se excedían los límites del cuerpo. 

Aunque a decir verdad, yo no es que tuviera prisa alguna por usar aquello. Eso que mi madre llamaba don, yo lo veía solo como la maldición que fue la causante de tener que abandonar mi hogar. 

Pero una vez que la cosecha empezó a dar sus frutos, y una vez que aprendimos a cazar pequeños conejos perdidos en el bosque, y de vez en cuando algún venado, mi madre no vio problemas en empezar a enseñarme a controlar aquel "don". 

Los primeros días, empezó por contarme todo sobre nuestro linaje, las Hijas de la Tierra.

Ella siempre dijo que, antes de empezar con la práctica, debía conocerlo todo sobre nuestras antecesoras y la antigua religión. 

"No puedes correr antes de saber andar."

Era su frase favorita. No dudaba en repetírmela al menos un par de veces todos los días. 

  Hace mucho, muchísimo tiempo, muchas lunas atrás, una fría noche durante la celebración de Imbolc, una joven de familia humilde, portando en su vientre una niña a punto de llegar al mundo, salió huyendo de su aldea, temerosa de que el padre de aquel bebé pudiera hacerla daño al enterarse de que no le daría un hijo varón.

Corrió por el bosque con los pies descalzos hasta llegar a un claro iluminado por la luz de la luna, en el cual trajo al mundo a su pequeña. La blanca luz del astro que regía la noche iluminó a la recién nacida, otorgándole el don de la magia y haciendo posible que aquel linaje fuera heredado por todas las mujeres que descendieran de aquella primera hija de la tierra. ❞

De haberme contado aquella misma historia unos meses atrás, yo habría creído que era puro folclore, historias de cuna para llevar a los pequeños a dormir. 

Pero teniendo en cuenta que mi madre, y por lo visto yo también, éramos capaces de controlar el fuego a nuestro antojo, aquella historia no parecía tan ficticia en aquellos momentos. 

 Una parte de mí quería saber cuantas cosas era capaz de hacer con aquel recién descubierto poder. Pero otra, mucho más grande que mi parte curiosa, seguía culpando a aquello de haber tenido que dejar toda mi vida atrás. 

Las primeras lecciones que mi madre decidió enseñarme, estaban lejos de tener algo que ver con el uso de la magia. 

Lo primero que debía aprender, fue meditación. 

━Ya viste lo que pasa cuando tus poderes se descontrolan, Vanya. Debes ser  capaz de mantener la calma, incluso en las peores situaciones. El fuego se siente atraído por ti, y si tu pulso se acelera y tú te descontrolas, las llamas también lo harán. 

Partíamos al bosque todas las mañanas cuando el sol comenzaba a salir. Nos dirigíamos hacia un pequeño claro, en el que se alzaba un precioso roble blanco con vetas de color negro decorando el tronco a modo de espirales que confluían unas con otras.

Nos sentábamos allí, durante largo tiempo, guardando silencio. 

Los primeros días fueron sin duda los peores, no era capaz de concentrarme en nada, tan solo quería volver a la cabaña, ya que consideraba todo aquello una pérdida de tiempo. ¿De qué me serviría todo esto para aprender a controlar mi don? 

Pero pasadas un par de semanas, aquello comenzó a surgir efecto en mí. 

Aquella mañana recuerdo encontrarme distinta al salir de casa, como más sensible hacia cualquier estímulo que mi cuerpo era capaz de recoger.

 Una vez que llegamos a nuestro lugar de meditación, cerré los ojos y me concentré en mi respiración. Pasados unos minutos, empecé a escuchar el cauce del río, con tanta claridad como si estuviera a la orilla de este. A eso le siguió el canto de un mirlo, el silbido del viento moviendo las hojas de los árboles, la tierra respirando bajo nuestros pies. Todo en armonía con el ritmo de mi respiración. Una calma total, como nunca había sentido antes, era lo que experimenté en ese momento.

 Volví a abrir los ojos y miré a mi madre, la cual me observaba con una gran sonrisa. 

━Estás lista. 

Al día siguiente, lejos de despertarnos con los primeros rayos de sol, mis padres me dejaron dormir hasta bien entrada la mañana. 

Una vez que me levanté de la cama, mi madre me había preparado el desayuno, que me esperaba sobre la mesa junto al fuego evitando así que se enfriara. Pan recién hecho con un par de patatas cocidas.

━Debes comer bien si vamos a empezar a practicar hoy. Para las novicias el gasto de energía es algo mayor. 

No le puse pegas, siempre estaba bien que te despertaran con el desayuno hecho. 

Una vez acabé de comer, nos dirigimos a la parte de atrás de la cabaña. Asumí que era debido a que allí no había vegetación cerca y la tierra estaba seca, por lo que no podría quemar nada en caso de que algo saliera mal. 

Mi madre colocó tres velas en el suelo y me ordenó sentarme frente a ellas. 

━Antes de aprender a controlarlo, debes saber como crearlo.

La miré algo confusa. 

━Enciende las velas, Vanya. 

━Y...¿cómo lo hago?

━¿Recuerdas la sensación que sentiste ayer bajo el roble? 

Asentí. 

━Recréala. Búscala en tu interior y concéntrala en la mecha de las velas. El fuego está en ti, pequeña. Solo tienes que encontrarlo.

Miré a mi madre algo confusa. 

Ella me respondió con una sonrisa dulce y sincera, y segundos más tarde volvió a ingresar en el hogar para comenzar a preparar la comida, dejándome sola frente aquellas velas.

"El fuego está en ti, solo tienes que encontrarlo."

Si eso era cierto, estaba mejor escondido que el tesoro más valioso del mundo.

Por mucho que lo intentaba y lo intentaba, no conseguía encender ni una de las malditas velas. No era capaz de volver a experimentar aquella sensación del todo, era como si se hubiera minimizado. 

Pasados varios días, los resquicios de aquella paz y calma que había experimentado bajo el roble, se habían evaporado por completo. Solo sentía frustración y derrota al ver aquellas velas, como si estas se burlaran de mí por no ser capaz de encender siquiera una. 

Me pasaba tanto tiempo allí sentada tratando de prender alguna de aquellas mechas, centrado toda mi energía en esas tres malditas velas blancas, que para cuando me levantaba para entrar en casa de nuevo, solía sentirme increíblemente mareada. 

Nueve días. 

Nueve tediosos e inacabables días. 

Eso fue lo que tardé en volver a encontrar aquello dentro de mí. 

Era por la tarde. Me había pasado todo el día fuera, frente aquellas tres velas, sin éxito alguno. Abrí el ojo lentamente, esperando que alguna estuviera encendida, o al menos vislumbrar alguna chispa. 

Nada. 

Aquellas mechas estaban más frías que el río en invierno. 

Suspiré derrotada. 

━Esto es imposible━ dije mientras me echaba el pelo hacia detrás, hasta llegar a la parte de baja de mi cuello. 

Fue entonces cuando lo noté. La cuerda del colgante que Arturo me regaló antes de irme de Camelot. 

Cogí la piedrecita entre las manos y sonreí.

Trataba de mantenerme siempre ocupada para no pensar en mi vida en Camelot, y en lo mucho que añoraba a mi amigo. Pero al ver aquella piedrecita de nuevo, volví a recordar lo feliz que fui en aquella ciudad durante los nueve años en la que la pude llamar hogar.

 Agité la cabeza levemente y suspiré una vez más antes de levantarme. 

━No puede ser...

Todas las velas estaban encendidas. 

Todas sin excepción. 

━¡Mamá! ¡Corre, deprisa, tienes qué ver esto!━grité emocionada.  

Ella salió corriendo al oír mis gritos, y una vez estuvo conmigo me lancé a sus brazos. 

━ ¡Mira, mira! ¡Están todas encendidas! 

Me miró y sonrió. 

━ Sabía que podrías━dijo con orgullo sin apartar los ojos de mí. 

Era la primera vez que no sentía odio hacia aquel don que yo no elegí tener. Aquellas tres velas me dieron esperanza de ser capaz de aprender a controlar aquello.

Mi madre no solo me enseñó los principios de la magia de nuestro linaje. Pocos días después de conseguir de una vez por todas encender aquellas dichosas velas, comenzó a intercalar las lecciones con el aprendizaje de la magia más básica.

Bajo una de las tablas del suelo de su habitación, había un grimorio de grandes dimensiones que parecía muy antiguo. 

Según mi madre, había sido una reliquia familiar que había ido pasando de generación en generación y que ahora me serviría a mí.

En él había miles de hechizos escritos. 

Empezamos con los más básicos, lo cual suponía mover objetos de pequeño tamaño. 

No quiero ni decir la de cantidad de cosas que rompí antes de aprender a controlarlo. 

Aunque no tardé demasiado en aprender. Esos fueron los más sencillos, aunque a mi me fascinaban. Me pasaba los días ojeando aquel grimorio, escudriñando entre las anotaciones, algunas inteligibles teniendo en cuenta la edad de estas. 

Había algo en mí que había dejado de odiar tanto todo aquel mundo en el que ahora me veía inmersa. 


|━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━━|

Y para finalizar el cap, me gustaría dedicárselo a mi bae, Lucy_BF pooooorque por fin mi pequeña se ha graduado y estoy súper proud de ella, con todo lo que ha currado y sufrido. Y que estaba guapísima en su graduación (como siempre vaya) y va a sacar una notaza cuando defienda su tfg. 

Love u babe ♥

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro