Capítulo XXXIII. Eres tú.
Hoy
Reino de DunBroch
Eres tú
—¡Llegaron! ¡Por fin llegaron! —gritaba con emoción el pelinegro mientras daba saltos de felicidad por el palacio.
—¿Quién llegó? —preguntaba curioso el castaño a uno de sus amigos en la gran sala.
—Supongo que más invitados.
Durante los últimos días, lo que estaba en boca de todos eran sobre aquellos bandidos que habían atacado tanto a la chica como al vikingo; no existía pista alguna sobre saber de quienes trataban. Pero comenzó a estar en el olvido, en cuestión de días la princesa por fin contraria matrimonio con el jóven príncipe; todo era felicidad. Varios de los invitados comenzaban a llegar, tantas lenguas y culturas se unían para el compromiso de su princesa.
Por la emoción que mostraba aquel joven pelinegro, Hiccup decidió acompañarlo a la entrada del palacio por la llegada de los nuevos invitados. Los nervios de Varian podían sentirlos a kilómetros, no dejaba de temblar y sus mejillas ardían; por un momento, el castaño, se imagino, a aquel chico, como uno de aquellos caninos enanos que no paran de temblar. Es entonces que tanto la princesa y su comprometido se colocaron a un lado de ellos.
Hiccup no había entablado una conversación con la pelirroja desde aquella tarde en el bosque. Su cara caía de la vergüenza. Así que la evitaba lo más que pudiera en su propio castillo.
Es entonces, que un carruaje llegaba a la entrada del palacio con los invitados dentro de ellos. El chico le preguntaba al castaño como lucía en su aspecto, parecía tan nervioso, como si se tratase del amor de su vida que se encontraba dentro de aquel carruaje.
Las puertas se abrieron. Se dejó ver a un hombre de cabellera castaña que lucía un hermoso traje y una espada en su cadera, no era tan mayor a lado del castaño, dos años tal vez; al bajar, ayudó a su acompañante, se trataba de una chica castaña, pareciera que una reina y lo aseguraba con su aspecto. Detrás de ellos, había un chico con cabellera rubia pegándole al blanco, las mejillas del pelinegro se enrojecieron como el cabello de Merida. Y detrás de los adultos, salieron dos tornillos disparados a la princesa que reía.
Cuando el castaño quería preguntarle a su amigo de quiénes se trataban estás personas, él ya no estaba a su lado; se encontraba sumido en un abrazo con él último chico que salió del carruaje, dejándolo con los invitados y los comprometidos. Muy mal tercio.
Mientras su cara de incomodidad se notaba, las princesas junto con el rubio se hundían en un saludo. Fue entonces que el castaño sentía una mirada fija en él, se trataba del primer invitado, no dejaba de verlo fijamente y eso intimidaba al chico. Su piel era más clara y no tenía ninguna peca en su rostro, estaba limpia.
—¿Hiccup? —escupió el convidado.
—¿Disculpa? —esto se volvía cada vez más incómodo.
—¿Acaso no me recuerdas? Imposible que tú no seas Hiccup —por el rostro de torpe que mostraba el susodicho, prosiguió—. Hace aproximadamente 8 años atrás, nieve, vikingos, comida, guerra de nieve ¿no?
El inventor seguía observando a aquel chico confundido con lo que hablaba, tal vez a Merida le gustaba tener amigos lunáticos.
Pero antes de salir con una excusa improvisada de aquel lugar, un recuerdo olvidado llegó a su mente. Era Jack.
—¿Jack?
Su amigo que había hecho hace tantos años estaba aquí, vivo. Ambos se hundieron en un abrazo entre risas de aquel encuentro tan sorprendente, no era posible que entre tantas personas y lugares, él volviera a ver a su amigo de la infancia.
—¿Ustedes se conocen? —preguntó Thomas con curiosidad en el momento que se separaron de aquel abrazo.
—¿Conocernos? Somos viejos amigos. Una vez llegó a mi aldea porque querían comida, fue la mejor semana de nuestra vida —respondió él. Es entonces, que un carraspeó se escuchó en el fondo, era la otra invitada—. Amor, debo de presentarte a alguien. Rapunzel él es Hiccup; Hiccup, Rapunzel, la reina de Corona.
—Un placer en conocerte Hiccup, ¿y tú eres de...?
—Berk, es un poco alejado de aquí, pero con ayuda de los dragones podemos transportarnos en horas.
—¿Dragones?
—Oh sí, se trata de una isla vikinga. —el castaño se vio interrumpido.
—Espera, ¿tienes un dragón de mascota? Vamos a verlo. —hablo emocionado el rey de Corona encaminando a su amigo por el palacio sin saber con certeza a dónde ir.
Thomas se unió a la plática de ambos chicos del fondo, mientras que los pequeños príncipes actuaban como tornillos a su al rededor. Fue entonces, que el príncipe comenzó a encaminar al rubio a su habitación con los demás siguiéndolos, dejando a las mujeres a solas.
—Dime Merida, ¿Hiccup, es —la interrumpió.
—Debemos de apresurarnos, dentro de poco llegarán los demás invitados al festín. —mencionó apresurada ignorando a su amiga.
Tal y como dijo, los invitados llegaban y todos yacían en un gran baile en el comedor real. Pareciera que a los reyes de DunBroch les gustaba las fiestas, tenían todas las que pudieran para sus futuros sucesores.
Todos comían, bebían, bailaban al ritmo de la música. Todos excepto aquel castaño. Desde que comenzó la fiesta, yacía en el piso de arriba con gran vista al comedor, podía ver a todos desde ahí; su compañero pelinegro se encontraba en una hermoso baile con aquel rubio que acaba de llegar, Hugo, ambos parecían enamorados desde lejos; sus amigos se encontraban cerca de la comida mientras charlaban y bebían; su madre, estaba con la reina, no había forma de que cortarán su plática; y su princesa, bailaba con Thomas entre risas.
Odiaba esto.
Una voz lo sobresaltó.
—¿Puedo acompañarte? —era Rapunzel.
—Por supuesto, alteza.
No había hablado con ella en el transcurso del día, realmente, la había pasado con Jack mientras quedaba impresionado con Chimuelo. Eres como un niño, muy fácil de sorprender pero de alguna forma fue tierno. Rapunzel era una mujer que tal vez compartía la edad que su esposo, cabellera corta castaña, tez blanca y unos enormes ojos verdes como los de él, era toda una reina. Le costaba imaginarse a Merida como una.
—Se ven bien juntos, ¿no crees? —dice la mujer mirando a su amiga pelirroja en el baile.
—No hay duda de que sí. —aunque le doliera, ¿qué podía hacer? Ya no era suya.
—Que curioso que digas eso cuando la ves con ojos de amor, ¿sabes?
—¿A qué te refieres?
—Hace algunos años yo estuve comprometida —comenzó a relatar la castaña con un suspiro— con el hombre que tal vez salvó mi vida más de una vez. Lo amaba tanto que pensaba que él era mi alma gemela. Fue entonces, que un día, caminaba por el bosque, cerca de una aldea; escuché gritos de una niña, su hermano había caído al agua helada y lo salvé. Cuando el despertó, comprendí que estaba totalmente equivocada.
Su mirada se veía fija a su marido, se encontraba bailando con sus dos hijas con pasos torpes pero entre risas. Una se vio reflejada en sus labios. Cuando volteó a ver al vikingo la veía con confusión.
—No entiendo que tratas de decirme con todo esto.
—Merida, hace algunos años, me contó acerca de un chico de su pasado. Aquel chico lo amaba como no tienes idea, pero también le había roto el corazón de una forma que me cuesta imaginar. Ese chico eres tú, ¿no es así? Lo sé desde en la mañana que te conocí, por la forma en la que la miras.
—No puedo entrometerme en su vida, otra vez. La dejaré que sea feliz, solo eso.
—Que cobarde.
¿Cobarde? Había intentado todo lo que pudo los últimos meses. Intento ser su amigo, acepto su relación con Thomas, reían, platicaban e incluso... la había besado. Confesó sus sentimientos de todas las formas que pudo y jamás sentirá algo nuevamente por él.
—Si realmente la amas, deberías decírcelo, no conformarte a qué una vez te haya rechazado. Deberías de recordárselo todos los días para que no lo olvide. ¿Qué gracia tiene la vida si no la vivirás con la persona que amas o por lo menos hayas hecho un intento? El tiempo se acaba. Piensa en lo que te dije.
*Inserte música de tik tok*
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